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Villera Vip: “Nací y sobreviví cantando”

por Nelson Santacruz
Fotos: Rodrigo Ruiz
12 de noviembre de 2024

Nahir Sánchez es Villera Vip, una cantora desde el vientre de su madre. Es trabajadora de mantenimiento, estudiante de la universidad pública, mamá, militante cultural y otras hierbas. Tiene demasiado para decir y elige hacerlo en cualquier escenario. Un mano a mano con quien, desde Villa Calacita, se enfrenta al mundo para transformarlo todo con la música. 

Nahir Sánchez Romero escucha música folklórica y cantos líricos desde el vientre de su madre. Ella sabe que las melodías están en su sangre gracias a esa mujer que la parió y que, por las vueltas de la vida, falleció con su primer llanto: “Nací y sobreviví cantando”, dice. Y recuerda la mudanza de su Entre Ríos natal directo al descampado de Calacita, la villa donde creció en Soldati: “De niña, cuando no teníamos más que la luz de las velas, la guitarra que nos trajimos era el único centro de atención de mi casa”. Con cuatro años no se imaginaba su hambre, los tropiezos, su música, la militancia, su banda, la universidad ni su maternidad: “Desde que llegamos al barrio en los 90’ sufrimos mucho la pobreza”.

Estas semanas las redes sociales explotaron con su rostro, su palabra, su discurso como estudiante de la Universidad Nacional de las Artes. Con la visita de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Nahir tomó el micrófono y acentuó su “orgullo villero”, y la importancia del matrimonio igualitario porque sus padres, justamente, pudieron casarse con ese derecho. El periodista Eduardo Feinmann tomó ese recorte y resaltó en la LN+: “La sociedad no quiere ser villera ni tener papás putos”. El ejército de trolls arremetió contra Nahir, riéndose por “lo absurdo” de ser orgullosamente villera. Aunque posteriormente Feinmann tuvo que pedir disculpas públicas, las agresiones ya estaban hechas.

En esta nota vamos a desmembrar el concepto del orgullo villero, el arte popular y la militancia cultural con esta cantora que sigue creciendo con su banda “Villera Vip”. Los desafíos de vivir en Calacita, su paso por la universidad pública y cómo concibe la política desde una perspectiva artística en tiempos de Milei. 

Del canto a Villera Vip

“¿Quién se robó mi inocencia?¿Quién silenció nuestro grito?¿A quién le importa tu muerte? Nadie sabe ni quién fue, ¡no somos parte de nada! Somos la mierda”, dice en su canción  Querubin. Lo escribió rodeada por Villa Fátima, Carrillo y Los Piletones, cerca de una autopista… ahí mismo entre las paredes de su barrio Calacita como expresión desgarradora, de amor, de preguntas. 

"Desde el primer momento que llegamos sufrimos de mucha pobreza. Pero en 2001 explotó todo. Con mi familia salimos a saquear aunque algunos todavía éramos muy chicos”, recuerda. Nahir canta desde ahí: “Fuimos gaseados. Recuerdo fijamente que por más que ya no estábamos en los supermercados, la Policía pasaba igual por el barrio y si estabas afuera te gaseaban por el simple hecho de vivir acá”.

-“La sociedad no quiere ser villera”, te dijo Feinmann…
-Es que en los 90’ vincularon lo “villero” con lo pobre y precario. La mirada de Feinmann es noventosa. Nosotras deconstruimos eso al explicar que es una identidad con valores que solo vivenciamos quienes crecimos en estos lugares. Eso que logramos, nos identifica, es un orgullo. Ojo, el empobrecimiento no se lo deseo a nadie, no es un orgullo eso, pero lo que no hay que permitir más es que lo "villero" sea un concepto negativo. Nosotras lo estamos dando vuelta mostrando la connotación comunitaria, positiva, artística, de amorosidad.

Parida por esas calles de tierra, las primeras casillas de Calacita se instalaron en lo que era una caballeriza, muy cerca de La Quema donde toda la ciudad tiraba sus desperdicios: “El basural era para nosotros un parque de diversiones”, recuerda. Hoy, siendo mamá de Salvador de 9 años, se mira a sí misma como una adolescente que oía a Divididos fuera de los estadios: “A cara de perro me acerqué una vez a pedirle a un seguridad que me deje pasar al Gran Rex. Obvio no me dejaba, ¿quién era yo? Apareció Mollo sin saber nada de mi y me dejó entrar. A mi eso me quemó la cabeza, no lo creí, en ese momento dije… ¡pucha, mirá lo que es el rock! Porque yo sobre todo soy cumbiera y chamamecera".

