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“Compartir la lucha y el dolor nos hace más fuertes”

por Maxi Goldschmidt
09 de mayo de 2017

Desde Nápoles, llegó a Zavaleta por un premio. Venía con una idea, pero unos días después mataron a Kevin. En el documental Ni un pibe menos, Antonio Manco logró contar desde adentro una familia, un barrio, una manera de hacer política.

Antonio Manco acababa de ganar varios premios internacionales por un documental que relata la resistencia de un artesano napolitano. Su film era reconocido en Nueva York, Los Ángeles, en Tokio, y el director estaba contento, aunque en lo que más pensaba era en descansar un poco, en disfrutar después de un año de trabajo. Por esos días, Giovanni Carbone, referente del festival de cine de Derechos Humanos de Nápoles y un hombre al que Manco admira profundamente, le confió un secreto. Abrió un cajón y le dio una historia que atesoraba. Unos meses después, el cineasta viajaba a Buenos Aires. La historia no tenía casi nada que ver con “Ni un pibe menos”, la película que se está proyectando todos los días en el Gaumont (a las 14.15 y 20 horas). O sí, pero eso Antonio Manco lo sabe ahora. Lo supo a partir del 7 de septiembre, diez días después de haber pisado una villa por primera vez.

“Si Kevin no hubiera sido asesinado, la película hubiera tenido otro rumbo. Quizá esta era la película que estaba escrita y que había que hacer, lamentablemente. Yo había venido con una idea, pero la realidad me superó, y pasó lo que no tenía que pasar”.

¿Cuál era tu idea original?

Retratar a La Garganta Poderosa, ese movimiento de empoderamiento, esta estrategia comunicacional, social, hecha de una forma creativa que sólo Latinoamérica puede desarrollar, sólo Argentina. En Italia y Europa hay mucho desilusión hacia la política. Existen movimientos de base pero son muy marginales. Falta entusiasmo. Y acá encontré a otros locos como yo, que creen que se puede hacer algo, que no te podés quedar parado mirando como todo se derrumba. Prefiero jugármela antes de decir que me derrumbo yo también.

¿Cómo conocías a La Garganta?

Vine por un premio. Por “Resistencia artesana”, una película que hice en Nápoles sobre un hombre que luchaba contra el sistema haciendo sus artesanías, utilizando una tipografía vieja, recuperando la historia de su abuelo, de su familia, de la cultura y tradición napolitana, que está postergada y estigmatizada dentro de lo que es la cultura italiana. Los napolitanos siempre fuimos considerados como mafiosos, sucios, como lo peor de Italia. Y esto era como rescatar los valores históricos que tenemos. Y en ese sentido me sentí identificado con el trabajo de la villa, de La Poderosa, que la conocí gracias a uno de los referentes del festival de DDHH de Nápoles. Él, Giovanni Carbone, me dijo que tenía una historia guardada en un cajón, que la tenía hace unos años. Que él estaba siguiendo a La Poderosa por las notas que salían, y me leyó algo que me conmovió mucho. Me leyó lo que estaba pasando en Argentina, que había una época de defensa de los Derechos Humanos, que era admirable en todo el mundo. Argentina fue el único país que pudo poner en la cárcel a un dictador, y que lo dejó morir dentro de la cárcel. Y eso no tiene precio. Es algo grande, más allá de los retrocesos de los últimos tiempos. Y Giovanni me habló de eso, me habló de Rodolfo Walsh, de los desaparecidos, y fue una historia que me ilusionó. Pensé que eran unos locos, y me llamó la atención cómo conseguían entrar con el fútbol. Es decir, si el fútbol instrumentaliza al pueblo, y a los medios, ellos de alguna forma le devuelven la pelota, porque a través del fútbol consiguen hablar de temas ligado a lo social.

¿Con qué te encontraste cuando llegaste acá?

Vine para quedarme un mes. En 2005 ya había venido a Buenos Aires para contar la historia de la recuperación del Hotel Bauen, en un proyecto compartido con un compañero de Barcelona, donde yo estudiaba cine. Me había quedado solo un mes y con ganas de conocer más. Fue en 2005 y había visto una Buenos Aires muy creativa, muy despierta, y me ilusionaba que, a pesar de la pobreza, la gente quería hacer cosas. Había mucho movimiento. Pero cuando llegué acá fue difícil. Primero me costó mucho contactarme con los compañeros de La Poderosa, y después cuando les expliqué lo que quería hacer sentía que no les cerraba. No interesaba hacer una película, todos los días había otras cosas más urgentes. Y hoy entiendo, y soy un militante más de La Poderosa, pero en ese momento me costaba entender que ellos no quisieran contar su historia. Pero claro, yo no conocía y no podía entender la estigmatización y el uso mediático de la violencia que hacían los medios de comunicación. La primera vez que filmé en Zavaleta fue el 28 de agosto de 2013. La Poderosa celebraba el día del niño y ese día hice imágenes de los chicos, entre ellos de Kevin, tocando un tambor.

