De cómo el gordo Soriano apareció en la vida de un guardameta.
Se sabe, la vida del arquero no es para nada fácil. Menos aún si uno tiene diez años y desconoce las sutilezas del oficio. Sin embargo, tuve la fortuna de encontrarme con alguien que me regaló todos los secretos sobre los tres palos; Don Toti le decíamos, un gringo corpulento y canoso de unos sesenta años que había dejado el fútbol porque la artrosis, que le vino de tanto atajar medias reses en el camión del frigorífico, se lo impidió.
Cuando la categoría 80 ya no pisó las canchas de las ligas infantiles, y sus jugadores tuvimos que empezar a probarnos en clubes “grandes”, Don Toti dejó de dirigir y se fue a pasar las tardes en la piedra que tenía frente a su casa.
Ya se había ido a achicarle el arco a San Pedro cuando una noche, sin saber muy bien porqué, lo soñé, y junto con él a Alejandro Apo, por quien a principios del nuevo siglo nos reuníamos en nuestra pieza en torno a la radio con mi hermano Walter para escuchar su mítico programa de los sábados por la tarde, Todo con afecto, expectantes de que llegara el tan ansiado cuento de fútbol.
Mucho antes que por sus novelas, conocí a Soriano a través de la lectura de Apo del cuento "El penal más largo del mundo", y desde ahí pasó a integrar mi propio seleccionado de narradores.
Pero es preciso comentar ese sueño. Don Toti estaba sentado en su piedra junto al barbudo de Alejandro Apo y cuando los vi desde la esquina pasé a saludarlos. Tomamos mates oníricos, hablamos de Amadeo Carrizo y les conté que hacía rato había dejado el fútbol y que ahora estaba en la universidad. En un momento Don Toti se acordó de algo y me dijo “tengo un regalo para vos, pibe”. Se metió a su casa de material sin revocar y me dejó ahí con Alejandro Apo cebándome unos mates amargos. Al rato Don Toti volvió con un libro entre las manos. Al pasar por el portón oxidado me desafió, “¿A ver si te atajás éste?”, y revoleó el libro al aire como para que lo descolgara mientras Apo lo comentaba con unos auriculares en la cabeza que no sabía de dónde los había sacado.
Era un libro de cuentos de Osvaldo Soriano y empezaba con "El penal más largo del mundo". “Llevalo, te va a gustar” me dijo, y fue esa la última vez que “vi” a mi maestro. Al día siguiente me metí en una librería y no salí hasta que me llevé Arqueros, ilusionistas y goleadores, la compilación post mortem de todos sus relatos de fútbol, y le agradecí a Soriano por su prosa, a Apo por sus lecturas y a Don Toti por sus regalos.
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