Villera Vip no tiene un género marcado, Nahir dice que puede empezar con un rap y terminar con unas buenas cumbias. Su esencia, más que en los estilos en sí, se encuentra en cómo viven las letras y cómo comunican las melodías aquello que pasa en la cotidianidad del pueblo: “Una compañía discográfica me pidió que no tenga fuerte contenido político. Le gustó nuestra música, los covers, pero le caía mal lo que pensaba. Por eso definimos no concretar nada”.

-¿De dónde sale el nombre de la banda?
-En 2020 empezó todo. Comencé a escribir canciones en la pandemia en el espacio cultural que integro. Ahí hacemos muchas actividades culturales y en una entrevista me dijeron ‘¡Qué lindo este lugar!’ Y nos salió decir entre risas… ‘es que somos villeras pero somos vip’. Gracias a eso me nació un poema y me identifiqué más fuertemente como artista.

-Después de 4 años se viene CRUDA, ¿qué es?
-Me cuesta mucho contar lo que es el empobrecimiento, la invisibilidad, como un discurso político en un micrófono. Lo haré en una obra teatral musical llamada CRUDA donde el público se va a encontrar con poemas, música y danza. No me presento como una referenta, no me sale, pero sí me sale cantar toda la mierda que no quiero que le pase a nadie más. El 17 de noviembre, en Quetren Quetren, con CRUDA plantaré una posición política.

Cuando cantar también es un activismo

Hoy Nahir trabaja cuidando personas, dando talleres de música, en una cooperativa de mantenimiento y en su casa. La maternidad, su proyecto artístico, se circunscribe en el Espacio Cultural “Lo de Carola” que fundó con sus vecinas: “Es el mismo lugar donde vivo, donde crecí con mi abuela curandera. Articulamos, por ejemplo, con la UNA con talleres culturales para mujeres adultas mayores, hay actividades esporádicas para niños, resolvemos algunas meriendas, trámites, ropa… lo que el barrio demande siempre que podemos”, resume. Esa batalla territorial la mezcla con otro punto de militancia: su universidad.

-¿Cómo hacés todo eso junto?¡Es un montón!
-Me recibí de intérprete en danzas folklóricas y tango en la UNA. Ahora estoy a tres materias de tener la licenciatura en folklore. ¡Ni yo sé cómo hago! Ahí con mi amigo El Chino construimos el Centro de Estudiantes Taty Almeida, que es Honoris Causa de la casa. Hace varios años que me eligen como consejera superior por el claustro estudiantil.

-¿Por qué la idea del ‘arte villero’ y no solo arte?
-Porque siempre hubo una cuota de invisibilidad y silencio de nuestras expresiones artísticas. Hoy con orgullo podemos decir que el arte nuestro sale de de la villa con sus propios valores, saberes, colores y no es el mismo que otros que no vivieron lo que nosotros. Ni mejor, ni peor, es distinto porque surgen otros significados. Estos años cada vez noto más una especie de ‘salir del closet villero’ y levantamos esa bandera.

Para cerrar su escupitajo, Feinmann metió otro dedo en otra llaga: “La sociedad no quiere papás putos”. Y Nahir responde: "Si conociera a mis padres los elegiría como padres. El resultado de quien soy se lo debo a él, la entereza me la dieron ellos al luchar por su amor. Ellos no solo me criaron a mi porque cuando parte de mi familia no se hizo cargo de ciertas infancias... lo hicieron mis papás. No había varones heterosexuales responsabilizándose y por eso tuvieron que paternar a otros”.

Entre Chabela Vargas, Los Redondos, Divididos, Yupanki o Juan Quintero, Nahir hila toda su existencia en un proyecto artístico que tiene rumbos inciertos pero a buen trote. Ella sabe que no es la marrón, descalza, con visera o berretines que constituyen el imaginario social y mediático de lo que es o no es una villera. “Siempre tuve un beneficio: tener ojos claros y ser blanca. Pero también me tuve que ganar el respeto”, suelta. No se olvida de las veces que, por querer usar para cantar el micrófono de la iglesia, la han esperado afuera para cagarse a palos: “En esa infancia a las lindas se le pegaba y me agarraba a las piñas”, dice entre risas.

Ahora los desafíos son distintos, su letra nada entre los telones de quienes muchas veces agachan su mirada o nos miran por tevé. El odio viene por otro lado, creció, y un poquito de cultura popular dando batalla a nadie le viene mal. Ahí se planta ella, con cualquier instrumento, su colectivo, su voz y sus ganas de mostrar al mundo sin romances ni amarillismos otra forma de ser cantora. Como una villera, si, una villera vip.