"Nunca me permití hacer fotos miserables"
Diego Pintos05 de octubre de 2017
El reportero gráfico Leo Mirvois cuenta sobre la foto que más lo conmovió y detalla sobre el trabajo del paparazzi. "Miserable fue la foto de Spinetta, nunca la hubiera hecho".
"¿A mí me venís a hacer una nota? ¡Yo tendría que haber sido el último!". Humildad. Leo Mirvois es un pilar ineludible a la hora de retratar el compromiso y la militancia dentro de los reporteros gráficos en Argentina. Siempre está ahí, donde se debe estar, con sus 71 años a cuestas. "Acompaño las luchas de prensa cada vez que puedo y me da el lomo; ya estoy grande, pero voy", cuenta. La excusa de la charla era elegir una imagen que haya tenido un significado importante en su carrera. "Elegí una foto que le hice a mi papá, y que fue el motivo por el cual yo volví a la profesión de fotógrafo después de 20 años. Se la hice en 1988, en su casa de Villa del Parque".
"Mi viejo se llamaba Jacobo, le decían Yaco. Yo me había ido de la profesión en 1980. Dejé de hacer fotografía como medio de vida. Mi origen fue la fotografía industrial, grandes maquinarias, edificios, fotografías aéreas -por ejemplo, en Atanor- en 1970".
Pero después llegó el Golpe. "Durante la dictadura fue difícil. Yo era militante en el peronismo de base. Necesitaba una manera de cubrirme para andar en la calle, y empecé a trabajar en una agencia de prensa. Ahí fue cuando llegué a ARGRA, en 1976".
Pasado el tiempo, Leo dejó la fotografía. Estuvo 20 años boyando entre oficinas, gastronomía, empresas, y en 2001 terminó por fundirse completamente. Un lunes por la mañana se levantó, y por primera vez, desde los 12 años, no tenía a dónde ir a trabajar. "Tenía 56 años. Estaba con mi mujer, viviendo en Ituzaingó. Un domingo me dijo: '¿Por qué no volvés a hacer lo único que hiciste en tu vida y que te gusta?' Insistió para que haga un taller y fui a uno dictado por Jorge Sáenz. No lo conocía. Era en un estudio de Silvio Zuccheri, un fotógrafo también muy conocido, que yo tampoco conocía (risas)".
¿Habías estado en algún taller antes?
Nunca. Siempre fui un artesano de la fotografía. Cuando me acerqué a la fotografía por primera vez, laburaba en un estudio jurídico. Me quería dedicar a algo que tuviera que ver con el arte. El abogado con el que yo trabajaba, había ido a Estados Unidos y trajo una Yashica electro 35, con un lentazo. Me la prestó y salí.
En el estudio conocí a un tipo que había venido a colocar un mural. Le llevé el rollo que había sacado. Las miró y me dijo: 'Pibe, usted es fotógrafo'. Y yo pensé: este está loco como un plumero. Cinco meses después renuncié al estudio y me fui a laburar de ayudante de él.
¿Cómo te sentías en el taller?
Podía ser el padre de todos los que estaban ahí. Empecé a trabajar en un proyecto. Hacía poco que había muerto mi viejo, y yo quería hacer algo con él. Fue curioso que, durante el velatorio, mis hermanos y yo nos enteramos que él tenía una vida que desconocíamos. Paraba en un centro de jubilados, e iba a bailar tango con un par de amigas. Empezó a caer gente a despedirlo, que nadie sabía quiénes carajo eran. Y los viejos mismos nos empezaron a contar la historia. Siempre se quejaba que le dolía la cadera. ¡Y nos venimos a enterar que iba a bailar con dos minas! (risas).
Y ahí encontré mi punta para hacer el trabajo de fotografía. Empecé a ir a los centros de jubilados a hacer fotos. No te puedo contar la porquería que hice. Los flacos en el taller se miraban y se cagaban de risa. Me gastaban, y me daba una vergüenza tremenda.
¿Y entonces?
