Pasa el tiempo en los relojes del microcentro porteño, pero no olvidamos. Estábamos ahÃ, en el mismo reducto. En ese gutural edificio sobre calle Maipú. Atiborrados de escritorios vacÃos y computadoras apagadas. AsÃ, es ese útero del abandono nació Revista CÃtrica.
En alguna de las tantas madrugadas de lucha, se nos ocurrió jugar a soñar. Y soñamos la trasnochada idea de contactarnos con Eduardo Galeano, para que sumara su pluma esbelta a los textos que habÃamos decidido publicar en el segundo número de CrÃtica de los Trabajadores, consecutivo del ejemplar agotado, que fuera concebido para el DÃa del Periodista.
La quimera comenzó a tomar forma y el sueño se cumplió. Claro, los tiempos veloces corrÃan desaforadamente, las madrugadas se superponÃan, y se consiguió materializar el contacto apenas 48 horas antes del cierre. Ante lo inmediato de la propuesta, ante tanto desparpajo de nuestra parte, el maestro uruguayo respondió:
“He intentado escribir algo que pueda serles útil, y no hay caso. Les pido disculpas, y les ofrezco que publiquen cualquier fragmento de mis libros, el que quieran, el que elijan, con mi autorización expresa al servicio de esa causa justa. Abrazos y suertudas suertes, por difÃcil que resulte encontrarlas”. Eduardo Galeano
Frente a semejante muestra de humildad. Frente a tan edificante horizonte periodÃstico al cual apuntar, hemos elegido un texto que pertenece a “Espejos – Una historia casi universal”. El fragmento se titula ¿Cómo pudimos?. Y cuando las mencionadas madrugadas nos encontraban pasando la noche en una redacción con perfume de trinchera, abrigando con frazadas las palabras, compartiendo un vino con los verbos y emociones con las penumbras, también nos preguntábamos la misma cuestión. ¿Cómo pudimos unirnos asÃ? Para aguantar lo inaguantable, asiéndonos de lo inasible, creyendo lo increÃble, solidificando lo imposible. Y lo hicimos. En nombre de los Trabajadores del Diario CrÃtica: Gracias Eduardo por el inconmensurable apoyo.
¿Cómo pudimos?
Ser boca o ser bocado, cazador o cazado. Ésa era la cuestión.
MerecÃamos desprecio, o a lo sumo lástima. En la intemperie enemiga, nadie nos respetaba y nadie nos temÃa. La noche y la selva nos daban terror. Éramos los bichos más vulnerables de la zoologÃa terrestre, cachorros inútiles, adultos pocacosa, sin garras, ni grandes colmillos, ni patas veloces, ni olfato largo.
Nuestra historia primera se nos pierde en la neblina. Según parece, estábamos dedicados no más que a partir piedras y a repartir garrotazos.
Pero uno bien puede preguntarse: ¿No habremos sido capaces de sobrevivir, cuando sobrevivir era imposible, porque supimos defendernos juntos y compartir la comida? Esta humanidad de ahora, esta civilización del sálvese quien pueda y cada cual a lo suyo, ¿habrÃa durado algo más que un ratito en el mundo?
Eduardo Galeano, del libro “Espejos, una historia casi universal”.
Crónica de la ciudad de Buenos Aires
A mediados de 1984 viajé al RÃo de La Plata. HacÃa once años que faltaba de Montevideo; hacÃa ocho años que faltaba de Buenos Aires. De Montevideo me habÃa marchado porque no me gusta estar preso; de Buenos Aires, porque no me gusta estar muerto. Pero ya en 1984 la dictadura militar argentina se habÃa ido, dejando a su paso un imborrable rastro de sangre y mugre, y la dictadura militar uruguaya se estaba yendo.
Yo acababa de llegar a Buenos Aires. No habÃa avisado a los amigos. QuerÃa que los encuentros ocurrieran sin hacerlos. Un periodista de la televisión holandesa, que me habÃa acompañado en el viaje, me estaba entrevistando frente a la puerta de la que habÃa sido mi casa. El periodista me preguntó qué se habÃa hecho de un cuadro que yo tenÃa en mi casa, la pintura de un puerto para llegar y no para marcharse, un puerto para decir hola y no adiós, y yo empecé a contestarle con la mirada clavada en el ojo rojo de la cámara.
Le dije que no sabÃa adónde habÃa ido a parar ese cuadro, ni adónde habÃa ido a parar su autor, el negro Emilio, Emilio Casablanca; el cuadro y Emilio se me habÃan perdido en la niebla, como tantas gentes y cosas tragadas por aquellos años de terror y lejanÃa. Mientras yo hablaba, advertà que una sombra venÃa caminando por detrás de la cámara y se quedaba a un costado esperando. Cuando terminé, y el ojo rojo de la cámara se apagó, movà la cabeza y lo vi. En aquella ciudad de trece millones de habitantes, el negro Emilio habÃa llegado hasta esa esquina, por pura casualidad o como se llame eso, y estaba en aquel preciso lugar en el instante preciso.
Nos abrazamos bailando, y después de mucho abrazo Emilio me contó que hacÃa dos semanas que venÃa soñando que volvÃa, noche tras noche, y que no lo podÃa creer.
Y no lo creyó. Esa noche me llamó por teléfono al hotel y me preguntó si yo no era sueño o borrachera.
Eduardo Galeano
Del Libro de los abrazos

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