La supervivencia de los espacios culturales
por Lautaro RomeroFotos: Federico Imas
03 de diciembre de 2020
Con la historia de La Paz Arriba, del barrio de San Nicolás, inauguramos la serie de notas sobre centros culturales autogestivos de la Ciudad de Buenos Aires en pandemia.
A fines de agosto de este año, gran parte del abanico de personas, espacios y emprendimientos que conforman el sector cultural de la Ciudad de Buenos Aires; se declararon en estado de emergencia. Ante la falta de diálogo y respuestas serias por parte del Ministerio de Cultura, más de 60 organizaciones le exigieron al gobierno porteño medidas extraordinarias para no perder sus fuentes de trabajo y para afrontar el porvenir de una manera más digna.
Algunas de esas medidas tenían que ver con la declaración de la emergencia cultural; la creación de un registro de trabajadoras y trabajadores de la cultura; y la implementación de una renta cultural mientras dure la emergencia sanitaria y se pueda volver a trabajar.
Estamos a un mes de las fiestas y tras ocho meses de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta sigue sin atender las demandas de un sector que quedó a la deriva, y produce el 11% del PBI de la CABA.
Hablamos de más de 700 espacios entre salas de teatro, música, galerías, milongas y centros culturales. Y donde conviven más de 200 editoriales independientes, y miles de artistas callejeros, de circo, danza y artes visuales. Hablamos de lugares que cumplen un rol social fundamental.
Espacios que abren las puertas para que vecinos y vecinas se encuentren, discutan, piensen y sean críticos en asambleas barriales.
Donde siempre se trabaja desde lo grupal y lo colectivo. Donde se acerca cultura pero también se facilita el alimento. Y se fortalecen lazos humanos con quienes producen ese alimento.
Cooperativas que creen en la cultura emergente como herramienta para atraer al público, generar comunidad y ser una alternativa saludable al entretenimiento hegemónico. Espacios que desde su función social y cultural apoyan a las personas en situación de calle o a sectores de la sociedad históricamente postergados, como migrantes y afrodescendientes.
Renata Codas llegó a la Argentina desde Brasil hace 10 años. Durante todo este tiempo trabajó en el conurbano bonaerense y también en La Plata. Pero siempre vivió en la Capital Federal. Es donde a Renata le gusta pasar sus días. Entre algunos motivos, se quedó en el país porque en medio de la metrópolis, a sólo unas cuadras del Teatro Colón; tiene vida el centro cultural La Paz Arriba (Montevideo 421), donde ella forma parte de la comisión administrativa desde hace cuatro años.
Renata: “Es un espacio de encuentro muy importante para los migrantes y otros grupos que necesitan un espacio cuidado para compartir. Nuestro público es muy amplio: jóvenes y ancianos que vienen a ciclos de debate y música. Son gente que busca una alternativa en el centro”.
En 2018 se transformaron en cooperativa. “Arrancamos con la idea de que sea un espacio con otros tipos de atracciones y cultura. Sin embargo fue complejo porque no había mucha gente que viva en la zona. Esperaban las pizzas y el teatro de calle Corrientes pero nosotros éramos otra cosa”.
Arrancaron siendo tres personas. Llegaron a veinte. Luego de la pandemia quedaron quince: algunos compañeros y compañeras tropezaron en el camino cuando La Paz Arriba debió bajar las persianas por la cuarentena, lo que significó el cierre del restaurante –la mayor parte de los ingresos provienen de la venta de comida-. Al mismo tiempo habían llegado a su fin los ciclos de baile swing, música brasileña, samba, cine debate, talleres de teatro, encuentros de difusión y espacios de reuniones. Estuvo mucho tiempo cerrado.
Vendieron por delivery, pero llegó un momento en que se volvió más caro sostener la cocina abierta con el riesgo de contagio que eso implica. Pasaron meses sin ingresos. Patearon alquileres. Negociaron. Se anotaron en cada uno de los subsidios que dio el Estado. Todavía tienen deudas. Hicieron fuerzas entre todxs para cobra el IFE y garantizar la “cobertura social”. Vendieron bolsones de frutas y verduras agroecológicas de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). Generaron trabajo y tejieron redes. Invirtieron su tiempo para conservar el espacio. Pintaron para transmitir buena energía y que la gente recupere su lugar de encuentro y baile.
Abrieron hace menos de un mes. El flujo de gente del mundo de las oficinas y los tribunales de a poco va volviendo a su normalidad.
Los únicos aportes que recibieron del gobierno de la Ciudad en tiempos de emergencia fueron los subsidios del programa “Fondo Metropolitano de la Cultura, las Artes y las Ciencias” -cuya convocatoria se realiza todos los años-; y el programa “BA Milonga”. Mientras tanto esperan recibir el apoyo económico –tienen los proyectos aprobados- del “Fondo Desarrollar” y el “Manos a la Obra”, que otorga Nación a proyectos productivos o asociativos.
“Tenemos la tarea de que este tipo de cultura sea valorada más allá de los grandes espectáculos y eventos. No hubo ninguna respuesta concreta del gobierno de la Ciudad para nuestro sector. Un sector frágil, elemental y emergente que hace que surjan cosas nuevas en Buenos Aires. Hace que los migrantes como yo queramos quedarnos”, sentencia Renata.
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