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Marília Guimarães: protagonista de una fantástica historia revolucionaria

por Saverio Lanza
16 de octubre de 2019

Crónica de la vida de una guerrillera brasileña que, en el año nuevo de 1970, secuestró un avión de pasajeros en Montevideo para escaparse de la dictadura, hacia la Cuba Libre de Fidel Castro. Y lo hizo junto a sus pequeños hijos, quienes por entonces contaban con apenas dos y tres años.

"Pero, este avión no puede llegar a Cuba", dijo el comandante Mario Amaral junto a sus colegas Helio Borges y Silvio Eduardo de Carvalho Fróes. "Va a llegar", respondió Marília con vehemencia. Así era -y es- la Guimarães. Brasileña, carioca, revolucionaria. Licenciada en Letras. Narradora y protagonista de una historia cautivante, fantástica, extraordinaria. 

En casi todas las etapas de la humanidad, el simple hecho de pensar, reflexionar, actuar para cambiar el statu quo de la coyuntura imperante en cualquier rincón del Planeta, fue sinónimo de hoguera. A veces, en sentido figurado, y otras no. Pero siempre fue un virtual acto revolucionario.

El espíritu setentista de resetear Brasil en los primeros años de la dictadura, que comenzó tras el Golpe de Estado de 1964, y se extendió por larguísimos 21 años de invierno político hasta la elección de Tancredo Neves en 1985, no significaba -precisamente- un pensamiento, sino un estado pasional constante en la vida diaria de jóvenes idealistas. Muchas. Como Marília.

"Mi espíritu revolucionario, la inspiración, las lecturas, la toma de conciencia, las diferencias sociales, la miseria de unos y las riquezas de otros, mis vivencias en una familia de granjeros y demás, me llevaron a luchar para disminuir estas diferencias", confió Marília, en una charla con Revista Cítrica, rememorando sus primeras inquietudes sociopolíticas.

Militaba en Río de Janeiro, junto a su marido, en la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR). "Mi mamá entró en el movimiento guerrillero cuando apenas nací", cuenta Eduardo Guimarães a Revista Cítrica. El hijo menor de Marília detalla que su hermano Marcello "tiene recuerdos objetivos de dentro del avión y cosas que sucedieron cuando huimos". Ya sabremos de aviones y huídas. Todo a su debido tiempo. 

"Mi espíritu revolucionario, la inspiración, las lecturas, la toma de conciencia, las diferencias sociales, la miseria de unos y las riquezas de otros, mis vivencias en una familia de granjeros y demás, me llevaron a luchar para disminuir estas diferencias".

"Mi madre nació en una familia muy rica, perteneciente a la oligarquía brasileña. Tenía amigos jóvenes, cercanos al poder, que terminaron enrolándose en la lucha armada. Para que tengas una idea, mi padre era asesor del ministro de Educación en el momento en que entró a la guerrilla. Y mi mamá era una burguesa, pero con visiones muy revolucionarias para esa época. Era lo normal. El mundo estaba explotando en ese momento, y ellos eran una de esas generaciones que estaban en contra de los regímenes dictatoriales y cambios de costumbres. Los años 60 fueron muy ricos en ese sentido. Y ella estaba al frente de ese movimiento cultural. Producía teatro, por ejemplo, además de trabajar en varias escuelas", relata quien hoy alcanza los 50 años, y por entonces apenas tenía 2. 

Los fuegos de la hoguera alcanzaron a Marília una tarde de 1969 en que un compañero del movimiento fue detenido con panfletos y un mimeógrafo. Ella tenía apenas 21 años. Los militares siguieron el rastro, como rabiosos sabuesos, hasta dar con la procedencia de la máquina: la escuela donde Marília enseñaba, Coelho Neto, en un suburbio de Río, cerca de la Favela de Acari. "Era un lugar donde los compañeros se encontraban e imprimían libros y panfletos. Nadie sospechaba", explica Marília, quien hoy cuenta con 71 años.