Kevin. Kevin, el principio inesperado de la historia, de la película; el final de su vida. Kevin Benega tenía 9 años cuando, escondido y temblando debajo de una mesa en su casa, en Zavaleta, murió. Murió por una bala de las 105 de armas de guerra que se dispararon durante tres horas, a 50 metros de dos casillas de Gendarmería, en una zona liberada por las fuerzas de seguridad. La muerte de Kevin es responsabilidad de un Estado que desde hace décadas mata por acción u omisión a miles de pibes de barrios que ni siquiera figuran en el mapa.

Esa realidad, la de los vecinos de esos barrios, en este caso Zavaleta; la que vivió la familia de Kevin a partir su muerte, con gendarmes que se ríen en la puerta de su casa y que no estuvieron cuando tenían que estar, que no portan la identificación correspondiente; la lucha y la solidaridad constante del barrio para enfrentar cosas tan cotidianas como una inundación o la violencia institucional; la organización colectiva, la autogestión ante la ausencia asesina del Estado. Esa es la poderosa película que terminó haciendo Antonio Manco. Una película que emociona, que interpela, y que él nunca hubiera imaginado hacer.

“Yo estaba con un sentimiento encontrado, porque quería contar la experiencia de La Garganta pero sentía que las cosas no fluían y que no había intenciones de hacer una película. Yo sentía cómo que no tenía cabida. Hasta que ocurrió lo de Kevin. Ese día me llamó una compañera, me contó lo que había pasado y me dijo: ‘Como no creemos en el uso que hacen de nuestras tragedias los grandes medios de comunicación, decidimos en asamblea otra estrategia. Y como vos venís de afuera, por ende no estás dentro del circo mediático, podemos confiar en vos’. Yo dije ‘cuenten conmigo. Vine por eso, vine por los Derechos Humanos’. Y así fue que me empecé a comprometer. A su vez pasó algo muy fuerte que fue conocer a Roxana, la mamá de Kevin. Con ella y toda la familia fuimos creando un lazo muy fuerte. Pero además, cuando la fui a entrevistar -pocas horas después de que mataran a su hijo- no podía creer lo que me contaba. Por ejemplo, que en medio de la tragedia había entrado la policía a la casa y le habían robado dos celulares y doscientos pesos que tenía escondido bajo la almohada de su cama. La manera en que me lo contó me indignó mucho...me dio una dimensión del abuso cotidiano al que están expuestos en los barrios. Me pareció una pesadilla. ‘¿Qué está pasando acá?’, me preguntaba por dentro. Y me fui involucrando poco a poco. Mi primera relación fue con la familia, desde lo humano, desde lo afectivo. Compartimos mates, llantos, asistí a situaciones súper emotivas, yo me sentí identificado y parte de esa familia. Son mi familia. Entonces, sin darme cuenta, la historia fue apareciendo sola. Lamentablemente por la muerte de Kevin. La familia me transmitió su duelo, su dolor. Compartimos momentos especiales. Incluso la familia de Kevin me ayudó mucho, indirectamente. Cuando yo tenía un problema pensaba en lo que estaban pasando ellos. Mis problemas era paja burguesa de clase media. Mis problemas no eran problemas. Yo era super afortunado y tenía que dar lo mejor de mí para aportar en lo que podía a esa familia y a esa otra familia que es La Poderosa, de la que yo también me fui sintiendo parte y participando cada vez más en las asambleas, en las charlas y discusiones semanales. Fui aprendiendo mucho desde adentro de ese proceso democrático y participativo con que se organizan y se llega  a un consenso asambleario.

¿Al final te quedaste más de un mes en Buenos Aires, no?

La primera vez me quedé cinco meses. Luego me volví a Italia por cuatro meses y al tiempo me llamaron de La Poderosa para cubrir el Mundial 2014. Y me quedé un año seguido. Esos 40 días en Brasil fueron una hermosa locura, una experiencia inolvidable. Vivir en una favela o entrevistar al Diego, que para un napolitano como yo fue como entrevistar al mismo Che. A la vuelta de Brasil me quedé un año acá, siguiendo cómo avanzaba el caso de Kevin.

