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Milo y la banda de los pincelitos

por Revista Cítrica
02 de junio de 2014

Visitamos al artista chaqueño Milo Lockett en su estudio del barrio de Palermo y nos contó cómo el arte le salvó la vida.

Se va. Vuelve. Escapa. Y otra vez regresa, y habla. Pero cuando no está, se nota. Y no es cuestión de desaparecer físicamente, sino mediante los pasillos intrincados del arte. Porque mientras le toca dar una entrevista en una mañana fría de primavera en su atelier porteño del barrio de Palermo, Milo no deja de pintar, de viajar a mundos imposibles, de crear, imaginar, fluir, y Ósobretodo- de respetarse tal cual es.

Responde mientras traza. Enciende un cigarrillo, pide un café y sus ojos vuelven a escaparse al maravilloso mundo del arte. En el mundo real sus manos intentan traducir ese mensaje del más allá. Aquel lugar donde las reglas no existen, ni la ley de gravedad, ni la lógica, y mucho menos el ilógico sentido común. Sólo arte, el oasis de salvación para las almas sensibles.


¿Conversamos?

Si, vine para hablar con ustedes, sino hubiese seguido durmiendo (risas). Tengo tantos temas en la cabeza que los días son larguísimos. La llevo bien, cada vez me ocupo más de las cosas que me bajan a la tierra. Cuando un artista empieza a tener éxito, aquello que más tiene que cuidar es no consumir el éxito mismo, es decir: subirse a la ola y no bajarse. No creérsela. Y creo que eso es lo más difícil. En mi caso, lo que hago todo el tiempo como si fuera un ejercicio, es no apartarme de la realidad. Siempre busco tareas sociales que me ubican en cuál es el camino.

Debe ser difícil después de ganar tantos premios 

Ese tipo de cosas te dan mucha exposición mediática. En cambio, cuando tu realidad te lleva todos los días a descubrir gente y situaciones en las que a muchos les faltan un montón de cosas y que esas personas pelean anónimamente para que todo funcione, está buenísimo.
Eso me hace bien, el contacto con la gente que vive en la realidad y no en una fantasía. A veces los artistas nos perdemos en esas fantasías y nos parecen que las cosas son así de fáciles. El artista muchas veces cae en el error de pensar que el mundo gira alrededor de él. Está bueno poder separarte de eso y darte cuenta de que la realidad es otra, que hay gente que tiene una sola zapatilla, o que no come todos lo días, o que nunca entro a un shopping, o a un cine o a un restaurante.

Y quizá no tanto el tema de cuestiones materiales, sino que muchas personas, por ejemplo, jamás van a conocer el mar, o las montañas.

Es muy romántico eso, en un mundo capitalista como el nuestro. Siento que los adolescentes crecen frustrados. Cuando nosotros éramos chicos teníamos grupos de amigos y éramos muy felices. Por momentos nos faltó alguna cosita pero estaba la banda del barrio, y te morías de ganas por salir de la escuela para ir a casa a hacer la tarea y después juntarte con los pibes. Hoy, los chicos terminan la secundaria y no saben qué van a hacer con sus vidas. Están frustrados porque necesitan más. Y es tanto lo que necesitan para arrancar que genera mucha frustración. Al menos es lo que yo percibo. Hoy tenés jóvenes que van a la universidad, que son brillantes, y tienen miedo de salir de allí. Quizá porque no tienen traje o el celular adecuado para el ámbito donde van a desenvolverse.

Por otra parte creo que los temas que más importan hoy son la economía y la política. No hay otros temas y eso es muy triste. Nos ha ganado tanto la mala onda. Todo el tiempo estamos hablando mal del otro. Todo está mal. Esto es una porquería, ?el asado me salió para la mierda?,? la bebida estaba caliente , si la comprabas a dos cuadras más allá estaba fría?. Y es raro llegar a un lugar en el que haya un clima con buena onda. Todos los días salgo y me encuentro en contextos sociales distintos. Y en todos los ámbitos es lo mismo. No es que en un lugar se habla positivamente y en el otro negativamente. Nadie disfruta de nada. Nadie repara en lo que tiene. Yo soy feliz con lo que sea, con mi whisky.

