Adriana Moyano y Elsa Poblete, tías de la nieta 127, cuentan la historia de amor entre Carlos y María del Carmen que nos hace terminar este 2017 tan amargo con una sonrisa, que también es victoria.
Historias de ayer y de hoy. “Siempre lo mismo”, dirán, enfadados, con caras rectas y gestos uniformes; hilvanando muecas de fastidio por tener la sonrisa negada, tan oculta, como si por acaso extender los labios en forma horizontal también fuese una prohibición. “Siempre lo mismo”, refunfuñan.
Por más censura, asesinato, desapariciones, apropiaciones de bebes, libertades condicionales o domiciliarias; por más desigualdad social, odios, rencores y revanchismos; por más que hagan su mejor esfuerzo por tapar la verdad, no pueden. No pueden contra el amor liso y llano, no pueden aniquilar la esperanza, no pueden evitar que sigan apareciendo nietos y nietas. Siempre lo mismo: el amor gana. El amor de María del Carmen Moreno y Carlos Poblete; el amor que se tenían entre ellos y el amor que tenían por el mundo es el que nos alegra el final de un año donde todo lo construido se desmorona y tenemos que volver a reclamar para no perder la Memoria, Verdad y Justicia conseguidas.
Yo quisiera que todos los chicos que faltan por descubrir su identidad no tengan miedo, porque nadie los va a apurar, ni nadie les va a hacer cambiar de ideas, ni de vidas.
“Si Carlos viviera hoy sería cuestionado”, nos dice Elsa Poblete sobre su hermano, el padre de la nieta 127. María del Carmen y Carlos hacían trabajo social. “Lo que pasa es que a quienes trabajan por la justicia social se los persigue y se los tilda de violentos. Ahora pasa lo mismo con los pueblos originarios”, agrega. Antes y ahora. Siempre lo mismo. Acusar para reprimir. Creen ganar, con sus jueces y su poder. Pero de golpe, les aparece una nieta. Y sus rostros quedan solemnes, inmutables. Y los de las abuelas, los de las tías, las caras del corazón se llenan de lágrimas y sonrisas. Tremendas desgraciadas. “Como sus hijos, o como sus hermanas. Siempre llorando como cuando las torturábamos”, dirán quienes tienen prohibidas las emociones. Pero ellas no: “Cuando me llamó Estela de Carlotto lloramos como unas desgraciadas”, cuenta Adriana Moreno, hermana de María del Carmen. Ahora anhelan conocerla, después de 40 años y volver a llorar. Ese maravilloso llanto de la emoción. Que triste ha de ser que una lágrima nunca les manche un cachete. Con lo lindo qué es llorar al lado de un ser querido: “Yo creo que cuando vea a mi sobrina… arranco en lágrimas”, imagina Elsa.
Una vez que encuentran a su familiar, deciden seguir luchando, juntos y juntas. Para estos corazones no existirá mejor victoria que -después de la nieta 127- aparezca la 128.
Hay que hacer fuerte de verdad para explotar en llanto. Hay que haber luchado 40 años en búsqueda de una identidad. Hubo que ser como Adriana que, a los 23, cuando desapareció su hermana, iba a la policía, a averiguar, y a preguntar y se le reían en la cara, con esa risa, trágica y terrible, y sin sonrisa, que emite sonido sin alargar los labios. Hay que tener mucha fortaleza para convertir las lágrimas de esa humillación en lágrimas de alegría, de reencuentro, justicia, fe, amor y esperanza. Porque cada nieto y cada nieta que aparece, son una esperanza para que aparezcan más. “Yo quisiera que todos los chicos que faltan por descubrir su identidad no tengan miedo, porque nadie los va a apurar, ni nadie les va a hacer cambiar de ideas, ni de vidas. Ellos van a tener que convencerse por sí mismos y van a tener todo el tiempo necesario para hacerlo. Como le va a pasar a mi sobrina. Esto es lo que realmente sentimos”, se sincera Adriana.
“No hay nada mejor que la verdad, aunque duela no hay nada mejor que la verdad”, acota Elsa. Porque estas personas, a las que las emociones les transforman el cuerpo --con llantos y risas sin miedo de expresarlas-- no se conforman. Una vez que encuentran a su familiar, deciden seguir luchando, juntos y juntas, para que aparezcan otros nietos y otras nietas. Ayudar a quienes las ayudaron. Siempre lo mismo: podrían irse a sus casas a celebrar la victoria y terminar la lucha. Sin embargo, vuelven. Siempre. Para estos corazones no existirá mejor victoria que -después de la nieta 127- aparezca la 128.
Carlos soñaba con una sociedad más justa, más solidaria. En ningún momento pensó en combatir, Hoy si fuera joven, sería cuestionado. Sería un rebelde con causa, un luchador que va al frente pero nada violento
María del Carmen Moreno nació en Godoy Cruz, Mendoza, el 9 de mayo de 1954. Era la tercera de cuatro hermanos. Su familia le decía Pichona o La Gorda. Practicaba natación, jugaba al básquet y al vóley en el club Talleres. Estudió Farmacia y Bioquímica en el Instituto Maza de Mendoza y trabajó en una oficina de Tránsito y Transporte como empleada administrativa. “Los chicos eran sumamente buena gente, eran idealistas, defendían a los más desprotegidos. Habían puesto un dispensario en una zona con población más necesitada, con medicamentos, junto al sacerdote del lugar--el padre Pedro quien luego también sería desaparecido por el terrorismo de Estado --,” recuerda Adriana.
Él era tímido y ella muy extrovertida, tenía una sonrisa muy hermosa. Se notaba que estaban enamorados. Con amor han tenido a esa nena y han luchado hasta la muerte.
