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Ellas

por Martín Estévez
12 de diciembre de 2018

La revolución feminista llegó a Buenos Aires. Después de lo sucedido en el Multiteatro, cierro los ojos y sonrío con los dientes apretados, lamentando con fuerza estar del otro lado, agradeciendo ser testigo de algo que por fin será algo de verdad. Más de verdad que todas nuestras alegrías tan mentirosas. Sonrío porque a todos los violentos, abusadores, acosadores, y si hace falta también a mí, nos arrastrará una tormenta de pasos de amor, de empatía y de justicia.

Algo no me deja dormir. Unos pasos que comenzaron hace decenas de miles de años, tan silenciosos, tan olvidados. Piernas que siguieron caminando aunque fueran quemadas, cortadas, manoseadas. Siglos y siglos de llanto contenido, de esclavitud tan mal disimulada. Pasos cada vez más organizados, en un rincón y en otro, pasos alejados que se juntan cada vez más. Retumba la historia en mi colchón mullidito. No me deja dormir. Se oyen más fuertes los pasos. Pasos de hace un siglo que ya reconozco. Pasos que llegan desde otros mundos hasta este, a un lugar al que llaman Buenos Aires pero es solamente la Tierra, el mismo lugar para todos. Para todos, para todos, para todos hasta que los pasos, de tan fuertes que se oyen, se nos meten en los oídos, nos llegan hasta la lengua y nos obligan a decir todas, tod@s, todes. Pasos que quisiera sentir como propios pero sé que soy el enemigo, sé que abajo de mi almohada, sin saberlo, escondo mis privilegios. Privilegios que no elegí pero que tampoco supe expulsar del todo.

 Siento en mi intuición cultural que los hijos de mis hijos ya no serán opresores privilegiados como lo soy yo

Tiemblan las ventanas de mi departamento de 28 metros cuadrados. Sé que vienen por mí y por todos. Por todos, con O. Y sonrío en la oscuridad porque esos pasos nos dolerán a todos, a todas, pero nos liberarán a todes. Sonrío en silencio porque entre mis privilegios escondo un pañuelo verde que amo pero no es mío, no puedo usar, no me corresponde, no lo merezco. Sonrío porque siento en mi intuición cultural que los hijos de mis hijos ya no serán opresores privilegiados como lo soy yo. Sonrío y lloro a la vez porque estoy sensible, porque soy sensible, y porque si lloro es porque algo ya cambió. Me seco las lágrimas con la funda de la almohada y ahora solamente sonrío porque, aunque no llegaré a ver a la justicia total, extendida, purificadora, sé que más tarde o más temprano llegará. Sé que estos pasos que me conmueven ahora se oirán cada vez más fuerte, cada vez más numerosos, hasta sacar a cada niña, a cada chica, a cada mujer, a cada persona de la oscuridad a las que las tenemos sometidas desde hace decenas de miles de años. Toda la infelicidad que sentimos y que siento, carajo, es cultural. Es culpa de la cultura de mierda que supimos sostener desde que somos. Cierro los ojos y sonrío con los dientes apretados, lamentando con fuerza estar del otro lado, agradeciendo ser testigo de algo que por fin será algo de verdad. Más de verdad que todas nuestras alegrías tan mentirosas. Sonrío porque a todos los violentos, abusadores, acosadores, y si hace falta también a mí, nos arrastrará una tormenta de pasos de amor, de empatía, de la gran justicia que todavía nunca (pero nunca) tuvimos en la puta historia de la humanidad. Sonrío en silencio el 12 de diciembre de 2018, abrazado a mi almohada, porque la revolución feminista está llegando.