Compartir

“El extractivismo no hace más que perpetuar la dependencia”

por Mariano Pagnucco
Fotos: Rodrigo Ruiz
26 de marzo de 2025

Guillermo Folguera es biólogo, filósofo y caminante de los territorios donde las comunidades defienden el Buen Vivir. Esa mezcla le permite hacer(se) preguntas y ensayar respuestas sobre la democracia, las ciencias, la vida, la muerte y los futuros posibles.

La muerte entra en la conciencia humana por el olfato. Cuando Guillermo Folguera (Buenos Aires, 1977) experimentó eso dentro y fuera del laboratorio, su forma de hacer ciencia (y de vivir) dio un giro.

“Yo me había quemado muy feo el cuerpo, fue uno de los hitos de mi vida, a los 27 años. En un accidente doméstico, me prendí fuego una parte importante del cuerpo y la verdad que me salvé, me podría haber muerto. Tuve una recuperación buena y sostenida durante un año que implicó algunos cambios de hábitos. Venía con eso todavía en el cuerpo e hice un experimento muy grande en Chile, el último experimento que formaba parte de mi doctorado, que implicaba medirles cosas a las moscas. Era una serie de trabajos que hice en el doctorado vinculado con crisis climática, y usábamos a diferentes especies de drosófilas como modelo biológico. Y al final del trabajo, para volver a la Argentina, tuve que sacrificar a una cantidad de moscas”.

Por razones de “bioseguridad”, cuarenta mil moscas debían ser eliminadas en un horno a 80 grados. En minutos, ese ínfimo volúmen de materia orgánica yacía inerte. Folguera chasquea los dedos: “Fue un momento así, donde sentí el olor a mosca quemada, a muerte, y me debe haber rebotado muy fuerte con el olor a carne quemada que todavía tenía, y todavía tengo, como recuerdo del accidente doméstico. Me rebotó ahí y dije '¿qué acabo de hacer?'. Qué acabo de hacer para algo que comillas, comillas, comillas, es útil, ¿pero tengo que matar para ello?”. 

Esa vivencia lo enfrentó a “la búsqueda de coherencia, cómo ser un poco más coherente” en la práctica científica: “La Biología dice que habla de la vida. Hans Jonas, autor alemán, dice que la Biología tiene ante todo una ontología de la muerte más que una ontología de la vida, y lo está diciendo inclusive antes de la Segunda Guerra Mundial o en una época cercana. Y ahí sentí eso también, que estaba viviendo una ontología diferente a la que yo quería vivir, una realidad diferente”.

En su doble rol de biólogo y filósofo, Folguera está atravesado por dos perspectivas complementarias. La biblioteca de la Biología le ha enseñado la magnitud y los bordes de la vida (y la muerte). La biblioteca de la Filosofía lo ha equipado de preguntas sobre la vida, la muerte y las ciencias. Esa mezcla, visible en los cientos de libros que habitan con él su espaciosa casa en el barrio de Paternal, terminó amalgamando en las recorridas por los territorios donde las comunidades se organizan contra el modelo extractivista. Ahí una de sus obsesiones académicas y humanas. La otra: poner en diálogo sus preguntas con las respuestas de la gente de a pie.

El primer año de gobierno de Javier Milei lo encontró muy activo: en las redes sociales, en sus viajes y en la producción editorial. Tanto Veneno (publicado por Hekht, en co-autoría con María Paula Blois) como Ontología del despojo (CFP24 Ediciones) nacieron en 2024 y reflejan un método de investigación que intenta articular las hipótesis científicas con la realidad social de una Argentina que siempre ofrece material de estudio.

–Durante el kirchnerismo se repatriaron científicos, se volvió a apostar a la ciencia argentina, pero una ciencia muy ligada a la orientación extractivista del Estado. Entonces, de alguna manera hasta se impidió que haya una corriente crítica.