Fue inmediatamente perseguida, capturada, torturada durante tres días y sus noches, como señala en su libro "Habitando el tiempo". Marília rememora que durante los vejámenes, cerraba los ojos y pensaba en sus dos pequeños hijos, Eduardo y Marcello, de dos y tres años. "Los militares torturaban a los niños para conseguir que los padres y los compañeros hablasen", señala Eduardo. Entonces, Marília apretaba los dientes y buscaba en su mente la imagen del Che Guevara, para envalentonarse, y sacar fuerzas de donde ya no había, para no delatar, para no soltar ningún nombre, para no quebrarse.

Días después la soltaron. La policía no pudo vincularla al VPR. Supo entonces que el futuro inmediato tenía una brújula con una sola dirección: al norte, a Cuba, al exilio. Para entonces, su marido ya había sido arrestado. Así fue que ella y sus compañeros comenzaron a idear el plan para poder escapar de la dictadura brasileña, en un continente que se veía ensombrecido por los primeros vuelos rasantes del Plan Cóndor, digitado por Estados Unidos.

"Los militares la liberaron -a Marília- para ir detrás de ella, como si fuera estúpida, creyendo que mi madre los iba a llevar con otros compañeros. Pero ella salió de ahí, huyó, y no apareció más, cayendo en la clandestinidad. Y después de eso, todo fue una compleja epopeya", explica Eduardo.

Eduardo rememora que su madre apoyó a la guerrilla desde el primer momento. "Mi papá era uno de los líderes de la Vanguardia Popular Revolucionaria junto con Carlos Lamarca, apodado el Capitán, que tiempo después entró en la organización y fue uno de los líderes también". Lamarca fue capitán del Ejército Brasileño, desertó en 1969 y se convirtió en uno de los líderes de la VPR. Este movimiento surgió de la fusión de disidentes de la organización revolucionaria Marxista "Política Operária" y militares rebeldes pertenecientes al "Movimiento Nacionalista Revolucionario".

"Mi madre quedó muy expuesta. El mimeógrafo de la escuela fue trascendental. Ella fue a declarar, pero lo hizo de forma inteligente y elegante, y consiguió no ir presa en aquel momento. Dijo que se iba a entregar después. No fue el día que dijo que iba a ir, pero finalmente se entregó. Fue llevada a una fortaleza en Río de Janeiro, en Niterói, del otro lado de la ciudad, donde torturaban y mataban guerrilleros. Allí fue interrogada durante tres días, y luego la liberaron. No entregó nada ni a nadie. Los militares la liberaron para ir detrás de ella, como si fuera estúpida, creyendo que mi madre los iba a llevar con otros compañeros. Pero ella salió de ahí, huyó, y no apareció más, cayendo en la clandestinidad. Y después de eso, todo fue una compleja epopeya. Ella pasó un año entero yendo de acá para allá, llevándonos a nosotros a dormir dentro de autos, o en las favelas, o en el interior del Brasil, cambiando de ciudades, de provincias", cuenta Eduardo.

Y detalló minuciosamente que "lo increíble de la historia es que, cuando los represores estaban cerca de nosotros, ella los percibía, intuía, y resolvía salir de allí, hacia cualquier parte. Y de golpe llegaba un camión con un batallón del ejército tras nosotros, pero ya no estábamos. Y eso ocurrió una innumerable cantidad de veces".

Agregó que "lo curioso de esos hechos -de que ella huía a tiempo, a veces apenas por minutos- es que no hace mucho tiempo, creo que hace unos cinco años, mi mamá estaba en una fiesta de una amiga, y esta amiga le presenta una mujer, diciéndole que ella había sido Primera Delegada de la Policía Federal de Brasil. Y esta amiga le dice a la mujer: "Esta es Marília, secuestró un avión, y se exilió en Cuba". Y en ese momento, la Delegada le dice: 'Un momento, ¿Marília Guimarães? Yo era la responsable de encontrarte. Siempre te busqué y nunca pude encontrarte; siempre conseguías escaparte antes'. Esta mujer -actualmente- es "Desembargadora" (Jueza de Tribunal de Segunda Instancia). Eso no está en el libro, ocurrió hace muy poco. Es muy interesante que -todo lo que mi madre contó- esta mujer vino a confirmarlo. Terminó conociendo a la persona que la perseguía". 

