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Los chanchos y el ambientalismo falopa

por Felipe Gutiérrez*, Lorena Riffo** y Fernando Cabrera***
28 de julio de 2020

La posible externalización de factorías de cerdos desde China hacia la Argentina motivó un debate en torno a los impactos de este tipo de actividades. Lejos de guardar las formas, a través de redes sociales se cuestionó la existencia de un “ambientalismo falopa” antitodo. ¿Son “falopas” las distintas luchas socioambientales que se han dado durante los últimos años?

En la década de 1990 varias comunidades mapuche comenzaron a cuestionar las condiciones de vida en las que estaban inmersos a partir de la explotación petrolera en sus territorios. No denunciaban que las cigüeñas petroleras les afeaban el paisaje. Hablaban de enfermedades crónicas por exposición a los hidrocarburos, de imposibilidad de desarrollar su economía por la muerte del ganado. Hablaban de malformaciones fetales de sus hijes y abortos espontáneos. Una década después en Esquel la población se movilizó en contra de la megaminería no porque eran antidesarrollo. Sino porque la utilización del cianuro en la explotación les parecía una amenaza real para sus formas de vida como, de hecho, se había comprobado en innumerables otros territorios en América Latina.

Existe un sector político del país al que estos debates le pasan por el costado. Hay dos opciones para esa omisión. Una es que no lo vean, probablemente por la distancia con la que estos hechos ocurren desde sus sitios de observación. Entonces toda crítica “ambiental” les parece marginal, exterior, alejada. La otra opción es que no lo quieran ver, lo que es mucho más probable dada la dimensión que han tomado las luchas socioambientales. En ese caso la crítica les parece que es impropia en un país como la Argentina, en donde la prioridad del combate a la pobreza y desigualdad debe ser resuelta con un combo de explotación “sustentable” (como la “minería responsable” o el “fracking seguro”) y un avance hacia la industrialización. Desde esa perspectiva, todo debate “ambiental” parece desconectado de la realidad local, suena a clasemediero o a una traducción berreta de los debates del primer mundo. 

Esta ceguera deviene en la incapacidad de cuestionar los pilares fundamentales del modelo económico. Es cierto que los ingresos generados a partir del sector agroexportador permitieron al Estado sostener, en parte, una serie de políticas sociales durante el boom del precio de los commodities, en la década pasada. De la misma manera es válido preguntarse cuáles son los problemas sociales y ambientales que implica el modelo agroindustrial, cuáles son sus límites, qué otras alternativas existen. 

El horizonte planteado por Vaca Muerta de generación de empleo e ingreso de divisas es una pretensión que a ocho años de su puesta en marcha es indemostrable.

Pensemos el caso de la energía. Una versión radical del desarrollismo sostiene que una matriz con una alta participación de energía fósil es deseable ya que sigue siendo el fundamento del desarrollo, la industrialización y el bienestar social. El problema con esa posición no es lo que dice, sino lo que oculta: desigualdad, contaminación, represión, saqueo, dependencia económica y tecnológica. El fracking es mucho más que una técnica contaminante, es un modelo energético que a su vez sostiene un modelo social que es excluyente. Se lo pueden preguntar a las y los vecinos de Valentina Norte Rural, en el oeste de la capital neuquina, que no tienen acceso a la red de gas mientras el subsuelo de sus casas es fracturado. 

El horizonte planteado por megaproyectos como la Vaca Muerta exportadora en tanto generador de empleo, divisas e industria es una pretensión que a ocho años de su puesta en marcha es indemostrable. Solo existe en los discursos políticos de los distintos gobiernos pertenecientes a diferentes sectores políticos que han pasado por Nación, Neuquén, Río Negro y Mendoza durante la última década. Pero la obstinación por sostener la lectura lineal de que más chimeneas es igual a más desarrollo y menos pobreza, se sostiene sobre la omisión de la dimensión social, cultural, ambiental y económica del impacto del actual modelo.

Entonces mientras el mundo avanza hacia una transición energética, existen amplios sectores de la sociedad que empujan para que esa transición energética sea con justicia. Esto significa que no quede capturada en manos corporativas, y sea controlada de manera pública, al mismo tiempo que se aleja del consenso fósil. Esta perspectiva incluye también el hacer esa transición en conjunto con las y los trabajadores del sector, porque la solución tampoco sería que 3 mil familias de Río Turbio y 28 de Noviembre en Santa Cruz se queden en la calle cuando se decida cerrar la mina. Pero eso no nos impide observar y ser críticos respecto de la industria del carbón. 

