De la revolución al shopping

por Laura Litvinoff
17 de diciembre de 2016

El director peruano Joel Calero cuenta lo complejo que es hacer películas en un país que los mercados liberales toman como modelo pero en el que no hay transporte, educación ni salud pública. Y donde las ideas revolucionarias murieron hace rato.

Países atravesados por años de políticas neoliberales que desconocen su propia identidad y siguen luchando por reconocerse. Esa metáfora de las sociedades latinoamericanas actuales atraviesa La última tarde, la película que Joel Calero presentó en el Festival de Mar del Plata, y por eso es interesante conversar con él acerca del cine de la región y sobre Perú en particular. De cómo queríamos cambiar al mundo y ahora, como dice el Pepe Mujica, nos conformamos con cambiar la acera de enfrente. De cómo “hemos pasado de los ideales más colectivistas a cosas más personales”.

¿Cómo ves a Perú hoy?

Perú todavía es en muchos sentidos una sociedad precaria, hay una falsa sensación de modernidad, porque mientras no haya cosas básicas como un transporte, una educación y una salud pública y de calidad todo lo demás es nada. Por ejemplo, hay casos concretos de muchos lugares muy pobres que de pronto tienen incrustado un “shopping mall”, un centro comercial, que tiene estos atributos de la modernidad: un espacio para ver películas, otro para comer, otro para tomar un trago, y pareciera que eso es la modernidad, pero en el fondo no hay nada más que eso, es muy patético. Eso veo de mi sociedad: el festejo de todos cuando ponen un shopping, porque eso es estar en 'algo', pero ese algo es todo de afuera, es todo importado. Lamentablemente Perú es una sociedad que todo el tiempo está mirando a Miami.

¿Cómo es filmar en Perú? ¿Cuesta hacer cine en Latinoamérica?

Sí, en cuestiones de producción, por supuesto. En Perú, por ejemplo, solamente tenemos una fuente de financiamiento, que pertenece al Ministerio de Cultura, y te diría que el 80% de las películas más personales tienen dos opciones para financiarse, o lo hacen mediante el Ministerio de Cultura, o por el Programa de Ibermedia -fondo de apoyo al cine iberoamericano-. Fuera de eso no hay otra forma, o sea que lo que hay es muy poco. Y así y todo en los últimos cinco años hubo seis proyectos terminados por año, pero bueno, eso que se dio fue algo inédito, antes de eso había, con suerte, una o dos películas terminadas por año.

Eso veo de mi sociedad: el festejo de todos cuando ponen un shopping, porque eso es estar en 'algo', pero ese algo es todo de afuera, es todo importado. Lamentablemente Perú es una sociedad que todo el tiempo está mirando a Miami

¿Hay escuelas de cine?

Hay una o dos que recién en el último tiempo empezaron a existir, y no se si no tiene que ver en parte con una afloración del cine comercial, de los géneros de comedia y terror. Un cine de una calidad infame pero lamentablemente de muy alta rentabilidad. Y me da la impresión -y esto lo digo porque soy docente también- de que muchos alumnos no son particularmente amantes del cine, es decir, no están hurgando películas, descubriéndolas… sino más bien pareciera que en el tiempo reciente, ser cineasta es una posibilidad comercial, una especie de espejismo.

¿Pensás que eso tiene que ver con un problema que tenemos como latinoamericanos, que nos cuesta apropiarnos de nuestra cultura?

Y sí, pero tampoco es fácil. Hablando de mí mismo, por ejemplo, esta es mi segunda película, y estoy en proceso de hacer la tercera, pero como te decía también trabajo como docente, tengo que sobrevivir e ir calculando todos los meses para ver como hago. Y por eso mismo también ahora ya estoy embarcado en un proyecto de cine comercial, que no será lo que me hace feliz, pero lo necesito. Es decir, mi estructura personal es bien simple: o hago cine comercial o dejo de hacer cine. No es que quiera hacer cine comercial y dedicarme a eso, pero por ahora es la única forma que encuentro para poder seguir haciendo el cine que me interesa.

Hemos pasado de los ideales más colectivistas a cosas más personales, más reducidas. Ahora se manejan esas escalas, que tal vez pueden llegar a ser más realistas, más adecuadas, pero también son más individualistas

Eso que decís se nota en tu película, se nota que el cine que te interesa no tiene nada que ver con el cine comercial, sino con un cine más relacionado a las historias pequeñas y profundas, a la complejidad de las relaciones humanas y de los afectos que además logras filmar con muy pocos recursos, en el caso de La última tarde, con apenas dos personajes y algunas locaciones ¿Por qué te interesa trabajar así?

Siempre fue así, yo solo miro películas de relaciones, de afectos, otro cine no me interesa. Cuando voy a ver, por ejemplo, una película de detectives, no la entiendo, me pierdo en los detalles... la ciencia ficción tampoco me interesa, el cine de terror, te diría que casi no he visto. En realidad, yo empecé a querer hacer cine cuando vi las películas de un cineasta importantísimo que es Nikita Mijalkov. Sus películas realmente me tocaban, me sacudían, porque tenían que ver con los afectos, con los sujetos, con las personas, y desde entonces fue que se volvió un poco maniática mis ganas de mirar ese cine y de explorar historias que sean de ese orden. Aunque así y todo, esta película tardó cinco años en hacerse, y se hizo gracias al hecho de haber ganado varias becas, es decir, se fue haciendo de manera progresiva, fluida, pero tardó varios años.

¿En tu película los protagonistas confrontan ideologías?

Más bien yo diría que tiene dos maneras diferentes de asumir la realidad que les toca vivir.  Hay una frase de Pepe Mujica que me parece que es muy precisa, el dice “antes queríamos cambiar la sociedad y ahora nos conformamos con cambiar la acera de enfrente” y eso es lo que les pasa a estos personajes. Él sigue pensando que habría que cambiar la sociedad, y ella en cambio ya entendió que probablemente lo que único que puede cambiar es la acera de enfrente, y eso mismo pasa por ejemplo cuando te encontrás con alguien que trabaja en marketing o en publicidad y que no tiene ningún nivel de incidencia social. Esa persona fantasea con poner su propio restaurant y le parece que ya solo con eso va a ser un revolucionario, porque llevarlo a cabo implicaría, por ejemplo, pagarle directamente a un proveedor. Es decir, me parece que ahora que hemos pasado de los años ’80, los ‘90, el 2000, hemos pasado de los ideales más colectivistas a cosas más personales, más reducidas. Ahora se manejan esas escalas, que tal vez pueden llegar a ser más realistas, más adecuadas, pero también son más individualistas.

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