Y Marília rubricó el increíble encuentro relatado por Eduardo: "Lo que él dijo fue así. Fue un momento pésimo, de sensaciones horribles. Más o menos fue como en la actualidad es el hecho de despertar todos los días con una nueva aberración por parte del gobierno de Bolsonaro. Es lo mismo. Sentí y siento pánico, pero a la vez fuerza para enfrentar nuevamente al enemigo".

Por aquellos años el plan Cóndor amanecía. Eduardo señala que "no sólo el Ejército, la Marina y la Aeronáutica formaban parte del plan, sino que había muchos ciudadanos que trabajaban contra la guerrilla. La sociedad brasileña no estaba en contra de los militares. Los guerrilleros pensaban que la sociedad era una olla a presión, con riesgo de explotar, y que -de algún modo- el comienzo del proceso guerrillero iba a terminar en un levantamiento que derrumbaría al régimen militar. Pero ocurrió exactamente lo contrario. La población estaba a favor de los militares en su mayoría, y entregaban a cualquier sospechoso. Inclusive hubo padres entregando a sus propios hijos. Eso pasó también en Argentina y en Chile".

"En verdad, no existe una historia contada por nuestros propios deseos, sino que es una historia que va corriendo. Existe lo que yo pienso, lo que piensan los demás, y 'la verdad'. La verdad corre solita. Fue por eso que el movimiento para derrumbar a los militares no ocurrió, porque no era un sentimiento popular, sino todo lo contrario. El pueblo veía a su país bajo el relato que los militares construyeron, y que lo hicieron muy bien, a través de la comunicación. Decían que Brasil era el país del futuro, que todo iba a estar bien. Tuvieron una inyección de dinero que después hizo estallar las cuentas por los préstamos del Fondo Monetario Internacional, pero que -en aquel momento- ayudó a crear un 'milagro económico'", explica.

Con sólo 22 años, la decisión llegó el día de Año Nuevo de 1970. Llevando a sus pequeños, uno de cada mano, Marília zigzagueó Brasil. São Paulo, Río, Belo Horizonte, Porto Alegre. El camino debía ser necesariamente intrincado y -a la vez- profusamente preciso. La base de operaciones sería Porto Alegre, en casa de una compañera. Desde allí, viajaría al aeropuerto de Carrasco, en Montevideo, Uruguay, con ayuda de Tupamaros, para hacer un estudio de terreno, donde abordarían un avión, para luego secuestrarlo, y viajar a la tierra prometida conducida por Fidel Castro.

Marília y el grupo de cuatro que viajó a tierras charrúas volvió rápidamente a Porto Alegre. Los niños se habían quedado allí, pasando días de -al fin- divertimento, calma y alegría. La joven compañera dueña de casa, devenida en niñera, los había cuidado con devoción y ternura adolescente. Años después, esta joven idealista se convertiría en Presidenta de Brasil. Era Dilma Rousseff.

"Dilma es una mujer muy especial. Mis Hijos, que nunca se habían separado de mí, pasaron 15 días junto a ella, que por entonces era muy joven. Teóricamente, no sabía cómo lidiar con los niños, pero ella les brindó una estabilidad emocional increíble, y no tuvieron problemas durante esas dos semanas. Es una mujer de una ternura impresionante", contó Marília.

En el aeropuerto internacional de Carrasco, el clima era intenso. Marília recuerda y dibuja en su mente cada segundo. Eduardo y Marcello corrían felices por la terminal. Estaban tan inquietos que uno de los policías aeroportuarios la ayudó a cuidarlos mientras ordenaba el equipaje, con pañales, mamaderas, juguetes y seis revólveres.

Marília se sentó junto a los niños. Sus cinco compañeros hicieron lo propio en bancas cercanas. "Llevaba armas debajo de mi vestido. Yo era muy delgada y en esos días se usaban ropas muy sueltas. Eso ayudó a disimularlas. Además en esa época no había detector de metales", contó.

