El psicoanalista Osvaldo Saidón reflexiona sobre las angustias que produce el encierro en la psicología de la sociedad y plantea la necesidad de crear una ética del cuidado. Qué tiene Freud para decir sobre el coronavirus.
En estos pocos días transcurridos de cuarentena, no estamos en condiciones de hacer diagnósticos precisos sobre las ansiedades predominantes que se apoderan de las familias, de los grupos, de las parejas o de los individuos que, en soledad, realizan lo que dio en llamarse el "aislamiento social obligatorio".
Las comunicaciones en redes y la telecomunicación en general proporcionan otro tipo de conexión que, aunque ya estaba presente, ahora se instala como sustituta del vacío que produce la falta de contacto corporal. Eros, la pulsión de vida, está sostenida en ese contacto entre los cuerpos que hoy el cuidado por el posible contagio, nos priva.
A través de quienes se ocupan de su relato, la pandemia del coronavirus nos comunica todo el tiempo cuestiones dominadas, de algún modo u otro, por Tánatos, la pulsión de muerte. En este contexto de alerta mundial, se reaviva la teoría de Freud y en el centro del escenario psíquico-social aparecen en tensión la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).
¿Qué rol puede ocupar la terapia? Facilitar que la pulsión erótica (vida) se pueda desviar de la pulsión de muerte que avanza irremediablemente, porque el pensamiento moderno y el psicoanálisis consagraron la idea del humano como la del "ser para la muerte".
Por eso, la pregunta que se presenta ahora dentro de la Psicología Social sería: ¿Cómo podemos propiciar el entendimiento de que, hoy, cuidarse del contagio es una actividad del Eros que está al servicio de la conservación de la vida, mientras que, al mismo tiempo, la expansión de esa misma pulsión de vida se está viendo limitada en cuanto a su potencia?
Se reaviva la teoría de Freud y en el centro del escenario psíquico-social aparecen en tensión la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos).
Si me piden que defina cuál es la ansiedad predominante en estos días de comienzo de la cuarentena, diría que es la ansiedad de tipo confusional, pero en todo este proceso que estamos viviendo tampoco están ausentes las ansiedades depresivas ni las persecutorias: la pérdida de una forma de vida por la anulación de los encuentros afectivos, amorosos y sexuales, tal como los vivíamos hace unas semanas, entristece a los cuerpos.
El miedo y el terror a la enfermedad, o a la muerte propia y de los seres queridos, como así también la amenaza de los conflictos sociales por venir, son un fondo paranoico que cada vez está más presente.
Los psicoterapeutas, en general, y los agentes de salud mental, en particular, tienen la noble tarea de pensar estas cuestiones y, mediante su accionar, su escucha y su palabra, aliviar el padecimiento que esta pandemia provoca. Esta ansiedad, esta incertidumbre de no saber lo que pasará, pone enfuncionamiento eso que llamamos "ansiedad confusional", que está afectando a nuestra inmunidad porque dificulta nuestros propios mecanismos psicológicos de defensa.
Frente a estas ansiedades que nos afectan y nos pertenecen a todos, toca crear dispositivos para poder soportarlas: "sostener", "contener", "inventar", "imaginar", son todos verbos que nos desafían a ejercer un pensamiento activo y, a la vez, a establecer tácticas que no conocíamos.
La desorientación llegó a todas y a todos. Ante ese caos, la ciencia parece haber perdido su reinado absoluto. ¿Qué puede aportar el pensamiento psicológico para la comprensión de esta actualidad planetaria? En el trabajo clínico, grupal y/o institucional, comprobamos que el principal desafío es avanzar en un devenir que no nos deje afuera, sino que nos incluya.
El coronavirus genera involucramiento y abre una paradoja: los médicos y los enfermeros que nos cuidan del avance de la enfermedad son también los más expuestos a la propia infección, las cocineras de los comedores comunitarios y las maestras que procuran que los chicos se sigan alimentando, son también las personas más amenazadas por el contagio. Por otra lado y de manera diferente, con quienes trabajamos en salud mental sucede que somos presa de las mismas ansiedades que pretendemos diagnosticar y tratar.
La gran mayoría carecemos de diagnóstico sobre la infección, pero lo que resulta más triste, más terrorífico, es la incertidumbre del pronóstico, tanto en relación a si nos enfermamos como al modo enque sobreviviremos en el futuro próximo.
Apelar a nuestras vidas artistas, creativistas, laboriosas, oníricas, caracterológicas, del modo en que podamos hacerlas.
¿Cómo actuar, entonces? ¿Cómo ayudarnos ante este escenario tan adverso?
En primer lugar, es necesario entender que cualquier incremento narcisista que nos remita a pensar solo en nosotros mismos, es un narcisismo sangrante, hace daño. Y es, justamente, contra ese encierro narcisista e individualista que podemos hacer valer la palabra.
Los comunicadores, los psicoanalistas y los trabajadores de salud mental, pueden desarrollar o intentar dispositivos que eviten los malos encuentros, la descomposición de los cuerpos. Potenciar en estos encierros la multiplicidad en cada uno de nosotros y en nuestros vínculos. Apelar a nuestras vidas artistas, creativistas, laboriosas, oníricas, caracterológicas, del modo en que podamos hacerlas. Aceptar nuestras incorrecciones, nuestra vulnerabilidad y dar lugar a las fantasías, al relato de las mismas y/o a secretarlas.
En fin, una ética facultativa del cuidado como garante de la pulsión de vida y no solo como escape de la muerte.
*Osvaldo Saidón es psicoanalista y analista institucional.
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