“Si no terminamos con el capitalismo, no podemos eliminar el racismo”

por Lautaro Romero
11 de junio de 2020

La mayoría son jóvenes estudiantes que migraron en busca de un mejor porvenir, pero se encontraron con otra realidad en la Ciudad de Buenos Aires: hambre, falta de derechos, precarización laboral, racismo y violencia institucional. Una visita a hoteles y departamentos en Constitución.

Haití “nació en ruinas y no se recuperó jamás: hoy es el más pobre de América Latina”, escribió Eduardo Galeano en 1971.

Invasiones. Francia, España, Gran Bretaña y EE.UU. Colonización. Cultivos de caña de azúcar. Esclavitud. Explotación y pérdida de fertilidad del suelo, deforestación. Desigualdad social. Dictaduras, sangre y violencia.  Inseguridad. Vulneración de los derechos humanos. Desempleo. Privatización de la educación. Catástrofes naturales (terremotos, tsunamis y huracanes). Destrucción. Campos de refugiados. Desconcierto; por nombrar algunos de los males que persiguen a Haití y mantienen sus venas abiertas desde que se escribió la primera página de su historia, bañada en sangre.

Y que en definitiva explican el por qué de su pobreza estructural, y por qué en las últimas décadas miles de jóvenes estudiantes de entre 18 y 30 años, dentro de una población con 95% de afrodescendientes, migraron hacia países de América del Sur; principalmente Brasil, Ecuador, Chile y Argentina

Razones humanitarias
El 31 de diciembre de 2016 Jean Jackson (24) llegó desde Puerto Príncipe, como el resto de sus compatriotas, “por razones humanitarias”. Con su Visa de tránsito en mano, primero Jackson tuvo que sortear un viaje en colectivo interminable desde Brasil para cruzar la frontera con Argentina.

“Los senegaleses y los africanos en general vinieron al país en situaciones y contextos diferentes al nuestro.  Algunos por guerra, otros por trabajo, o por ser refugiados. Nosotros estamos acá por razones humanitarias. El 70% somos estudiantes aquí en Argentina. Tenemos dificultades y precariedades distintas a las de los senegaleses”, le explica Jackson a Revista Cítrica, en el comedor del departamento donde alquila, en el barrio de Constitución. 

Cuando cursaba segundo año de Derecho, Jackson decidió migrar para mejorar su formación académica fuera de la inestabilidad y la persecución política que se respira a diario en Haití. Y lo hizo con creces: estudia Ciencias Políticas en la Universidad de San Martín, y trabaja de forma independiente como traductor de creole (lengua criolla de Haití) en el Ministerio Público de la Defensa.

“Antropológicamente el idioma francés no nos pertenece. Es una herencia por haber sido colonizados por Francia. La forma y el acento son distintos. Es como si un ladrón entra en tu casa y olvida su plata. Y ahora esa plata es tuya. Como ellos nos robaron todo, nosotros guardamos al menos su lenguaje”, nos dice Jackson, que por la expresión de sus ojos ahora más achinados pareciera tener una sonrisa de oreja a oreja: el barbijo que lleva puesto nos deja con la intriga.

Foto: Federico Imas

Foto: Federico Imas

Lo que también nos da curiosidad es saber cómo se convirtió en perito de traducción. Y Jackson nos cuenta: “Acá en el barrio, hace dos años, había 30 haitianos implicados en una causa. Niños, bebes recién nacidos y mujeres embarazadas. Alquilaron una casa y  les estafaron: el dueño no era el dueño y el verdadero dueño denunció a los haitianos por acaparamiento de bienes privados. Cuando se presentaron en la fiscalía a los haitianos nadie les entendía porque no hablaban español, y tampoco francés. Entonces me presenté como voluntario para ayudarles a resolver este problema. Antes trabajábamos en un montón de casos. Ahora no hay causas físicas ni virtuales para traducir”. 

Sin embargo, Jackson se mantiene activo en las redes sociales y como referente de su comunidad le presta real dedicación a responder los mensajes y las consultas que con frecuencia le envían al celular sus compatriotas que viven en Argentina: alrededor de diez mil haitianos y haitianas que sobreviven en los centros urbanos de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. “Soy como un intermediario entre ellxs y las organizaciones sociales y de derechos humanos. Es un trabajo social y académico”. 

Sin documentos y sin derechos
Jackson hace de nexo entre nosotros y Marie Édouard Carius, quien lleva 17 años como residente en Argentina y desde el 2014 trabaja en la Dirección Nacional de Migraciones, en el sector de informes y asesoramiento. Ella se define como una “militante y luchadora”.