 

Desarrollo sustentable y economía verde, dos eufemismos para un mismo problema

El desarrollismo aborda la cuestión ambiental desde una dicotomía: desarrollo o naturaleza, posicionándose desde un statu quo incuestionable. Ese falso debate ensucia su análisis y le impide proyectarse hacia perspectivas de superación de la pobreza y la desigualdad que no impliquen contaminar masivamente a la población donde, además, de manera desigual quienes son más afectadas son las personas más vulnerables. La perspectiva superadora para este sector es la del “desarrollo sustentable” como sostiene el sociólogo Daniel Schteingart, autor de la idea del “ambientalismo falopa”, en su disculpa en Twitter.

El problema es que “desarrollo sustentable” es lo que se dice cuando se quiere decir nada. Nacido desde sectores ecologistas en la década de 1980, este concepto fue tomado por el establishment de los organismos multilaterales durante la década siguiente y vaciado de contenido. Esta visión entiende a la naturaleza como polo opuesto y por lo tanto subordinado al desarrollo. De hecho, este concepto es el que ocupa el lugar central de la categoría “desarrollo sustentable”, siendo la sustentabilidad meramente un adjetivo de un desarrollo único, lineal y evolutivo. Entonces, ¿qué es lo sustentable en los modelos de desarrollo que lo impulsan? En definitiva, esta propuesta se centra en la mitigación y reparación de daños ambientales, y en la práctica suele quedar en nada. 

La quema de los hidrocarburos no convencionales de Vaca Muerta implicaría aumentar del 2 al 6% la cantidad de carbono que, según el consenso científico, el mundo puede emitir sin que la temperatura suba y se genere una situación incontrolable. 

En la actualidad, el neoliberalismo ya no emplea ese concepto. Desde la crisis de 2008, a nivel mundial comenzó difundirse la noción de “economía verde”. Bajo este paradigma, la supuesta tensión entre economía y naturaleza se resuelve valorizando los costos y beneficios ambientales, logrando de esta manera una mercantilización de la naturaleza transformada ahora en un activo. Como explica el sociólogo José Seoane, esto redefinió lo que el desarrollo sustentable entendía como “medio ambiente” que pasa a ser simplemente lo “verde” quedando despojado de sus dimensiones sociales o culturales. Es la perspectiva que sostuvo al “Buenos Aires Verde” de Macri.  

En contrapartida a las propuestas de desarrollo sustentable y economía verde, en el país existe una diversidad de movimientos que buscan saldar esa falsa ruptura entre economía y naturaleza. No es algo reciente, el movimiento indígena y el campesino tienen décadas de desarrollo, al que se suman el fenómeno de las asambleas, al menos desde la década de 1990, y que confluyen con organizaciones más recientes como el movimiento climático -de fuerte impronta juvenil. Un esbozo de esas confluencias se vivieron en Mendoza en diciembre del año pasado en las multitudinarias manifestaciones contra la derogación -promovida por el radicalismo, el PRO y el PJ locales- de la ley 7722 que protege el agua del uso de químicos contaminantes. Desde trayectorias y culturas políticas diversas estas articulaciones están ocurriendo en distintos puntos del país y se piensan en clave “socioambiental” como superación de una idea solamente ambientalista. 

 

El cambio climático y la necesidad de pensar alternativas

Esta confluencia sucede en un momento crítico: los límites impuestos por el cambio climático. Entiende a las personas como parte de los ecosistemas y al colapso climático no como el fin del planeta sino de la existencia humana y de miles de otras especies que habitan la Tierra. Las masivas movilizaciones juveniles del año pasado muestran que esa no es una realidad ajena para el país. Tanto en sus consecuencias -pronunciadas sequías, inundación de ciudades producto del cambio del uso de suelo agrícola, entre otras- como en sus causas. Una más de Vaca Muerta: la quema de los hidrocarburos no convencionales allí alojados implicaría aumentar del 2 al 6% la cantidad de carbono que, según el consenso científico, el mundo puede emitir sin que la temperatura suba y se genere una situación incontrolable. Entonces sí hay mucho que decir desde Argentina sobre el cambio climático.

Esto no significa que no existan dentro del movimiento socioambiental sectores que carezcan de una lectura social de la cuestión ambiental, o que buscan traducir de manera forzada discusiones de otros contextos, del mismo modo que hay sectores del desarrollismo negadores del cambio climático. En el mundo en el que Jair Bolsonaro y Donald Trump son presidentes, en tiempos de terraplanismo, anticuarentenas, antivacunas y negacionismo climático, quienes queremos cambiar el mundo aspiramos debatir de manera honesta, sin puntos ciegos, alejándonos de la polarización algorítmica de twitter y su simplificación al absurdo y de la anulación de toda interlocución crítica. 

* Militante de Marabunta, integrante del GECIPE y del Observatorio Petrolero Sur.
** Militante de Marabunta y becaria doctoral IPEHCS-Conicet-UNCo, docente en Fadecs-UNCo. 
***MIlitante de Marabunta e integrante del Observatorio Petrolero Sur.