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“El reconocimiento a las naciones indígenas es un acto de reparación histórica y decencia democrática”

por Adriana Meyer
Fotos: Euge Neme
04 de septiembre de 2022

Pedro Cayuqueo, escritor y periodista mapuche, analiza el impacto de la nueva Constitución que será plebiscitada en Chile. La unión de la lucha indígena y feminista en el estallido social, la necesidad de rediscutir la Historia oficial y el peso del extractivismo a ambos lados de la Cordillera.

Le digo a Argentina que tome del proceso constitucional en Chile como una salida posible al conflicto indígena, una solución política y democrática basada en justicia y reparación, un reencuentro de la sociedad argentina con sus más de 30 pueblos originarios”. Pedro Cayuqueo dialoga con Revista Cítrica en el patio de un hostel en el porteño barrio de Palermo, poco antes de partir a Comodoro Rivadavia, donde presentará el segundo tomo de su saga Historia Secreta Mapuche (editorial Catalonia, 2020) en la Feria del Libro de esa ciudad. 

“Cuando no existen caminos institucionales, lo que queda es la protesta social y la represión estatal, queda el brutal enfrentamiento étnico que se sabe cómo empieza pero no cómo termina”, agrega. En esta entrevista explica cuáles son los ejes de la Nueva Constitución, surgida de la rebelión popular de 2019, y por qué está convencido de que en pocas horas en su país se impondrá el “Apruebo”. “Cuando hablamos de plurinacionalidad estamos poniendo a la Nación Mapuche al mismo nivel de la Nación Chilena”, explica.

Pedro César Cayuqueo Millaqueo nació cerca de Temuco –en la novena región, la Araucanía–, en una comunidad tradicional de históricos dirigentes mapuches. Sus recuerdos de infancia son de ceremonias y festividades, de aprender la cultura y de una buena vida. Estudió periodismo en la Universidad de la Frontera y fundó con sus compañeros un periódico mapuche, Azkintuwe, que duró una década y llegó a tener corresponsales en varias ciudades argentinas. Cayuqueo trabajó luego en el semanario The Clinic y en el diario La Tercera. “Ahora estoy viviendo el sueño del pibe, dedicado cien por ciento a la escritura”, dice este autor de doce libros, la mayoría de crónica periodística e histórica. 

“Cambió todo cuando fui a estudiar a la ciudad, a la escuela pública, sufrí el choque cultural. En los relatos de mi abuelo, nosotros éramos los buenos de la película; para mis profesores de Historia, los mapuches éramos los malos”. Así, se peleaba con los docentes porque enseñaban el “desastre” de Curalaba, pero él había aprendido que era la “victoria” de Curalaba, en el siglo XIX, cuando los mapuches destruyeron las siete ciudades que los españoles habían fundado al sur del río Biobío, una campaña exitosa que terminó con el imperio español en esa parte del sur de Chile.

“La saga de Historia Secreta Mapuche es la respuesta a esos momentos que viví; no es ir en contra de la historia de Chile o de Argentina, es un relato complementario. Sin los indígenas, es una foto incompleta, nosotros tenemos que poner lo que falta”.

–¿Todavía persiste mucha ignorancia al respecto?

–Sí, claro, los sistemas educativos obedecen a esa versión oficial en la cual somos pueblos primitivos y atrasados, un obstáculo al progreso. Había que erradicar y exterminar a los indios salvajes. Diego Barros Arana pensaba eso, al igual que Domingo Sarmiento. Cuando se integra algo es desde el folklore o modas pedagógicas, pero no hay un cambio profundo en la mirada de la sociedad blanca respecto de las culturas originarias. Lo lógico sería que reconociera que tenemos ciencia, historia y jurisprudencia, en formatos diferentes, con protocolos que tienen milenios. Abrirse al reconocimiento del otro es un ejercicio profundo de aceptación y de humildad.

"Le digo a Argentina que tome del proceso constitucional en Chile como una salida posible al conflicto indígena, una solución política y democrática basada en justicia y reparación."

–¿Cuáles son los principales ejes de la Nueva Constitución? ¿Contiene las demandas mapuche de la revuelta de 2019?