El vuelo era el 114, un Caravelle, de la empresa Cruzeiro do Sul con destino a Río de Janeiro. Marília pensaba en su último año, completamente en la clandestinidad. Dormía cada noche en un lugar distinto. Con los niños a cuestas, llegó un momento en que la situación no podía continuar así. "Es que cuando el peligro es constante, una saca fuerzas de lugares que ni sabe".

"Llevaba armas debajo de mi vestido. Yo era muy delgada y en esos días se usaban ropas muy sueltas. Eso ayudó a disimularlas. Además en esa época no había detector de metales".

Junto a Marília y los niños embarcaron Cláudio Galeno de Magalhães Linhares, el primer marido de Dilma Rousseff; James Allen da Luz, Athos Magno Costa e Silva, Isolde Sommer y Luiz Alberto da Silva.

Ya con la nave en vuelo, Marília repartió las armas y anunció el secuestro. Avisó que se dirigían a Cuba. Sin embargo, un detalle fundamental parecía estropear todo el plan. El avión era pequeño y no podía cargar el combustible necesario para cruzar Sudamérica y el Caribe hasta La Habana. Y que era imperioso aterrizar cada dos horas para reponer el suministro.

El libro escrito por Marília pareciera el guión de un filme. Su lectura permite ver el relato en celuloide, literalmente. "El libro fue escrito a partir de mi forma de hacerlo. Una narrativa liviana, poética, para aminorar el propio dolor que volví a sentir al escribirlo. No quise intencionalmente hacer un guión. Sin embargo, toda nuestra vida fue un guión de película".

La primera parada fue Buenos Aires. El secuestro del avión había llegado a las noticias de la prensa. En Argentina había un gobierno militar de facto. El dictador Juan Carlos Onganía había derrocado a Arturo Illia en 1966. Marcelo Levingston y Alejandro Lanusse se repartieron los años subsiguientes, hasta 1973. 

"En Panamá, al ser un país aliado de los Estados Unidos, no querían que el avión descendiese. Al copiloto del avión intentaron darle un arma para que él entre tirando, para que fuese un motivo para entrar en el avión".

"Le advirtieron a todo el mundo que estaba en el avión con dos niños. Eso es lo que nos salvó la vida", dijo Marília. En un clima hostil, el avión tuvo permiso de aterrizar. Recargó combustible y partió hacia Antofagasta, en el Chile de Salvador Allende. Esta vez fueron recibidos con mayor complacencia y recargaron los tanques, además de recibir víveres y diarios.

La parada siguiente, en el aeropuerto Jorge Chávez de Perú, fue dramática. Gobernaba la dictadura de Juan Velasco Alvarado. Presionaron a los guerrilleros para que depongan el secuestro. Sin embargo resistieron. "Lo que querían era sacarme a mí y a mis hijos para luego intervenir el avión".

Ante la negativa, Alvarado envió al ejército y a los tanques de la artillería. Sin embargo, tras 27 horas de incertidumbre, el avión fue autorizado a despegar y partió rumbo a Panamá, no sin graves desperfectos técnicos en sus baterías y refrigeración.

En pocas pero larguísimas horas, el secuestro se convirtió en un tema de conflicto continental. La dicotomía era: permitir el curso del avión intervenido o asumir la responsabilidad de un baño de sangre. 

"El piloto, copiloto, y demás equipo, colaboraron en todo el trayecto. Finalmente llegaron a Cuba, y una semana después la tripulación volvió a Brasil".

En Panamá, el capitán de la nave fue tentado a regresar a la misma con un arma a escondidas para matar a los secuestradores. Sin embargo se negó. El Caravelle ya había roto un motor en su derrotero. Pero consiguió volver a despegar, aunque la llegada a Cuba era una incógnita. El viaje era extenso e intenso. Además, durante los cuatro días que duró el viaje, ninguno de los guerrilleros se atrevió a comer, por miedo a que aquellos víveres estuvieran adulterados.

