El grito desde Salud: nos estamos muriendo

por Horacio Dall'Oglio
09 de septiembre de 2020

Un trabajador del Hospital Muñiz de Buenos Aires narra la tragedia en primera persona del plural. ¿Cómo pensar esa experiencia del absurdo entre las muertes que se vuelven cotidianas en el personal de salud y la promoción, desde la política y los medios, de prácticas irresponsables que van en contra de cualquier cuidado? ¿Puede acaso la obra de Albert Camus ayudarnos a encontrar una salida en este laberinto pandémico?

“Nuestros conciudadanos (…) eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas”

“Sin embargo, es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad (…) No sé qué es, en general. Pero en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio”

Albert Camus, La peste (pp 37 y 139)

 

Despedidas
Un cortejo con los últimos restos de Lucila Núñez, enfermera de 57 años, se detiene frente al Hospital Gandulfo de Lomas de Zamora mientras sus compañeros y compañeras la despiden entre aplausos, lágrimas, abrazos y al grito de “¡Lucila, presente, ahora y siempre!”. 

Dos hombres, a los que apenas se le ve la cara porque están vestidos de pies a cabeza con el equipo de protección blanco, empujan una camilla de metal con el féretro donde descansará por la eternidad Cristina Lorenzo, enfermera del Hospital Central de San Isidro, hasta la salida de ambulancias donde dos filas enfrentadas de profesionales de la salud homenajean a su compañera con respetuosos aplausos. 

Es de noche y una ambulancia blanca sale con sus faros delanteros encendidos desde adentro del Hospital provincial "Magdalena V. Martínez" de General Pacheco, pasa entre otras dos filas enfrentadas del personal del nosocomio, en una escena que de repetida parece naturalizarse, y se detiene en el playón; alguien vestido con el equipo de protección abre las puertas traseras de la camioneta y deja que Mónica Albornoz, enfermera de 56 años, sea homenajeada por sus compañeros y compañeras que la aplauden y la lloran. 

Tres trabajadoras sostienen racimos de globos negros frente a las puertas de ingreso del Hospital Durand de la Ciudad de Buenos Aires. Detrás de ellas una bandera argentina se extiende a lo ancho junto con carteles que exigen condiciones dignas de trabajo; es su manera de homenajear a Grover Licona Díaz, licenciado en Enfermería del Servicio de Clínica médica, de 45 años. Enseguida, los globos negros se elevan al cielo y los aplausos llenos de tristeza dan paso a los reclamos por un sueldo acorde a la canasta básica, horas extras mejor pagas, elementos de protección personal de calidad, ingreso de personal con experiencia en el manejo de cuidados intensivos y un pedido que se lee en varios carteles: “Soy enfermero, si muero x COVID-19 quiero morir como 'profesional de la salud' incluido en la ley 6035”, en referencia a la legislación emitida por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2018, que discriminó a las y los licenciados de enfermería (además de las especialidades de imágenes e instrumentación quirúrgica) y los consideró "personal administrativo". Es la misma gestión que, además de no reconocer y valorar los años de formación de sus profesionales de la salud, también pretendió cerrar por decreto cinco hospitales (Muñiz, Udaondo, IREP, Marie Curie, Ferrer) a través del Complejo Hospitalario del Sur. Al día siguiente de dicho homenaje se conoció la muerte de la enfermera Virginia Viravica, de 61 años, con quien suman, junto con Julio Gutiérrez fallecido a fines de junio, tres los integrantes del equipo de salud que el Durand pierde en esta pandemia, y nuevamente globos negros se elevaron al cielo.

Las enfermeras y enfermeros, quienes están desde hace seis meses en la primera línea, ni siquiera son considerados personal de salud por el Gobierno porteño / Foto: Eleonora Ghioldi

Las enfermeras y enfermeros, quienes están desde hace seis meses en la primera línea, ni siquiera son considerados personal de salud por el Gobierno porteño / Foto: Eleonora Ghioldi

Apenas una muestra de cómo parece ser que al personal de salud, una vez extinguidos los aplausos de los primeros meses, no nos queda otra que seguir honrando a nuestros muertos en soledad, mientras los medios de comunicación insisten en tildarnos de “héroes” y a la vez, en una lógica absurda, presionan para que haya más apertura de la economía.

Extinguidos los aplausos de los primeros meses, no nos queda otra que seguir honrando a nuestros muertos en soledad

Frente a este panorama, no se trata aquí de brindar una estadística de los contagios y muertes en salud para perdernos en abstracciones estériles que nada dicen acerca de la singularidad y materialidad de estas vidas que se apagaron cumpliendo con sus labores, sino de pensar una salida a esta experiencia de lo absurdo que se genera entre las muertes cotidianas (y silenciadas) del personal de salud y las expresiones de individualismo cada vez más pregnantes.

