Frente a la caricatura esbozada desde la prensa oligárquica para alimentar la grieta discursiva entre la clase media y la “Patria Choriplanera”, una mirada desde la villa, donde millones de personas sostienen cada día trabajos, sueños y el país que pareciera pertenecer a una élite distinguida.
Marcelo Gioffré escribió en La Nación una columna titulada “La discordia histórica entre la clase media y la 'patria choriplanera'”. El texto empieza con una contradicción: “El kirchnerismo alimentó el fuego del resentimiento”. La nota en sí misma no deja de ser leña para ese fuego que nos viene destruyendo como sociedad: la grieta. La maldita grieta. No me cabe dudas de que, si me leyeran muchos de los que bancan estas líneas políticas, me tildarán de kirchnerista por querer deshilar las frases de este tipo de periodismos. Porque es lo que funciona, la píldora discursiva adaptada a diferentes formatos… incluso en lo que comemos.
La reflexión me nace desde lo agresivo del mensaje, una opinión sobre ese tipo de opiniones, una mirada desde alguien que no come sushi pero que sí come ceviche. Ese mismo textual finaliza diciendo: “...y multiplicó las capas de sumergidos”. ¿Quiénes somos los sumergidos? ¿Quiénes están flotando? ¿Quiénes manejan un barco? La brecha está cada vez más pareja entre la clase media baja y los sectores populares. Tomo la pregunta, la que concluye la bajada de Gioffré, para pincelar una posible respuesta desde una villa. Esa que dice: “¿Cómo recuperar un proyecto de vida común?”. Sin dudas, no lo vamos a recuperar con el odio y las divisiones.
“¿Cómo recuperar un proyecto de vida común?”, escribe Gioffré. Sin dudas, no lo vamos a recuperar con el odio y las divisiones.
“¿Cómo puede ser que el Estado, con sus fuerzas represoras, se ponga del lado del haragán y castigue al hombre honrado que trabaja?”, es otra de las frases ilustradas. En el sentido estructural, en el conjunto de los colores políticos que han gobernado, ¿se pone el Estado realmente de nuestro lado? Esas fuerzas represoras utilizadas como analogía, me recuerdan que este martes 31 de enero se cumplen 14 años de la desaparición forzada seguida de muerte de Luciano Nahuel Arruga, por parte de la Policía Bonaerense. Y Luciano, ese pibe de la 12 de Octubre de 16 años, solo es el ejemplo de los más de 8 mil casos de represión estatal desde la llegada de la democracia: los muertos los ponemos nosotros. ¿Así se inclina el Estado de este lado, el lado de “los haraganes”?
Y si de honra de quien trabaja hablásemos, no sería muy difícil patear por media hora cualquier villa de cualquier punto del país para notar la fila que hacemos para tomarnos los trenes o colectivos rumbo al trajín. Estoy en el techo de mi loza mirando a la calle, en plena tarde de verano en la que muchos de “los que -realmente- comen sushi” están en alguna costa, por Brasil o Europa. Por acá no entendemos de vacaciones pagas, no es un derecho que se nos cumpla comúnmente.
Veo un chipero caminando con su canasta, la carnicería abierta, nenes jugando a la pelota, el ruido del herrero, la vecina lavando su ropa, la columna recién cargada por un albañil y un remisero bajando gente. No tuve ni que moverme y veo trabajadores por todas partes en este mar de cemento: con 35 grados de sensación térmica y dificultades de tener presión de agua potable. Honrados y laburantes. Muy sencillo decir lo contrario desde algún escritorio o atril con aire acondicionado.
Nos analizan como los “negros cabezas” para disputar poder discursivo a los que ellos, muchos intelectualoides, llaman “el kirchnerismo”. Sin pestañear, sin preocuparse cómo artículo tras artículo nos dañan a los trabajadores empobrecidos encasillándonos como “el resultado del populismo” de manera despectiva. Como si toda la masa nos identificásemos únicamente con “los k”.
Nos analizan como los “negros cabezas”, sin preocuparse cómo artículo tras artículo nos dañan a los trabajadores empobrecidos encasillándonos como “el resultado del populismo"
Bueno, basta, queremos responder. No a un periodista, no a un ilustrador como Sabat hijo (que por lo visto sigue los trazos de su padre), no a este medio en particular solamente, sino a las décadas enteras en que nos estudian en tercera persona. No somos resultados de… somos. ¿Se entiende? ¿Se comprende que esto no es defender al kirchnerismo sino ir más a fondo, desmembrar el tratamiento mediático al que se han acostumbrado los medios hegemónicos al referirse a nosotros? ¿Se concibe que cuando decimos “No nos usen más” es también en estos términos periodísticos?
No somos ni “un flagelo” ni “pobres”. “Los nuevos inmigrantes venezolanos que vienen a hacer delivery o bolivianos que trabajan en albañilería” no somos “individualidades” ni “valiosos” en términos mercantiles. Somos una masa atravesada, con gran porcentaje de laburantes argentinos, por la precarización. Eso nos une y somos valiosos sí, en el sentido humano. Pero definitivamente no somos “el big bang de nuestra decadencia”. Somos personas que fuimos empobrecidas, ese 36,5% de la población que desde abajo de la línea de la pobreza hacemos que no se caiga todo a pedazos. Columnas también protagonistas de la rueda económica.