Fuiste entendiendo esa desconfianza inicial.

Claro, yo primero no podía entenderlo. No podía entender esa realidad. No la conocía. Pero luego me di cuenta cuando pude estar con ellos codo a codo, conociéndonos, durmiendo juntos en la favela. Cuando hacíamos las notas y conocíamos más sobre las favelas pacificadas, las matanzas de la policía. Lo mismo que pasa acá con el gatillo fácil. También la estigmatizacion de los medios. Y los manejos de la FIFA. Ahí me di cuenta cómo el sistema capitalista aplasta la marginalidad, y quiere que sean aplastados, no quieren que los que están al margen mejoren. Eso fui tomando conciencia con el tiempo. También que este es el camino. El trabajo de La Poderosa fue creciendo mucho y logrando poner el tema de la urbanización y de la violencia institucional que antes ni se mencionaba en boca de todos los medios. Ellos son unos compañeros de fierro. Por eso me alegra poner mi granito de arena y lograr haberme ganado un lugar, ante todo humano y después profesional. Con “Ni un pibe menos” pude reflejar lo que pasó, y hoy puedo decir que pude estar a la altura de esta organización. Y que este documental nació de la misma asamblea, de sus ideas compartidas, de sus emociones y de la mía.

Ahora es una herramienta más para hacer política.

Sí, y eso lo pudimos constatar en Cuba. Lo que pasó allá fue extraordinario. Por momentos asombroso. Lo presentamos en Casa de las Américas, en escuelas, en el propio Festival de Cine, que es uno de los más importantes del mundo. Se pasó en todos los medios de comunicación de allá. Como militante para mí fue muy importante, porque allí la película nos demostró que es un herramienta política. Y eso a mí me llena de orgullo. La película había pasado una línea, había logrado retratar una realidad de la manera en que la siente La Poderosa. Y hoy mi gran orgullo es eso, poder haber hecho un aporte para una organización popular de América Latina.

¿Giovanni Carbone vio la película?

Sí, me dijo un montón de cosas. Me hizo una crítica diciéndome que había hecho un trabajo muy importante, muy sensible. Que él no se había equivocado en haberme elegido. Yo lo mantenía informado de todo el proceso y la verdad que muchas veces se preocupó. Por momentos se sentía culpable por haberme metido en esto. Porque entendía que yo había dado el salto. Yo hace cuatro años que prácticamente pasé a vivir en Argentina.

¿La podés disfrutar a “Ni un pibe menos”?

Tengo muchos sentimientos encontrados. No llego a disfrutarla totalmente por el tema que trata, y tampoco puedo decir que no estoy contento por lo que está pasando, porque me doy cuenta que esta película le sirve al barrio. Me ilusiona lo que me dicen los compañeros, la familia, son cosas que me conmueven y me da la conciencia de que toda esta locura no fue en vano. Pero estamos en la lucha. Nosotros somos como Don Quijote luchando frente a los molinos, pero hay que hacerlo. Ojalá con la película pueda devolver algo de todo lo que me dieron, de todo el aprendizaje que significa conocer un barrio. Pero el destino es seguir remando y seguir luchando. Esta peli es para el pueblo argentino, para que la tome el pueblo y siga luchando por los Derechos Humanos. Ahora toca un momento difícil y se está poniendo peor, pero yo le tengo confianza al pueblo argentino. Quizás porque venga de Europa, donde allá no hay una organización como acá. Acá la juventud tiene una conciencia política que en Europa no existe. Hay muchos compañeros de La Poderosa que tienen 20 años y con una conciencia política impresionante. Yo siento que son la reencarnación de los 30.000 que no están. Esta generación, si bien hay que cuidarla, demostró que sabe salir adelante. Nosotros en Nápoles tenemos un montón de historias de mierda. Por ejemplo el propio gobierno contribuyó en la contaminación, que es muy grande. Pero allá no hay una respuesta política de parte del pueblo. Consiguieron que un pueblo históricamente rebelde, que en los setenta tenía una sensibilidad y un espíritu de lucha, ahora esté adormecido. La gente está aburguesada, muy individualista. Acá sin embargo hay una semilla de anticuerpos que puede mejorar la sociedad. Pero sí, hay que luchar. Compartir la lucha y el dolor con otra gente, eso te hace más fuerte. Eso quedó demostrado con el caso de Kevin, o el de Luciano Arruga, por ejemplo. Si no hubiera sido por la lucha y la organización de los familiares y vecinos nadie hubiera investigado nada. Esos casos demuestran que si vamos juntos, vamos a algún lado.