Masacre del taller de Luis Viale: "Que la muerte de nuestros compañeros no sea olvidada"

por Lautaro Romero
Fotos: Agustina Salinas
02 de abril de 2021

El incendio en el que seis personas perdieron la vida en la textil Luis Viale es símbolo de lucha contra el trabajo esclavo. Y sin embargo permanece en el olvido: la Justicia porteña sobreseyó en 2019 a los dueños y les devolvió el inmueble donde funcionaba el taller clandestino. El recuerdo de les sobrevivientes.

A Lourdes Hidalgo le resulta imposible no recordar y viajar en el tiempo: “Cada vez que veo fuego, encierro y oscuridad pienso en ese día que todo cambió para siempre”.  Lourdes es una sobreviviente de ese jueves 30 de marzo de 2006 en el que las llamas devoraron el taller textil que funcionaba en la calle Luis Viale 1269, en Caballito, donde vivían en condiciones infrahumanas 65 personas, gran parte migrantes, entre ellas 25 menores de edad. 

Un corto circuito desató la masacre, desnudó la desidia y la explotación laboral en su máxima expresión: cosían ropa durante 18 horas al día, tenían un solo baño y dormían en espacios lúgubres separados por nylon y cartón. Una puerta de emergencias que estaba tapada por cortes o prendas terminadas. Porque en definitiva valía más la mercancía que la vida de lxs obrerxs. 

Las víctimas: Juana Vilca (25 años, embarazada), Wilfredo Quispe (15), Elías Carvajal (10),  Rodrigo Carvajal (4), Luis Quispe (4) y Harry Rodríguez (3). Los principales responsables: los dueños del inmueble, Daniel Alberto Fischberg y Jaime Geiler, que gracias a la Justicia porteña fueron sobreseídos y recuperaron la posesión del espacio en 2019. La impunidad es tal que incluso Fischberg y Geiler siguen produciendo ropa con mano de obra barata en un taller cercano, sobre la calle Galicia. En más de una década de proceso judicial y con la causa prácticamente cerrada, sólo fueron condenados los capataces del taller Luis Viale, a 13 años de prisión. 

Pasaron 15 años del horror. Lourdes sobrevivió para contarlo. Fue la última en salvarse. Todavía escucha los pedidos de auxilio, las explosiones. “Ese día vi a un niño entre el fuego que estaba gritando. Tomé el valor de entrar y sacarlo, es lo que hubiese hecho cualquiera para salvar una vida. Corrí hacia abajo para traer el matafuego y cuando quise usarlo no funcionaba, estaba vencido. Fue muy doloroso. Jamás lo voy a olvidar”.

Pero Lourdes Hidalgo ya no está sola. Organizaciones migrantes y de derechos humanos la acompañaron en el festival en las puertas del ex taller el martes 30 para recordar a las víctimas y exigir que el lugar se transforme en un espacio de memoria.
 

Basta con mirar a las personas que la acompañan para entender lo ocurre allí: un encuentro y un abrazo eterno entre distintas comunidades migrantes: bolivianas, paraguayas, argentinas para mantener viva la memoria de quienes ya no están. Para preservar el lugar y exigirle al Estado expropiación y patrimonialización. 

Cada vez que veo fuego, encierro y oscuridad pienso en ese día que todo cambió para siempre.

“Luis Viale somos todos y todas- asegura Lourdes-. La lucha por las muertes y las injusticias se ha fortalecido. Somos una sola voz. Seguimos luchando junto con la Comisión por la Memoria y la Justicia que se formó, y distintas organizaciones y colectividades. En noviembre de 2019 presentamos el proyecto de expropiación pero en el medio apareció la pandemia. Volveremos a presentarlo. Pelearemos hasta el final. Nos ignoraron 15 años. Seguimos de pie. Pedimos el apoyo de todos”

En plena calle donde antes hubo tristeza, incertidumbre y dolor; hay cantos indoamericanos que mezclan nostalgia y esperanza, bailes típicos que traen alegría desde las alturas de La Paz, hay tango, arte, música, feria de productores autogestivos,  un grupo de sikuris que reivindica la presencia indígena en nuestro país. Hay siluetas en color negro colgadas de los árboles con el nombre de las personas a quienes les arrebataron los sueños y les apagaron las voces. Hay pintadas con los colores de los pueblos originarios bajo la leyenda: “La sangre de lxs trabajadorxs no será negociada”.

Lila Báez, migrante paraguaya, de la Secretaría de Trabajadores Migrantes y Refugiados (UTEP), asegura: “Estas cosas siguen pasando mientras los responsables no estén en la cárcel. Las y los trabajadores migrantes seguimos siendo explotados y criminalizados. Tenemos derechos y tienen que ser reconocidos y respetados. El taller no debería ser llamado clandestino ya que siempre hubo una complicidad por parte de los dueños y la Policía. Sabían que existía y les hacían trabajar de manera exhaustiva y esclava”. 

Son las complicidades asesinas, los pantalones de jeans que servían de intercambio para mantener el silencio, ante el delito evidente. 

Lourdes: “En 2010 hicieron una inspección ocular del taller. Al tiempo del incendio quisimos entrar a ver si podíamos recuperar algo pero no nos dejaron. Pero sí los dejaron entrar a los patrones para recuperar su capital. Nos dejaron en la calle, nos abandonaron a todos a nuestra suerte. El Estado también nos abandonó. Les entregaron la llave a los dueños. Tuvieron diez años para investigarlos y no hicieron nada. ¿Cómo podemos permitir que la muerte de mis compañeros sea olvidada? Es muy importante que su memoria permanezca viva, que los recuerden y sepan que acá hubo una masacre. No nos callarán”.

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