Un alumno de Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires describe una clase de filosofía en la calle, en el marco de una jornada de clases públicas y paro de docentes universitarios por mayor presupuesto y un salario acorde a la inflación.
En la esquina de Puán y Bonifacio los bancos de la facultad son barricadas por donde un policía hace guardia y se pasea de la vereda a la calle, y de la calle a la vereda. A veces son dos o tres los bicipolicias que se juntan, charlan y nos miran, mientras los automovilistas se quejan a bocinazos. Alguno en su Surán negra nos grita “¡Vayan a laburar!”. Nos grita a nosotrxs. Le grita a este círculo de filósofos y filósofas, o filosofxs si se quiere, que interrumpe el tránsito con una clase pública, que se propone hablar de Michel Foucault, el pelado al que le gustaba usar poleras, en medio de un paro de docentes universitarios por un salario digno. ¿Porqué a los filósofos franceses les gustaban tanto las poleras?, ¿para ser filósofo hay que usar polera?, ¿se puede ser filósofo y usar bufanda, por ejemplo? Así parece, varios en esta rueda, donde circulan los mates y los bizcochitos Don Satur, usan bufanda, otrxs capuchas, otrxs pañuelos; lo que tengan con tal de aguantar este “viento del sur, oh lluvia de abril”. En este círculo que se parece a una rueda, circulan los mates, los bizcochos, y Foucault pero también Deleuze, Derrida y Heidegger, la pintura de Magritte, de Klee, de Kandinsky, de Manet y también de Velázquez; todo bajo un despejado cielo nietzscheano que no se parece en nada a este gris cielo caballitense que nos aplasta con porfiado mal tiempo.
Sin embargo, a la vecina de Caballito, tan bien sujetada a sus zapatillas New Balance, y de cuidada cabellera rubia de peluquería de martes por la tarde, que se acerca a increpar a este círculo de filósofxs, poco le interesa si lo que circula es un mate o el polerudo de Foucault; nos manda “a trabajar”, como el de la Surán. Estamos trabajando señora, no hay un cartel, alguien tendría que inventarlo y poner: “Filósofos trabajando, disculpe las molestias”. Pero no, resulta que el cartel no ha pasado aún del No Ser al Ser, y estamos acá, sentados bajo la llovizna que nos interpela con sus “estocadas finas”.
A los automovilistas --sentados al igual que nosotros aunque dentro de su cómoda máquina-- que solo comparten su soledad entre sí, no les interesa el loco Nietzsche, ni el pelado Foucault, y a la teñida-vecina-de-Caballito que nos insulta tampoco
Somos un círculo que no circula, un círculo como una rueda, como las ruedas de los automóviles de alta gama que pasan por la esquina de Puán y Bonifacio, en el perfecto barrio “clasemediero” de Caballito, y donde sus conductores tocan bocina porque su calle de mano única de pronto se ha convertido en un desvío. Pero a los automovilistas --sentados al igual que nosotros aunque dentro de su cómoda máquina-- que solo comparten su soledad entre sí, no les interesa el loco Nietzsche, ni el pelado Foucault, y a la teñida-vecina-de-Caballito que nos insulta tampoco. ¿Por qué nos insulta señora? Venga, súmese a esta ágora, a esta comunidad parlante, estamos discutiendo sobre las condiciones materiales de la enseñanza, y en breve arrancamos con Esto no es una pipa del polerudo de Foucault. Vamos vecina, acérquese a este fuego heraclíteo que ni una llovizna suigenerística/ricotera puede apagar, tómese un mate frío, quédese. ¿Usted de qué lado está, de la semejanza o del simulacro? Ya vemos que por su cara de asco ante estos “vagos” sentados en círculo --como en una rueda, pero un círculo que no circula, que se estanca como una rueda pinchada, que se aferra al piso, sujetados a Puán 480, aunque las piernas no se sientan del frío y por eso estemos como en el aire-- que usted, al igual que el gobierno al que seguramente votó y que no concuerda con este tipo de medidas, está del lado de la semejanza; que nos ve como una copia degradada de un modelo ideal de estudiante, de aquél que se queda con su banco en el interior de esas paredes y no en la calle impidiendo el libre tránsito.
