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Patagonia: lo comunitario en tiempos de frío polar

por Nelson Santacruz
Fotos: La Garganta Poderosa
18 de julio de 2024

Con temperaturas que llegaron a los -23°,¿Cómo se organizan los vecinos y vecinas de los barrios populares? Desde La Poderosa se construyó un relevamiento de Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Las claves para comprender cómo la falta de políticas públicas y la asistencia en tiempos urgentes deterioran la vida de la comunidad. 

El congelamiento de rutas es uno de los problemas serios para la llegada de alimentos en las principales ciudades de la Patagonia, pero al mismo se le suma, por ejemplo, que los comedores populares siguen sin recibir alimentos del Ministerio de Capital Humano para enfrentar la extensa lista de espera. Un desabastecimiento doble en estas semanas frías. Este invierno vemos imágenes como animales y lagos congelados poco comunes, como también muchos pueblos que quedaron incomunicados por la falta de Radio Nacional, desfinanciado y vaciado por la gestión de Javier Milei. Esto se conecta directamente a la vida cotidiana de la gente porque no logró informarse a tiempo de muchas consecuencias de la ola polar en sus localidades. 

En este contexto: resistencia popular. En el Barrio Madres a la Lucha, Río Gallegos, se sintió hasta -23° y entre las actividades comunitarias lidian con sostener ollas a garrafas de 10 kilos que cuestan $11.000. En una familia tipo del barrio esa garrafa dura solo tres días: “Se hacen las meriendas y las ollas en la medida que se puede, si traemos agua de la casa de otros vecinos o si llega por parte de voluntarios”, dicen. En el Madres a la Lucha, La Poderosa contiene 50 familias con meriendas y cada quince días cocinan 150 raciones de almuerzos.

Entre la suspensión de las clases por falta de calefacción o agua, los camiones cisterna que solo llenan los tachos de agua de 20 litros y no los tanques del barrio y un Desarrollo Social que no abastece a la zona con suficiente leña o carbón… La tarea comunitaria duplica sus esfuerzos. Todo cuesta mucho más.

En lengua mapuche “Fiske Menuco” tiene una traducción aproximada a “pantano frío/helado”. Así se llama un barrio popular de Río Negro donde también, los vecinos y vecinas, lidian con los precios en medio de una economía informal. Allí una garrafa cuesta $15.000 y el bin de leña llega a los $25.000 para durar solo dos días. Entre estos datos La Poderosa se resalta: “Un camión de cantonera, con madera, sale $70.000 y dura solamente dos semanas en el barrio”. Sobrevivir al frío en Fiske es también sobrevivir a la incertidumbre de los precios cambiantes. Los precios son muy desiguales a los ingresos precarios de muchas personas que de manera autogestiva levantan una huerta comunitaria y un merendero para amortiguar esta realidad.

Más al sur, para cerrar este mapeo de invierno, en Tierra del Fuego también es cruda la cotidianeidad de los barrios más postergados. Desde la asamblea interbarrial, conformada por los barrios El Mirador, Obrero y Escondido las últimas semanas se hizo común las temperaturas a -17°. Allí las vecinas de La Poderosa sostienen la olla popular “Warmis Poderosas” en terrenos muy altos. Utilizan escaleras rotas y llenas de nieve para llegar a sus viviendas y sufren los constantes congelamientos de las cañerías y mangueras de agua potable (conexiones informales instaladas por las manos de la propia comunidad).

La mayor parte de los barrios se calefacciona como puede, estufas de gas, quemadores o leña y muchas veces se corre riesgos de monóxido de carbono o incendios. “Hay muchas escuelas que suspendieron clases por las cañerías de agua congeladas y para eso la solución del barrio, donde también pasamos por lo mismo, es prender fuego tarimas que lo descongelen y así podemos tener agua para nuestras necesidades”.

Ya sea por la geografía, la economía informal o los golpes del cambio climático, la organización en la Patagonia de nuestro país está en lucha. Estos tres ejemplos nos dan una pincelada de otra forma de militancia y de otro tipo de problemas estructurales que todavía los gobiernos no resolvieron. Hoy, con las políticas de la “libertad”, estas realidades se ven más debilitadas por la falta de políticas públicas. Sostener un comedor, un merendero, una huerta, actividades para infancias y adolescencias en los barrios populares del sur no es para nada igual a las grandes ciudades del centro de nuestro país. Sin embargo, es el mismo espíritu el que mantiene en pie a las vecinas y vecinos: ante la falta de Estado, la construcción comunitaria para tener una vida más digna.