En José C. Paz, un grupo de trabajo dedica su tiempo libre a fabricar muebles. El cooperativismo como instrumento para observar la realidad desde otra perspectiva, y una mirada entusiasta que busca incluir a los que ignora el Estado.
Ellos sienten que se juntaron como por arte de magia. Que sus caminos estaban predestinados a cruzarse. Sospechan que el germen del cooperativismo golpeó las puertas de sus casas con justa causa. Por el entusiasmo en el relato de Juan, uno de los primeros en alzar la voz y agitar el avispero en ese barrio de chamamé, plantas de plátanos y paltas, en José C. Paz; podrían estar en lo cierto.
Todo empieza hace dos años: “Me quedo sin laburo y arranco con mi hermano. La idea siempre estuvo. No sabía coser, tampoco tenía conocimientos de carpintería. Hasta que compramos las primeras máquinas, y ahí empezamos a producir y vender puff. Se fue dando solo. Fue algo mágico”, nos cuenta Juan, de 32 años. Así de simple. Ingenio para el rebusque, regalo de los dioses que sacia la panza en épocas de hambruna, y le hace frente a la apatía existencial que propone el sistema.
Más tarde se sumó Ariel. Hubo empatía y aumentaron la producción a medida que subían las ventas. “Me copó la idea. No sé qué es, pero algo dice que sigamos porque esto tiene que caminar”, suelta, mientras pasa el mate, siempre bienvenido para dar lugar al relato. Ariel es profesor de Educación Física, y como el resto, se hace de un tiempito en la semana para pasar por el taller y hacer lo que haga falta. “Vengo después de la escuela, cuando tengo tiempo libre. Me pongo a cortar madera o hago las compras. Tengo la necesidad de venir y aprender porque yo, de esto, no sé nada”, confiesa.
Ese ratito en el taller también representa mucho para Juan. “Espero mi franco para venir. Cuando es algo tuyo lo disfrutas más. No lo ves como un laburo”, piensa. Al igual que Ariel, sigue aprendiendo día a día del trabajo autogestionado. Y entiende todo lo que eso implica: “No es una obligación venir y estar. Eso sí: cobra el que labura. Sé que con esto no me voy a salvar. Si en algún momento se dejan de vender los puff, haré otra cosa”.
Fabricar y comercializar puff no es lo único que despierta el interés de este grupo. “Trabajamos en conjunto con un club de fútbol del barrio. Ahora tenemos que llevar unos juguetes para que sorteen y se compren uniformes”, adelantan. El aporte social como rasgo característico, tan necesario en tiempos de individualismo feroz. Laburar con gente que no toman las empresas es otro de los propósitos que tiene la cooperativa. Como sucede con Mariano, quien sufre de hipoacusia. “No puede escucharte pero tiene buena memoria. Vos le explicas el corte y lo hace. Entiende y trabaja bien”. A las personas con antecedentes penales también se les dificulta ganarse el pan: “Todos nos quejamos, pero quién hace algo al respecto. La gente no entiende cuando le das trabajo a un pibe que estuvo detenido. Cuando tenemos que darle la mano al chorro, nos damos la vuelta”, reflexiona Juan.
Osvaldo trabajó 20 años en la planta que tiene Ford en General Pacheco, a poco más de 15 kilómetros de su querido José C. Paz. A los 67 se quedó en la calle, como consecuencia del plan de reducción de personal que inició la empresa multinacional automotriz a principios del año pasado. “Nunca me había pasado. Ahora con mi señora tiramos con la jubilación”, se lamenta Osvaldo. Su vasta experiencia en el rubro y la voluntad propia, hicieron que sorteara la crisis laboral en la que se vio sumergido. “Yo soy dibujante técnico y terminé haciendo tapizados y carteras. Me aburro si no hago nada”. Ahora se entiende por qué Osvaldo no dudó en contactarse con Juan, cuando le hablaron que andaban buscando alguien con máquina de coser industrial para hacer trabajos pesados. “Están surgiendo muchas cooperativas a raíz de todo este lío con el gobierno. No hay laburo. Te dejan en banda”, denuncia.
Buscar nuevos clientes dispuestos a hacer uso de sus servicios es otra de las tareas que tiene encomendadas Al Cubo eventos. ¿Qué ofrece? Alquiler de living, carpas y gazebos para cumpleaños, casamientos y bautismos. Trabajar con eventos representa una entrada de dinero significativa para esta cooperativa de trabajo a la que bautizaron con el nombre de Caballera Reducida. “En un plano técnico, un objeto tiene varias vistas. Una de ellas es la Caballera Reducida, que nos brinda una perspectiva desde arriba, más abarcativa. Ese objeto es lo que nosotros queremos conseguir, nuestro objetivo”, explica Juan.
Mancomunados por una misma causa. Después de todo, no son nada las generaciones varias que los separan. Incluso los más chicos, que casi sin saberlo, también son parte del proceso. “Mi nieto me ve coser desde que era bebé”, dice sonriendo Osvaldo. Similar es el caso de Juan: “Pablo, de nueve, a veces está conmigo en el taller y aprende. Mi hijo me pregunta qué es una cooperativa y yo le explico. Es como cuando de chico vas al taller de tu abuelo y lo ves trabajar”.
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