Nuestros cuerpos de filosofxs se incrustan en los bancos, camperean y acampan, ocupan y molestan, interrumpen y vaguean, se sientan y se asientan, sentados sienten el frío que se cuela y las manos que tiemblan
Paredes de lo que alguna vez fue una fábrica de cigarrillos y donde se producía algo más que “hippies-fuma-fasos-comedores-de-panes-rellenos”. Trate de sacarnos señora, no tiene idea de lo testarudo que puede ser un filósofo. No sabe del poder de resistencia que tenemos. No lo sabe y no le importa porque solo somos una rueda pinchada que no deja circular a “los taxis que quieren pasar”. Alguien apunta con gran tino: “Sólo somos un problema de vialidad”. Nada más. Señora, esto es una protesta, y somos una rueda pinchada que no va a ningún lado, que molesta, que estorba, una rueda dentada, paradójicamente, sin dientes --nos encargamos de limárselos, a todos--, la antítesis del Progreso, que filosofa a la intemperie.
Somos cuerpo, cuerpo que tiembla, que se enfría, cada vez más, como la birome que se niega a escribir, a trazar, a caminar por la hoja salpicada de la llovizna
Acá afuera hace falta una estufa, como la de Descartes, o una frazada, una gran frazada filosofal que nos envuelva a todos, ¿acaso la frazada que puede cubrir a todas las frazadas?, ¿la frazada más grossa, Dios? No, gracias. Estamos practicando la antimetafísica, así que mejor sería un mate más caliente, y por qué no una olla popular con una buena polenta. Somos post nietzscheanos --incluso la señora y los automovilistas-- estamos a la intemperie, no tenemos frazadas-dioses con que arroparnos, y nos demoramos por los caminos del pensamiento, y nos desviamos, y rodeamos, damos vueltas para no entrar con los “tanques del concepto”, tal como apunta la profesora, mientras sus manos tiemblan para abrir la hoja correspondiente, bajo cielo encapotado de Caballito. No somos Descartes meditando al lado de su estufa en la Holanda del siglo XVII, inaugurando la Era Moderna en la comodidad, ni tenemos intenciones de serlo, somos este círculo incrustado en la calle que tirita de frío, somos cuerpo, cuerpo que tiembla, que se enfría, cada vez más, como la birome que se niega a escribir, a trazar, a caminar por la hoja salpicada de la llovizna. De pronto el viento afloja y el cielo se despeja un poco. Entre las manchas azules, el gran bigote de Nietzsche pasa en forma de nube, riéndose, a carcajadas, y las lapiceras caminan, caminan juntas, ellas caminan y de a rato corren, corren detrás de Foucault y su pipa, que tampoco es suya. Mientras, nuestros cuerpos de filosofxs se incrustan en los bancos, camperean y acampan, ocupan y molestan, interrumpen y vaguean, se sientan y se asientan, sentados sienten el frío que se cuela y las manos que tiemblan.
Alguno grita desde su Toyota negro: “¡Hasta cuándo van a cortar la calle, la concha de su madre!”, otros solo tocan bocina, y otro, en un orgasmo de insulto, grita “¡Hippies...hippies!”, mientras huye cobardemente por Bonifacio con su Volkswagen rojo metálico. Los autos y sus bocinas; el viento y Borges; los papeles se vuelan; la bicicleta del policía se cae y el policía que mira, nos mira; el mate se enfría; una pareja se besa frente a la mirada atenta de Mariano Ferreyra desde el mural; la música de Rodrigo en la panchería de enfrente; los libros se abren con el viento; otra señora que se queja de esta rueda pinchada con la correa de su perro en mano; un señor empuloverado que se acerca, pregunta y se va, alzando una mano como si fuera Perón, al grito de: “¡Este es el cambio!”; otras tres señoras nos sacan fotos desde la vereda, nos convierten en imagen, a nosotros que filosofamos al ritmo del cuarteto sobre la imagen, y sobre una pipa, o sobre el dibujo de una pipa. Las luces de Puán se encienden; ahora somos sombras en la calle. Los mates se vacían, los cuadernos se guardan, y este simulacro de clase se termina; lxs filósofxs aplauden y se van.
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