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Lecturas en los profundo del microcentro porteño: Los suicidas

Emiliano Gullo
21 de mayo de 2015

Adicción a las letras de Di Benedetto en días de crisis, asambleas e insomnios en lo que fue el ex Diario Crítica de Buenos Aires.

La lectura final de Los Suicidas, de Antonio Di Benedetto, coincidió con los primeros días de la toma del Diario Crítica, a mediados de abril de 2010. Era la primera vez que entraba en los textos del mendocino. Había escuchado todo tipo de comentarios y sugerencias; pero nada cercano a lo que me estaba generando: adicción. Al abrir el libro, el comienzo del relato me sorprende: “Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde. Tenía 33 años. El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad”. Hasta donde entiendo, mi papá no se suicidó en 2010. Pero por esas extrañas cosas de la literatura, en abril de ese año yo estaba a punto de llegar al mismo número.

 

Entre asamblea y asamblea, en cada tiempo muerto que encontraba, me tiraba de cabeza en el libro. Corría las páginas con desesperación y, al mismo tiempo, con el miedo concreto de que se terminara. Eso era lo único que realmente me perturbaba; la angustia de saber que estaba cada vez más cerca del final. Ansiedad por devorar la historia y pánico por quedarme sin ella. Esa contradicción despertaba un placer extraño; como consumir la falopa más pesada y ser totalmente consciente de que el goce se paga con destrucción. Cerré la solapa acomodado en mi escritorio, ahí arriba en el entrepiso de la redacción, en esa suerte de balcón interno donde funcionaba la sección on line del diario. ¿Y ahora? Necesitaba seguir consumiendo eso. El síndrome de abstinencia empezaba a trabajar sobre mi cuerpo. Bajé corriendo las escaleras y salí disparado a comprar otro libro de Di Benedetto. Con la misma desesperación que me había atragantado con Los Suicidas me senté, otra vez en el mismo lugar, a devorar Zama.