“La salud mental es tabú, si decís que estás medicada te tachan”

por Estefanía Santoro
Fotos: Agustina Salinas
17 de abril de 2023

Actriz, dramaturga y artista multifacética, Maruja Bustamante escribió y actúa una obra que aborda sus padecimientos psicológicos. Una conversación en profundidad sobre la doble moral del ambiente teatral, la discriminación hacia las corporalidades no hegemónicas y la escasez de tramas con protagonistas gordas.

Maruja Bustamante es una artista multifacética imposible de encasillar. Actriz de cine, teatro y televisión, performer, escenógrafa, guionista, directora, dramaturga y docente en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), donde dicta Taller de Dramaturgia, espacio que antes de jubilarse ocupaba el histórico Mauricio Kartun. 

Desde que arrancó a actuar, a los ocho años, no ha parado. Hoy Maruja está terminando de filmar una película en la cual las protagonistas son una reina y una princesa gordas, con la presencia de otras corporalidades no hegemónicas; el estreno será en una nueva edición del Festival Asterisco. También dirige “Alicia por el momento”, que se podrá ver en Timbre 4 (México 3554, CABA) los lunes de mayo y junio a las 21, y está a punto de estrenar otras tres obras: “Adiós, cyborg, amor”, de Belén Gatti, y las dos restantes de su autoría (“Chacha San Pietro y  “Potencia Gutiérrez”).

Uno de sus mayores desafíos recientes fue escribir y actuar “La casa oscura. Un documental sobre la salud mental”, que se estrenó en 2021, giró por distintos escenarios y se presentará en Caras y Caretas (Sarmiento 2037, CABA) el miércoles 19 de abril. Con una larga trayectoria arriba de los escenarios, asegura que no fue fácil llevar al teatro un tema que continúa siendo motivo de estigmatización y discriminación hacia quienes son diagnosticadxs.

–¿Cómo surgió hacer “La casa oscura”?

–Hace varios años que quería hacer algo así y me costaba porque el tema es muy tabú y, además, para cualquier cosa que quieras hacer, si decís que estás medicada, te tachan. De mí han dicho ‘ojo que Maruja está medio loca, entonces mejor que no venga’, cuando, en realidad, todo el mundo se medica. Traté de hacer cosas sobre salud mental, pero todo lo que se me ocurría me parecía una porquería, hasta que un día me llamó Mariela Asensio y me dijo ‘Maruja fui al psiquiatra y me diagnosticaron TOC’. A ella la conozco desde los 20 años, somos colegas que siempre nos encontramos porque tenemos intereses similares. Me lo contó porque una vez me escuchó hablar de lo que me había pasado. En 2012 tuve un surmenage con ataques de pánico, visiones y casi me internan. Me costó 10 años ver cómo hablar de eso y la recuperación fue un montón. Ella tiene TOC nivel Dios, de los que cierra la puerta 70 veces y me dijo que se sentía muy mal. Quería hacer una obra y que yo la acompañe, porque sentía que sola no iba a poder. La obra trata de nuestros diagnósticos y de cómo hicimos o cómo hacemos para sobrellevarlos, en tono de comedia. Es un show documental sobre la salud mental porque tiene un tono cómico, también tiene momentos tristes, pero depende, hay gente que va y llora todo el tiempo porque se siente muy identificada. Hablamos de los tratamientos, de la familia, del trabajo, porque lo que tiene la salud mental es que de repente atraviesa toda tu vida y tenés que ver cómo convivir con el mundo y con eso que te está pasando. 

"No podemos salir haciéndonos las divas, muchas personas nos esperan y nos quieren abrazar."

–Y también convivir con personas que no entienden lo que te pasa.

