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Un mundo de cartón y dignidad

por Mariano Pagnucco
14 de diciembre de 2018

El barrio de Constitución fue la sede de un encuentro global de recicladores y recicladoras en el que compartieron seis jornadas de trabajo para conocer cómo se gestiona la Economía Popular en Argentina, intercambiar saberes y trazar una hoja de ruta común que les permita pelear por sus derechos sin distinción de fronteras.

José Luis empujó desde Bogotá la silla de ruedas donde viaja su esposa Cecilia, pero ni todos los kilómetros de viaje y esfuerzo le han quitado la sonrisa pícara de la cara. Aziz cuenta sobre la vida en Senegal y al mover los labios deja ver unos dientes blancos que contrastan con su piel morenísima. Ana, que ha tenido residencias sucesivas en Filipinas, Estados Unidos y otros rincones del mundo, dice que siempre va a pertenecer a su “tribu”, el pueblo vasco. Alex y Davi hablan con la cadencia alegre de los brasileños, salvo cuando les mencionan a Bolsonaro. Alessandro, que por su look podría ser filósofo tanto como empresario, alterna el italiano natal con el español o el francés sin ninguna dificultad para expresarse. El escenario donde todas estas personas confluyen en simultáneo no es un aeropuerto internacional, sino un galpón en el barrio de Constitución un día de la semana como cualquier otro en Buenos Aires.

En una de las zonas más transitadas de la ciudad (no precisamente por su atractivo turístico), José Luis, Cecilia, Aziz, Ana, Alex, Davi, Alessandro y decenas de otras personas llegadas desde cuatro continentes asisten al cierre de lo que fue una experiencia intensa de seis días: un intercambio global de organizaciones de cartoneros y cartoneras. Algo así como la Cumbre del G20, pero por abajo y con laburantes informales del mundo que se juntaron a compartir saberes, historias de vida y también una certeza: la clase trabajadora no tiene nacionalidad cuando se trata de conquistar derechos.

La batalla que tenemos que dar es contra el descarte

 Planisferio de la economía popular

La Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) fue la anfitriona durante las jornadas del encuentro realizado en octubre, y entre las actividades que organizaron para las visitas hubo una pequeña muestra de todo el trabajo que llevan adelante los recicladores y las recicladoras de la Argentina: una recorrida por un basural a cielo abierto en San Pedro (Buenos Aires), una visita a un centro de separación de residuos en Parque Patricios y hasta una caminata por las veredas porteñas junto a las Promotoras Ambientales, quienes recorren los barrios para concientizar a la vecindad sobre la importancia de separar los materiales desechados.

Claro que también hubo espacios para el diálogo y la construcción de acuerdos políticos que permitan avanzar en una estrategia legislativa común en distintas geografías. Una pelea que se da a nivel global, por ejemplo, es por la sanción de leyes que obliguen a las empresas de consumo masivo que producen envases (como Coca-Cola) a que paguen por el tratamiento posterior de esos envases, y que el dinero vaya a parar a las organizaciones de recicladores en vez de a empresas privadas. En Argentina es un tema actual de debate en el Congreso Nacional.

La conciencia sobre el reciclado está muy avanzada en la población europea, dice Alessandro, por lo tanto los residuos suelen ser separados en origen y colocados en distintos contenedores para su procesamiento. En ese contexto, lo que abre una posibilidad de trabajo es la cantidad de objetos reutilizables que son descartados a diario, como muebles, ropa y electrodomésticos. Esa “segunda vida de las cosas” mueve unos tres mil millones de euros por año sólo en Italia, según cuenta quien es presidente de ViviBalon, la primera asociación de recicladores italianos.

Muy distinta es la situación en las afueras de Dakar, la capital senegalesa, donde hay un inmenso basural a cielo abierto (Mbeubeuss) por el que deambulan a diario unas 3500 personas en busca de materiales para revender. A sus casi 70 años, Aziz es uno de los fundadores de Bokk Diom, una organización que les dio visibilidad y reconocimiento a quienes, como él, antes eran considerados pordioseros por su tarea. “Es importante organizarse, porque así se consiguen las cosas”, dice en francés el compatriota de una comunidad que en Buenos Aires, particularmente, es perseguida y maltratada por la Policía por intentar vender productos en la calle. Aquí y allá, la pelea por la subsistencia es parte de la identidad senegalesa.

La lucha también se exporta

Jacquelina Flores, Jackie, es actualmente una referente de la CTEP y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), pero antes de eso fue una de las tantas mujeres que todos los días empujaban un carro de 300 kilos, repleto de todo lo que encontraban en la basura para poder juntar algo de dinero. Gracias a la organización y la lucha, Jackie y sus compañeras lograron abandonar la calle y transformarse en Promotoras Ambientales, un programa adoptado por el Gobierno de la Ciudad del que ella es coordinadora. También lograron salarios, ropa de trabajo, guardería para sus hijos e hijas y jornadas reducidas que les permiten estudiar.

Cerraron el encuentro con el lenguaje universal de la clase trabajadora: ¡Ningún trabajador sin salario mínimo! ¡Ningún trabajador sin derechos!

Aunque sabe que los logros alcanzados por ellas son un caso emblemático para los recicladores del mundo, no deja de sorprenderse por la riqueza del intercambio: “Es emocionante escuchar los testimonios de las mujeres, para conocernos y poder construir. Nos ocupamos de que aprendan de nosotros, poder mostrarles toda nuestra construcción y también generar un sentido de pertenencia que va más allá de lo cultural, porque la batalla que nosotros tenemos que dar es contra el descarte. Unificando los lazos logramos que los compañeros y las compañeras se hayan ido potenciadas”.

Todas las voces, un mismo reclamo

El último día de trabajo, en Constitución se leyó a varias voces un manifiesto surgido al calor de las discusiones sobre las problemáticas y los intereses comunes de cartoneros, waste pickers, recicladoras, biffins, recolectores, catadores y tantas otras denominaciones que recibe la tarea realizada por ellos y ellas.

Entre los puntos del documento reclaman el reconocimiento de su trabajo por parte de los Estados, la integración del sector a las políticas públicas de reciclaje, la garantía de condiciones laborales y de vida dignas, el rechazo a la incineración de los residuos y la posibilidad de organizarse para reclamar por futuras mejoras. En la agenda común aparece el año 2020, cuando Argentina será sede del Congreso Mundial de Recicladores, del que también participarán autoridades gubernamentales y representantes de las empresas involucradas.

Con los puños en alto y un convencimiento ajeno a cualquier etiqueta de nacionalidad o pertenencia cultural, hombres y mujeres de Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, India, Ghana, Sudáfrica, Senegal, Italia, Francia, España, Canadá y EE.UU. cerraron el encuentro con el lenguaje universal de la clase trabajadora: “¡Ningún trabajador sin salario mínimo! ¡Ningún trabajador sin derechos!”.