No es amor, es trabajo no pago
Jésica Farías12 de septiembre de 2018
El mito del amor romántico, la sacralización de la maternidad y las labores domésticas. Tres pilares en los que se sostiene la desigualdad de género y alimentan la violencia machista. Cifras y explicaciones para cambiar creencias por verdades.
Nos dijeron que se trataba de amor. Sí, lo sostuvieron demasiado. Todavía pretenden hacerlo, aunque cada vez se les complica más. La familia, las instituciones, el sistema –de más patriarcal– nos insistió desde chiquitas con eso. Y pronto nos comimos el sapo de que si él se ponía celoso, era por amor. O que instantáneamente –e instintivamente– al ver a nuestra/o hija/o recién parida/o, se nos estallaría el pecho a pesar del dolor, del cansancio, de las dudas, de los llantos y de la teta llena de leche de la que aún no prende quien acababa de llegar al mundo. Y que después, a la hora del pañal, cambiarlo sería siempre nuestra tarea. Como sacar los piojos, preparar la cena, lavar los platos, sacar la basura, asistir a la persona adulta mayor de la casa y tantas otras tareas. Pero no: ni hay media naranja que nos complemente, ni instinto, ni amor: solo se trata de laburo que no se remunera.
No comamos perdices
Mabel Bianco, médica y presidenta de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), ensaya sobre el amor romántico. “Es aquel en el que idealizas al otro y el vínculo que tienen, impidiendo así ver la realidad. Es muy frecuente en las adolescentes y jóvenes, pero también en mujeres que han sido educadas muy tradicionalmente”, explica. De ese modo, y bajo su análisis, hay una entrega incondicional que favorece la violencia machista porque en esa lógica el hombre tiene derecho absoluto sobre las mujeres y cuando ellas no lo obedecen, hay castigo. “Ese desenlace de poder es la base de la violencia contra las mujeres”, remata.
No podemos pensar que el deseo de hija o hijo es algo que todas poseemos ni patologizar su falta ni tampoco los diferentes modos de ser madre, porque no hay uno solo.
Hay mitos que sostienen al amor romántico: la “media naranja”, el final feliz que termina en boda y la creencia de que los celos son un signo amoroso. Todo hace que se retroalimente la violencia machista porque fija roles estereotipados de género: para nosotras la sumisión, dedicación e incondicionalidad; y para ellos, la acción, protección, dominación y la falta de demostración. Desigualdad al tope y en cada latido. ¿Cómo volteamos esa lógica? “Necesitamos actuar simultáneamente en varios frentes, ya sea con campañas masivas, educación en escuelas primarias y secundarias o cuidando los mensajes en los medios de comunicación, no sólo los verbales sino también los subliminales como los que promueven a la mujer como objeto y conductas que son patriarcales y desiguales”, registra Bianco. La fundación que lidera lleva adelante No comamos perdices, que promueve noviazgos sin violencia.
Mamá corazón no existe
No hace falta un golpe o un insulto para que haya violencia: confinarnos, de acuerdo a roles impartidos según el género, a tareas de cuidado como si estuviéramos predestinadas naturalmente a ellas, también es violento y denota la desigualdad. Un caso testigo: el mito del amor maternal, que opera fuerte. Lo explica Antonella D'Alessio, psicóloga y docente, cofundadora y una de las coordinadoras de la Red de Psicologxs Feministas: “La sacralización de la maternidad es un fenómeno de la modernidad. Previo a la modernidad, las mujeres parían más de 15 hijos e hijas que estaban a cargo de las nodrizas. Incluso a muy corta edad se les fajaba el cuerpo para que no molestaran. Después se les vestía con ropas iguales a las personas adultas y se les hacía trabajar”, reseña D'Alessio. Y sigue: “Pero al sacarle la posibilidad de historizar el fenómeno, perdemos la mirada crítica y la posibilidad de pensar en la diversidad de las maternidades, de pensar a la mujer decidiendo no ser madre o en la posibilidad de interrumpir un embarazo porque se esencializa bajo una mirada estrictamente biologicista el hecho de que las mujeres seamos madres por naturaleza. Y no podemos pensar que el deseo de hija o hijo es algo que todas poseemos ni patologizar su falta ni tampoco los diferentes modos de ser madre, porque no hay uno solo”.
Las mujeres, para dar su salto hacia la ‘independencia´, se cargaron dos trabajos encima.
Desde la experiencia propia, que rompe con mandatos y desafía lo establecido desatendiendo la idea infundada sobre lo instintivo, May, mamá de Amanda de nueve meses, hace su aporte: “Tuve muchas ganas de tenerla y la esperé con amor, pero cuando nació me costó un montón conectarme con ella. Sentía que el mundo esperaba de mí que yo la amara sobre todas las cosas pero no me pasaba eso. Fue muy liberador poder asumirlo y decirlo en voz alta. Como en cualquier relación humana, hay que construirla. A la maternidad la voy construyendo día a día, interpelándome sobre cosas que creía que debían hacerse de una manera, pero que hago de otra”.
El capitalismo siempre de fondo
“A los 24 años me fui a vivir con mi novio y a los pocos meses quedé embarazada. En ese momento yo me encontraba trabajando, pero a los tres meses de gestación decidí dejar ese empleo. Después vinieron años de dedicación absoluta a mi hija. Pero poco a poco empecé a molestarme, empecé a incomodarme con esa vida que consistía en hacer todo prácticamente sola, sobre todo aquello concerniente al cuidado, crecimiento y esparcimiento de la niña: comidas, baños, turnos con el médico, todo lo relacionado con el jardín, desde la inscripción, reuniones, armado de la mochila, ropa limpia para el día lunes, las notificaciones del cuaderno, las fiestitas de cumpleaños, los paseos y los encuentros familiares, y más”, recapitula Cecilia, una trabajadora social feminista, cuando charla con Cítrica sobre el mito que sostiene que se cuida por amor, aunque en realidad se trata de “trabajo no pago”, en palabras de Silvia Federici, otra feminista que es escritora y activista.
Porque son largas, larguísimas, las horas que destinamos a las tareas de cuidado. ¿Cuáles son? La CEPAL dice que son todas aquellas actividades indispensables para que las personas puedan alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio para el desarrollo de sus vidas. Abarcan, por lo tanto, el cuidado material, el económico y psicológico. Con esa definición tan clara, ¿por qué se sigue sosteniendo que solo la mitad de la población que no está compuesta por varones es la que debe dedicarse abnegadamente a ellas? En nuestro país, tal como señala Mercedes D‘Alessandro, economista y una de las fundadoras de Economía Femini(s)ta, nueve de cada diez mujeres hacen labores domésticas, trabajen fuera del hogar o no. Mientras que cuatro de cada diez varones no hace nada en la casa, aunque estén desempleados. “Esto es algo que se reproduce en todo el mundo. Las mujeres, para dar su salto hacia la ‘independencia´, se cargaron dos trabajos encima”, apunta. Y Corina Rodríguez Enríquez, también economista, además de Doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, analiza a fondo: “El trabajo de cuidado cumple una función esencial en las economías capitalistas: la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin este trabajo cotidiano que permite que el capital disponga todos los días de trabajadores y trabajadoras en condiciones de emplearse, el sistema simplemente no podría reproducirse”.
Jujuy: cinco femicidios en 33 días
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Ellas
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“El tiempo del silencio se terminó”
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