–Claro, a mí me han dicho ‘con Maruja no porque le agarra eso que le agarra y no puede hacer nada’. Yo tenía muchos pánicos, entonces de repente quedaba paralizada y se me estigmatizaba. Llegué a tener pánico escénico, eso fue lo más triste que me pasó. Llegaba al teatro y no podía salir al escenario. Cancelé funciones, entonces obviamente me odiaban y todos decían ¿qué le pasa? Durante la pandemia varios de esos que hablaban de mí tuvieron un ataque de pánico, no querían salir de la casa y me llamaban pidiendo perdón. ‘Maruja yo hablé muy mal de vos en ese momento, no entendía qué te pasaba’, me dijo una colega. Lástima que primero tuvo que pasarle para que se diera cuenta. Si hubiese más información no pasaría eso. Como docente pienso que por suerte estoy yo, porque otro profesor a mis alumnos con esos episodios los hubiese dejado libres. 

–Imagino que, por lo poco que se trata la temática de la salud mental, tuvo buena recepción la obra.

–Sí, es muy fuerte todo lo que nos pasó. Un día vino de incógnito Carla Vizzotti, la ministra de Salud. Cuando terminó la obra dijo que nos quería saludar, nos dio un abrazo y me dijo: ‘Te quiero pedir disculpas porque el sistema médico no te supo contener’, porque en un momento en la obra me quejo de eso. Yo veía que alguien lloraba mal en primera fila, pero no sabía que era ella. Ahora nos lleva a congresos de salud mental en el país para que mostremos la obra a profesionales, directores de hospitales, jueces. Yo pensaba 'hagamos esta obra para sacarnos todo y si ayudamos a una persona ya soy feliz', pero después me di cuenta que estamos ayudando a muchas personas con esta obra. También hacerla lo sentimos como una responsabilidad. Una vez vino una mamá con su hija que estaba teniendo muchos pánicos. Cuando salí la chica lloraba y me preguntó ‘¿te puedo abrazar?’, la abracé y me dijo ‘¿me decís algo?’. Y le dije 'vas a salir, por lo menos es lo que me pasó a mí, salís sí o sí'. Me decía 'gracias' y lloraba, fue muy fuerte. No podemos salir haciéndonos las divas, muchas personas nos esperan y nos quieren abrazar.

"Llegaba al teatro y no podía salir al escenario. Cancelé funciones, entonces obviamente me odiaban y todos decían ¿qué le pasa?"

 

Trayectoria en movimiento

A los seis años Maruja empezó danza y a los ocho le dijo a su mamá que quería ser actriz. Empezó con talleres de actuación en la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde iba a nadar, porque su mamá no conocía otros espacios de teatro. Por una de esas suertes de la vida, Maruja vivía en el mismo edificio que la actriz y dramaturga Ana María Giunta y a la mamá de Maruja se le ocurrió preguntarle dónde podía llevarla. Giunta le recomendó que estudiara en el Instituto Vocacional de Arte Manuel José de Labardén y al año siguiente ya había ingresado; también pasó por el Club del Teatro. Luego se formó con Helena Tritek, su maestra de actuación, y también con Graciela Dufau y Ricardo Bartís.

A los 22, una amiga le recomendó hacer un casting para una obra de José María Muscari que se llamaba “Catch”: “Entré a 'Catch' después de una audición en Parque Chacabuco que fue muy feroz y había un montón de pibas. Esa fue la primera obra que hice con Muscari; hice cuatro más con él, eran sus primeras obras”, recuerda Maruja.

A los 25, ya había estrenado su primera obra como autora y directora, a la que llamó “No mires sin Mirta”. Cuatro años antes había debutado como directora en Teatro por la Identidad con la obra “Fronterizos”; sus compañeros le pidieron que la dirigiera. “Helena Tritek siempre me decía 'vos dirigí porque se te ocurren cosas'. Naturalmente siempre les decía a los actores 'ponete esto, hacé lo otro'. Helena y su hijo Hugo empezaron a estimularme para que dirigiera. En un momento, cuando estábamos haciendo unos cuentos de Silvina Ocampo en bibliotecas de la Ciudad, Helena se fue de viaje y nos dijo a todo el grupo 'me voy a ir, pero les dejo a Maruja como directora'. Ésa fue la segunda obra que dirigí y la llamé ‘Si no vuelvo no te asustes’; la hicimos en la fábrica IMPA”.

