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La pandemia construye una Sociedad Policía

por Sergio Pedersen
Fotos: Juan Pablo Barrientos
16 de mayo de 2020

Entre el control sanitario que ejerce el Estado, los discursos públicos sobre la peligrosidad de violar las normas impuestas y la agitación mediática del miedo, se va configurando una alienación generalizada que habilita el disciplinamiento social y los comportamientos represivos.

La pandemia produce la alienación de gran parte de la sociedad. El individuo entra en un estado de alienación cuando se configura como algo ajeno a lo que es. Cuando se construye como algo extraño a su realidad. 

Desde la perspectiva mental e histórica, el filósofo Michel Foucault define "alienación" como la imposibilidad de reconocer la realidad –dentro de la cual se encuentran las sensaciones que el individuo tiene sobre sí mismo y sobre los demás– debido a una privación, a una facultad y a una voluntad perdida. Los síntomas se observan cuando el sujeto ve confiscada su voluntad y su pensamiento mediante una influencia externa que lo distancia de las significaciones humanas. Todo esto en un marco de relaciones sociales contradictorias.

¿Cómo influye la pandemia en nuestras vidas? El individuo no reconoce su nueva realidad, se ha deshumanizado de tal forma para cumplir con el aislamiento obligatorio, que no logra reconocer al otro, cercano o no tan cercano, con quien debe o deberá interactuar en la construcción de la sociedad. Todos nos vamos alienando, en mayor o menor medida. Nos perdemos en construcciones políticas, económicas y culturales que invisibilizan o colocan en el lugar de enemigos a quienes no logran entrar en el "esquema". 

A su vez, esta alienación impulsa a las personas a la utilización de los métodos estatales y comunicacionales para denunciar a quienes violan el aislamiento, sin importar las circunstancias. O escudándose en la arbitrariedad, negando procesos judiciales que otorgan libertad a detenidos, con la excusa de su propio encierro. Es que, de acuerdo con el discurso político y mediático, se pone en peligro la seguridad y la salud de la sociedad

En el desborde, nos transformamos en una Sociedad Policía, y todos aquellos que fueron indiferentes, los invisibles del sistema, ahora muestran convicciones, y quieren hacer justicia.

"Vecinos y vecinas de bien" adquieren una hipersensibilidad hacia la tarea de vigilancia.

 

El "buchoneo" como norma

Con el coronavirus surgió un dispositivo de control compuesto por: medidas sanitaristas que chocan con las realidades culturales de muchos barrios, dificultándose su estricta aplicación o el desarrollo planificado; discursos políticos que las sostienen, muchas veces en tono autoritario, dejando su vigilancia en manos de vecinos y vecinas de bien y del criterio de las fuerzas de seguridad, para quienes crean canales de denuncia y sostienen sistemas de vigilancia y control que, fuera del momento de excepción, van contra los derechos humanos; y, para finalizar, medios de comunicación alarmistas, que continuamente indican que de la crisis pandémica se sale si todos permanecemos encerrados, porque de lo contrario provocaremos un desastre sanitario. 

Este nuevo dispositivo de control es destructor. Se ha creado abruptamente un nuevo modo de vida social, una nueva forma relacional y, antes del equilibrio, habrá muchas pérdidas. Los ciudadanos y las instituciones de seguridad crean una nueva cartografía para poder utilizar los métodos arbitrarios y discriminadores que siempre han utilizado. Vecinos y vecinas de bien adquieren una hipersensibilidad hacia la tarea de vigilancia de su radio de acción, es decir, el frente de su casa, sus balcones, su jardín, su vereda, o en sus salidas a comprar productos esenciales para la continuidad de la cuarentena. 

Y en esas circunstancias aplican su estructura de estigmas, para denunciar a quienes violan el aislamiento o a quienes no quieren a su alrededor. Así, las personas peligrosas son quienes se dedican a cortar el pasto en los barrios, quienes hacen venta ambulante, los cartoneros que deambulan por las calles buscando continuar con su producción, los pibes silvestres que no dejan de buscarse en las calles de los barrios y en las casas, quienes ya recorrían antes las calles buscando oportunidades de supervivencia y, de paso, las personas privadas de la libertad que no deben salir a crear más caos. 

