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¿Qué pasa en Chile después del Rechazo?

por Maxi Goldschmidt
14 de septiembre de 2022

Luego del estallido social de 2019 y la efervescencia en las calles que llevó a Boric a la Presidencia, en el plebiscito para renovar la Constitución heredada de Pinochet triunfó el Rechazo. Las estrategias de la derecha, los errores políticos del Gobierno y la rabia juvenil que no encuentra cauce institucional.

El 62 por ciento de votos en favor del Rechazo a la propuesta de una nueva Constitución chilena, que podría haber dejado atrás la de Pinochet, fue una sorpresa para todo el mundo. Ni siquiera quienes se sienten triunfadores imaginaban un resultado tan contundente.

¿Cómo se explica que el Chile que había despertado, que durante meses ocupó las calles, que en el plebiscito de hace dos años decidió en casi un 80 por ciento no sólo cambiar la Constitución, sino elegir a sus representantes para esa tarea, ahora haya decidido mantener la Carta Magna que escribió la dictadura?

 

La primera ruptura

Octubre de 2019. Se estaba por cumplir un mes desde que Chile había sido tomado por los “alienígenas”, como describió la esposa del entonces Presidente Sebastián Piñera a ese pueblo que había dicho basta, que ocupaba las calles, que intervenía el espacio público, que desobedecía y enfrentaba a los carabineros y militares pese a los asesinatos, detenciones, violaciones y mutilaciones.

De pronto, el país modelo del neoliberalismo era un caos y, al mismo tiempo, la organización popular crecía y el Gobierno pendía de un hilo. En la calle, donde se veía mayoría de banderas mapuche y ninguna de partidos políticos, se pedía por la renuncia del Presidente, por salud y educación dignas y de calidad, por mejoras en las jubilaciones, por vivienda. Sobre todo, se pedía por dignidad. La Constitución de 1980 aparecía como el dique para todas las mejoras. 

¿Cómo se explica que el Chile que había despertado, que durante meses ocupó las calles, ahora haya decidido mantener la Carta Magna que escribió la dictadura?

En la madrugada del 15 de noviembre de 2019, a espaldas del pueblo que no estaba representado en esas reuniones, se firmó el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución. Fue la salida que encontró la clase política –y, en ese momento, el Gobierno de Piñera– para asegurar su supervivencia. Se anunció con bombos y platillos; incluso esa mañana la Plaza Italia, lugar emblemático de las protestas callejeras, amaneció toda tapada de lienzos blancos, que luego se comprobó que habían sido colocados por Carabineros. 

El mensaje al mundo fue: llegó la paz. Esa tarde la Policía bloqueó los accesos al epicentro de las protestas. Sin embargo, la gente llegaba desde todos los sectores hasta las cercanías de la rebautizada Plaza Dignidad. La represión no pudo evitar que el pueblo rompiera el cerco de policías y volviera a ocupar el monumento a Baquedano. Esa noche fue una fiesta de fuegos artificiales y una de las jornadas más emocionantes para quienes concurrieron. Hasta que la violencia policial se cobró una nueva víctima: Abel Acuña, un joven de 29 años.

Fuimos al velatorio y su madre no quería hablar con los medios, estaba enojada porque muchos habían reproducido una mentira: decían que su hijo había muerto al caer del caballo del monumento a Baquedano. La verdad era otra. Abel sufrió un descomposición por los gases (esa noche más fuerte que otra veces, según denunciaron manifestantes que vomitaron y resultaron muy afectados) y cuando una brigada de salud lo estaba atendiendo, un carro lanzaaguas de Carabineros apuntó contra él y los médicos, quienes también recibieron balazos de goma.

Así empezó “la paz” chilena. Ese día, el entonces diputado Gabriel Boric, de forma particular, firmó el acuerdo, lo que generó que más de 70 integrantes del Frente Amplio abandonaran el espacio denunciando que se había violentado “la voluntad política que había expresado el bloque, en que se establecía un rechazo a cualquier acuerdo cupular, incluyendo explícitamente la idea de una 'cocina política'”.

"Si se hubiese colocado al centro de la discusión el cambio del Estado y desde allí hablar del catálogo de derechos, hubiese sido más entendible que colocar una serie de derechos sueltos que no incumben a toda la gente".