–Y se lo festejó. Ahí hemos tenido enormes diferencias con un montón de compañeros y compañeras, que en muchos de los casos respeto y sigo respetando, pero creo que han estado profundamente equivocados, usando en muchos casos matrices de pensamiento inclusive añejas, muy vinculadas a un desarrollismo que hoy se viste y se presenta de otra manera, y aun así lo han defendido. A mí me impacta muchísimo cuando veo qué pasó en estos 22 años, porque yo me involucro con los temas ambientales en 2002 y muchos de estos años fueron gobernados por el kirchnerismo. Si te fijás, en pocos años tuviste la expansión del fracking, la aprobación y expansión del offshore, el número espeluznante de transgénicos que hoy entiendo que son cerca de 80, la aparición y consolidación de la minería de litio, la aprobación de la megaminería de oro, plata y ahora una avanzada muy grande con el cobre, la expansión de las forestales... Fijate la lista, y en muchos casos con una complicidad activa de dirigentes del kirchnerismo y con una parte importantísima de la comunidad científica no sólo aplaudiendo eso, sino siendo una parte fundamental de esos proyectos.

–¿Por ejemplo?

–El trigo HB4 no se podría haber hecho si no hubiera sido con una política planificada, sustentada dentro del kirchnerismo. Y se lo sigue poniendo de ejemplo, porque en la campaña en contra de Milei muchos de los spots ponían al trigo HB4. Ahora vos mirás retrospectivamente a quién favoreció el trigo HB4 y lo único que vemos es cómo Hugo Sigman sigue subiendo como millonario. Y tapando inclusive cuestiones contradictorias como haber dicho durante muchos años “Clarín miente” y después le regalás el trigo HB4, porque ahí tenés a Héctor Huergo metido, de la sección Rural del Grupo Clarín. Cómo damos esa discusión de una manera genuina, fundamental, a la vista de lo que yo creo que es la pregunta hoy: ¿Después de Milei, qué?

–¿Y quiénes están haciéndose esa pregunta o con quiénes elegís articular para buscar respuestas?

–En estos años yo articulé mucho con asambleas y comunidades locales, territoriales que luchaban en general contra estos proyectos y buscando también otras formas de producción. Yo confío que junto a esos actores, que nunca han dejado de estar, vamos a necesitar también articular y conectarnos con otros tantos. Obviamente, los pueblos originarios, el movimiento feminista, el movimiento LGTB y también gremios. Y después, ¿cómo llegar a sectores que directamente han sido barridos de este sistema? Es un enorme desafío. Estoy tentado de decirte “todos los sectores”, pero creo que también necesitamos una revisión crítica respecto a los errores. Pensar que llegamos hasta acá con 60 por ciento de pobreza sólo por una derecha que ha sabido moverse, yo creo que es no haber hecho un balance crítico respecto a los límites del progresismo, que fueron muy claros, muy nítidos. A nivel continental, los progresismos muestran que gran parte de la distribución de la riqueza no está siendo puesta en discusión y que el modelo extractivista no hace más que perpetuar y multiplicar las formas de dependencia y degradación.

–Lo plantea Maristella Svampa cuando habla del “consenso extractivista” durante la llamada Década ganada. En realidad, la pobreza estructural no se tocó, no derramó ese modelo y las condiciones de desigualdad se profundizaron.

–Sí, eso es visible y palpable, y además nadie que verdaderamente quiera al pueblo puede negar eso. Hablás con la gente de Jáchal, en San Juan: ¿cómo vivías hace 30 años? Realmente, la última oleada extractivista, porque el extractivismo, por supuesto, lo podemos ubicar en 500 años, en 200 años con la creación del Estado Argentino, en los últimos 70 años con la Revolución Libertadora, pero con la década del 90 en adelante ha degradado las condiciones de vida muy evidentemente. El campo no hizo más que concentrar en propiedad y uso de la tierra. Estuve ahora en Neuquén, las villas miserias de Neuquén; es realmente impactante pensar que Vaca Muerta ha implicado algún tipo de progreso. Santa Fe, una de las grandes provincias beneficiadas de los aeronegocios, tiene a los narcos. En México me enseñaron que el narcotráfico necesita dos cosas: dinero circulante y pobreza para avanzar. Lo lograron. Me parece que como movimiento diverso, político, complejo, el desafío que tenemos va a ser mirarnos en el espejo, ver nuestros errores, nuestra miseria. Uso la primera persona del plural también pensando que habrá que hacernos cargo a la hora de pensar en un proyecto genuino, íntegro, de alternativas. 