El peligro es el otro que no encaja en la normalidad. Rara vez se dará un “buchoneo” sobre algún vecino que comparte el estatus de vecino de bien. Estas “entregadas” vecinales y cacerías institucionales se comportarán como una solución ante el incumplimiento de las medidas políticas sanitarias tomadas para combatir el coronavirus. 

Las políticas punitivas de este tiempo se apoyan sobre los discursos hipermediatizados referidos a la necesidad de ampliar el aparato represivo. 

 

Endurecer la mano dura

El trabajo policial, en tiempos pandémicos, también se acomodará a esos nuevos parámetros. La alienación del individuo policía, consumada en el periodo de su formación, aquél que los construye como nuevos integrantes de las fuerzas, y que se buscará reproducir y perpetuar con las rutinas y los hábitos del oficio; comenzará a mapear nuevos contextos en busca del orden y la paz social. Estos contextos son los que le brinda la pandemia y las nuevas normativas sanitarias. Para estas instituciones se concreta un punto de fuga creativo frente a la paranoia generada por los medios y la distancia impuesta por el Estado para el resguardo de la salud de la población.

Las políticas en este tiempo de excepción son punitivas y se apoyan sobre los discursos hipermediatizados en los cuales se plantea la necesidad de ampliación del aparato represivo (esto se traduce en más personal de seguridad en las calles, que incluye no solo policías, sino también efectivos de Gendarmería y Prefectura) y en la persecución de un objetivo consensuado. La sociedad se aproxima a una democracia de mano dura donde prima el miedo. 

El objetivo por perseguir serán aquellas personas peligrosas ante la pelea contra el virus: las que sean denunciadas por los vecinos en los canales estatales; las detectadas por el sistema de ciberpatrullaje dirigido por el Ministerio de Seguridad de la Nación; las resultantes de las misiones de caza de las recorridas policiales en los barrios, donde también se fortalece el número de efectivos de seguridad; y aquéllas que deben continuar privadas de su libertad. 

La alienación de la cuarentena impulsa a las personas a denunciar a quienes violan el aislamiento.

Basta con enfocarse en el accionar general de los dispositivos de seguridad, y no en cada uno de los hechos resultantes. Los objetivos: barrios marginales, pibes pobres, encarcelados, desocupados, inmigrantes, colectivo LGTBQ+. Son quienes menos herramientas tienen para combatirlo.  

La violencia es inmanente a las fuerzas de seguridad y se va revalidando día a día en la interacción de los sujetos de la institución. Son traspasos generacionales de formas de actuar, acciones para ser un buen policía. Acciones que, en algunos casos, parecen no ser violentas, ya que se traducen solo en los papeles, pero sostienen las acciones violentas que las precedieron. 

Un policía que niega la violencia física, posiblemente utilice la violencia psicológica, simbólica o administrativa. Resultan ser engranajes de la violenta máquina institucional. Así, en el caldo de cultivo proporcionado por el coronavirus, se van reproduciendo las rutinas de violencia que fortalecen a las fuerzas policiales hacia el futuro, que hoy es impredecible. 

En el desborde, nos transformamos en una Sociedad Policía y los invisibles del sistema quieren hacer justicia.

Las fuerzas policiales son instituciones que salen a controlar la calle con una máscara conformada por límites normativos, morales y estructuras protocolares de actuación ante los diferentes eventos que enfrentan, pero debajo de esa máscara subyace un cuerpo violento que, ante cualquier obstáculo en el cumplimiento de sus objetivos, actúa. 

Por esto es importante enforcarnos en el dispositivo de control generado a nivel local, que no se distingue de los generados globalmente, en cuanto a que se apoya en el policiamiento riguroso (militarización en otras regiones) del nuevo campo de interacción social.

*Sergio Pedersen es licenciado en Seguridad Ciudadana (Universidad de Lanús). Integró la Policía Bonaerense entre 1993 y 2010, donde llegó a ser Teniente Primero. Actualmente trabaja en la ANSES.