La discordia de la imagen
La mirada caritativa, en la antesala de las elecciones de este año, no va a tardar en llegar. “Los negros cabezas” y las personas de piel marrón estaremos en el banquete propagandístico muy pronto. Van a jugar al fútbol con nosotros, van a abrazarnos en cualquier tarima, seremos los rostros de las acciones sociales, las Margaritas Barrientos, van a bailar unas cumbias en los escenarios y a toda costa será bajo la vigilancia de una cámara que filme o fotografíe cualquier candidato.
¿Y después? Después simplemente somos “la Patria Choriplanera”, como dice esta columna que destila odio en forma de análisis. Mirá si no seremos útiles, como si algunas empresas mediáticas no vivieran de nuestras costillas. Quienes cortamos las calles también nos vemos afectados en nuestros paupérrimos ingresos al final del mes, pero estamos obligados por la necesidad a pisar el asfalto caliente para poder exigir que se nos cumplan nuestros derechos. No nos queda otra, el silencio no puede ser opción.
No somos resultados de… somos. ¿Se entiende? ¿Se comprende que esto no es defender al kirchnerismo sino ir más a fondo?
Hablemos de comida. El INDEC anunció el mes pasado que una canasta básica total para cuatro personas rodea los $153 mil mientras que el Salario Mínimo Vital y Móvil es menos de la mitad de esa cifra. ¿Qué pasa con ese gran porcentaje de la economía popular que sobrevivimos con 30 mil pesos mensuales? ¿Y con los que solo llegan a 20 mil ¿Cómo construye sentido que todos los días desde la radio, la televisión, los diarios y las webs nos llamen la Patria Choriplanera? ¿Cómo intentamos llegar a la canasta básica total? Trabajando de manera indigna.
Entonces, reducir la crisis estructural de nuestros barrios a esta coyuntura es, al menos, hipócrita. Porque así estamos hace rato, la desconfianza hacia el sector privado no se trata de pareceres. Es una secuela concreta trazada por décadas de precarización a la que ya no queremos ser sometidos. Nuestras almas no están “secuestradas” por la ideología del odio hacia “los oligarcas”, como se escribe ahí. Si fuese así, tal vez, ya hubiésemos reaccionado con más enojo, por ejemplo, al saber que más de un millón de niñas, niños y adolescentes se privan de una comida al día en Argentina según Unicef. Nuestras almas, en cambio, están cansadas.
Reducir la crisis estructural de nuestros barrios a esta coyuntura es, al menos, hipócrita
Sabat, ¿cómo se le ocurre a alguien representar a la clase media como los blancos y a nosotros, justamente, como los negros? ¿Cómo nos visibilizan y cómo nos invisibilizan? ¿Cuántas décadas más de civilización y barbarie? Me pregunto, absurdamente, si vinieron a mirar nuestros rostros. Si nos vieron rubios, los ojos verdes de mi hermano, la marronitud federal, la multiplicidad de cuerpos y colores que hay en esta masa que tanto detestan. Me lo pregunto en serio, porque nunca podrán encasillar nuestra diversidad.
Espero que jamás nos dividan realmente a quienes son de “clase media” contra los que estamos un poco más abajo. Es una trampa. No comeremos estos sushis caros, pero en muchas barriadas tenemos pescadores y cocineros de lujo. La variedad de mariscos que hay en los platos de la colectividad boliviana y peruana no se reduce en la crítica enunciada. ¿Probaron la Jalea de Mar de la Villa 1-11-14 o la Parihuela del barrio Rodrigo Bueno en pleno Puerto Madero? No tienen nada que envidiarle al sushi. En nuestras cabezas, como quieren instalar, no hay choripanes: no es nuestra la responsabilidad de la crisis.
Dice la columna de Gioffré, hacia el final, que si toda la economía nacional se estabiliza y “si esos grupos (nosotros, supuestamente) siguen colgados de los bordes, en una suerte de clandestinidad light manipulada por los populistas, volverán a llover las piedras”. Luego se pregunta: “¿Cómo lograr que las clases medias, en lugar de tentarse con proyectos racistas y conservadores, vuelvan a mirar a esas personas como potencial mano de obra y no como vagos irrecuperables?”. Y se vuelve a preguntar: “¿Cómo lograr, en fin, que esos millones de ciudadanos vampirizados por mafias falsamente filantrópicas recuperen su autonomía y acepten el nutritivo riesgo de la libertad?”.
Espero que jamás nos dividan realmente a quienes son de “clase media” contra los que estamos un poco más abajo. Es una trampa
Yo respondo. No estamos en ninguna clandestinidad, eso Nunca Más. Por acá nunca dejaron de llover las piedras, sino pregunten a cualquier cocinera de algún comedor. Podemos dejar de pensarnos fragmentados en clases, como inicio de estrategias más comunitarias. La autonomía la sostenemos, si no pisen las miles de cooperativas de trabajo que reinventamos en todo el país.
Y no, ¿qué nutritiva libertad vamos a probar cuando para llegar a ello corren riesgo nuestras vidas por dos pesos con cincuenta? No solo somos potenciales manos de obra, somos la mano de obra y también las grandes mentes que reflexionan para construir un mejor país. ¡Por allá arriba estarán esos vagos irrecuperables! No somos ciudadanos vampiro o “vampirizados”, ¿tan idiotas nos creen?
Y, finalmente, no, no estamos colgados de sus bordes; en cambio, el sistema se cuelga de nuestras tetas.
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