Compartir

¿Cómo pudimos?

por Revista Cítrica
10 de enero de 2015

Pasa el tiempo en los relojes del microcentro porteño, pero no olvidamos. Estábamos ahí, en el mismo reducto. En ese gutural edificio sobre calle Maipú. Atiborrados de escritorios vacíos y computadoras apagadas. Así, es ese útero del abandono nació Revista Cítrica.

En alguna de las tantas madrugadas de lucha, se nos ocurrió jugar a soñar. Y soñamos la trasnochada idea de contactarnos con Eduardo Galeano, para que sumara su pluma esbelta a los textos que habíamos decidido publicar en el segundo número de Crítica de los Trabajadores, consecutivo del ejemplar agotado, que fuera concebido para el Día del Periodista.

La quimera comenzó a tomar forma y el sueño se cumplió. Claro, los tiempos veloces corrían desaforadamente, las madrugadas se superponían, y se consiguió materializar el contacto apenas 48 horas antes del cierre. Ante lo inmediato de la propuesta, ante tanto desparpajo de nuestra parte, el maestro uruguayo respondió:

“He intentado escribir algo que pueda serles útil, y no hay caso. Les pido disculpas, y les ofrezco que publiquen cualquier fragmento de mis libros, el que quieran, el que elijan, con mi autorización expresa al servicio de esa causa justa. Abrazos y suertudas suertes, por difícil que resulte encontrarlas”. Eduardo Galeano

Frente a semejante muestra de humildad. Frente a tan edificante horizonte periodístico al cual apuntar, hemos elegido un texto que pertenece  a “Espejos – Una historia casi universal”.  El fragmento se titula ¿Cómo pudimos?. Y cuando las mencionadas madrugadas nos encontraban pasando la noche en una redacción con perfume de trinchera, abrigando con frazadas las palabras, compartiendo un vino con los verbos y emociones con las penumbras, también nos preguntábamos la misma cuestión. ¿Cómo pudimos unirnos así? Para aguantar lo inaguantable, asiéndonos de lo inasible, creyendo lo increíble, solidificando lo imposible. Y lo hicimos. En nombre de los Trabajadores del Diario Crítica: Gracias Eduardo por el inconmensurable apoyo.

¿Cómo pudimos?

Ser boca o ser bocado, cazador o cazado. Ésa era la cuestión.

Merecíamos desprecio, o a lo sumo lástima. En la intemperie enemiga, nadie nos respetaba y nadie nos temía. La noche y la selva nos daban terror. Éramos los bichos más vulnerables de la zoología terrestre, cachorros inútiles, adultos pocacosa, sin garras, ni grandes colmillos, ni patas veloces, ni olfato largo.

Nuestra historia primera se nos pierde en la neblina. Según parece, estábamos dedicados no más que a partir piedras y a repartir garrotazos.

Pero uno bien puede preguntarse: ¿No habremos sido capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habría durado algo más que un ratito en el mundo?

Eduardo Galeano, del libro “Espejos, una historia casi universal”.

Crónica de la ciudad de Buenos Aires

A mediados de 1984 viajé al Río de La Plata. Hacía once años que faltaba de Montevideo; hacía ocho años que faltaba de Buenos Aires. De Montevideo me había marchado porque no me gusta estar preso; de Buenos Aires, porque no me gusta estar muerto. Pero ya en 1984 la dictadura militar argentina se había ido, dejando a su paso un imborrable rastro de sangre y mugre, y la dictadura militar uruguaya se estaba yendo.

Yo acababa de llegar a Buenos Aires. No había avisado a los amigos. Quería que los encuentros ocurrieran sin hacerlos. Un periodista de la televisión holandesa, que me había acompañado en el viaje, me estaba entrevistando frente a la puerta de la que había sido mi casa. El periodista me preguntó qué se había hecho de un cuadro que yo tenía en mi casa, la pintura de un puerto para llegar y no para marcharse, un puerto para decir hola y no adiós, y yo empecé a contestarle con la mirada clavada en el ojo rojo de la cámara.

Le dije que no sabía adónde había ido a parar ese cuadro, ni adónde había ido a parar su autor, el negro Emilio, Emilio Casablanca; el cuadro y Emilio se me habían perdido en la niebla, como tantas gentes y cosas tragadas por aquellos años de terror y lejanía. Mientras yo hablaba, advertí que una sombra venía caminando por detrás de la cámara y se quedaba a un costado esperando. Cuando terminé, y el ojo rojo de la cámara se apagó, moví la cabeza y lo vi. En aquella ciudad de trece millones de habitantes, el negro Emilio había llegado hasta esa esquina, por pura casualidad o como se llame eso, y estaba en aquel preciso lugar en el instante preciso.

Nos abrazamos bailando, y después de mucho abrazo Emilio me contó que hacía dos semanas que venía soñando que volvía, noche tras noche, y que no lo podía creer.

Y no lo creyó. Esa noche me llamó por teléfono al hotel y me preguntó si yo no era sueño o borrachera.

Eduardo Galeano

Del Libro de los abrazos