Marie nos cuenta que desde principios de la cuarentena hay muchxs hatianxs con inconvenientes para renovar sus documentos de identidad. El problema en este caso radica en que el año pasado caducó el decreto 1143/2017, por el cual les migrantes provenientes de Haití, por razones humanitarias, recibieron la residencia temporaria en Argentina por el plazo de dos años.

 Es decir que hay documentos que se han vencido y no pueden renovarse. “Hay muchos chicos que tienen los trámites trabados. Y mandan su dinero, pasan un año o dos en Migraciones y no llegan los papeles. Algunos ni siquiera iniciaron el trámite para sacar el DNI. Los chicos sufren. Los echan de los trabajos por falta de documento, no pueden hacer trámites en AFIP, en la ANSES”.

 “Los senegaleses y los africanos en general vinieron al país en situaciones y contextos diferentes al nuestro.  Algunos por guerra, otros por trabajo, o por ser refugiados. Nosotros estamos acá por razones humanitarias. El 70% somos estudiantes aquí en Argentina".

Marie tiene una familia numerosa viviendo con ella, en el barrio porteño de Balvanera. Están su mamá y su hermana discapacitada, a quien también le venció el documento. “Gracias a Dios pude conseguirle los medicamentos a mi hermana. Me parte el alma porque somos muy vulnerables, al igual que los senegaleses, que se ganan la vida día a día para pagar el alquiler y poder comer. Muchos haitianos vienen a la Argentina con la idea de estudiar, pero cuando llegan la realidad es otra y tienen muchas dificultades.  Hay cosas que no entiendo, no sé qué hacer. Tengo voluntad para ayudar, como mujer, como migrante, pero no tengo la posibilidad”.

Dentro de sus posibilidades, Marie hizo y mucho. Durante la primera etapa de la cuarentena, gestionó junto a la Organización de Residentes Haitianos en Argentina –fundada en 2006-, la entrega de bolsones con comida, casa por casa, entre la gente más necesitada de su comunidad. Lxs migrantes. Lxs olvidadxs de siempre que no cobran el IFE, ni reciben ayuda alguna de un Estado que no les ve.  

Esclavos siglo XXI
Desde que llegó a la Argentina, Jackson nunca laburó como vendedor ambulante. Y le revela a Cítrica que en realidad hay pocos compañeros haitianos vendiendo en la calle. ¿El motivo? “Le tenemos miedo a la Policía, no tenemos un buen concepto de ellos: abusan de su poder, como lo hicieron históricamente las fuerzas represivas en Haití”.

Jackson tiene experiencia por haber intervenido en casos de abusos de las fuerzas de seguridad en perjuicio de la comunidad haitiana en 2019: la historia de seis haitianxs –entre ellxs una mujer que casi pierde su embarazo- desalojados de un hotel familiar –donde se refugian la mayoría de lxs haitianxs- en Constitución. A los golpes, sin orden judicial ni motivo alguno, fueron arrojadxs a la calle. Y unos meses más tarde, en una vivienda alquilada en Bernal,  el ataque racista, brutal y deleznable con una bomba molotov a un matrimonio de haitianxs. En este caso la mujer perdió su embarazo y el hombre tuvo que ser atendido de urgencia por las quemaduras. 

Foto: Viojf

Foto: Viojf

En consecuencia, la mayoría de lxs haitianxs se ganan la vida en restaurantes, supermercados, al cuidado de personas mayores, o también, como no podría ser de otra manera, repartiendo en dos ruedas la comida que vos pedís por delivery a través de las aplicaciones de Rappi, Glovo y Pedidos Ya

“Muchos estudiantes trabajan en las plataformas porque pueden elegir a qué hora trabajar y les es muy conveniente al fin de poder estudiar. Pero es un trabajo que les precariza mucho y les quita sus derechos. No pueden reclamar nada y tienen que ser monotributistas y pagar su obra social. Yo hace dos años que pago el monotributo, soy categoría C y todavía no tengo obra social. Llamo por teléfono y no atienden. ¿Cómo puede ser posible?”, se pregunta Jackson.  

Mientras estudia, Jackson piensa que debería encontrar un trabajo pronto porque ya casi no tiene recursos.  “Nosotros no tenemos la posibilidad de expresar en la televisión o en los medios masivos nuestras preocupaciones. Si no hay trabajo no cobramos”. 