–Jáchal era una zona donde había membrillo y otras producciones locales que se fueron perdiendo por la minería. Algo parecido está pasando en Río Negro, que disminuyó la producción tradicional de manzana y ahora apuesta a proyectos extractivistas como Calcatreu. 

–Tal cual, y cuando lo entendés ya nos vamos de Argentina y ubicamos geopolíticamente cómo está planteado. Ahí es clarísimo: los representantes argentinos que gobiernan municipios, provincia y Nación, yo estoy convencido que no toman prácticamente ninguna decisión respecto a esto. Realmente creo que la Patagonia, a nivel geopolítico, es ubicada hoy como el lugar para proveer energía, punto. Fracking, offshore, hidrógeno verde. En el caso de otros sitios, la parte del litio para baterías y después, aerogeneradores. Está pensada así Argentina, es el rol que le toca. ¿Y quién está discutiendo eso? ¿Qué dirigente o científico está discutiendo a 30 años? Y ahí es donde yo creo que la derecha y la ultraderecha se ha hecho un festín, porque no hay un proyecto de país alternativo. Con Jorge Rulli, del Grupo de Reflexión Rural, fue la primera vez que yo escuché hablar de qué significa que en nuestro país 12 millones de personas vivamos agrupadas en una ciudad. ¿Tenés algún referente, alguna política para descentralizar? Los trenes, ¿cómo no se piensa todo eso? Yo me imagino que alguien leyendo dice “bueno, esto es ciencia ficción”, ¿pero por dónde empezamos si no es por todo eso?

–El octavo país en extensión del mundo tiene menos del 10% de población rural. Un campo pensado sin campesinos.

–Sin campesinos y donde cada vez es más difícil vivir, porque andá a vivir en Exaltación de la Cruz, donde te fumigan en la cabeza, o andá a vivir en un lugar de San Juan donde se pierde el curso de agua. Ahí hay una política de expulsión sistemática de campesinos, no es un accidente. Acá no hay accidentes, acá hay políticas que priorizan algunas cosas por sobre otras. En el caso del valle de Río Negro, el fracking y una parte importante de agronegocios. Para salir de ahí necesitamos a todos los actores, con diversidad, con discusiones genuinas, fraternales, pero de vuelta: que no nos vendan gato por liebre, no celebrar derrotas como victorias.

 

La herencia científica militante
.

Nacido en 1977 en la Argentina de la dictadura, se asume hijo de un “doble desarraigo”, porque su padre físico y su madre bióloga habían dejado el país tras la persecución del dictador Juan Carlos Onganía a la comunidad científica, particularmente recordada por la “Noche de los Bastones Largos” (29 de julio de 1966), cuando la Policía ingresó a las facultades tomadas para reprimir y detener a estudiantes y docentes. En el exilio chileno nacieron sus hermanos, hasta que las cosas se pusieron complicadas y la familia decidió retornar.

“La Noche los Bastones Largos los agarra acá y se van a Chile; y después, el exilio con Pinochet. Después de haber trabajado con Allende, vienen a la Argentina poco antes de la dictadura. Y ese doble desarraigo, de alguna manera, yo me doy cuenta ahora, son historias familiares menos dramáticas que los desaparecidos, pero dejan marcas intergeneracionales con las cuales me imagino que todavía estoy lidiando. Así que soy hijo de eso, como tantos y tantas de nuestra generación”.

–¿Tus viejos tenían militancia política?

–Mis viejos en Chile tuvieron militancia política. Estuvieron con Allende y conectaron con todo lo que significó la Unidad Popular y el ámbito de la ciencia.

–¿Qué mirada sobre la ciencia te inculcaron?

–Fui muy criado con la idea de que lo científico era una forma de no solo buscar verdades, sino inclusive, por la propia historia de mis viejos, de conectar con la militancia. Y después cuando transitás te das cuenta que hay un poco de ingenuidad en eso. Por supuesto, los grupos de poder se encargan de cooptar cualquier espacio, tanto el periodismo como el ámbito científico. Así que cuando años después empiezo a tratar de conectar el ámbito científico con el ámbito militante, aparece eso como inspiración inicial.

