Reflexiones desde el aislamiento obligatorio sobre los barrios, el hambre, la muerte y los futuros posibles ahora que la sociedad comienza a abrir los ojos.
Digo coronavirus para que sepan que escribo ahora mismo, en medio de una pandemia planetaria. Qué ganas tenemos casi todes de saber si morirá la mitad de la población mundial y solo nos salvaremos quienes estemos envueltos en plástico estirilizado hasta mayo; o si podemos caminar un rato por la vereda sin miedo, porque con un poco de cuidadito estaremos a salvo.
Qué ganas de saber si alguien sabe más de lo que sabemos todes, si el del maxikiosco es amigo y se arriesga para vendernos un alfajor o es un forro que abre aunque su negocio no es esencial. Qué ganas de saber cuándo vamos a poder salir a hacer nada, qué ganas de saber qué piensan bien adentro las personas que amamos, qué ganas de que tanta muerte sirva para algo.
Qué ganas de dejar de recordar a esa mujer española llorando porque a su pareja de 80 años decidieron dejarla morir. Gritando que por favor no. Qué ganas de dejar de pensar en que por fin África parece a salvo del fin del mundo y Europa un poco más cerca. Qué ganas de confiar un poco más en seres humanos que antes de este terremoto eran pura mierda.
Qué ganas de que si pronto nos falta comida sepamos que hay miles de niñes a les que siempre les faltó. Qué ganas de que empecemos a saberlo aunque nunca nos falte. Qué ganas de saber cómo están les compas que viven en la vereda a les que acariñamos algunos sábados. Qué ganas de no seguir enojándonos por pavadas como Movistar o el fútbol o las goteras del techo.
Nuestras fotos felices en Instagram son islitas virtuales en medio de desnutrición, violencia machista, vidas sin sonrisa.
Qué ganas tuvimos siempre de que algo sacuda el sopor superpoblado en que se transformó este mundo. Qué ganas de que algún día el sacudón no lo provoque la fuerza de los llantos. ¡Cuántas ganas, carajo, de que cuando vivir libres no sea delito, empecemos a vivir libres en serio! Qué ganas de saber qué significa exactamente ser libres.
Qué ganas de que al menos en algunos rincones haya gente haciendo justicias. Qué ganas de animarme a gritarle a la doña de enfrente: “¡Lilian! ¿Te gusta cómo canto?”. Qué ganas de no sentir culpa por no hacer casi nada cuando no se puede hacer casi nada. Qué ganas de dejar de sentir a las organizaciones sociales como parte de mi cuerpo.
Qué ganas de que un día un texto mío les revuelva el corazón a decenas, qué ganas de que el texto sea de cualquiera, pero se los revuelva para que cada vez más sepamos que la pandemia la tenemos alrededor hace siglos y casi nunca la podemos ver.
Qué ganas de que, si no pudimos hasta ahora, empecemos ahora: a repensar las cárceles, las escuelas, las familias, el amor.
Nuestras fotos felices en Instagram son islitas virtuales en medio de desnutrición, violencia machista, vidas sin sonrisa, en medio de obreras de 50 años que viajan hacinadas en camiones haya virus o feriado o vejez para cosechar verduras llenas de agrotóxicos por apenas unos centavos. Nuestros viajes, nuestro Netflix y nuestra cuarentena son apenas amnesia para geriátricos aislados de caricias, barrios enteros sin agua ni gas, para tanta tanta tanta injusticia.
Qué ganas de que, si no pudimos hasta ahora, empecemos ahora: a repensar las cárceles, las escuelas, las familias, el amor. Sé que no va a pasar, pero qué ganas de creer que estamos por empezar, aunque falte mucho para terminar, a construir el primer milagro de la humanidad: que ninguna persona muera por falta de comida cuando en muchos lugares sobra.
Que ninguna persona muera por falta de comida cuando en muchos lugares sobra: el único sueño real que tengo. Acepto la frustración, el vacío existencial, la inmensidad de la muerte, vivir solo para siempre, que me siga doliendo escuchar Salta La Banca, las manchas en la piel, ¡ser culpable de injusticias aceptaría! si, cuando el coronavirus deje de ser trending topic, veo que en mi barrio, en mis redes sociales, en mi planeta son muchas, muchos y muches les que se miran a los ojos, apagan una hora el teléfono y se hacen cargo de que el mundo no estará a salvo cuando termine la pandemia: lo vamos a salvar, nos vamos a salvar, cuando asumamos que no hay conspiración cósmica, que a ese nene que sufre lo salvamos con comida, amor, organización, exigencias al Estado, revoluciones sociales.
Que ni siquiera hace falta que seamos todes: 200, 300 personas organizadas en Lomas de Zamora, en Jujuy o en Etiopía pueden romper la lógica. Y que organizarnos y evitar que una persona muera por falta de comida cuando en muchos lugares sobra, eso, eso solito, se los juro por el sol, eso también es cambiar el mundo.
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