El Eternauta de las islas

por Diego Pintos
02 de abril de 2019

El reportero gráfico Diego Paruelo, desde nuestra redacción en el hotel Bauen, nos cuenta la foto que más lo conmovió. Se la tomó a Sergio Gasco, ex combatiente de Malvinas, con quien construyó una particular amistad.

Sergio Gasco es el protagonista de la imagen. Del otro lado de la máquina, el ojo apasionado del reportero gráfico Diego Paruelo. Gasco, ex combatiente de Malvinas, parado en el medio de una calle lluviosa, el frío, casi como un Eternauta perpetuado en el asfalto de Lanús.

¿Por qué elegiste esa foto?

Es un retrato de Sergio Gasco, ex combatiente de Malvinas, una imagen que forma parte de un extenso ensayo. Destaco que fue un trabajo que hice para mí, algo que busqué, investigué, conocí, y que me unió un vínculo al protagonista de la foto, casi una amistad, y hasta hoy lo tengo siempre presente. Recuerdo la infinidad de charlas que mantuvimos, y más allá de coincidir o no con su pensamiento, era un tipo genuino, frontal, y por eso lo rescato. Significa mucho para mí este trabajo, sobretodo porque Sergio falleció tiempo después de haber hecho este ensayo, y fue un golpe de realidad muy fuerte. Me pareció que era interesante contar la vida de un ex combatiente luego de la guerra, y mostrarle a la sociedad por todo lo que tuvieron que atravesar los soldados que volvieron.

¿Cómo lo conociste a Sergio?

Fue en diciembre de 2000. Fue complicado al principio porque me costaba conocer a la persona, y fue él quien se abrió y se brindó completamente. Al principio iba a una vez por semana, a Lanús, para conocerlo. A veces ni hacía fotos; la onda era charlar y que él me conociera también. Con el paso del tiempo empezamos a hacer fotos, de su vida íntima, de entrecasa. Lo fundamental era que él me tuviera confianza, y que supiera que las fotos las iba a usar para algo noble.

¿Durante cuánto tiempo mantuvieron este ida y vuelta?

Y, el ensayo duró unos tres años, y en ese tiempo conocí toda su familia, su hijo y esposa; compartimos almuerzos, cenas, cumpleaños. Fue importante cómo nos fuimos metiendo en el trabajo, sus vivencias.

¿Sobre qué versaban las conversaciones?

Hablábamos de todo, además de la guerra. Él era fanático de Iron Maiden. Le gustaba el hard rock, como ACDC. Pero Maiden era lo suyo. Nos poníamos a ver videos de ellos. Era hincha de Boca, pero lo que más le gustaba eran las carreras de autos. Muy fanático de Chevrolet. Y hablaba mucho de eso, le gustaban los autos, andar ligero, apasionado por la velocidad.

¿Qué charlaban sobre Malvinas?

Me contó un montón de cosas. Una vez me dijo que había comido unos ratoncitos chiquitos que estaban dando vueltas por ahí. Estuvo estaqueado (N de la R: castigo corporal ejercido por los dictadores genocidas sobre los soldados) por haber ido a robar una oveja, por el hambre que pasaban. La asaron, y la comieron con sus compañeros en el pozo de zorro (N de la R: especie de zanja tipo trinchera que se cubría con elementos para camuflarse). Y al otro día los castigaron. Y paradójicamente él fue varias veces a Puerto Argentino, a buscar comida, y veía los galpones llenos, mientras los soldados estaban pasando hambre. Entonces iban a robarse esa comida, porque no llegaba a los puestos de avanzada.

Por otra parte, tuvo una reducción auditiva en uno de sus oídos porque se le perforó el tímpano después de que una esquirla lo alcanzara. También perdió a su gran amigo de la colimba, con quien estaban casi siempre juntos.

¿Cómo ocurrió?

Fue en un ataque inglés, al pie de Monte Longdon. Estaba en una posición de combate de avanzada ahí. Y los ingleses mataron a este compañero de Sergio, y él siempre se acordó de ese momento, de la muerte de su amigo. De apellido Falcón. Siempre recordaré ese apellido. Y Sergio estuvo a su lado, y es muy fuerte escuchar el detalle de su relato, de cómo -paso a paso- se le iba apagando la voz, después de haber sido herido. Todo muy intenso.

¿Cómo la pasó al regresar del sur?

Él tenía sueños recurrentes. Eran sobre que viajaba a las Islas, y le pasaban cosas allá. Él padecía del síndrome de stress post traumático. Fue importantísimo para mí haber conocido su vida, más allá de que el fin de esta historia nuestra, se trunca con su fallecimiento, producto de un cáncer de pulmón. Lo venía teniendo a mal traer, hasta que no resistió. Y, sinceramente, nunca pensé que se iba a morir. Era una persona joven, y para mí fue un mazazo.

Debe haberte impactado mucho.

Sin dudas. El día del velatorio, fui, y también hice fotos. Por supuesto, la confianza ameritaba hacerlo. Obviamente le pedí permiso a su mujer, y ella me lo concedió sin dudarlo. Por eso recalco tanto que, a nivel profesional, los trabajos tienen que ser a largo plazo, y conocer bien a las personas, para uno poder llegar a grados de intimidad profunda.