No iba ni para atrás ni para adelante. Hasta que di con esta foto de mi viejo. Y se me ocurrió –foto en mano- empezar a recorrer los lugares por donde anduvo. Fui al lado de su departamento, al bar a donde desayunaba. Tiré la foto arriba de una mesa, le puse el diario al lado, una taza, y click. Después hice otra en el ascensor del edificio donde vivía, pegando la foto en el espejo a la altura de su cara. Parecía que estaba entrando al ascensor, que estaba ahí. Otra fue en el subte, poniendo la foto entre dos pasajeros. Una imagen la saqué pegando la foto en el asiento trasero de mi autito, a la altura del cabezal, a través del espejo retrovisor.
Y así fue que llevé esta idea al taller. Tiré las fotos arriba de la mesa, y me fui. No quería ver. Me fui al patio, a fumar. No quería ir más; me gastaban como a un viejo pelotudo. Desde lejos oía murmullos, y de pronto escucho un silencio tremendo. Después, aplausos. Y yo me pregunté: ¿Qué carajo estarán aplaudiendo? Y me llaman. 'Nono', me decían esos hijos de puta (risas). Fui y me felicitaron, y con eso arranqué. Y ahí me hice amigo de tres atorrantes, que fueron los que me agarraron de la mano y me llevaron: Javi Moreno (profesor en ARGRA), Cristian Welcome (Perfil), y Damián Neustadt (fotógrafo de Abuelas de Plaza de Mayo durante mucho tiempo).
¿Cómo empezaste a trabajar después del taller?
Un día, Javi me dice: 'Mirá, no puedo ir a hacer estas fotos, ¿me podés cubrir?' Y yo le digo: 'Mirá Javi, no sé…' Y me respondió: '¡Andá, viejo pelotudo! ¡Te ponés adelante y hacés la foto, boludo!' (risas).
Se ganaba buena guita como paparazzi. Una vuelta me hicieron ir a laburar con un loco que cruzaba los semáforos en rojo persiguiendo actores, y casi nos matamos. Haciendo guardias para Revista Caras, mi primer trabajo en Perfil, me tocó ser el único que fotografió a Anthony Hopkins, cara a cara, charlando con él.
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Sobre sus referentes, Leo avisa que puede nombrar a muchos. "Supe admirar otros fotógrafos como Carlos Bosch, Luis Micou, Pablo Piovano y Alfredo Srur. Los colegas siempre han sido muy generosos conmigo. Me dieron un lugar de pertenencia. En ARGRA me aprecian, y estoy muy agradecido. Conocí grandes fotógrafos, como Daniel Merle y Marcos Adandia, muy valiosos, generosos y muy interesantes. Y a quien considero paparazzi por excelencia, gran fotógrafo, y de quien yo aprendí muchísimo, es Enrique García Medina".
-¿Cómo es el día a día de un paparazzi?
-Los periodistas que trabajan en la colonia artística o en la alta sociedad son los que tienen la información. Te avisan ellos, y también muchos otros contactos, como los trapitos, dueños de restoranes, agentes de prensa, y demás. Y después está la suerte. Me he clavado guardias interminables en las que no pude hacer ni una foto. Pero, cuando tenés suerte, lo lográs. Y ahí vos tenés que tener un cierto nivel de ética, o no, depende de cada uno.
-¿Cómo sería ese borde?
-Hay fotógrafos que han hecho cosas muy siniestras. Existe una línea que no está muy marcada, y el que la pasa, se tiene que hacer cargo. Por ejemplo, las fotos que le hicieron al Flaco Spinetta cuando estaba enfermo.
¿Te pasó de no entregar o no hacer ciertas fotos, por una cuestión de tu propio código moral?
-Sí. Es más, no he levantado la cámara siquiera. Me pagaban para hacer una foto, y yo no estaba dispuesto a hacerla. Recuerdo que una vez me sacaron de una guardia. Mandaron a otro, que sí la hizo. Al final nunca se publicó esa foto. Pero la hicieron. Nunca me permití hacer fotos miserables. Adolfo Castelo, en sus últimos tiempos, estaba en una silla de ruedas. Estuve cinco días de guardia, en el bar de en frente. Salió todos los días, y nunca saqué la foto. Me parecía miserable hacerlo. Como miserable fue la foto de Spinetta, nunca la hubiera hecho. Él había pedido especialmente que no lo jodieran.
-¿Y cuando fuiste paparazzi político?
-Ahí no dudé nunca. Si bien les saqué a todos, lo que si me preocupó es que nunca me pasara que me usen para hacer operaciones. Yo trabajaba en una editorial (Perfil) donde se operaba bastante.
