La producción popular es la real solución
El Gobierno Nacional imputó a las grandes empresas de alimentos por no incrementar su producción para el consumo local. ¿Ese es el camino para abastecer al mercado interno? ¿No sería mejor probar con alentar la producción de familias productoras, cooperativas y pequeñas empresas?
Por Enrique M. Martínez*
Una vez más, como se repite en nuestra historia inflacionaria, discutimos con un puñado de empresas productoras y otro puñado de comercializadoras.
Es muy doloroso señalar que no solo la discusión se plantea con frecuencia sobre bases equivocadas, como enseguida se comentará, sino que además hay un implícito peligroso: con ese mecanismo se admite que el consumo masivo debe depender inexorablemente de ese nivel de concentración de la oferta.
El debate presente se hace sobre bases falsas y hasta insólitas. Se intima a las empresas dominantes a asegurar la provisión, denunciando que redujeron su nivel de oferta. No solo en el caso de productos cuya materia prima se exporta – como el aceite -, sino también en lácteos o pañales. La polémica de toda la vida ha sido que se esconde la mercadería, para provocar exceso de demanda y aumentar los precios.
Ahora no parece ser así.
Se las acusa de no producir suficiente. ¿Y quién gana con eso? Si se dispone de la capacidad de formar sus precios de venta, les convendría atender toda la demanda pero aumentar los precios. ¿No será que esa demanda cayó porque más de la mitad de la población no puede cubrir la canasta básica?
Si las empresas contestan eso, ¿el gobierno qué dirá? ¿Qué deben producir igual? ¿O definirá que deben vender más barato y entonces aparecerá el mayor volumen de venta?
En fin, se está renovando la cartelera. Veremos los argumentos de ambas partes.
La debilidad estructural profunda, en verdad, no es esa. Es que nada estamos haciendo para identificar, apoyar y consolidar oferta alternativa, que provenga de cooperativas, unidades familiares, incluso empresas medianas que son marginadas por el entramado entre hipermercados y las grandes corporaciones.
Ayudar a los más de 30 molinos harineros que nunca exportaron y tienen por meta exclusiva el mercado interno, para que produzcan su propio trigo y de ese modo trabajen con costo argentino, no está en el horizonte.
Se puede lo mismo para el aceite, acordando con cooperativas agrarias producir semilla a costo argentino y con ese grano negociar con las exportadoras de aceite un trabajo que no dependa del mercado de Hamburgo para abastecer el país.
Si el intendente de un pequeño pueblo de Buenos Aires pudo bajar a la mitad el precio del pan social comprando la harina por mayor y licitando entre las panaderías el trabajo de hacer el pan, ¿alguien puede imaginar que no hay más camino que ir a la góndola del hipermercado para ver si se cumplen los precios cuidados?
Sumemos actores y la historia será distinta. Bien distinta.
*Coordinador del Instituto para la Producción Popular
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