–Chile nunca tuvo un proceso democrático, sus siete Constituciones fueron elaboradas por técnicos de élites oligárquicas, y la última fue elaborada por la dictadura, es una vergüenza que lleve más de 40 años vigente. El plebiscito, de entrada, tuvo la aprobación del 80 por ciento a favor de elaborar una Nueva Constitución, con participación ciudadana garantizada, porque se abrió a listas de independientes, que no son partidos políticos sino amas de casa, artistas, representantes de la sociedad civil y pueblos originarios, mediante escaños reservados. Además, es la primera Convención Constitucional con paridad 50 a 50 de género. Entonces, el principal eje es su legitimidad democrática de origen. Luego, se plantea como un cambio de paradigma en Chile en la estructura del Estado, se pasa de uno centralizado con gobernadores nombrados por la Presidencia a uno regional con autogobierno para las regiones, con Asambleas Legislativas que podrán decidir sus presupuestos y administrar sus recursos, resolver su cultura y educación a nivel local. Es un paso gigante para Chile, el centralismo era asfixiante. Se pasa a una Cámara de Diputados y Diputadas y se crea una Cámara de las Regiones, su contrapeso. Por último, recoge anhelos postergados como los derechos de los pueblos originarios. El Estado ahora se va a definir como Plurinacional e Intercultural, antes era un Estado blanco sin indios. Se abre a las autonomías territoriales indígenas, y eso va más allá de lo simbólico porque traspasa poder, ahí estamos hablando en serio. No es sólo un lindo texto.

–¿Esto se incubó en el estallido social de hace dos años?

–Sí, es el hito fundante de este proceso. Fue la chispa, la salida que se pactó con las élites tradicionales, era esto o el derrocamiento de Sebastián Piñera. Los militares en esos días fueron bastante cautos, el Presidente dijo que estaba en guerra pero ellos declararon que no iban a salir a reprimir al pueblo. Creo que es un aprendizaje de la dictadura de que muchos altos mandos fueron juzgados y están presos. Lo contrario que hicieron los Carabineros.

–¿La cuestionan como una Constitución indigenista?

–Sí, pero no es tan así. El tema indígena está acorde a la población indígena de Chile, no hay más artículos. Pero reconoce la deuda pendiente en cuestión de tierras, cultura y lengua. Se abre el camino para legislar a favor de los pueblos originarios. Luego, en cada uno de los capítulos recoge las luchas feministas y les da un cauce institucional. Fueron los dos símbolos del estallido: las banderas mapuches y las de la lucha de las mujeres. Y por último, hay un aspecto que la convierte en una de las más modernas del mundo: es una Constitución medioambientalista, en sintonía con el cambio climático, la desertificación y todas esas problemáticas. Reconoce los derechos de la naturaleza, de las mascotas, que es esencial para las nuevas generaciones, en un sentido muy de vanguardia. Por eso soy muy optimista con su aprobación.

–¿Qué sucedería si gana el No?

–Como sucedió en las anteriores instancias, los medios y las encuestas instalan que gana el No. Pero hasta ahora fallaron esas previsiones. En el plebiscito, de entrada, ganó el Apruebo por paliza, el 80 por ciento. En la elección de constituyentes los medios decían que la derecha iba a tener un poder de veto gigante y no fue así. Ahora una amplia mayoría va a respaldar. Hay un universo gigante de electores jóvenes, que no participan en general por apatía respecto de la clase política, pero que en elecciones que marcan generaciones, un pacto social que nos va a regir por las próximas décadas, con voto obligatorio, va a ser masivo su aporte. Son quienes en segunda vuelta le dieron el triunfo al presidente (Gabriel) Boric.

–¿El texto impreso se convirtió en un best seller?

–Claro. Hay un gran interés de la ciudadanía, sobre todo para contrarrestar a las fake news que instalaron mentiras desde los medios.

–¿Cómo abordó el Gobierno de Boric la cuestión mapuche?