–Mencionás la Noche de los Bastones Largos, un episodio que marcó a toda una generación de científicos. 

–Sí, el otro día estábamos dando una vuelta con mi hija menor por el Museo de Ciencias Naturales, en el Parque Centenario, y me apareció la imagen. Lo pienso también, en este momento de Milei, como un norte: cómo ser capaces de conectar una práctica académica, pero lo pongo más amplio, de trabajadores y trabajadoras, con un norte político. Yo creo que hay un desafío enorme, que quizás lo podemos ver muy claro, por ejemplo, en la complicidad de algunos gremios en todo este contexto. Pero a la hora de llevar las discusiones hacia adentro, a mí por lo menos se me hace urgente cómo logramos revisar. Y en esas imágenes, que estamos hablando de 60 años, aparece la búsqueda por actualizarlo. 

–¿Y qué rescatás vos, ya sea por cosas que te han contado tus viejos, de esa generación de científicos comprometidos?

–Yo creo que la coherencia aparece en un primer lugar. La coherencia, el tratar de vivir como se quiere vivir. Y después, por supuesto que estoy idealizando, hay muchas traiciones, pero fue una generación que lo dio todo. Realmente hubo una entrega, como dice Silvio Rodríguez, de vivir sin tener precio. También es una generación que perdió, y tenemos todavía esa derrota encima y esa necesidad de repensarnos. Y después hay cosas que todavía me cuesta procesar y que las miro: la violencia es una. No en particular por la historia de mi viejo, pero de una forma particular también cuando entré a la militancia, porque después tuve una primera militancia en el Centro de Estudiantes, en las Facultad de Exactas y Naturales. Un poquito después, como buen hijo de exiliados, empecé a militar desde los Derechos Humanos: me acerqué al CELS, después me fui. Y después entré al Grupo de Reflexión Rural y encontré a figuras como Jorge Rulli, Adolfo Boy y también la marca de la violencia, la violencia como una manera de dirimir. Y también una pregunta: ¿cómo salimos de esto si no es a partir de la violencia? En la medida en que la violencia los poderes la están bajando con muchísima fuerza y claridad. Son algunas de las cosas que leo y también constantemente me encuentro hablándole al silencio. Mi vieja ya no está, figuras como Rulli o como Andrés Carrasco, que conocí, tampoco. Muchas veces me encuentro tratando de poner en diálogo este presente con cómo repensamos la realidad para verdaderamente generar el cambio que queremos. 

–Rulli participó en la Resistencia peronista y después ejerció un pensamiento muy crítico hacia el modelo extractivista. ¿Quién fue para vos?

–El Rulli de la Resistencia peronista yo lo conocí después por las historias; muchas de esas historias, algunas casi míticas, en torno a lo que significa un peronismo proscripto. Y, de hecho, mucho de lo que después vi tuvo que ver con lo que se empieza a generar en Argentina del '55 en adelante. Yo conocí un Rulli que en el 2002 veía ya, junto con Adolfo Boy y otra gente muy querida del Grupo de Reflexión Rural (GRR), que este modelo sojero lo único que iba a generar era degradación de las condiciones de vida, deforestación y desmonte, contaminación, concentración en propiedad y uso de la tierra, la ratificación de un Estado a favor de las corporaciones y no de los beneficios de la naturaleza. Un Rulli que ya hablaba de Soberanía alimentaria, al igual que Adolfo. A mí me impactó muchísimo la llegada de Rulli, porque además el 2001 me había encontrado en la calle, como a ustedes.

–¿Qué recuerdos tenés de esa época?