Carlos Poblete era sanjuanino, nacido el 2 de noviembre de 1944. Pertenecía a una familia numerosa: tenía once hermanas mujeres. Lo llamaban “Tula” o “Guillermo”. Estudiaba Ingeniería y militaba haciendo política social: quería ser parte de la gente que necesitaba. “Soñaba con una sociedad más justa, más solidaria. En ningún momento pensó en combatir, ser luchador de nadie, sino por el contrario, trabajar ayudando al necesitado. Una doctrina media peronista. Hoy si fuera joven, sería cuestionado. Sería un rebelde con causa, un luchador que va al frente pero nada violento”, describe su hermana Elsa.
“María del Carmen en la facultad militaba en la JP. Y nos allanaron la casa. Y le dijimos que no se apareciera, porque ya estaban torturando a las personas. Y para evitar eso la mandaron a San Juan, donde tenemos otros parientes. Y ahí fue que conoció a Carlos”, explica Adriana.
Elsa convivió con los padres de la nieta 127 durante un mes: “Él era tímido y ella muy extrovertida, tenía una sonrisa muy hermosa. Era una bella persona, por dentro y por fuera. Se notaba que estaban enamorados y ahí nomás nos contaron que ella estaba embarazada así que era muy lindo, eran dos jóvenes muy bonitos con una linda historia de amor. Con amor han tenido a esa nena y han luchado hasta la muerte”.
Carlos y María del Carmen se fueron a Córdoba donde los detuvieron. Estuvieron en La Perla, de donde se cree que Carlos nunca pudo salir. A María del Carmen la llevaron a la ESMA donde dio luz a su hija en un parto fue atendido por el médico represor Jorge Luis Magnacco, quien hoy se encuentra en libertad. "No te hagas problema que tu sobrina era linda, gordita y bonita. Y seguramente la tiene alguien”, le dijo una sobreviviente de la ESMA a Adriana.
Todavía guardo las cartas de María del Carmen. Eran chiquititas, porque me las mandó clandestinamente. Eran unos cuadraditos que deberían medir unos 5 x 5 centímetros. Quedaron dobladitas, exactamente igual, son un tesoro
Fueron 40 años de dos familias buscando a su nieta: “Los abuelos de la parte materna lucharon muchísimo. El abuelo paterno hasta los 90 años estaba junto a las Abuelas, buscando datos genéticos, aportando conformar la historia de cada uno de la familia”, destaca Elsa. Y eso, que su padre haya muerto sin encontrar la verdad es lo único que lamenta Adriana: “Hubiera deseado que esto pasara antes de que mi papá falleciera. Porque él la buscó como loco y sufrió mucho. En todos estos años arbitró todos los medios posibles. Esto es por lo único que lo lamento. Pero por todo lo demás, estoy feliz. Hay que tener fe en Dios, por algo suceden las cosas. Es un misterio, como el misterio de la vida, que nadie lo puede explicar. Es cuestión de fe, y de seguir tirando para adelante”.
Las tías esperan ahora por conocer a la nieta 127. Aguardan con la cajita que durante estos años fueron construyendo en Abuelas, para que ella pueda conocer su identidad, saber quiénes fueron sus padres, cómo se amaron y cómo la deseaban. En esa cajita esta -por ejemplo- la última carta que María del Carmen le mandó a Adriana: “Es una carta en la que hablaba de su situación y de su amor por Carlos. Fueron muchas las cartas las que recibí y que me quedaron. Todavía las guardo. Eran chiquititas, porque me las mandó clandestinamente. Eran unos cuadraditos que deberían medir unos 5 x 5 centímetros. Quedaron dobladitas, exactamente igual, son un tesoro”. “Ahí dejamos las pocas fotos que teníamos de niños, de los amigos”, acota Elsa y se frena. “Todo para justificar- dice- . A lo mejor nos quiere conocer y después nos dice ‘chau y hasta luego’. Lo importante de todo esto es que está viva y que la esperamos. Pero igual la queremos conocer. El mensaje es que la queremos, que la esperamos. A pesar de todos los intentos por tapar, la verdad sale”.
Las personas de gestos adustos, que no conocen el llanto y morirán tristes y repudiados, prohibieron la verdad. “Ella buscó nacer con su mamá y su papá pero alguien le prohibió esa parte”, dice Elsa. Pero siempre lo mismo: contra el amor y la esperanza no pueden. Por más intentos que hagan por taparla, la verdad sale a la luz.
"Con cada nieto la patria recupera su identidad"
Una breve conversación con Alba Lanzilloto, tía del nieto recuperado 121. Sobre estas victorias que no son solo de los familiares sino de todo un país. Y una reflexión acerca de los ataques a los compañeros de la Garganta Poderosa.
“Siento que volví a nacer"
La vida de Adriana está completa. Ahora tiene la pieza del rompecabezas que le faltaba a su historia: es la hija de Edgardo Roberto Garnier y Violeta Graciela Ortolani, desaparecidxs durante la última dictadura militar. Es la nieta restituida por Abuelas número 126.
Nietos y nietas: reconstruir lo astillado
¿Cómo se cambia una historia? ¿Hay nuevas vidas dentro de una vida? ¿Se transforman los olores de una infancia mentida? ¿Pueden recordarse los momentos olvidados? Lejos de las versiones románticas, los nietos recuperados Ezequiel Rochistein Tauro, Tatiana Sfiligoy, Victoria Montenegro, Pablo Gaona Miranda e Ignacio Montoya Carlotto rearman su identidad a partir del dolor y la verdad. Casa de abuelas bravas y ambiente cálido: Virrey Cevallos 592.