Mientras muchos periodistas se preguntaban dónde se había metido y si estaba por "cerrar" con algún partido político, Juan Grabois asistió al Foro de La Poderosa, en Tandil. Crónica de una Argentina que también sucede hoy. Por abajo, y justamente por eso no es noticia para los medios.
Por Juan Grabois
Fue una semana difícil. A la mañana arrancaba temprano y luego durante el día no encontraba el momento para escribir. Fue una semana en la que a las contradicciones de la vida y el trabajo cotidiano, se sumaban las contradicciones de la lucha social. Algunos periodistas me preguntaron: “che, decime en off, al final ¿con quién estás?”. El tono de la pregunta indicaba que suponían que me estaba haciendo el boludo con algo, que alguna carta me estaría reservando. Y yo quería escribir algo para responder. Quería contarles, por ejemplo, con quienes estuve el domingo pasado en Tandil.
Esa noche volví con un compañero en un auto que traqueteaba bajo un cielo repleto de estrellas. Se veía la vía láctea, que nunca se ve en al ciudad, y cada tanto fulgía el relámpago de una tormenta que se avecinaba. A los costados, la tierra fértil de la Argentina próspera. Verde soja cómo dólares plantados. Pensaba: qué distinto sería todo si los frutos de la tierra fueran para todos. Qué fácil sería hacer las cloacas, veredas, plazas, escuelas, clubes, conexiones de agua y electricidad que necesitan los 4200 barrios populares de la Argentina. Qué triste que lo poquito que queda para el Pueblo quieran usarlo para las balas de Chocobar.
En Tandil asistí a la asamblea más larga de mi vida. Siete horas ininterrumpidas en una cancha de fútbol. Mil compañeros de todas las provincias del país. Muchos jóvenes. Una mayoría notoria de vecinos/as de barrios populares fuertemente identificados con su organización y una minoría importante de militantes comprometidos con la lucha de los de abajo, respetuosos del protagonismo del sujeto histórico de la revolución que ha de venir. Una combinación explosiva.
A diferencia de lo que me sucede en la escasa hora y media que dura una clase en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, no vi un solo celular. Nadie mandaba mensajitos ni revisaba el Facebook. Todos prestaban atención a lo que se estaba discutiendo. Una disciplina increíble. A la hora sexta, Nacho pregunta: ¿quién está cansado? Y la única mano levantada era la mía.
Es necesario construir la capacidad del pueblo pobre organizado para impulsar su propia agenda. Esta capacidad, hoy embrionaria, es lo que llamamos poder popular.
Los asambleístas eran militantes de La Poderosa, la organización que edita La Garganta, revista villera que muchos conocen por sus tapas de Messi o el Indio Solari. Detrás de esas páginas hay un trabajo organizativo profundo, intensivo, cualitativo, que no se conoce tanto. Durante varios años, La Poderosa se arraigó en barrios dónde nunca existió una escuela de periodismo y si llega algún periodista es porque fue en patrullero; fue integrando pibes y pibas a los que el sistema les robó muchas cosas pero con la organización popular recuperaron al menos una: la palabra.
Así, con la palabra, La Poderosa formó cientos de periodistas, redactores, diagramadores, fotógrafos que logran superar la crónica amarilla de los policiales porque, como su compañero Kiki de Zavaleta les enseñó, antes de preguntarse “quién, cómo, dónde, cómo y cuándo” se preguntan “porqué, porqué, porqué, porqué, y porqué”. En los medios de la clase dominante “porqué” ya no es una pregunta válida. Las causas no importan. Solo se ven los efectos. Algunos efectos.
Será porque en la prensa amarilla se comunica lo que quiere el patrón y el patrón quiere lo que le pide su clase. En La Garganta también. Se comunica lo que pide un centenar de asambleas barriales que la componen, dónde, además, se organizan la distribución de la revista, cooperativas de trabajo, actividades deportivas, eventos culturales y un ejemplar mecanismo de control popular sobre el accionar de las fuerzas de seguridad. Todas y todos los compañeros que impulsan estos espacios son trabajadores de la economía popular. Ponen su fuerza de trabajo para crear un producto cuyo valor social de uso supera con creces su valor mercantil de cambio. Tuve el orgullo de debatir con ellos cómo defender sus derechos y mejorar la organización interna del sindicato que nos agrupa: la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular.
El Estado tiene las armas, el Capital tiene el dinero y nosotros, los Pueblos, tenemos el número, el 99%.
De esa Asamblea surgió una propuesta que nuestro Secretario General, el Gringo Castro, pronunció antes cientos de miles reunidos el 21F en la 9 de julio. Fue la Negra Albronoz del Barrio Chalet de Santa Fe. Claudia lideró las luchas de los inundados por el desborde evitable del Salado en 2003 que se llevó la vida de 158 vecinos pobres a los que casi nadie recuerda. Claudia milita hoy en la Poderosa y fue designada por el plenario para representar a su organización en la junta promotora nacional de la CTEP. La propuesta de la Negra fue que el 8 de marzo los hombres trabajemos en los comedores y merenderos para que las trabajadoras de la economía popular, que los sostienen cotidianamente, puedan participar activamente del paro de mujeres.
En esas siete horas discutimos muchas cosas que, en definitiva, responden a la convicción de que para "que la tortilla se vuelva", es necesario construir la capacidad del pueblo pobre organizado para impulsar su propia agenda. Esta capacidad, hoy embrionaria, es lo que llamamos poder popular. Ese proceso requiere muchos ingredientes y no todas las organizaciones aportamos lo mismo. Esto es natural y positivo. Sin embargo, nos coloniza la mecánica capitalista de la competencia, la práctica patriarcal de medir quién la tiene más larga, la prepotencia imperialista de imponerse por sobre el otro, el individualismo quiosquero de querer agrandar nuestra propia quinta o la vena totalitaria de pretender globalizarlo todo.
Cada organización social tiene una identidad, una historia, una cultura organizativa, elementos que deben conformar lo que Francisco llamaría un poliedro. Un poliedro, a diferencia de la esfera que globaliza y anula, integra las particularidades. No quedará un objeto químicamente puro, limado y soso sino algo mucho más complejo, irregular y bello que constituye sin lugar a duda una forma más perfecta de la unidad. El Estado tiene las armas, el Capital tiene el dinero y nosotros, los Pueblos, tenemos el número, el 99%. El número es el sustrato del poder popular pero sin organización y unidad, sin conciencia y sentido, no puede pasar de la potencia al acto. Para eso tenemos la fuerza de los sin nada y la palabra. Tenemos la Garganta.
Gracias compañeros por invitarme a este ejercicio de conciencia y resistencia. Fue un aprendizaje invaluable debatir con cada uno de los delegados de las 23 provincias cómo mejorar nuestra Confederación. Ojalá pudiéramos hacerlo más seguido y entre todos. La dinámica de estos tiempos movidos nos da una excusa excelente para no debatir ni pensar. Gracias por no usarla. La próxima me quedo 12 horas. No puede haber una fuerza popular poderosa sino ejercita la garganta de sus bases y ustedes lo hacen con plena conciencia. Sigamos poniendo el cuerpo, la cabeza y el corazón para enfrentar la injusticia cotidiana. Y no dejemos de preguntarnos "por qué, por qué, por qué", ya que en esa respuesta que pedía Kiki, está la razón de nuestra lucha.
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