En paralelo, Maruja estudiaba Comunicación social en la UBA. Llegó a la mitad de la carrera, hasta que un profesor de la materia Taller de comunicación audiovisual le dijo “¿Qué haces estudiando esto?”. Dejó la UBA y entró a la FUC a estudiar cine, mientras seguía haciendo teatro. Estudió montaje, pero lo que más le gustaba era escribir guiones. Intentó ingresar a la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, no lo logró y se puso a estudiar de nuevo. Volvió a rendir, entró y cursó una maestría en Dramaturgia en la Universidad Nacional de las Artes.

Maruja es de esas artistas que está en formación constante. Ahora estudia en el laboratorio de Lyon y el año pasado cursó el Programa de Cine de la Universidad Torcuato Di Tella. Hizo, además, talleres de poesía y de canciones con Tommy Lebrero y con Rosario Bléfari. Pinta hace 12 años y aunque reconoce que dibuja mal, en la pintura encontró mucha tranquilidad. Fue una de la seleccionadas para realizar la residencia del Royal Court Theater de Londres que se hizo en Latinoamérica, un programa en el que participaron profesionales dramaturgxs de Argentina, Uruguay y Chile.

"En el teatro siempre hubo una doble moral, es como que todos nos aceptamos como somos, pero después en las obras no hay representatividad."

 

Gordofobia en escena

Maruja apenas supera los 40 años y su trayectoria actoral alcanza las tres cifras. Participó en más de 110 obras, actuó en tv, cine y teatro, pero su universo profesional no termina ahí. Es una de las referencias ineludibles de la dramaturgia contemporánea en el teatro argentino, un espacio que tradicionalmente han ocupado los hombres.

Maruja viene a romper no sólo con una estructura patriarcal, sino que además cuestiona los estereotipos corporales en escena: ¿qué lugar tienen los cuerpos gordos en la ficción?, ¿qué personajes les están vedados arriba de un escenario? En un ambiente donde parece que todo es aceptado, por las ranuras de las tablas de madera se cuela la misma gordofobia que reina en la sociedad.

–¿Cómo fue hacer teatro durante tu adolescencia, qué te pasaba con tu corporalidad? 

–En el teatro siempre hubo y sigue habiendo una doble moral, es como que todos nos aceptamos como somos, hay algo de eso que nadie va a negarlo, pero después en las obras no hay representatividad, eso lo viví siempre. En la adolescencia me daba terror hacer castings, pensaba 'no voy a quedar', además mi papá me decía que perdía el tiempo, porque era una gorda asquerosa. Yo un poco luchaba con eso y quise buscar contención con mis profesores, uno me dijo 'vos tenés que aspirar a hacer comedia y personajitos con ese cuerpo que tenés, porque no te van a dar oportunidad de hacer otra cosa'. Era duro que me dijera eso porque cuando estudiás, estudiás como todes, todo, o sea, estudiás para hacer de Julieta, por dar un ejemplo.

–¿Qué lugar tienen los cuerpos gordos en la ficción?

–Hace unos años vengo analizando que lo peor que nos pasa a las corporalidades diferentes, sea cual sea –yo soy gorda, pero también a les afrodescendientes o quien sea–, es que no incidimos en la acción de los relatos, siempre estamos satélites y somos prescindibles en las historias. Lo importante de una obra es la acción, que le pase algo a los personajes, y a esos personajes no nos pasa nada. Es algo fuerte que se traduce y que viene de la sociedad. Vas a hacer de cocinera, no importa si cocinás o no. Ahora últimamente lo que nos pasa es solo eso, ser gorda. Te pasa que si sos gorda nadie te quiere, si sos judía tenés un montón de conflictos con el judaísmo, no tenés nada que resolver, el personaje no tiene ningún camino que recorrer, entonces es aburrido actuar. Yo hice de mucama incontadas veces.

"Lo peor que nos pasa a las corporalidades diferentes, sea cual sea, es que no incidimos en la acción de los relatos, siempre estamos satélites y somos prescindibles en las historias."

–¿Qué otros papeles te daban?