La educación como bandera
Haití tiene la particularidad de ser la república negra más antigua del mundo, nada menos que el primer país latinoamericano en declarar su independencia. Fue en 1804, con el general Jean-Jacques Dessalines como líder de la revolución y cabeza de las tropas esclavistas afrodescendientes que derrotaron y expulsaron a los franceses.

Pero Haití nunca fue realmente independiente. 

A lo largo del siglo XIX enfrentó y padeció constantes invasiones y hostigamiento de extranjeros en su propio territorio. Franceses, españoles, ingleses y norteamericanos. De hecho, tras la declaración de la independencia, para compensar a los colonizadores por las plantaciones inmensas de azúcar, café, cacao y tabaco que habían perdido -no sólo tierra, sino también vidas y mano de obra barata de esclavos-; Francia obligó a Haití a pagar una multa multimillonaria a cambio de su libertad. 

A Haití le tomó 122 años pagar esa deuda.

Jackson no tiene dudas: con esa plata, durante más de un siglo de existencia, el gobierno de Haití podría haber construido hospitales, escuelas y universidades para educar a su pueblo: según un informe mundial de 2017 elaborado por Human Rights Watch, aproximadamente uno de cada dos haitianos de 15 años o más es analfabeto, y en el país hay más de 200 mil menores que no están escolarizados. Esto podría explicarse con el hecho de que el 90% de las escuelas son administradas por entidades privadas con aranceles inalcanzables para familias de bajos ingresos. 

La mayoría de lxs haitianxs se ganan la vida en restaurantes, supermercados, al cuidado de personas mayores, o también, como no podría ser de otra manera, repartiendo en dos ruedas la comida que vos pedís por delivery a través de las aplicaciones de Rappi, Glovo y Pedidos Ya. 

“En Haití tenemos una sola facultad de Ciencias Políticas, y los estudiantes no estudian Ciencias Políticas, sino que apuestan por carreras que les permitan tener más plata, como Medicina y Abogacía. Los que migramos somos la cabeza de Haití, los estudiantes seguimos siendo los que más contribuimos al PBI del país. Haití es el país en el mundo con mayor flujo migratorio intelectual, está arriba en el ranking”, afirma Jackson.

Daphinis Jasmine (32), en cambio, se recibió de maestra de nivel primario en Haití. Como no existe convenio en Argentina, Jasmine, quien vive en Mendoza con su hija desde hace cinco años, tuvo que revalidar su título universitario. Le queda la última residencia para recibirse. Ahora Jasmine trabaja como acompañante terapéutica de niñes con capacidades distintas y es docente de apoyo escolar. Además da clases particulares, capacitaciones y traducciones de lengua y literatura francesa.

“En Haití hay una privatización muy grande de la educación. Lo que tenemos a favor los jóvenes haitianos es que nuestros padres tienen mucha fe en nosotros y creen mucho en la educación. Quieren que estudiemos en las mejores escuelas, no importa que no tengamos para comer. En las escuelas públicas hay que tener un puntaje alto para acceder, y en muchos casos se garantiza el trabajo”.

Jasmine nos relata cómo es la vida de la comunidad migrante en Mendoza, una de las provincias “más cerradas y conservadoras”. “Hay un primer grupo que llegó hace diez años y trabajan en hoteles y empresas privadas. Están insertados. El otro grupo que llegó hace cinco años está terminando sus estudios, y empezando a trabajar. Hay muchas familias, parejas interraciales, hay afroargentinos. Hay madres solteras que no pudieron acceder al IFE, o a la Asignación Universal por Hijo, y no tienen una red de contención. Se organizan y comparten lo poco que tienen. Hay un choque de cultura muy grande pero somos muy unidos”.

Foto: Viojf

Foto: Viojf

Racismo, una cuestión de poder
En Argentina, Jackson vivió en carne propia muchos casos de racismo. Le ha pasado de deambular, tocar timbre en hoteles familiares, preguntar por una habitación, y que la gente al ver su color de piel le niegue la chance de conseguir un techo donde pasar la noche. Pero particularmente recuerda un caso: cuando la encargada de un hotel le dijo que debía bañarse porque era afrodescendiente, y sería perjudicial si no lo hacía

Jackson, lejos de sobresaltarse piensa en cuál podría haber sido la razón del comportamiento de esa mujer para decir semejante barbaridad. 