–En 2002 yo estaba terminando la carrera de Biología y empezando el doctorado. Hasta ahí, de los transgénicos me habían hablado bien. Fue la primera vez, claro, que empecé a escuchar y decir “¡no, pará, ojo con los transgénicos!”, porque por ahí es una herramienta más, eso que ahora sabemos tan claramente, de cooptación, de degradación. La claridad de esta gente para verlo, estamos hablando de 5 o 6 años de recién aprobados los transgénicos y todo esto ya claramente descrito. Por supuesto, no eran los únicos; estaba, por ejemplo, Norma Giarraca también que aparecía. Pero eran pioneros de algo que hoy vemos muy claramente, que es que una parte importantísima de los extractivismos necesitan a las ciencias y la tecnología. Ese doble duelo me fue durísimo en ese momento. La Biología que me habían vendido no era como me la había imaginado, inclusive como la había heredado.

–¿Y creés que se rompió la transmisión de la generación de los Bastones Largos hacia las nuevas generaciones al interior de la Academia o algo de ese espíritu sigue vigente?

–En el caso de la Academia, y acá voy a ser duro, yo creo que se rompió. Ahí la dictadura hizo un laburo muy eficiente quebrando, por un lado, el reconocimiento del rol político que tenían; y por otro lado, interrumpiendo preguntas tan básicas que uno puede encontrar si lee a Rodolfo Kusch, a Gustavo Esteva en México, a Oscar Varsavsky o a Herbert Marcuse. Hay un montón de referentes; mencioné tanto de Argentina, del continente, como de Europa: la pregunta en torno al para qué y para quién está presente ahí. Pero eso hoy no está dentro de la Academia, desgraciadamente. Hoy la pregunta puede estar como excepción, puedo encontrar excepciones: Damián Verzeñassi en Rosario, Horacio Machado Aráoz en Catamarca, Alicia Massarini. Puedo ir viendo referentes y muchos más jóvenes, pero institucionalmente el señalamiento de que lo que hacemos tiene consecuencias políticas fundamentales y que quien pone el dinero de alguna manera determina, para mí eso se pierde, y hay que recuperarlo.

–¿Qué otro hito personal, además del proceso del 2001, te hizo replantearte tu rol científico de laboratorio para volcarte más a la realidad de los territorios?

–Académicamente, la carrera de Filosofía fue clave, porque más allá de que me proveyó algunas herramientas que hoy intento utilizar con mayor o menor éxito, también me ubicó los límites que tenía lo que había aprendido en Biología y la necesidad de revisar críticamente. Y después fueron muy importantes los viajes. De alguna manera, los viajes permiten entender los límites de lo que caminaste hasta ahí, de lo que sabés y de todo lo que necesitás saber y escuchar. Yo me terminé yendo en el 2015 del GRR por algunas diferencias, nada grave, simplemente un ciclo cumplido, ya vuelto al país después de trabajar en Chile. Y a partir de ahí yo creo que hubo algunos elementos que me marcaron fuerte. Hubo una visita a San Juan que a mí me resultó muy impactante, fue durante la segunda Cumbre del Agua que me invitó la Asamblea Jáchal No se toca. Y después tuve un evento que realmente no hablo en las entrevistas, pero me voy a detener para responder la pregunta, que fue cuando me convoca la Facultad de Exactas y Naturales, en diciembre del 2022, para decirme que ya había hablado con la Facultad de Filosofía para trasladarnos allá. Era la facultad que me había formado, la facultad de mis viejos. Además, cuando te convocan un 22 o 23 de diciembre, ya sabemos lo que pasa. 

–¿Te querían sacar de Exactas?

–La cátedra de Historia de la Ciencia no estaba en discusión, porque depende de la UBA; lo que estaba en discusión era la oficina, el lugar de trabajo, y ya habían hablado con la Facultad de Filosofía. A partir de ahí surgió en 5 o 6 días un apoyo increíble, impresionante de asambleas y organismos de derechos humanos. De hecho, Norita firmó una carta junto a muchas asambleas del país, tuvimos un apoyo brutal. En ese momento, yo de alguna manera terminé de sentir ese proceso, que algo se rompía pero también a su vez algo se desplazaba y que mi trabajo tenía que ver directamente con deberme a los colectivos y asambleas y comunidades. Y algo que entonces pasó, porque además me sigue pasando: la crítica de colegas que me cuestionan no ser corporativo. Y no lo soy. Cuando salimos a discutir, por ejemplo, por qué Shell financiaba una determinada red o por qué Fortescue financiaba un evento como el del año pasado en Viedma, salían colegas a decir “no hay que criticar, es hacerle el juego a la derecha”. Y no, justamente, son las discusiones que necesitamos dar hacia adentro de la comunidad académica. Y eso significa verdaderamente escuchar a las comunidades.