 
Las causas de la derrota del Apruebo

¿Qué pasó entre aquel casi 80 por ciento a favor de la nueva Constitución y este 62 por ciento del Rechazo? 

Por un lado, la pandemia, que contribuyó mucho a la desmovilización. No sólo bajaron las protestas en las calles, sino también los ámbitos de encuentro, los cabildos y las instancias de organización popular que eran uno de los puntos distintivos de la revuelta.

También hubo agotamiento. Fueron muchos meses de estar en la calle, de la vida diaria atravesada por el conflicto. De muertes, de duelos, de heridos y mutilaciones (casi 500 personas perdieron la vista por la represión), de más de dos mil presos políticos, en su mayoría jóvenes. 

La dispersión, por otra parte, influyó. Todo ese pueblo movilizado de los primeros días de octubre se fue deshilvanando lentamente. En la elección de constituyentes fueron votados mayoría de independientes, lo que ratificó la desconfianza a la clase política. Y si bien la Convención Constituyente trabajó a contrarreloj y redactó uno de los textos más progresistas del mundo, su composición diversa y los temas que se pusieron sobre la mesa (como, por ejemplo, el aborto, la plurinacionalidad, los derechos de la naturaleza) no eran considerados prioritarios para la mayoría de la población.

“Se había avanzado en una propuesta relevante que redefinía el carácter del Estado, terminando con su definición de subsidiario y neoliberal, por un Estado Social de Derecho. Esto establecía un tipo de democracia directa, que implicaba asambleas comunales, Parlamento regional, término del Senado y el establecimiento de una Asamblea Nacional. La ciudadanía podía juntar 15 mil firmas y así llevar un tema que la aquejaba a nivel regional o nacional y convertirlo en ley. Ese tema ni la derecha ni quienes dirigieron la campaña del Apruebo lo consideraron. Si se hubiese colocado al centro de la discusión el cambio del Estado y desde allí hablar del catálogo de derechos, hubiese sido más entendible que colocar una serie de derechos sueltos que no incumben a toda la gente”, analiza Juana Aguilera Jaramillo, de la Comisión Ética contra la Tortura y una de las referentas de Derechos Humanos que siguió de cerca el proceso constituyente.

Al mismo tiempo, cada error, frase, discusión o proyecto polémico era ampliado y repetido hasta el cansancio en televisión y redes sociales. Las fake news también estuvieron a la orden del día, al punto de que congresistas de Estados Unidos denunciaron a Meta, Twitter y TikTok por la “campaña de desinformación” en el contexto del plebiscito chileno.

Fueron muchos meses de muertes, de duelos, de heridos y mutilaciones (casi 500 personas perdieron la vista por la represión), de más de dos mil presos políticos, en su mayoría jóvenes.

La campaña del miedo funcionó a la perfección: mucha gente votó Rechazo “para que no le quitaran la casa”, “para no darles beneficios a los comunistas y mapuches”, “para no perjudicar la salud y la educación”.

“La derecha hizo bien su pega”, repiten cabizbajos muchos en Chile. El aporte económico de los sectores de poder (que se jugaban mucho con un cambio constitucional) fue fundamental. Contrataron a expertos en comunicación, redes y campañas políticas. Le bajaron el perfil a quienes tienen discursos de ultraderecha (como José Antonio Kast, por ejemplo) y apostaron al famoso conservadurismo chileno y a posiciones más de centro.

Otra de las claves fue el voto obligatorio, bajo amenaza de multas para quien no se acercara a las urnas. En el plebiscito de entrada, como así también en las elecciones presidenciales, había votado alrededor del 50 por ciento del padrón. En esta última elección votó más del 80. Gran parte de ese universo que no hubiera votado es apolítico y tampoco apoya grandes cambios.

Paralelamente, se boicoteó la propuesta para que votaran los jóvenes a partir de los 16 años: otro gran porcentaje de la población que mayoritariamente hubiera votado por el Apruebo.