Y saca sus propias conclusiones: “El racismo no tiene nada que ver con las clases sociales. Tiene una raíz histórica y esa raíz sigue perpetuando a través de los ministerios, las instituciones y los medios de comunicación. Los mediáticos contribuyen muchísimo con la divulgación del racismo. Creo que hay dos tipos de racismo: el consciente y el inconsciente. Porque decir negro a una persona afrodescendiente, es racista. Lo negro está asociado a cosas malas. Depende de la concepción de sí mismo. Conozco haitianos blancos, más claros que vos. En Argentina el color es una barrera. No hay suficiente sensibilización de las políticas públicas para sacar estos estereotipos. No podemos terminar con el racismo sino terminamos con el capitalismo y la explotación humana. Hace 200 años que venimos sufriendo”.

Respecto a la muerte del músico afrodescendiente George Floyd el pasado 25 de mayo a manos de un agente de la Policía de Mineápolis, Jackson opina que “las cosas no son diferentes a cómo eran antes. Lo que cambia es que ahora hay gente con celulares grabando. No sabemos cuántos George Floyd murieron en silencio. Si un blanco quiere lincharme es su problema, pero si un blanco puede lincharme es mi problema: el racismo es cuestión de poder”

En Mendoza, Daphinis Jasmine también lucha contra la garra opresora del racismo. Desde el activismo intenta deconstruir algunos conceptos basados en la xenofobia y los prejuicios que hay sobre las mujeres negras, sobre las mujeres migrantes y específicamente sobre las mujeres haitianas. “Hay mucha estigmatización, se nos relaciona con la prostitución, la trata, la pobreza. En muchos aspectos es cierto porque hay una desigualdad muy grande en la comunidad negra pero tampoco eso nos define y tiene relación con nuestro color de piel y nuestro origen. Desde el feminismo debemos entender que la opresión no la sufrimos solamente por ser mujeres. Ser negras en un país de blancos hace que nos veamos más afectadas. Entender eso ayudaría a visibilizar y darle voz a las negras”.

"En Argentina el color es una barrera. No hay suficiente sensibilización de las políticas públicas para sacar estos estereotipos. No podemos terminar con el racismo sino terminamos con el capitalismo y la explotación humana".

Futuro incierto
Estamos en junio y el invierno está próximo. Por más que lo intenta, Jackson no se acostumbra al frío. Éste es un “problema serio” para lxs hatianxs. Es la etapa del año en la cual más extrañan el calor tropical y las comidas típicas de su tierra natal. 

Pero hay algo más que por estos días hace que el cuerpo de Jackson esté acá, pero su mente permanezca en Haití: su papá y su hermanito tienen fiebre. Jackson cree que es el coronavirus que se manifiesta de esa forma. Su familia vive en Puerto Príncipe, donde nació Jackson, y hay un solo hospital público para 3 millones de habitantes. 

“En Haití las personas tienen otra concepción de la enfermedad. Cuando una persona tiene fiebre no va al hospital para hacer una consulta. Va a preferir usar medicina natural,  té y hojas de plantas. Y si es algo más grave, el consejo de un maestro”.

En medio de la cuarentena, los médicos hacen paro porque el gobierno de Jovenel Moise (quien se mantiene en el poder pese al repudio del pueblo haitiano) no les paga los sueldos. “Tenemos el peor sistema de salud del Caribe, por no decir de América. Tenemos 400 médicos competentes, recibidos en República Dominicana. Tenemos más de 200 en Cuba y un montón en EE.UU, pero al Gobierno no le importan ellos”. Básicamente, Jackson siente que Haití no está preparado para enfrentar el coronavirus, no “porque haya muchos infectados, sino porque hay muchas incompetencias políticas. No usan el dinero que deberían usar para el país de un modo adecuado”.

Antes de seguir, Jackson respira, observa las cuatro paredes que le rodean del departamento de Constitución, y se le vienen a la cabeza imágenes de lo ocurrido el 12 de enero del 2010, cuando un terremoto dejó a todo Puerto Príncipe bajo los escombros con un saldo de más de 200 mil muertos, y secuelas psicológicas marcadas a fuego en la población haitiana.

“Para nosotros es mucho peor el coronavirus”, desliza.

Jean Jackson sobrevive como puede: pasa los días ayudando a sus compatriotas, leyendo las noticias en los diarios para poder “analizarlas”, mirando películas, jugando a las cartas y charlando de distintas temáticas y proyectos con su pareja. 

Jackson, a quien le gusta la aventura, no tiene planeado quedarse mucho tiempo en Argentina: tiene la “fantasía” de seguir viajando por el mundo.

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