"En Panamá, al ser un país aliado de los Estados Unidos, no querían que el avión descendiese. El copiloto del avión, a quien vimos en Río hace unos años y fue a la ceremonia de lanzamiento del libro, nos contó que unos agentes de aeronáutica brasileños estaban allá, e intentaron darle un arma para que él entre tirando, para que fuese un motivo para entrar en el avión. Y él se negó, para evitar el lógico baño de sangre", contó Eduardo. Y agregó que "el secuestro -de hecho- nunca fue violento, en ningún momento. El piloto, copiloto, y demás equipo, colaboraron en todo el trayecto. Finalmente llegaron a Cuba, y una semana después la tripulación volvió a Brasil".       

En medio del delirio provocados por el hambre, la sed y la tensión, tras cinco horas de negociaciones, la nave despegó hacia la isla. Apenas sostenidos por leche en polvo y agua, Marília le cantaba a Eduardo y Marcello para entretenerlos.

Con el último de los suspiros, la nave consiguió aterrizar en el aeropuerto José Martí. "Llegué casi delirando", dijo Marília. Después de varias deliberaciones migratorias entre los guerrilleros y las autoridades locales, les fue permitida la entrada al país caribeño.

Marília vivió junto a sus hijos historias de revoluciones, la Quinta Avenida, cines, el Capri, el Malecón, Silvio Rodríguez, la trova cubana, Radio Progreso y '¡Cuba, primer territorio libre de América!'.

"El problema era que Cuba era -y continúa siéndolo- un país que está en contra de cualquier acto que tenga principios terroristas. Y el secuestro de un avión tiene ese tipo de premisa. Entonces no bastaba querer ir para Cuba, tenían que conseguir conversar de algún modo, y avisar que en verdad era una tentativa de salvamento de personas que estaban siendo perseguidas, y que iban a morir. Y de alguna forma, Lamarca consiguió mandar una carta, y el gobierno cubano aceptó que viajásemos para allá", explicó Eduardo. 

Marília se afincó en la Habana desde el 4 de enero de 1970. Marcello y Eduardo estudiaron allí. Recién en noviembre de 1980 pudieron regresar a Brasil, tras la amnistía. El 15 de marzo de 1985 se celebraron las elecciones que restauraron la democracia. Durante todos esos años en la isla, Marília vivió junto a sus hijos historias de revoluciones, la Quinta Avenida, cines, el Capri, el Malecón, Silvio Rodríguez, la trova cubana, Radio Progreso y '¡Cuba, primer territorio libre de América!'. También recordó sobre acercamientos con la familia del Che, pero esa es otra historia, retratada en un segundo libro "Nuestros años en Cuba. Un exilio entre el sinsonte y el sabiá". 

Allí relata sus sufrimientos de tiroides, las 200 revoluciones por segundo en que galopó su corazón la vez que conoció a Fidel, quien nombró a Marcello y Eduardo "como sus hijos y de la Revolución. Así fue cada vez que tuve la felicidad de verlo. Nunca nos olvidó".

"Fue muy difícil volver a Brasil. Habían pasado diez años. La adaptación fue muy complicada. Los niños no se acostumbraban. Eduardo y Marcello no querían quedarse. Cuba sigue siendo nuestra segunda patria. Cuando me aprieta la nostalgia llamo por teléfono o viajo", relata Marília, ya afincada en el presente ultrafascista brasileño llevado penosamente adelante por Jair Bolsonaro. 

"El juez Sérgio Moro, quien mandó a la cárcel a Lula Da Silva, ya se está desmoronando. El gobierno actual no está preparado para gobernar. Son marginales. Lula está pagando por esta coyuntura".

"El brasileño fue masacrado durante la dictadura. Perdió parte de su caracterísitca principal: la solidaridad, el respeto y la famosa alegría. Fue lobotomizado. Es difícil el largo proceso de la cura. Pero no desistimos. Vamos a recuperar todas estas pérdidas", señala.

Y se esperanza al afirmar que "ahora estamos viviendo la famosa máxima que reza que 'la mentira tiene patas cortas'. El juez Sérgio Moro, quien mandó a la cárcel a Lula Da Silva, ya se está desmoronando. El gobierno actual no está preparado para gobernar. Son marginales. Lula está pagando por esta coyuntura. Sin embargo, en breve, siento que conocerá el color de la libertad. Estamos trabajando para eso".