¿Hoy te das cuenta de inmediato cuándo es una operación de prensa y cuándo son fotos reales?
Sí, totalmente. Pero el común de la gente no advierte estas cosas. Los medios son muy siniestros. Son el eje fundamental para quemarle la cabeza a la gente. No acá solamente, en todo el mundo.
¿Sentís que la manipulación es mayor que antes?
Para mí no existe ningún medio escrito, televisivo, radial o redes sociales que no estén infiltrados por los servicios de inteligencia. Todos los medios están operados.
-¿Qué significa para vos el acto de fotografiar?
-Es muy fuerte; la única manera de detener el tiempo. También es memoria. Sin embargo, lo que a mí me parece más importante es discutir el cambio de paradigma.
-¿En los medios?
-Sí. Los medios dejaron de usar fotógrafos, porque la fotografía en sí ha cambiado. La proliferación digital, con tantos teléfonos y cámaras, cambió el paradigma. La vida de la gente está saturada de imágenes. Por ejemplo, en el caso Santiago Maldonado, aparecen fotos imposibles, de gendarmes con piedras y hachas en la mano. Y ahí tenés el documento. ¿Quién hizo esas fotos? ¡Alguien la hizo! Alguien de la comunidad mapuche. Y ahí está la foto. En el campo trivial, ¡Facundo Moyano se tuvo que ir a España para poder verse con Nicole Neumann! ¡Y a pesar de todo le sacaron una foto igual, no hacía falta que hubiera un paparazzi, cualquiera con un teléfono te escracha!
-¿Y entonces? ¿Para dónde va a la profesión?
-Y, ese es el gran enigma. Es decir, ¿para qué estamos formando reporteros gráficos? ¿Dónde van a laburar? Pienso si no sería más atinado pensar que estamos formando documentalistas. Es un debate que hay que dar. Estamos en peligro. No es mi caso, porque ya soy viejo. Hablo de los pibes que andan en la calle. Hay que armar una contención para los fotógrafos que van a laburar a las marchas. El mundo se está poniendo muy violento. Fijate en Europa: los fotógrafos andan con casco, chaleco antibalas y máscaras para salir a hacer marchas. Lo que se viene ahora con lo del G20 en Bariloche va a ser muy duro ¿eh? El escenario no es el mejor. Hay que cuidarse, no hay que irse de las marchas individualmente. La misma policía de civil puede afanarte el equipo, o cagarte a palos. Estoy realmente preocupado por los compañeros que ponen el cuerpo.
-¿Y la precarización?
-En los grandes medios, "fotógrafo que se va" es "fotógrafo que no se reemplaza". Es más fácil y barato afanar fotos de internet. Yo creo que, como pasó con M.A.F.I.A. -que ganaron el premio de Gente de mi Ciudad, con una gran foto, pero impensado que el Banco Ciudad premiara una foto así- pienso que todo va a terminar en la autogestión. Juntarse, armar grupos, que generen material, para dar las batallas que haya que dar.
-Dame un ejemplo.
-Pablo Piovano. Pablo tiene una sensibilidad distinta. Hizo un laburo maravilloso sobre agrotóxicos, autogestionado a pulmón, quitándose días de vacaciones, andando solo por parajes extrañísimos en el interior del país. Hizo un trabajo tan importante que fue multipremiado, que va a ser usado en la Corte Internacional de Justicia como prueba. Lo mismo pasó con Cítrica, de haber ido a poner el cuerpo a Cushamen. Y hay montones de luchas para llevar adelante y hay que estar ahí dándola: las mujeres, los DDHH, los originarios, inmigrantes, los obreros de las recuperadas, los despedidos, sindicatos, los pibes en las escuelas, la ecología, megaminería. Y para eso hay que formarse. Estamos en pleno conflicto. Hay que participar y estar activos en ARGRA, discutir masivamente. En Europa ya no existen plantillas de fotógrafos; ahora laburan freelance. Es grave. El mismo periodista saca con un teléfono. Y no cuenta la ética ahí, porque si no hace lo que le dicen, lo rajan. Es así la precarización. Y cada vez va a ser peor. Ya no hay fotógrafos que no filmen. La explotación es grande.
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