–¿Hay lugar en el ámbito académico para estos cuestionamientos?

–Alguna vez lo hablamos con Horacio Machado Aráoz en Catamarca a partir de la pregunta que le hizo alguien a Horacio. La pregunta era, básicamente, ¿cuándo va a cambiar la Academia para escuchar a las comunidades y a la naturaleza y no a las corporaciones? Y la respuesta de Horacio fue “cuando vaya el pueblo y la agarre del cogote”. Quienes tenemos una pata en la Academia y una pata en el pueblo, si confiamos fuertemente en eso, me parece que tenemos que dar una discusión hacia adentro que es muy dolorosa. Es muy dolorosa porque son muchas las complicidades. Ustedes la deben sentir mucho con el periodismo. Bueno, ahora con la muerte de Lanata de alguna manera apareció eso, que me imagino que a ustedes les resultó especialmente significativo. Esa cotidianeidad la vemos dentro de una Academia que además juega, en su mayoría, en contra. ¿Y cómo damos esta discusión sin hacer sentir que la Academia no vale de nada tal como dice Milei? Bueno, dando esta discusión de manera frontal.

 

Conectar, cuidar, escuchar
.

Folguera tiene un amplio listado de investigaciones y publicaciones científicas, pero también ha sabido romper el muro academicista y posicionarse públicamente en temas de actualidad recurriendo al lenguaje veloz y directo de las redes sociales. En la era del ágora digital, sus posteos invitan a la reflexión y al debate sin obviar el humor y la ironía. 

Esa voluntad de comunicar saberes y transmitir preguntas al gran público (no solamente a los convencidos) es parte de un estilo que sigue reforzando hasta hoy. Algo de eso hay en Ontología del despojo, que es más un ensayo filosófico que un libro científico donde se mezclan las citas expertas, el análisis de casos y las referencias a obras literarias o series televisivas. Y también las voces de los territorios, que tensionan el conocimiento científico y aportan otros colores para pensar el despojo extractivista de la Argentina reciente.

–Tenés una mirada crítica sobre la fragmentación, la atomización de saberes que hay en la Academia. Aparece muy claro en el libro y tu búsqueda pareciera ser cómo reunificar. En un charla TEDx hablás de “rearmar el jarrón”. Es un problema también de este tiempo, la fragmentación que no permite complejizar la mirada. 

–Sí, y eliminar la figura del experto. La figura del experto es una figura que tenemos que erradicar, una figura muy nociva. El experto aparece no sólo como aquél que sabe mucho de un tema particular, sino como aquél que silencia todas las otras voces posibles. Y el problema del experto no es que sepa mucho de un tema, sino que esa pretensión de certeza que tiene le hace imposible discutir políticamente los temas. Porque yo puedo tener certeza respecto a una pregunta académica; yo trabajé mucho tiempo en evolución biológica, por ejemplo. “La evolución de las aves se dio de determinada manera...” y armo hipótesis, pero cuando nosotros hablamos de la contaminación de un río o de que se está secando la Puna o de la degradación de los suelos de Argentina por los agronegocios, no estamos haciendo exactamente la misma pregunta. 

–Son temas que involucran otros componentes por fuera de la Academia.

