"Estamos dañando la fábrica de agua y oxígeno"

por Revista Cítrica
21 de enero de 2021

Javier Astrada es integrante de las brigadas forestales de Córdoba y de las asambleas en defensa del bosque nativo. Aquí hace un balance de lo que dejaron los incendios y la pandemia en la provincia.

El confinamiento llevó a que muchas personas hicieran un click. Las personas que venían pensando en cambiar de vida tienen un dato más certero y lo están llevando a cabo de a poco. Hay personas que quizás no quieren cambiar de hábitos. Pero algo es seguro: el ser humano ha reflexionado cómo está viviendo, cómo se vive en las ciudades. Hay una migración violenta que se da -de un momento a otro- en las zonas serranas y de cuencas. Tiene que ver con el negocio de la tierra y la venta que se ha acrecentado. Son vendedores fraudulentos sin ningún tipo de códigos, sociedades anónimas, vendedores de tierras impropias que ofrecen un pedazo de tierra en las sierras de Córdoba.

Nosotros sufrimos muchos meses de incendios y el Estado estuvo fuera de tiempo, tuvo un rol indiferente y opaco. Ellos le llaman catástrofe pero nosotros decimos que era algo previsible. Después de todo son acciones del hombre. Hay una desatención del Estado como garante de derechos, hablamos del acceso al agua, a la tierra, a un lugar habitable. Una desarticulación muy grande entre el gobierno provincial y nacional. Los bomberos voluntarios han hecho un trabajo impresionante. Pero no dejan de ser voluntarios, personas que al otro día tienen que ir a laburar, volver a sus casas y cumplir su rol en la familia. Es muy complejo porque el Estado no brinda el apoyo económico necesario, y eso se traduce en la falta de recursos en los territorios.

Los próximos incendios no nos van a agarrar de la misma forma.

Muchas veces nos encontramos con vecinos y vecinas nacidxs acá que han ayudado a quienes más lo necesitaban, organizaciones de base que juntaron alimentos. Son acciones concretas que demuestran que todavía hay gente que piensa en otra gente. Esto es muy importante y valioso. Lo mismo sucedió con este ecocidio que nos tocó vivir: donde había un incendio, había un grupo de personas dispuestas a acercar agua, a ver qué pasaba y cómo podían ayudar. No estaba solo la pasividad de mirar cómo se quemaba todo y se perdía el hábitat. Quedaron miles de hectáreas quemadas, nos quedó el agotamiento, la tristeza y el agobio; pero también se generó un entramado muy importante entre el ecosistema serrano y sus habitantes. 

En diferentes localidades se arman brigadas forestales y ambientales que se capacitan y trabajan en conjunto. Hay una transmisión de saberes que se vuelve cotidiana en las zonas donde hubo incendios. Ese lazo es muy interesante porque ya no solo pensamos en combatir el fuego, sino que pensamos en las cuencas, en la invasión de árboles exóticos, en el cuidado del monte de forma integral, en la flora y en la fauna. Los próximos incendios no nos van a agarrar de la misma forma.

Al mismo tiempo hubo campañas en la capital de Córdoba y en otras provincias para recaudar dinero y seguir en marcha. Hay una sensibilidad de entender que el agua que toman en las ciudades nace del monte. Y eso se hace piel, se  vuelve carne. Hay que entender que estamos dañando el poco bosque nativo que nos queda, que es la fábrica de agua y oxígeno para respirar.

El otro tema es cómo vivir y habitar las sierras. No es lo mismo vivir en una capital, en una zona llana donde hay servicios, que venirte a un lugar donde no los hay. Entonces mucha gente quiere recrear la vida de la ciudad en las sierras. Y ahí hay una complicación porque nos estamos quedando sin sierras, sin monte, sin cuencas, sin agua. Tenemos que reflexionar sobre esto. ¿Habitamos de una forma consciente? Creo que sí, de a poco, gracias a la gente que trabaja en lo cotidiano, en la educación ambiental, la bioconstrucción que ayuda a vivir de una manera más sustentable. Hay un nuevo impulso de pensar la agroecología y en dar batalla a los grandes emprendimientos inmobiliarios que nos venden una fantasía.
 

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