Bailar, testear, bailar: prevención y goce en las fiestas electrónicas
por Facundo Lo DucaFotos: Federico Imas
16 de junio de 2023
Revista Cítrica acompañó a Inés González Castro, reduccionista de daños y creadora del movimiento Chill and Safe, a testear pastillas en una fiesta electrónica en el Abasto. El consumo seguro de drogas sintéticas como aliado del disfrute, sin embargo, tiene un limitante: el Estado y los organizadores de eventos masivos que se nieguen a garantizar un espacio de concientización para sustancias psicoactivas. La autogestión como método para salvar vidas.
La gota cae limpia sobre la pastilla turquesa: un relieve tenue cubre sus bordes. El efecto o que tarda en sulfatar, en indicar reactivos químicos, en burbujear un líquido espeso, es lo que tarda Inés González Castro en decir:
–No la tomes. Puede estar mezclada con metanfetamina.
Del otro lado, vestida con un top negro y unas calzas de cuero de igual color tan ajustadas que parecen pintadas, una joven sonríe.
–Pero a mí me gusta así. Bien anfetoza.
Inés –49 años, trabajadora social y fundadora del movimiento de Chill and Safe, dedicada a la reducción de daños en fiestas en donde se consuman sustancias psicoactivas como el éxtasis o mmda–se encoge de hombros. “No puedo obligar a la gente a que no tome una pastilla que ya compró”, le dirá más tarde a Cítrica.
Pero ahora, a las dos de la mañana de un sábado de junio, en medio de una fiesta de progressive house en el barrio del Abasto, Capital Federal, Inés levanta uno de los kits preventivos que preparó esta noche: una bolsita que incluye un sistema casero de auto-testeo con información sobre el consumo seguro de pastillas.
–Mucha agua –dice Inés– Y no tomés más de una, pero si lo hacés -ofrece el kit. –Probala antes con esto.
Castro saca una libreta y anota el nombre de la pastilla –Donald Trump–, junto al resultado del testeo. Su pequeña bitácora nocturna está repleta de nombres así: Lebron James, Bob Esponja, BMW, Harry Potter y hasta el expresidente de la Casa Blanca.
La escena se repetirá durante toda la noche. La fiesta recién comienza en el Abasto, pero para Inés todo empezó en el 2015, al lado del mar, cuando a los 41 años tomó su primera pastilla en un boliche de Mar del Plata.
“Necesitaba trabajar y entré en la boletería de un boliche en la playa”, recuerda Inés. “No me gustaba la idea de laburar de noche, pero era lo que había en ese momento”, cuenta. El dueño del lugar le permitía quedarse a bailar a la salida de su turno. En una de esas noches, un amigo le convidó su primera pastilla. “Ya era muy imperativa de por sí. Hacía baile y mucho deporte. La pastilla me dio más energía. Terminaba de trabajar, tomaba una y entraba al boliche”, dice.
En una de esas noches marplatenses un profesor suyo la vio bailando desaforada. “¿Quién la para ahora?”, bromeó. Pero sí hubo algo que detuvo a Inés o por lo menos empezó a prestarle atención. “La gente se descompensaba adentro y nadie hacía nada. Cortaban el agua en los baños y la que vendían la cobraban carísima. Había contradicciones que no me bancaba”, cuenta Castro. “Hasta que me pasó a mí”.
Fue en una fiesta. Había tomado tramadol –un analgésico potente para aliviar dolores musculares–, tras sufrir un desgarro en una pierna. Lo mezcló con champagne y una patilla de mdma, o éxtasis, la droga sintética más consumida en el ambiente de la electrónica. Primero fueron las palpitaciones, luego el temblequeo involuntario de su cuerpo. Inés había tenido su primera convulsión.
“En ese tiempo no sabía que no podía mezclar el mdma con tramadol”, cuenta Castro. Lo peor de esa noche, recuerda, fue que los patovicas de la fiesta, en lugar de socorrerla, la sacaron a la calle. “Fue abandono de persona. Me sacaron arrastrándome”, dice la trabajadora social. Sola, de noche y en medio de la ruta, Inés dijo basta. “Ahí decidí que quería dedicarme a la reducción de daños”.
De vuelta en el Abasto, Inés tiene varios sobres blancos en la mano. En el dorso hay un número de celular junto a un nombre. Las personas se acercan a su stand y le dejan una muestra de la pastilla que toman usualmente para que ella la testeé. Después les envía los resultados por mensaje. “A veces no llego a responderles a todos. Esto es completamente autogestivo”, dice.
En 2021 viajó a Colombia y aprendió la técnica de testeo a través de reactivos colorimétricos. Allí también vio su primera muerte en una fiesta. “Un pibe convulsionó y falleció ahí mismo”, cuenta Inés. “Eso también me marcó”. De regreso, empezó a hacer reducción de daños en algunos eventos de Mar del Plata, pero se encontró con que ningún productor o dueño de boliche querían blanquear que en su local se consumía droga sintética. “En lugar de demostrar que te importa el publico que te paga la entrada, preferían hacerse los boludos”, cuenta Castro.