 

La peste del individualismo
En paralelo a la saturación del sistema de salud y al sentimiento de estar “perdiendo la batalla", tal como advirtieron desde la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, la falta de empatía, el egoísmo y un liberalismo rancio avanza como una peste. Una conductora de televisión que se la da de opositora “cool”, antes de terminar su programa, pone una frase en primer plano: “Dejen de prohibir tanto que ya no alcanzo a desobedecer todo”. Saca una botella con un líquido similar al jugo de manzana y dice al aire: “Voy a tomar un poquito de mi CDS” (dióxido de cloro). Agita la botella, se la lleva a la boca y después de unos tragos comenta “oxigena la sangre y viene divino; yo no recomiendo, yo les muestro lo que hago”, y cierra su programa con una sonrisa, un guiño y el pulgar levantado; unos días después, un menor falleció en Neuquén luego de que sus padres le dieran la misma sustancia de forma preventiva contra el coronavirus.

¿Qué responsabilidad les cabe a quienes tienen por función comunicar y promueven que la única salida a este drama (colectivo) es individual

Tres hombres mayores, dos sonrientes con sus sendas boinas puestas y otro más de saco negro largo, se disponen a prender fuego unos barbijos quirúrgicos en medio de la marcha denominada “17A”. Al igual que en los anteriores días patrios, la metodología es la misma; hacer creer a la opinión pública a través de medios y periodistas opositores que la marcha fue convocada por la “ciudadanía”, de modo tal que se diluyan las responsabilidades de semejante acto de egoísmo que buscó, inclusive en este contexto de pandemia, ampliar “el 41 por ciento que sacamos”, como afirmó la ex ministra de Seguridad y presidenta del PRO, Patricia Bullrich. La cámara del celular que filma a los tres incendiarios hombres gira a la derecha y apunta al Obelisco que está a unos metros repleto de humo; parece una escena sacada de diciembre de 2001 pero es apenas una lamentable farsa. La llama del encendedor no es suficiente y no tienen suerte en lo que dura el video. En medio de los intentos de sus compañeros de quema, el señor de saco negro toma la palabra: “¡Viva la patria, abajo los barbijos!¡Para Ginés que dice que tenemos que usar esto, como señal de disciplina social; no queremos disciplina social, no queremos la disciplina social del nuevo orden mundial!¡Científicamente el barbijo no sirve, políticamente es acatamiento de un nuevo orden mundial, ideológicamente puede ser la señal de la bestia!”.

Al combate contra el coronavirus, el personal de salud le suma el combate contra la precarización y los sueldos bajos / Foto: Eleonora Ghioldi

Al combate contra el coronavirus, el personal de salud le suma el combate contra la precarización y los sueldos bajos / Foto: Eleonora Ghioldi

Un hombre de mediana edad, con anteojos de sol para que el reflejo de la nieve del cerro Chapelco no lo afecte y abrazado a una mujer más joven también de lentes, interroga con sorna frente a la cámara que lo graba: “¿Se dieron cuenta que en Europa y en San Martín de Los Andes ya no hay más cuarentena?”. Enseguida prorrumpe en carcajadas al igual que sus acompañantes a la vez que la cámara se eleva y gira para mostrar el modo en que miles de turistas disfrutan de un cielo diáfano y los placeres de un sol tibio mientras escuchan música electrónica y toman cervezas sin tener ningún tipo de cuidado.

Frente a esta otra peste cabría preguntarnos: ¿qué responsabilidad les cabe a quienes tienen por función comunicar, sea desde los medios o desde la política, y promueven a destajo, a cada minuto, que la única salida a este drama (colectivo) es individual y que no importa lo que le pase al resto?; ¿qué nos dicen esos gestos de hilaridad, esas risas que desbordan, esos guiños cómplices mientras en salud lloramos nuestras pérdidas en soledad?; ¿cómo pensar estos reclamos de “libertad” de quienes, como los conciudadanos de La peste que “no creían en la plaga”, solo piensan en sí mismos y no entienden que, como dice Camus, “nadie será libre mientras haya plagas”?

 

La solidaridad como única salida
Albert Camus (1913-1960) nació en la colonia francesa de Argelia y fue un periodista, novelista, dramaturgo y filósofo comprometido con su tiempo como pocos. En 1957, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, destacó en su discurso que el deber del escritor no es "ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren".