–Ha sido muy débil, porque las promesas de campaña eran muy osadas. Se hablaba de un cambio histórico en el conflicto que tenemos en el sur. En estos seis meses vimos una extremada cautela y timidez para ejercer el poder, quizá por su juventud sin oficio de gobernar. Le juega en contra la coyuntura del plebiscito, porque no quieren darle oxígeno a la derecha conservadora y opositora histórica del tema mapuche. Uno hubiera esperado que las medidas represivas dieran paso a un diálogo político de alto nivel y a un proceso de paz. Es enorme la cantidad de muertes por acciones violentas de los agentes de seguridad del Estado, y también de crímenes violentos por parte de activistas mapuches, es un escenario que nadie quiere que siga creciendo. Tiene que haber negociación, tregua, desarme, liberación de prisioneros. Desde que el conflicto estalló en los años noventa, por las cárceles chilenas han pasado más de mil presos. Ahora son un centenar con penas altísimas, pero por poquísimos hechos de sangre, son protestas como sabotajes, quema de maquinarias forestales. No es insurgencia armada.

"Es necesario hacerse un replanteo de los modelos de desarrollo, porque los derechos indígenas van a estar siempre en colisión con las industrias extractivistas."

–¿La ley Antiterrorista sigue vigente?

–Sí, y también insisten con los estados de excepción, que mantuvo Piñera y Boric dijo que los iba a terminar. Militares patrullando los caminos y zonas rurales de la Araucanía, que acompañan a la fuerza pública, es un símbolo muy fuerte que nos remite a la dictadura militar. No es un buen recuerdo.

–Menos para un Gobierno que se dice de izquierda.

–Exactamente. Si gana el “Apruebo” uno esperaría que el Gobierno tenga más espalda política para medidas más audaces. Los gobernantes jóvenes no pueden gobernar con las mañas de los viejos políticos. Uno esperaría que haya creatividad para probar otros caminos. Si gana el “Rechazo”, el Gobierno debería hacer anuncios respecto al conflicto en el sur; el tema indígena es el más clave y no puede ser que siempre lo pateen para adelante. Siempre nos dicen que no es la ocasión. Sino nos vamos a un escenario de confrontación étnica, que es lo más complejo a nivel mundial.

–Incluso se refleja de este lado de la Cordillera, aunque en menor medida.

–Así es. Al inicio de su Gobierno, Boric en sus discursos se refería al Wallmapu (el pueblo mapuche), un concepto nuestro que fue interpretado como una señal de respeto. Pero bastó la protesta de diputados provinciales de Chubut y ex ministros de la provincia en el Gobierno de Macri (N.de.R.: uno de ellos es Federico Massoni, quien fue Ministro de Seguridad en Chubut), ni siquiera la Casa Rosada se molestó, sino la ultraderecha chubutense; para que el Gobierno chileno reculara con esa iniciativa. Wallmapu es un concepto geográfico y cultural, es como decir Patagonia.

–Más incómodos van a estar con el reconocimiento del pueblo mapuche como Nación.

–La respuesta es la que dio Malcolm X a los radicales blancos antiderechos que lo acusaban de ser racista negro. Él dijo que no estaba bajando a los blancos, sino subiendo a los negros al nivel de los blancos. Cuando hablamos de plurinacionalidad estamos poniendo a la Nación Mapuche, la Rapa Nui, la Aymara, la Selknam, al mismo nivel de la Nación Chilena, que ya tiene sus derechos, sus festividades, sus feriados, sus desfiles militares. El Estado plurinacional permite que ya no estén sujetas al avasallamiento de una Nación minoritaria blanca que baja todos su modelos al resto. El nacionalismo blanco criollo de los Estados nacionales sudamericanos en pocos casos tuvo componentes indígenas aceptados, a pesar de que los próceres independentistas han sido muy proclives a los pueblos originarios. San Martín tuvo parlamentos con las jefaturas pewenches y se refería a ellos con respeto, como “los dueños de este país”, les pedía asistencia para poder cruzar a Chile. Los padres de la patria tuvieron una relación afectuosa con los lonkos de esa época, y los estados nacionales la extraviaron en el tiempo por intereses oligárquicos espúreos de enriquecimiento ilícito. El gran robo del siglo XIX y parte del XX fue el de las tierras indígenas, tanto del lado argentino y chileno. Entonces, este reconocimiento a las naciones indígenas es un acto de reparación histórica y de decencia democrática. Los Estados democráticos guardan demasiados cadáveres bajo la alfombra, en su mayoría de naciones indígenas. Las oligarquías van a tener que acostumbrarse, porque creo que por primera vez los indígenas estamos del lado correcto de la historia.