¿De chico dibujabas?

Dibujé toda mi vida. En mi casa, a nadie le gustaba el arte. Yo era un chico muy salvaje, les di muchos dolores de cabeza a mis padres. Me sufrían bastante porque eran muy tranquilos; y yo muy revolucionario y me la pasaba agitando.
Me rapaba la cabeza a los quince, corte punk, tatuajes, todo eso. Y hace treinta años eso era muy loco. En el Chaco fui el primero en tener una manga (todo el brazo tatuado). Todavía se acuerdan de eso allá. Hoy hay como cinco casas de tatuajes. Pero en general tuve una infancia muy linda y sencilla. Íbamos a las lagunas cercanas a pescar todo eso, para meterlos en la pileta.
Después, en la adolescencia, tuve etapas muy conflictivas. Me gustaba todo lo prohibido. Y empecé a trabajar de muy chico. Quería tener mi guita. Empecé a los once años, cortando pasto. Y eso que mi papá era contador. Yo pensaba que éramos pobres; él era tan austero que me hacía creer eso.

¿En qué momento sentiste que ésta era tu profesión?

Fue muy particular lo mío con el tema del arte. Nunca pensé en que iba a vivir de esto. Jamás creí que iba a hacer una carrera. Entonces, todo fue casi sin quererlo. Pero después, cuando vi la puerta, la abrí. Y dije: ?esta es la mía. ¡A la mierda!, ¿pagan porque uno haga estos dibujos? ¡Es genial!?.
A veces me toca compartir mesa con varios artistas que son muy exitosos, casi que todos son neotop. Y cuando me preguntan a mí les digo: ?¡yo no hago arte, yo pinto dinero?!(risas) Yo ya me estoy retirando, cuando junte los pesitos que me faltan, me las pico. Es decir, trato de minimizar todo lo que tiene que ver con la cosa absoluta del arte. O sea, siempre escuchás decir: éste es un gran actor de teatro, éste es un gran pintor, aquel es un tal o cual. Y a mí no me importa eso. Yo soy un ser humano. A veces, cuando se hacen las ocho de la noche, quiero parar todo, tomar un whisky, estar tranquilo y que nadie me moleste.

¿Cómo pasaste del anonimato a que te conozcan?

Cuando paso lo del 2001, el dibujo fue lo único de lo que me pude agarrar, porque no tenia nada de nada. En esos años estaba en Chaco, tenía una fábrica, tres locales de ropa que los había levantado yo mismo, y ante la vista de la gente era lo que se dice “un tipo exitoso”. Y de golpe nos fuimos todos a la mierda y quebré, como todo el mundo. Lo único que tuve para hacer fue esto: el dibujo.

Me puse a pintar a lo loco. La venta posterior fue consecuencia de que a alguien le gustó. Me podría haber deprimido, tenia una hija (Olivia) de menos de tres años cuando me agarró la debacle. Tenía una fábrica con veinte personas a mi cargo. No era joda.
Una noche hice una muestra, en el centro cultural Nordeste y gustó. Al otro día me levanté a las seis de la mañana como todos los días, a trabajar. Me senté media hora en la cama y no pude arrancar. Entonces, me junté con mi contadora y mi abogado en la cocina de mi casa y les dije: vamos a cerrar y vamos a indemnizar a toda la gente. Lo primero que vamos a hacer es pagar los sueldos a los empleados, no quiero juicios laborales. Segundo, vamos a pagar los alquileres; tercero, haremos una convocatoria con los acreedores, y último va a cobrar la DGI. Y así armé todo. A la tarde de ese día compré dos bastidores y me puse a pintar en el patio de mi casa, con mis locales cerrándose y veinte empleados tocándome el timbre para saber cómo les iba a pagar. No quería la plata de nadie. No quería ir más al banco, ni escuchar quejas, ni nada. Y en un momento llegué a pensar que podía robar un banco. ¡Ojo, estuve cerca! (risas), y por eso digo que el arte me salvó la vida. Sino hubiera sido “La banda de los pincelitos”. ¿Es buena esa para titular, no?: “La banda de los pincelitos”. 

Nota publicada en la edición número 7 de Revista Cítrica