Los aprietes de Manaos en Santiago del Estero
por Revista CítricaFotos: Rodrigo Ruiz
04 de agosto de 2021
Orlando Canido, dueño de la empresa de gaseosas, contrata patotas, incendia viviendas y hasta dispara contra comunidades originarias en una zona donde posee unas 4.000 hectáreas de tierra. Cómo se vive en el territorio, entre el temor a perder la vida y la resistencia junto al Mocase.
De algunas gaseosas se dice que generan bienestar, sensaciones refrescantes, incluso placer. El caso de Manaos, la popular bebida que es orgullo nacional, es bastante más particular: ¿sentirán sus consumidores que cada vez que beben un trago están disparando a comunidades indígenas o prendiendo fuego casas de pobladores rurales?
La explicación de todo está en un nombre, Orlando Canido, el dueño de la empresa que fabrica Manaos, que desde hace al menos una década comenzó a acaparar tierras por la vía del dinero… y también de la violencia. En Bajo Hondo, noroeste de Santiago del Estero, Canido es dueño de unas 4.000 hectáreas y tiene varias denuncias por atacar a comunidades locales.
Adrián Montenegro es integrante de la comunidad Yaku Kachi (del pueblo Guaycurú), que está radicada en Bajo Hondo. Relata un episodio reciente, del 9 de julio de este año: “La banda armada que tiene Orlando Canido me atacó cuando buscaba los animales de aquí. Después, cuando me impidieron el paso, ingresé igual. Me atacaron a tiros, me hicieron cinco, seis disparos para que yo abandonara el lugar”.
El horror está naturalizado allí, porque Canido tiene poder económico e influencias. Montenegro hizo la denuncia en la comisaría de Quimilí. El hostigamiento continuó al día siguiente: “Me manda mensajes mi hermano tipo once de la mañana, diciéndome que le habían acorralado cinco o seis personas aquí. Lo habían amenazado, porque lo confundieron conmigo. Él andaba viendo los animales, y aparecieron con palos, machetes, uno tenía una pistola. Esa es la banda que tiene Canido aquí, en este lugar”.
La comunidad Yaku Cachi tenía 900 hectáreas propias y ahora le quedan 200: “Las otras 700 hectáreas se las apropió él con las bandas armadas, nos desalojaron a los tiros”, relata el campesino. La resistencia de la comunidad (que incluso cuenta con el aval del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas en su relevamiento territorial) está acompañada del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (Mocase)-Vía Campesina.
“Él nos volteó el alambre aquí donde estoy parado ahora y los animales ingresan para el lado del sembrado; nos están carneando los animales, los están matando”, denuncia Montenegro. Los antecedentes del empresario terrateniente incluyen quema de viviendas, contratación de patotas y disparos contra pobladores.
La Policía interviene en el conflicto, pero por lo general para acompañar el proceder violento de Canido. Después de la renuncia radicada en Quimilí, un patrullero se acercó al territorio. Curiosamente, un oficial filmaba todo con una cámara pequeña desde el vehículo.
MEMORIAS DEL PRESENTE
Raúl Real, otro integrante de la comunidad: “Hace treinta, cuarenta años, nuestros padres, abuelos, bisabuelos, nos decían que venía un dueño, un tipo con un portafolio y decía ‘estos son mis papeles del campo y ustedes tienen que desalojar’. En aquel tiempo, no había ninguna organización ni ninguna nada”. Hoy está el Mocase-Vía Campesina.
Real dice que, a sus 63 años, lo que tiene le alcanza para “vivir tranquilamente”, pero su preocupación es el futuro familiar: “No es el pensar en mí, sino en nuestros hijos, nietos, bisnietos”. Sobre la conciencia colectiva: “Mediante la organización del Mocase, con el pasar del tiempo hemos conformado una comunidad aquí”.
Para ilustrar la lógica del dinero que impera en el campo, dice que “hoy es Canido, antes era Putigiano”. Noche y día “venían tractores, topadoras y en un segundo se perdía todo”. ¿Y los derechos legítimos de la comunidad? “Siempre la justicia para el pobre es muy lenta, quizás si usted hace una denuncia por robo o cualquier cosa que hace un terrateniente, la Policía acciona en uno, dos meses”.
El contraste: “Cuando ellos denuncian, en el acto vienen, no tienen problema, lo cargan nomas. Aquí han ocurrido muchos casos, en los desalojos nos quitan las pocas cositas que tenemos, las cosas que uno compra con sacrificio: un aparador, la mesa, una cama; a ellos no les interesa. Ésa es la vida que vivimos día a día aquí en la comunidad con el tema de los desalojos, con el tema de las amenazas”.
A Real le pasó varias veces que lo amenazaran e incluso lo hicieran echarse contra el piso, “poner el cuerpo a tierra”. Dice: “Agradecemos a Dios que siempre nos ha guardado, porque hemos estado por el piso pero aun así nos hemos levantado. En el último desalojo, era una pena ver a las criaturas tiradas un día de frío, en la ruta, sin fuego sin ninguna cosa, a la intemperie. Mediante la organización y gracias a Dios, hemos podido volver y estar, y estamos, y vamos a seguir estando”. Van a seguir estando, remarca, “mientras Dios nos preste la vida”. Y Canido no se la quite.
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