 

La gestión de Boric (también) inclinó la balanza 

Si bien viene de la izquierda y fue un visible dirigente del movimiento estudiantil por la gratuidad universitaria, Boric no representa cabalmente el espíritu del estallido de octubre. Es más bien un emergente, que fue hábil para surfear la crisis de representatividad, armar alianzas y que también se vio favorecido al tener un oponente de ultraderecha como Kast, que realmente está en la vereda opuesta de las banderas del “Chile Despertó”. 

Apenas asumido, el Gobierno de Boric fue torpe en cómo abordar un tema muy complejo: las demandas de las comunidades mapuche en el sur del país, donde se da un fenómeno inédito de recuperación territorial, cultural, espiritual y política por parte de un pueblo originario que los medios y políticos suelen reducir al “conflicto mapuche”, el robo de maderas, los sabotajes y el narcoterrorismo. Ese tema se le fue de las manos a Boric, al punto de recurrir a la misma política que tanto había criticado de Piñera: la militarización de las regiones de La Araucanía y Bío Bío.

Otros temas como la inmigración desde el norte del país, el crecimiento de la inseguridad y la delincuencia, los aumentos de nafta, aceite, pan y otros productos, y un bono que no dejó conforme a nadie, fueron quitándole apoyo al Presidente. 

Respecto del plebiscito, su posición terminó siendo ambigua. Si bien apostó en un principio a la Nueva Constitución como plataforma y horizonte de su gestión, evitó utilizar todas las herramientas que le daba estar al frente del Estado en la campaña por el Apruebo. Eligió una postura de centro e incluso unos días antes de las elecciones dijo públicamente –y trascendieron las negociaciones con otras fuerzas políticas– que si triunfaba el Rechazo de todas maneras se podrían hacer modificaciones.

Aguilera Jaramillo se refiere a la postura de Boric: “Fue contradictorio y zigzagueante. Primero trató de alegar el éxito de su Gobierno a los logros de la Convención y desde ahí comenzó a negociar con la derecha, los socialistas y la gente de Gobierno al interior de la Convención la no aprobación de cuestiones esenciales: terminar con los tratados de libre comercio, renacionalización de los recursos, riquezas mineras, término de la explotación de los bosques nativos, entre otros, dejando un catálogo de derechos en letra muerta sin financiamiento para llevarlos a cabo”. 

Boric quedó a mitad de camino: no se la “jugó” por el Apruebo como se hubiera esperado y su mala gestión terminó traccionando votos para el Rechazo.  Dos días después del comicio, el Presidente cambió figuras clave de su gabinete, cediendo a las presiones, que incluso llegaron desde la cúpula de Carabineros.

Las fake news también estuvieron a la orden del día, al punto de que congresistas de Estados Unidos denunciaron a Meta, Twitter y TikTok por la “campaña de desinformación”.

 

¿Y ahora qué Chile se viene?

El resultado del plebiscito constitucional fue tan sorpresivo y contundente que una parte importante del Chile más movilizado y pro-derechos aún se encuentra en estado de shock. Eso explica, en parte, que las movilizaciones del 11 de septiembre, a 49 años del golpe contra Salvador Allende, no hayan sido tan multitudinarias como otros años.

“Yo ya no voy a ver los cambios ni un Chile más justo”. “El año que viene se cumplen 50 años de la dictadura y seguiremos viviendo otros cincuenta con esta constitución de mierda”. “Al final, seguimos siendo el mismo país individualista y miedoso”. “Tantos muertos y heridos para nada”. “Nunca más vamos a tener una oportunidad como ésta”. 

Éstas y otras frases similares se escuchan desde el domingo en que triunfó el Rechazo entre muchas de las personas que pusieron el cuerpo por el Apruebo y hoy están desmoralizadas, incluso muchas comenzaron a levantar discursos de bronca contra quienes votaron el Rechazo. La polarización también parece ser un camino que se agrandará en este Chile desesperanzado, al menos por ahora.

Por su parte, desde los sectores más conservadores de la política chilena, que antes del plebiscito proponían “Rechazo para reformar”, ahora con el resultado puesto dicen, por ejemplo, que “el itinerario constitucional es de 50, 100 años y no puede ser pensado a corto plazo”. El ex presidente Ricardo Lagos, por su parte, se postuló y propuso que se nombre un Comité de “sabios” y “expertos” que redacte la nueva Constitución.