Diego Paruelo es miembro de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina, trabaja en la Cooperativa de Tiempo Argentino y también como freelancer. Sin embargo, todo gran recorrido, también tuvo un primer gran paso.

¿Cómo fue que te acercaste a la fotografía? ¿Vos la buscaste o la fotografía te encontró a vos?

Empecé estudiando el CBC de Veterinaria, pero en verdad no había ninguna carrera que me interesase por entonces. Desde los 16 años empecé a sacar fotos con una máquina Voightlander, que era de mi viejo, y me atrapó aprender a manejar esa cámara. Me parecía un mundo nuevo, y empecé haciéndoles fotos  a lo que me rodeaba. Todavía conservo esa cámara, como una reliquia. A los 18, ya en Veterinaria, y dándome cuenta que no me apasionaba, hice un curso en el Foto Club Buenos Aires. En ese entonces yo estaba trabajando en una empresa de medicina prepaga como administrativo, y un compañero -estudiante de cine- me propuso estudiar en la Escuela de Avellaneda. Tuve que dar un complejo examen de ingreso y quedé. Y una vez ahí, arranqué, y no paré más. Estudié tres años e hice el click para el lado del fotoperiodismo o fotodocumentalismo, cuando conocí a Adriana Lestido. Cuando vi un trabajo de ella, de madres presas con sus hijos, me volví loco. Al día de hoy siento que esa forma que tuvo Adriana de encarar un ensayo, es la correcta.

Después de Avellaneda fui a aRGra a estudiar fotoperiodismo, luego hice taller de ensayo con varios profesores, y después de muchos años pude estudiar con Lestido, de quien creo que es la referente por excelencia en fotodocumentalismo y ensayo fotográfico.    

La fotografía me salvó la vida, fue la manera de poder relacionarme con el mundo. Fue el medio para relacionarme con las personas. No podría hacer otra cosa, más que hacer fotos. Es más, no sé hacer otra cosa que hacer fotos (risas). 

¿Qué significa la profesión para vos?

Significa todo. Es un placer trabajar de reportero gráfico, conectarse con lo que uno va a fotografiar, y contarlo con una imagen. Por otro lado creo que tenemos una gran responsabilidad sobre aquello que fotografiamos. Uno debe ser honesto consigo mismo y con los demás, sobre la manera en que utilizamos esa fotografía.

¿Qué le dirías a un pibe que quiere dedicarse al fotoperiodismo?

Que si desea ser fotoperiodista, que luche, que no baje los brazos. Todos los años fueron complicados. Cuando yo empecé a querer trabajar de esto, me decían que estaba muy complicado. Quizá este sea el momento más difícil de los que yo pasé, el de más difícil acceso a los medios. Pero creo que las cosas pasan por otro lado, no pasa por trabajar en medios hegemónicos, sino por ser uno mismo la propia PyME, creador de contenidos genuinos y propios. Y que nunca, pero nunca, regalen su trabajo, porque es una manera de bastardear a la profesión. Al fotoperiodismo se lo ejerce con orgullo y gratitud.

¿Qué anécdota te gustaría rescatar después de estos años vividos en la profesión?

Más que una anécdota quiero rescatar el laburo que hacemos. En el mismo día nos puede tocar cubrir un cóctel exclusivo, al rato le hacés una foto a una actriz, después te toca una manifestación, y finalmente estás en barrio carenciado donde mataron a alguien y cae la policía y reprime. Estamos en distintos lados, y somos los que miramos y contamos las historias. Es adrenalínico y super interesante. Es lo mágico de esta profesión. Y además de permite ver la realidad de primera mano y no a través de lo que te cuentan los medios de comunicación.

¿Te acordás de algún momento difícil con el que te haya enfrentado la profesión?

Cuando fue la toma de predios del Indoamericano, o del Club Albariños. Entre balas, uno estuvo a la buena de Dios. No sabía dónde cubrirme. Volaban piedras, botellas, balas. En un segundo empezó todo, y tuvo su peligro. Solemos quedar en medio de represiones. Por suerte hasta ahora sólo sufrí piedrazos o botellazos.

A nivel personal, la desazón de haberme quedado sin trabajo, tanto en el Diario Crítica como en Tiempo Argentino. Empresarios inescrupulosos, que de un día para el otro desaparecen y dejan centenares de familias en la calle. Eso es lo más horrible de esta profesión. Y es muy complejo reinsertarse. Genera angustias y depresiones.

Una de las cosas lindas que tiene esta profesión, más allá de su costado individualista de ser uno mismo que hace las fotos, valoro el trabajo colectivo, el tener respeto por los compañeros en la militancia. En general en los medios, el hilo más delgado se corta en la sección de fotografía. A veces te piden que les regales una foto, como si fuera así de fácil, pero detrás de esa imagen hay una persona que estudió, que se formó, que sabe que su equipo cuesta mucha plata, y mover ese equipo a la calle tiene su costo, y por eso creo a muerte que hay que defender nuestro trabajo, que siempre tiene que ser remunerado.

¿Cuál sería tu trilogía referencial indispensable en fotografía?

Adriana Lestido, una genia en fotoperiodismo y fotodocumentalismo.

Sergio Larraín, un fotógrafo chileno que además es de consulta permanente, no solamente para fotografía sino para la vida misma.

Anders Petersen, un gran fotógrafo sueco.

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