¿Buenos Aires es un racimo de uvas chinche?¿Será que alguna vez Ricardo Mollo mantuvo una conversación fantástica con un insecto, en un rapto de visión kafkiano? "Soy la mosca porteña, tengo los ojos grandes. Soy la mosca porteña, que me ahogo en tu cerveza". La búsqueda de la mosca por la hormiga, recorriendo los cien barrios de la ciudad.
"No puedo precisar con exactitud el momento en que me convertí en esto", me dijo pasmada, en un letargo, apenas por unos instantes, en su eterno ir y venir por los cables que atraviesan el cielo de Buenos Aires como latigazos negros y ardientes bajo los rayos inclementes del sol de mediodías interminables. "Esto que estoy empezando a respetar. De a poco. Con diferencias, con aciertos, con errores". Hormiga. Habla como Kafka, si Kafka me hablase; y me dijera cosas con esa voz ronca y ennegrecida. Qué sé yo si era así, pero yo me lo imagino así, parafraseando a Troilo.
Es verdad que no puedo precisar ese momento. Ni siquiera sé si fue producto de un instante. Cada vez que quiero pensar en eso, reflexionarlo, buscar un sendero que me lleve hacia alguna parte, hacia alguna respuesta, no lo encuentro. Pero es muy pretencioso de mi parte el hecho de buscar respuestas sin saber siquiera hacerme una pregunta acertada. De eso sí sé, de hacerme preguntas desacertadas. Hasta que a veces doy con alguna. Me he cansado de patear adoquines en Balvanera. Me he hartado de trepar por bombillas de mates y cucharitas en las tazas de café.
Después de esa nebulosa, de la cual aún me siento incapaz de sondearla, como si fuese un ensueño del que no se tiene certeza de haber despertado o siquiera soñado, fue cuando advertí mi cambio en el momento inmediato en que me recobré, en que me recuperé conscientemente desde ese lugar indefinible, y llevaba un huevo transparente con mis tenazas. Sí, un huevo. O al menos eso parecía. Ya no contaba ni con dedos, ni manos, ni pies. Nada. Bueno, nada es un decir. No tenía nada de lo usual, pero mucho de lo inusual. Tenía dos tenazas. Dos enormes y pequeñas tenazas, con dientes y pequeños folículos, y algo así como una suerte de serrucho en ellas. Y apresado con suavidad y ciertos atisbos de amor, un delicadísimo huevo blanco entre ellas. Contrastes.
No tengo sensaciones, al parecer, sino una suerte de relámpagos. Refucilos incandescentes. Luces, en lugar de pensamientos críticos. Pareciera ser que no hay cómo reflexionar nada, o algo del todo, sino que todo es un continuo devenir, como una cascada, un vértigo absoluto, sin que ese vértigo acose de alguna manera. Es tan extraño por dentro como seguramente debo verme por fuera.
Hormiga. Sigo escrutando esa cosa que es "la verdad". Sigo sin poder precisar ese momento. Reniego de mis pensamientos y todavía no sé si fue producto de un instante. Retuerzo mis antenas y otra vez, cada vez que quiero pensar en eso, reflexionarlo, buscar un sendero que me lleve hacia alguna parte, hacia alguna respuesta, no lo encuentro.
Ahora, lo siento. Una y otra vez. Percibo una suerte de cosquillas, y contracciones, y espasmos en un estómago que no veo. Tampoco lo toco. Ahí está, pero... No sé si tengo. Una velocidad inaudita. Decir que siento un hormigueo sería estúpidamente redundante.
No podría decir que estoy reflexionando, o que alguna vez lo hice. Sólo sé que puedo contarlo mientras entrelazo mis protuberantes antenas con otros pares que transportan otras cosas, pero no huevos.
¿Puedo decir que soy finalmente una hormiga? ¿Cómo puedo pensar y serlo al mismo tiempo? Entonces, ¿las hormigas piensan?
El dolor de espalda que me aquejó durante quince años de mi humana existencia, ya no existe. Ni siquiera existe mi espalda o algo parecido. Otra hormiga me detuvo y me avisó sin decirme nada que las hormigas sufren agotamientos en las seis patas. No todas al mismo tiempo, me advirtió. Aún no lo percibo. ¿Cómo hizo para hablarme sin labios? ¿Cómo hice yo para entenderla?
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