–Hice de secretaria, recepcionista, cajera, también hice de friki, de gorda loca como digo yo. Estoy hablando en el audiovisual comercial. No me tocó mucho la gorda simpática porque tengo un tono medio oscuro, me parece, pero está ese arquetipo: me toca más la gorda que rompe cosas, mala, resentida y también hay una zona donde me hacen hacer de tierna y medio tonta. En el teatro he protagonizado algunas obras como, por ejemplo, “Todo tendría sentido si no existiría la muerte”, que hice con Mariano Tenconi; me va a odiar por decir esto, pero él me dijo 'te la escribí para vos porque para mí vos sos Liliana'. Yo me emocioné un montón, es muy halagador que te escriban una obra y le tengo mucho aprecio a Mariano, pero Liliana, el personaje que hacía, era francamente gorda. Cómo se vestía, un poco medio heavy metal, tomaba merca y tenía una camioneta, otro personaje se confundía y la quería besar y ella le decía ‘yo no soy lesbiana’. Ya ahí había un estereotipo de gorda que se viste medio masculina, que le gusta el heavy metal, es obvio que es torta, se manejó ese estereotipo. La obra hablaba de una mujer que está muriendo de cáncer y que su último deseo era hacer una película porno. Todos los personajes están sexualizados en la obra y en algún momento tienen un encuentro con alguien, menos Liliana. Ella solo filma la película, para mí eso fue un gesto, más allá de que era re divertido y Liliana es la que apoya al personaje principal a que haga su película porno, no participa de la película porno. Están todos haciendo la película porno menos la gorda. Cuando se lo señalé a Mariano le dije “es inconsciente lo que te pasa, Mariano, no vas a poner a la gorda a coger”. Es rarísimo, no pasa porque también nos aniñan.

–¿Creés que eso cambiaría si la persona que escribe o dirige esa obra tiene una corporalidad no hegemónica? 

–Yo pasé por eso y hay que deconstruirse también. Hoy en día pongo corporalidades que me identifican, de hecho, ahora voy a estrenar en el Cervantes una obra que se llama “Potencia Gutiérrez” y uno de los personajes es Serena, que es la hermana de la bastonera del carnaval, que es como la diosa, reina. Ella es gorda, rapera y no le importa nada del carnaval ni los estándares de belleza. Es hermosa, tiene un enamorado y no sabe qué hacer con él. Tiene mucha acción en la obra, le pasan un montón de cosas, está sexualizada, no está aniñada. También me gustaba que la madre sea gorda, pero no sé si la actriz va a poder, me gustaba que sea una madre que fue reina del carnaval y que engordó, ese tipo de personas que de verdad existen. Las madres siempre son atléticas, pero las madres que tuvieron dos hijos no sé si están todas tan atléticas, por dar un ejemplo. De hecho, también dirigí la obra “Yegua”, que es sobre una lesbiana motoquera que se le rompe la moto, busca dónde guarecerse, se mete un convento y revoluciona a las monjas. Elegí una actriz gorda para ese papel y puse una yegua que era otra actriz gorda como para ver qué pasaba en una obra donde son todas gordas y una vez una directora de teatro me dijo '¿por qué no pusiste a alguien más sensual para hacer de tortón?', que es Melina, el personaje principal. Yo le dije que para mí Melina es re sensual. Ahí pasa esto de la doble moral. Salen de Teatro Abierto, todo bien, pero si hay unos momentos de desnudos o situaciones eróticas, prefieren a una flaca que a Melina.

–¿Qué pensás del cupo, que ahora se usa mucho para ser políticamente correcte? Por ejemplo, en la tv o en el teatro, que son todas actrices flacas y una gorda.

–Pienso que es muy aburrido y muy duro para esa persona que es el cupo, porque se da cuenta. A mí me ha pasado mucho también como dramaturga que, por ejemplo, hay un ciclo de dramaturgos en el Cervantes y somos ocho: siete varones y yo, como si yo fuera la representación de todo el pensamiento de las femenidades del mundo. Es un peso muy grande y en el caso del cupo gordo pasa lo mismo. No soy solo gorda, estudié, hice esto, lo otro. También lo que sucede mucho es que nos confunden porque no nos miran bien. Por ejemplo, con Karina Hernández es como si fuésemos una y ella me cuenta que le pasa lo mismo. Pienso que es porque no nos miran a la cara, porque no tenemos un pedo que ver. 
 

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