Presentes en marchas, conferencias y mesas debate donde se emprenden caminos por Juicio y Castigo, muchas hijas e hijos de genocidas repudian el accionar de sus padres y ayudan a que haya justicia. El periodista y abogado Pablo Llonto escribe sobre una situación que, una vez más, pone a la Argentina como ejemplo de una sociedad que no oculta su pasado.
La imagen fue conmovedora. Frente a medio centenar de abogadas/os querellantes en causas de Lesa Humanidad que participaban de unas jornadas en Santiago del Estero, un hijo de genocidas defendió y sostuvo, con argumentos jurídicos y humanísticos, la razón por la cual debía apoyarse un proyecto de ley que, de aprobarse, permitirá a familiares de los asesinos denunciarlos por los hechos de barbarie que cometieron.
El joven, Pablo Verna, fue uno de los hijos/hijas de genocidas que el 7 de noviembre de 2017 presentó ante la mesa de Entradas de la Cámara de Diputados, el proyecto para que se modifiquen dos artículos del Código Procesal Penal, el 178 y el 242.
El aplauso de las abogadas/os de Lesa a Verna en la Universidad de Santiago del Estero se sostuvo durante tres minutos. Más que un apoyo formal, el reconocimiento llegaba desde el corazón. Verna nos emocionó cuando dijo que hablaba como parte de una humanidad ofendida por el terror desatado por los perpetradores del horror, entre ellos su padre, el médico militar y colocador de inyecciones para asesinar militantes políticos.
"Nosotros lo que estamos pidiendo con este proyecto es que esas prohibiciones no corran más en las causas por crímenes de lesa humanidad", explica Pablo Verna
Pablo explica cada detalle de la idea, con la pasión de su profesión más reciente. Se recibió de abogado hace poco y sostiene: “Uno de esos artículos prohíbe la denuncia a los familiares salvo que la víctima del delito haya sido el propio denunciante u otro familiar de igual grado más próximo. La misma prohibición tenemos aún para el caso del testigo familiar. Nosotros lo que estamos pidiendo con este proyecto es que esas prohibiciones no corran más en las causas por crímenes de lesa humanidad. Entendemos que por encima de estas normas se encuentra la jerarquía constitucional que tienen los tratados internacionales y la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos al respecto, que impone la obligación a los Estados de investigar, juzgar y sancionar los crímenes contra la humanidad. Si se mantienen estas prohibiciones existe un incumplimiento con esta obligación internacional en tanto que restringen, nulifican o prohíben medios o fuentes de pruebas”.
Se podría decir de ellos/as que luego de agarrarles la santa indignación, hace muchos años, o hace pocos días, la conciencia dijo aquí estamos. La buena y la conciencia. La buena conciencia.
Presentes hoy en marchas, conferencias, mesas debate y eventos de todo tipo donde se emprenden caminos por el juicio y castigo a los culpables, muchos de los hijos/as de genocidas, no andan con medias tintas. Se reconocen como tales, repudian el accionar de sus padres y quieren aportar todo lo que esté a su alcance para que exista justicia.
Desde su entrada pública en escena –hace un año, con motivo de las movilizaciones que repudiaban el otorgamiento del beneficio del 2 x 1 a los genocidas– los familiares de militares y policías arribaron a la vida política argentina en una época difícil para ellos. Si algo pasó en el país en 2017 (y también en 2018) fue el avance de las declaraciones oficiales y macristas que practican el negacionismo, cierto tufillo reivindicatorio a las matanzas por minorías fascistas y algunas exaltaciones dislocadas de personajes histriónicos, como Elisa Carrió, y sus insensateces (“los militares están siendo condenados sin pruebas”).
"No es que tenemos las pruebas definitorias para condenar en los juicios. Pero a veces, hay pruebas de contexto o algo que potencialmente puede completar alguna investigación", aclaran los hijos.
Que en pleno momento de cielos tormentosos den la cara, organicen colectivos (uno de ellos llamado Historias Desobedientes), concurran a los juzgados o a los organismos de Derechos Humanos y se sumen a las acciones o conversaciones con diversos familiares de desaparecidos, contribuyó a la enorme cadena de originalidades que hacen de la Argentina el país con más historias de avance en el juicio a los responsables del exterminio.
La mayoría de ellos siempre se preocupa por aclararnos: “No es que tenemos las pruebas definitorias para condenar en los juicios. Pero a veces, hay pruebas de contexto o algún elemento robado a las víctimas, o algo que potencialmente puede completar alguna instrucción o investigación en los juicios”.
Nadie puede saber hoy hasta dónde llegará el aporte de este grupo con semejante identidad particular. La democracia los necesita. La decisión que han tomado es enteramente racional, pero al mismo tiempo se apoya en afectos, dolores y emociones. Merecen más nuestro respeto que nuestras discusiones.
¿Cuántos son? Nadie sabe. ¿Quiénes son? No interesa demasiado. Con ellas y ellos, y los que vendrán, la sociedad ha demostrado que nunca vencerán las pesadillas.
Si hoy estamos sentados unos frente a otros, es porque desde hace un tiempo largo muchos de ellos/as, militantes de la vida, la justicia social, y el mundo mejor que soñamos, permanecían rodeados por un semisilencio que apenas los entendía. Pero allí estaban, desde hace décadas algunos de ellos, poniendo el cuerpo para que esta vida fuese mejor que la anterior.
A diferencia de Rolf Mengele, el hijo alemán de Josef Mengele, el ángel de la muerte nazi refugiado en Brasil luego de la Segunda Guerra, que pese a sus discrepancias con el nazismo se negó a denunciar el paradero de su padre prófugo cuando fue a visitarlo en 1977, los hijos/as de argentinos genocidas, tienen la convicción de que hay mucho para reflexionar. Pero sobre todo mucho para hacer y denunciar.
¿Cuántos son? Nadie sabe. ¿Quiénes son? No interesa demasiado.
Con ellas y ellos, y los que vendrán, la sociedad ha demostrado que nunca vencerán las pesadillas.
Como bien dijo un abogado de sapiencia y talento en el final de las Jornadas al escucharlo a Verna: “Hoy he vuelto a creer en la naturaleza humana”.
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