La campaña del miedo funcionó a la perfección: mucha gente votó Rechazo “para que no le quitaran la casa”, “para no darles beneficios a los comunistas y mapuches”, “para no perjudicar la salud y la educación”.

“Avanzar con gradualidad pero sin renunciar” fueron las palabras de Boric con respecto a este presente y al proceso de una nueva Constitución, para lo cual el Gobierno convocó al día siguiente de la votación a diferentes referentes de partidos políticos. 

El Frente Amplio propuso un nuevo proceso constituyente, con una Convención elegida ciento por ciento por la ciudadanía, acompañada por un equipo técnico y en un lapso que no supere los cinco meses. Y si bien el Gobierno expresó en los medios que “había acuerdo” con el resto de los partidos políticos para avanzar, desde la oposición lo desmintieron y expresaron que “no aceptamos que nos quieran imponer un curso de acción”. 

El golpe fue duro para el pueblo movilizado, aunque con el correr de los días en diferentes espacios comienza a plantearse la necesidad de retomar un camino propio mirando al futuro incierto que se abre y, en particular, al proceso constituyente. No hay que olvidarse de ese 80 por ciento que eligió cambiar la Constitución de Pinochet, hoy todavía vigente. Las demandas sociales previas al estallido son las mismas y no hay muchos indicios de que la vida sea más digna en el corto plazo. 

 

La soledad de los estudiantes

Desde el domingo 4 de septiembre desfilan en la televisión exultantes partidarios del Rechazo que bajan línea a diestra y siniestra. El Chile de antes del estallido parece haber regresado. La esperanza del fin de la transición y de enterrar, de una vez por todas, la Constitución y el espíritu pinochetista se esfumó. Se respira un clima de duelo en muchos hogares. 

Sin embargo, no había pasado ni un día del plebiscito de salida y, en las calles, otra vez aparecieron miles de estudiantes secundarios. Salieron el lunes, el martes, el miércoles, todos los días se sumaban columnas de diferentes puntos, cantando, con pancartas, dispuestos a seguir en las calles hasta que Chile cambie. Se sienten estafados. 

“Nosotros iniciamos el estallido con la evasión en el Metro. Nos prometieron otro Chile, con más educación y salud, pero el pueblo otra vez votó por miedo. El mismo miedo que tienen nuestros padres y abuelos, que ya están cagados. Nosotros no vamos a seguir ese mismo destino. Y lucharemos hasta cambiar esta huevá”, dice una joven de 16 años, que pide no ser fotografiada. 

La represión de Carabineros no frena ante “cabras” y “cabros” de 13, 14 y 15 años. Las y los jóvenes rebeldes marchan por diferentes puntos de Santiago y otras ciudades. Las manifestaciones suelen dejar decenas de vidrios rotos, pintadas y detenciones. 

“Rebrote de violencia: disturbios, saqueos y ataques con bombas molotov”, decía el título de tapa de El Mercurio, que destacaba que “Santiago vivió la semana con mayores desórdenes del año”. Desde el Ministerio del Interior informaron que el saldo del 11 de septiembre fue de 27 personas detenidas, 8 carabineros lesionados, 18 vehículos policiales con daños y ataques a 4 cuarteles policiales. Con respecto al impresionante despliegue de fuerzas de seguridad y la represión dentro del Cementerio General de Santiago durante el homenaje a las víctimas del Golpe de Estado, no dijeron nada.

Las preguntas, en este Chile que aún no se sabe si es nuevo o es el mismo de antes, son muchas:

¿Qué harán con esos jóvenes desobedientes que sueñan con otro futuro, con otro país? ¿Los van a reprimir hasta adoctrinarlos? ¿Los van a perseguir, meter presos y tildarlos de terroristas como al pueblo mapuche o a los presos del estallido? ¿Cuál será el papel de Boric con relación a esa juventud? ¿Qué hará para evitar la violencia estatal? ¿Y el pueblo organizado, los dejará solos? ¿Cómo los acompañará, cómo los cuidará? ¿O será que nuevamente a la juventud le tocará encender la chispa y despertar a su pueblo?