Las madrugadas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, viste.

por Revista Cítrica
19 de enero de 2015

De fantasías plebeyas y andares errados. Los cordones de Buenos Aires cuentan historias de barro y héroes de plastilina. Andamos revolviendo polvos en sus rincones, y de ahí los escobillones van juntando la pelusa de los días.

Al ver el incesante burbujear de la sopa por encima del centenar de grados, veo reflejado en esa agua estrepitosa, al caos en la absoluta armonía del Universo. ¿O no? Porque las burbujas no se repiten, se manifiestan en un caos interminable, explotan, surgen otras, nunca del mismo tamaño, seguramente una centésima de milímetro de diferencia, precisamente eso las diferencia, a las más pequeñas entre sí. Y  sin embargo, verlas moverse, es un acto de maravillosa y acompasada armonía. ¿No es cierto? Es. Todo se apaga cuando saco la ollita del fuego. Sí, y ahora me voy a tomar el universo con una cuchara, cuando se enfríe.

Quizá no seamos tan distintos después de todo. Quizás no...entre lo que sos, y lo q hay de malo; entre la sencillez, y la complejidad; entre el amor, y el miedo, laten los corazones. Ellos van, galopan, son como el agua: no le importa los escollos en el camino, los rodea, los pasa por arriba, sigue... así es el agua. A veces se estanca y se vuelve agua podrida pero con una nueva lluvia desborda, y renace en su camino. Un camino que es incierto. El agua nunca sabe hacia dónde va, pero su destino es seguir, y por eso sigue, porque parar no es una cuestión a ser contemplada.

No somos tan diferentes... Yo no soy tan hombre y vos no sos tan mujer. Y liberados de esos estereotipos nos hemos moldeado, con una infinidad de detalles, que nos hacen únicos, irrepetibles, irremplazables. Podremos desandar otros caminos, pero ninguno como ese que ya hemos desandado. Y todos esos detalles y formas nos han delineado como seres sencillos, por un lado, y complejos, por otro. Y todo confluye en el mismo ser, la sencillez y la complejidad. Amar tiene que ser sencillo, lo difícil es ser sencillo.

Y uno va por la vida con todo lo que tiene, los claros y los oscuros, y dentro de esa gama de grises ama, y tiene miedos también , y felicidades, y ríe y llora, y se desangra porque aún tiene sangre para entregar, porque es feliz desangrándose de amor y de entrega, a su manera, cada uno a su manera particular.

Y ama, y tiene paz, y paciencia, y en esos años ha forjado una libertad individual a la cual respeta a rajatablas y no quiere andar entregándola así como así. Entonces, entre tanta paz, uno avisa que también tiene un misil scud fluorescente guardado abajo de la almohada, al que le saca lustre todos los días. Y anhela no usarlo nunca, pero ahí está. Porque forma parte del todo, porque uno también tiene que salvaguardarse. Y también sabe que el otro está lleno de claros y oscuros, y sin embargo no anda pidiéndole a nadie que se convierta en astronauta o marciano, sino que realiza un trabajo arduo para aceptarlo tal y como es... y trata de seguir con la vida, de amar, de coger, de dormir, de despertarse, de compartirse, y no mucho más.

Y trata de convivir en una especie de reglamento compartido. Porque es compartida esa vida. Porque cuando chocan los reglamentos individuales, hay que consensuar. Claro, ya del otro lado del hueso del cráneo, no hay un reglamento compartido. Allí yo no te invito adrede ni te obligo a entrar, pero si querés pasar, tenés la puerta más que abierta. Sólo que allí tu reglamento no funciona. Porque allí soy yo. Con mis amores y temores, y locuras y claroscuros, y reglamentos alocados, o con coherencias intrincadas. Yo. Ahí no se puede tocar nada sin mi consentimiento. Ahí las cosas se mueven porque yo quiero.

Fuera de eso, no. Fuera de allí, no funciona el mismo reglamento...Fuera de eso se trata de compartir. O mejor dicho, fuera de allí, yo trato de no tocar nada. De pasar desapercibido para la humanidad. De no dejar marcas. De no lastimar. Y a veces, cuando hacemos hincapié en nuestras diferencias, no nos podemos ver, no nos tocamos, nos separamos; y en otras oportunidades, cuando la benevolencia ayuda a disipar las partes que nos distancian de nuestros seres moldeados por diferentes cuestiones de la vida y vivencias, allí nos besamos, y dejamos de lado las diferencias para compartirnos todo lo que podemos, y nos hacemos felices el uno al otro. 

Al fin y al cabo parece que se trata de simplezas crudas nomas, sin mucha vuelta: estar juntos, reírse, comer, coger, dormir... y lo más difícil quizá sea dejar de joder al otro cuando no se come, ríe, coge o se duerme. Conocer y saber que dar libertad al otro ayuda a darse libertad a uno mismo. Y que andar pidiendo está a centímetros de andar medigándose vida. Al fin y al cabo, andar pidiendo puchitos de comida no te deja disfrutar del postre que ya sos. Libertad. Paz. Serenidad. Saber que somos individuales, únicos, irrepetibles, pero al mismo tiempo unidos y no tan distintos, no tan distintos...

Y el tema crucial no sería que opines sobre lo que hago. Quizá, hasta esto podría ser digerible, comprensible, conversable, el hecho de criticar mis acciones. El problema es cuando te inmiscuís en lo que pienso. Cuando querés tener el incomprensible afán de querer meterte en mi cabeza a imponer un nuevo orden, a limpiarla a tu placer, por no poder comprender ni aceptar el caótico y anárquico orden impredecible que tiene. "No sé lo que pensás", decís, sobre tal o cual cosa... insólito... No sé lo que pensás... como si diciéndote yo algo, tú SUPIERAS. Como si el hecho de que vos "sientas que sabés", llegará producto de algo que te dije y que considerás una verdad...porque YO te lo dije... Nada te va a dar certeza cierta sobre lo que pienso yo o cualquier otra persona. Quizá te des una idea con sus actos, pero nada más.

Y como no hay certeza, lo mejor es soltarla -a la certeza- y dejarte ser, y despreocuparte, y sólo realizar el intento del intento. Yo no sé lo que pensás vos... nunca lo sé. Sé lo que has hecho, sé lo que me has dado... lo demás no existe... Es más, eso que acabo de decirte tampoco existe... Lo único que existe es lo que hay aquí y ahora. Y lo que hay aquí y ahora son estas dos cosas que tratan de sobrevivirse lo mejor posible y que intentan dar lo mejor de sí, como mejor les sale, y descolgándose de los perturbadores deseos ideales y perfectos... Descolgándose de las cosas que podrían ser para disfrutar las que ya son...

A veces da tristeza, si, pero al no renegar tanto empezamos a disfrutar de las magias y las pócimas que se generan naturalmente cuando nuestras almas están encendidas... como luces... y nadie le pregunta a las estrellas por qué brillan, sólo se las disfruta y se las deja brillar.

Listo, ya se enfrió la sopa. Ya se puede tomar el universo.

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