–Lo que estamos involucrando es un problema que tiene muchos actores, un problema con los bienes comunes y que además tiene muchas miradas. Con lo cual el llamado experto, pongamos un hidrogeólogo o una toxicóloga, necesariamente tiene que dialogar con la comunidad que vive en la Puna jujeña o con el campesino o la campesina de Jáchal o con alguien que cultiva peras en el valle de Río Negro. Tenés que dialogar. Bueno, ese diálogo es una de mis obsesiones y fue también una parte de mis obsesiones cuando escribí Veneno y Ontología del despojo. Cómo hacemos de ese diálogo el corazón de la democracia. La figura del experto ha sido una figura muy útil para el avance de las corporaciones y para que actores como Trump y Milei, aun cuando en apariencia sean anti-ciencia, fijate que no salen a discutir; en el caso de Milei, no discutió el trigo HB4, se sintió cómodo en ese lugar. Bueno, ¿cómo hacemos para enriquecer nuestra democracia de una escucha genuina? En Ontología del despojo termino proponiendo tres verbos que son una parte nuclear de nuestra democracia: conectar con la naturaleza, con nosotros y nosotras y nosotres, escuchar (recibir) y cuidar. Yo creo que en la escucha hay un elemento fundamental, y vuelvo a la figura de la Academia que era parte de lo que veníamos hablando: no nos entrenan para escuchar, nos entrenan para hablar y para intervenir.

–Esto de la multiplicidad de miradas aparece muy claro en el ejemplo del glaciar que ponés en el libro: el glaciólogo tiene una mirada, la Barrick Gold tiene otra mirada y para Mingo, de la Asamblea Jáchal no se toca, el glaciar es una conexión con sus antepasados. Hay hasta poesía en lo que él dice. 

–Cuando la Barrick Gold presenta la idea de que el glaciar no es más que un montón de hielo acumulado, dice “puedo mover el glaciar Guanaco”. Ana Paula Forte, una hidrogeóloga jachalera muy piola, dice “tiene que ver también con un lugar y con la vida, no lo puedo mover”. Y cuando le pregunto a Mingo qué es un glaciar, se toma su tiempo y me manda esa respuesta. Estuve un par de semanas sin entenderla. Digo “no entendió la consigna”, me hablaba de su padre, de su madre, de sus ancestros, de quienes ya no están. Y después entendí que para Mingo el glaciar son sus comunidades, no hay separación. En Ontología del despojo traté de poner en diálogo la voz de profesionales con la voz de personas que vivían en los territorios. El glaciar es eso y ¿qué más?

–¿Cómo fue el proceso del libro para poder amalgamar todas esas voces y miradas?

–Hay una parte larga tratando de describir de qué nos despojaba este modelo. Yo a veces lo pienso en términos técnicos como la parte negativa del libro, pero negativa como aquello preciso a ser diagnosticado y evitado. Me llevó un montón de tiempo la estructura, reconocer que la comunidad, la otredad, la persona, la naturaleza, el pasado, el futuro y la memoria eran los elementos saqueados, despojados, elementos que el sistema necesita que perdamos para seguirse expandiendo. Una vez entendido eso hice un proceso que me enriqueció un montón, porque en muchos casos me involucró a leer cosas que no sabía prácticamente nada: leer a académicos y profesionales que hayan hablado de un tema. Por ejemplo, “territorio”, una de las cosas saqueadas. Yo tenía algunas lecturas, pero tuve que sistematizar. O “persona”. Con ese capítulo me pasó un montón, eran autoras y autores que yo tenía muy mal o poco leídos. Y lo que pasó después fue tomar a algunos que yo consideraba referentes, gente que quería, que la vi coherente todos estos años, y preguntarle “¿vos qué ves o qué creés que es?”. 

–¿Con qué te encontraste?

–Esas respuestas fueron muy hermosas. La verdad que, además, estoy muy agradecido por lo que significa aprender. Me acuerdo, por ejemplo, que a un gran compañero de Rosario, Armando Casinera, le pregunté si uno podía escuchar un río. Él vive al lado del Paraná y la respuesta es hermosa. ¿Cómo escuchar un río? Y después de ese momento, de dejar entrar las voces, fue tratar de poner en diálogo, y cuando aparecía ese diálogo empezaban a pasar cosas que fueron... no sé, me implicaban algún tipo de enriquecimiento personal, que no sé si después lo logro transmitir en el libro, pero que igual me lo llevo como experiencia. Por ejemplo, quedó claro en el capítulo “Persona”, cuando le pregunté a Meche Méndez acerca de qué era una persona. Meche es enfermera del Garrahan, trabaja en paliativos de infancia, ni más ni menos. Me dio una respuesta muy hermosa en torno a qué es para ella la persona, y en un momento habla de una silla y le repregunto qué es esa silla a la cual hace mención. Justamente, lo trato de poner en diálogo, venía leyendo a autores y autoras que me hablaban de cómo había que repensar cuando hablamos de las personas. Los objetos no son sólo objetos de pertenencia, son parte de mi ser. 