–¿Por qué?

–En el pasado éramos un obstáculo, hoy la sociedad no indígena comprende nuestras luchas, incluso sabe que en nuestros paradigmas y cosmovisiones hay respuestas a problemas contemporáneos, las nuevas generaciones lo tienen clarísimo. En la rebelión de 2019 había jóvenes de las barriadas pobres, de clase media ilustrada y de barrio alto, todos salieron a marchar. Probablemente unos por derechos básicos como comer, trabajar y no ser asesinados por el gatillo fácil policial, y los otros por las mascotas, el pase en el subterráneo y el derecho al ocio. Millones de jóvenes chilenos no indígenas enarbolaron la bandera mapuche. Ahí sentí que estábamos del lado correcto, arriba de la ola.

"Los Estados democráticos guardan demasiados cadáveres bajo la alfombra, en su mayoría de naciones indígenas."

–¿En cuáles modelos se inspiró la Nueva Constitución?

–Los opositores la acusan de ser calco y copia de la boliviana y la ecuatoriana. Eso es una caricatura por su desconocimiento. Los modelos que más influyeron a los convencionales para avanzar en materia indígena fueron Canadá, Nueva Zelanda y Colombia, el país que mayor avance tiene en esta materia, y con gobiernos que han sido de derecha; existen autonomías indígenas, pluralismo jurídico y reconocimiento de lenguas y sistemas educativos.

–¿En qué consiste la saga Historia Secreta Mapuche 1 y 2?

–Es una trilogía histórica que se inicia con la invasión militar argentina y chilena en territorios mapuches, el tomo 1 es la guerra. El 2 se refiere a lo que vino después, la repartija y el despojo de las tierras y cómo quedó el pueblo mapuche. En el 3 voy a abordar cómo se está organizando para levantarse de las cenizas. La denuncia por genocidio sobre la Campaña del Desierto creo que es un camino interesante en Argentina, podría servir para un proceso de reparación histórica. El camino judicial ha sido muy explorado en el modelo indígena anglosajón en Estados Unidos, Canadá y también en Nueva Zelanda.

–¿Por qué en Argentina persiste el conflicto a pesar de que sí están reconocidos los derechos indígenas desde la reforma constitucional de 1994?

–Lo que falla es que la política está capturada por los manejos macroeconómicos de los Estados, y los territorios indígenas siguen siendo para nuestras dos Repúblicas vecinas los recursos naturales, que son su principal sustento. Las materias primas están en territorios indígenas, y ahí entramos en colisión porque los derechos reconocidos también en legislaciones provinciales, muy bonitos en el texto, chocan con los intereses de inmobiliarias, mineras, petroleras, mineras, donde finalmente se impone el factor económico. Es necesario hacerse un replanteo de los modelos de desarrollo, porque los derechos indígenas van a estar siempre en colisión con las industrias extractivistas. Nuestro conflicto en el sur –violento, dramático y doloroso para la sociedad chilena y mapuche– está netamente asociado a la industria extractiva forestal. Ahí es donde uno extraña una posición más firme del Presidente Boric, que haga un llamado a las grandes industrias forestales a sentarse en una mesa. Ellas son el problema. Siendo muy respetuoso de la política interna, opino que los gobiernos en Argentina, tanto de izquierda como de centro derecha, avalaron el modelo de desarrollo extractivista de igual manera. Lo mismo le pasó a Ecuador, que redactó un bellísimo texto plurinacional constitucional, pero el Presidente Correa mantuvo intactas las políticas petroleras y mineras que transformaron al movimiento indígena ecuatoriano en su principal opositor. La tecla que explica esta contradicción es el modelo de desarrollo económico.