En este sentido, su novela La peste, editada en 1947, permite graficar esta tensión existente entre solidaridad y egoísmo; entre el esfuerzo que los equipos de salud estamos haciendo y las actitudes, discursos y prácticas de una parte de la sociedad que pone su individualismo por encima de todo. En ella se narran los “curiosos acontecimientos” que vive la ciudad argelina de Orán durante casi un año, a raíz de una epidemia que comienza con la aparición de ratas moribundas y que, pese al descreimiento inicial de la población en general y de las autoridades en particular, pronto cobra un matiz trágico cuando la ciudad entra en cuarentena para evitar propagar los contagios y las muertes se vuelven cotidianas. Es en este contexto que el relato da cuenta del obrar de un grupo de hombres que miran de frente a la muerte y se rebelan ante las injusticias de una enfermedad mortal bajo la guía del doctor Bernard Rieux, responsable de que se haya declarado el estado de peste y el aislamiento de la ciudad.

“Nos da bronca que un sector de la sociedad niegue la existencia de la pandemia

“Nos da bronca que un sector de la sociedad niegue la existencia de la pandemia", dijeron en el abrazo al Hospital Durand, que ya sufrió tres muertes en el plantel profesional / Foto: Eleonora Ghioldi

Entre estos personajes hay un periodista llamado Raymond Rambert que, tras el aislamiento, sufre la separación de su amor que lo espera fuera de la ciudad. En esta historia secundaria dentro de la trama general de La peste, Camus introduce la posibilidad de dejar atrás los deseos egoístas por un bien mayor que no es ninguna abstracción sino la vida humana. 

La salida a esta pandemia no puede provenir de los deseos egoístas y del individualismo sino, como escribió Camus en El hombre rebelde, del sentimiento de solidaridad

Es así como podemos ver a Rambert cuestionar a Rieux la decisión del aislamiento por no entender que "el bienestar público se hace con la felicidad de cada uno", en una argumentación similar al discurso "anticuarentena" con el que convivimos; luego lo acusará de "heroísmo" en pos de una idea, a lo que el médico contestará que "el hombre no es una idea" y de que "no se trata de heroísmo" sino "de honestidad", que no es otra cosa que cumplir con su oficio de curar personas; a continuación Rambert se sumará a los equipos sanitarios del doctor Rieux y finalmente, cuando consigue salir de forma ilegal de la ciudad en medio de la cuarentena, decide demorar su deseo egoísta frente a la tragedia que se vive en Orán porque "después de lo que había visto" entendió que "este asunto nos toca a todos". 

Este ejemplo literario permite pensar que si hay una salida a este eterno presente de pandemia no puede provenir de los deseos egoístas y del individualismo sino, como escribió Camus en su ensayo El hombre rebelde, del sentimiento de solidaridad que se transforma en una verdadera rebeldía frente a un mundo absurdo.

Por otra parte, es preciso resaltar junto con el doctor Bernard Rieux que las prácticas de salud no son actos de heroísmo, sino que se trata de nuestro trabajo y como tal tenemos derecho a pedir mejores condiciones, un sueldo digno o que se respete el esfuerzo que estamos haciendo a diario en hospitales, clínicas o geriátricos donde estamos dejando hasta nuestras vidas. Se trata de pensar la necesidad de políticas públicas claras y solidarias que no den más concesiones a las demandas de una libertad edulcorada por cafés atestados y cervezas artesanales mientras los hospitales colapsan. Se trata también de entender que el trabajo en salud enferma y hasta mata; que los salarios bajos en este ámbito nos llevan a tener que hacer horas extras o conseguirnos otro trabajo; que el término bornout (estar quemado) nos acompaña en el área de salud desde mucho antes del COVID-19 y que ahora se ha agudizado debido a la presión, el estrés y la angustia bajo la cual trabajamos; que las décadas de descuidos de este ámbito, que llegó a su paroxismo con la desaparición del Ministerio de Salud durante el macrismo, no son gratuitas tanto para la población en general como para quienes formamos parte de los equipos de salud.

Finalmente, como en la narración de Camus, se trata de comprender que en esta película no hay destinos individuales, sino “una historia colectiva" que es la peste, y que es preciso rescatar del olvido a las víctimas de esta tragedia y de tener presente, todos los días, en la memoria a aquellas y aquellos que dieron sus vidas en pos del cuidado de otros.

Los pasillos de los hospitales, un territorio cada vez más hostil para quienes los transitan a diario / Foto: Télam

Los pasillos de los hospitales, un territorio cada vez más hostil para quienes los transitan a diario / Foto: Télam

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