Una muestra en la Biblioteca Nacional homenajea al Centro Editor de América Latina, el mÃtico sello de Boris Spivacow que publicó lo que casi nadie se animaba a publicar, y que en 1980 sufrió la quema de un millón y medio de ejemplares.
En el pasto hay papel, varias montañas de páginas de papel, y un policÃa que prende fósforos pero no puede generar las llamas. Son las cuatro de la tarde, el cielo está gris y el sol, que sale y se esconde, apenas entibia el descampado de la calle Ferré, en SarandÃ. Es 26 de junio de 1980 y los editores Amanda Toubes y Ricardo Figueira están ahà para registrar un fuego que se llevará el trabajo de muchos años.
Ricardo tiene una cámara que apenas sabe usar. Amanda, un portafolio con carpetas y anotaciones. Los dos observan como se demora lo que iba a ser un procedimiento rápido. Perciben en esa tardanza, en esa resistencia de los libros al fuego, una señal. También perciben --porque no es difÃcil percibirlo-- la torpeza de los que obedecen debidamente.
Un rato antes, un camión habÃa tirado allà 24 toneladas de libros para quemarlos. Son, en total, un millón y medio de ejemplares, “material subversivo y peligroso” que el juez federal platense Héctor Gustavo de la Serna ordenó quemar porque “atentan contra la Constitución Nacional”. Todos los libros tienen el mismo logo: Centro Editor de América Latina (CEAL), el mÃtico sello que en 1966 fundó Boris Spivacow, y que con los años se convirtió en una editorial de culto que abarca desde artes plásticas, geografÃa, historia y polÃtica, hasta literatura, teatro, y colecciones infantiles y juveniles. El concepto comercial de Spivacow --resumido en la frase “un libro al precio de un kilo de pan”-- habÃa convertido al CEAL en una editorial masiva y exitosa. El éxito y la osadÃa, sin embargo, está por desaparecer ahÃ, en ese baldÃo del conurbano bonaerense.
Los testigos cuentan que las llamas demoraron horas. En parte porque el papel estaba húmedo, en parte por la impericia de los hacedores del mayor crimen cultural en la historia del paÃs. Hay 29 imágenes porque el juzgado no sólo ordenó quemar los libros, sino que le ordenó a Spivacow a que enviara dos personas para registrar esa hoguera maldita. Como en el CEAL no querÃan exponer a otras personas, Toubes y Figueira se hicieron pasar por fotógrafos.
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Esas 29 fotos, un hallazgo del periodista Alejo Moñino, que las recuperó y las exhibió en una muestra que se hizo en el Centro Cultural de la Cooperación en marzo, se proyectan en Una fábrica de cultura, la exposición sobre el CEAL que comenzó el jueves 18 en el Museo del libro y de la lengua, de la Biblioteca Nacional. “En esa quema se perdió el 30 por ciento del catálogo de la editorial. QuerÃamos dar cuenta de eso, pero no querÃamos que invadiera a todo lo otro. Entonces se nos ocurrió proyectar las fotos en una secuencia, cuadro a cuadro”, le dice a CÃtrica Esteban Bitesnik, una de las personas que colaboró en la curadurÃa.
La muestra, que se inauguró el jueves y puede visitarse hasta agosto, reconstruye la historia de la editorial fundada por Spivacow durante la dictadura de Juan Carlos OnganÃa y que funcionó hasta 1995. Es un recorrido minucioso por las 79 colecciones, cinco mil tÃtulos y las obras de calidad a precios accesibles que transformaron al CEAL en una editorial de vanguardia.
Originales de tapas, correcciones de galeras, ferros, grabados en chapa, acetatos y filminas de distinto tipo elaborados de forma artesanal son algunos de los objetos que pueden verse en la sala, trazada por un camino de cartas, fotografÃas, artÃculos periodÃsticos, catálogos y materiales publicitarios de los autores que integraron el proyecto (Oscar DÃaz, Beatriz Sarlo, AnÃbal Ford, Horacio Achával, Graciela Montes, Susana Zanetti y Jorge Lafforgue fueron algunos de ellos). En el Centro Editor, además, escribieron y publicaron David Viñas, Ismael Viñas, Noé Jitrik y Josefina Ludmer.
Con un sistema artesanal que después llegaba a imprimir un millón de ejemplares por tÃtulo, el sello de Spivacow logró derribar el falso dilema entre calidad y cantidad. “Ellos resolvieron bien esa encrucijada: crearon lectores, pusieron temas en circulación, inventaron colecciones”, explica la curadora de la muestra, Judith Gociol. Y agrega: “Desde la editorial pensaban en un lector integral: podÃa leer poesÃa, geografÃa, historia, infantiles. No planteaban la segmentación. Eran muy cultos pero también eran prácticos a la hora de pensar los papeles, los formatos, los materiales que presentaban”.
La editorial quedó herida en 1980, tras la quema de un millón y medio de sus ejemplares. Perduró 15 años más. Pero en 1995, meses después de la muerte de Spivacow, el CEAL debió cerrar, asfixiado por deudas que no podÃa pagar. Después de eso, sólo quedó recordar su premisa y reconstruir su catálogo. Para ratificar, una y otra vez, que no hay fuego que queme las ideas.
La muestra Una fábrica de cultura se puede visitar de martes a domingos de 14 a 19 en la sala Julio Cortázar, del Museo del libro y de la lengua, el anexo de la Biblioteca Nacional. Avenida Las Heras 2555 (CABA). Entrada gratuita.

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