–Ella, desde su experiencia como enfermera, aporta una mirada que resignifica la teoría.

–Me llamó la atención porque Meche, sin haber leído a estos autores y autoras, me habló de un objeto, me habló de la silla, y le pregunté por qué me hablaba de una silla, qué era esa silla. Y me dice: “La silla para mí es cualquier silla y es el momento en el cual me acerco a una piba o un pibe que está hospitalizado. No verlo en la punta de la cama, sino verlo al lado, dedicarle tiempo y ponerme a su altura y tocarlo”. Meche estaba viendo su propia persona con un objeto material, ¡eso me resultó mágico! Estamos hablando de problemas comunes, no son problemas académicos. La pregunta de qué es una persona necesita la multiplicidad de voces. En esa acción que Meche hace de dedicarle tiempo, tocar al pibe y mirarlo de manera horizontal, sentada, aparecía otra vez conectar, cuidar y escuchar. Todo eso me pasó con Ontología..., después no sé si eso está transmitido así en el libro, pero me implicó un proceso que, yo sé, y supongo que los libros son así, no terminé igual que lo empecé. Más o menos fueron 4 o 5 años, y terminé diferente en ese sentido. 

–Algo valioso del libro es que cierra con propuestas de otros futuros posibles a partir de entender, de diagnosticar esos despojos para desarmar y rearmar de otra manera. Eso muchas veces parece difícil en el movimiento socioambiental, aun para quienes trabajamos en la agenda periodística: no caer en el desánimo, en el catastrofismo. Es un aporte valioso pensar otros futuros, sobre todo para este tiempo de niebla donde no se ve el horizonte.

–A veces, el norte es cómo estamos, que eso también genera desconcierto en la comunidad académica. ¿Qué alternativas ves? En la Puna, por ejemplo, la gente está hace miles de años. ¿Alternativas de qué? ¿Qué es lo que querés decir? Esa cuestión aparece, y la otra es no regalar palabras tan genuinamente. Acá el debate no es producción versus naturaleza. Quienes creemos fervientemente que la naturaleza necesita ser cuidada sabemos claramente que lo que está en discusión son formas de producir. Por eso es fundamental la agroecología, habilitar, entrar, poner en diálogo. Y, en todo caso, también entender que si las comunidades locales requieren sacar algunos elementos de los que estamos hablando, la forma será no extractivista. Ahí es donde también implica complejizar y aparece el problema de la escala, que es una de las cosas clave que yo aprendí en estos 22 años. Muchos de los problemas que estamos hablando son problemas escalares, porque no tienen que ver con la escala de vida. La extracción de litio no es mala per se, yo entiendo que alguien saque un poco de litio; o la soja, yo no quiero demonizar la soja. El problema es que vos estás hablando de una escala incompatible con la vida y, básicamente, una forma de transferir recursos de un sector a otro. Esta cuestión que planteás de la parte negativa y la parte positiva o propositiva, yo quiero ser franco respecto a esto, porque mi función tampoco es dar buenas noticias. No se trata de eso, sí de comprender que la dicotomía producción versus cuidado de la naturaleza no es la que nosotros queremos. Nosotros queremos discutir formas de producir donde el extractivismo, como manera de despojar bienestar de la naturaleza y de las comunidades, no es una opción.


Bio de Guillermo. Buenos Aires, 1977. Biólogo. Filósofo. Investigador científico. Docente universitario. Explora el cruce entre conocimiento académico y saberes territoriales. Integró el Grupo de Reflexión Rural (GRR). Participa en Después de la deriva (FM La Tribu). Autor de, entre otros títulos, Ontología del despojo (descargar) y co-autor de Veneno, ambos de 2024. Papá de Alma (15) y de Uma (11). Cuidador de tres mascotas (perro, gato y tortuga). Guitarra, libros y atletismo son algunas de sus pasiones.