Desde hace décadas La Feliz es la meca de las fiestas electrónicas en la Provincia de Buenos Aires. Paradores como ‘Mute’ o ‘La Caseta’, linderos a la playa, organizan eventos masivos con Djs reconocidos mundialmente. Pero para quien no puede pagar esa entrada –que sumado a la compra de pastillas oscila un presupuesto de entre 20 y 25 mil pesos por noche–, hay otros eventos más alternativos.
“La gente se descompensaba adentro y nadie hacía nada.
Inés hizo reducción de daños en varias fiestas del “under” hasta que ese mismo año, en 2021, le llegó su primera amenaza. Un dealer le “recomendó” que dejara de hacerlo. “Te lo digo por tu propio bien”, le advirtió esa persona. Inés, sin embargo, no se detuvo. Empezó a viajar a otras ciudades para seguir testeando. Sola, y sin ningún financiamiento, creó Chill and Safe, una organización que hoy cuenta con voluntarios de distintas disciplinas como bioquímicas y profesionales de la salud dispuestos a concientizar sobre el consumo de drogas sintéticas, a pesar de la falta de apoyo monetario por parte de productores u organizadores de eventos.
Laura es bioquímica, vive en Capital Federal y colabora con Chill and Safe en distintos abordajes interdisciplinarios. “Siempre voy a fiestas y tomo pastillas. Es muy importante saber qué está ingiriendo uno y en qué momento”, cuenta. Existen drogas, sigue la bioquímica, con “márgenes estrechos” de consumo. Es decir, cualquier exceso de la sustancia puede dinamitar el organismo. “No te podés pasar porque la reacción va a ser negativa”, agrega Laura. “Si hoy a la noche voy a tomar MD, sé que no tengo que tomar café antes de salir. La mezcla, aunque sea con una infusión, puede generar un efecto adverso”, explica la especialista.
Hay, por otro lado, comunidades virtuales que traten esto. Una de las más conocidas del ambiente es ArgenPills, un blog con información sobre diferentes pastillas y reducción de daños. Pero no hay reportes o estadísticas oficiales por parte del Ministerio de Salud de la Nación de las sustancias sintéticas que habitualmente se comercializan en el país. Es decir, para el Estado, es una droga más en circulación que no merece un estudio profundo sobre sus efectos.
En lo que va del año, sin embargo, ya hay tres muertes de jóvenes entre 20 y 30 años que colapsaron en fiestas electrónicas. En 2022, fallecieron 24 personas luego de consumir cocaína adulterada en partidos bonaerenses. Un avance de política pública referido al cuidado del consumo fue la sanción en abril de la Ley 15.439 que obliga a los boliches y bares de la provincia de Buenos Aires a repartir agua gratis.
Las fuerzas de seguridad criminalizan el consumo, pero colaboran con el narcotráfico.
“Ahora no tengo las herramientas tecnológicas para decir con rigor científico qué tiene una pastilla”, vuelve Inés. “Me encantaría tener un cromatógrafo de laboratorio y testear todas las pastis que me dan, pero en este momento solo ponemos el cuerpo y la concientización”. La autogestión, señala Castro, es la clave para que el proyecto crezca. Hoy Chill and Safe tiene 34 mil seguidores en Instagram, además de grupos de reducción de daños en diferentes provincias del país. Sus redes permanentemente están difundiendo información sobre resultados de testeos o charlas de reducción de daños.
El mes pasado Inés fue convocada por la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires para un encuentro abierto sobre sustancias psicoactivas. Maximiliano Zeller, profesor de filosofía y organizador del evento, destaca la importancia de que este tipo de actividades penetren en el campo académico. “Todavía existen prejuicios muy grandes sobre las personas que toman drogas”, dice Zeller. “Hay un discurso prohibicionista latente en la sociedad. El punitivismo estatal siempre recae sobre el que consume, mientras el narcotráfico crece todos los días por la inoperancia o complicidad del Estado”, señala el profesor de la UBA.
En lo que va del año ya hay tres muertes de jóvenes entre 20 y 30 años que colapsaron en fiestas electrónicas. En 2022, fallecieron 24 personas luego de consumir cocaína adulterada en partidos bonaerenses.
El crecimiento de Chill and Safe, sin embargo, también atrajo a “curiosos sospechosos”. Inés descubrió que en varios grupos de WhatsApp de su proyecto –integrado por personas con diferentes profesiones– había policías. “Encontramos por lo menos cinco. Cuando les pregunté qué hacían ahí, me bloquearon”, cuenta Castro. “El sistema es perverso. Las fuerzas de seguridad criminalizan el consumo, pero colaboran con el narcotráfico”.
La pista principal de la fiesta, en el piso de abajo, está repleta. Las luces blancas se hunden en las pupilas y contornan cuerpos que bailan frenéticos. Inés ya lleva testeada unas veinte pastillas. “Amo la electrónica. Es un ambiente que expresa amor todo el tiempo, pero hoy estoy del otro lado”, dice. “Tengo una postura más crítica de la noche".
Tiene, además, varias pastillas para examinar cuando vuelva a su casa.“Hay tarea”, bromea. Los viáticos de traslado esta noche corren por su cuenta, pero es una de las condiciones que intenta exigir cada vez que la convocan. Hay una pastilla, color verde, que ella guarda especialmente.“Esa es para mí”, dice y se ríe. Son las cuatro de la madrugada, la noche en el Abasto parece no terminar nunca. Y para muchos recién empieza.
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