Pérdidas de embarazos, cáncer, agua venenosa, narices que no paran de sangrar. Las consecuencias de un modelo productivo con el que los políticos no se meten, los medios prefieren ignorar y los afectados callan por miedo.
“Ana no pudo venir porque sus amigos los fumigadores le dejaron secuelas en la salud”, explicó Daniela Dubois, compañera de Ana Zabaloy en la organización Red de Docentes por la Vida.
Zabaloy, ex directora de la escuela número 11 de San Antonio de Areco y luchadora contra las fumigaciones en escuelas rurales era una de las oradoras de la marcha contra Monsanto el sábado 20 de mayo pero como no puede movilizarse, ni estar mucho tiempo de pie ni tomar frío, tuvo que enviar una carta que fue leída por su amiga Daniela.
La carta de Ana estremece. Duele. Denuncia. No te puede dejar indiferente. Ella habla por los nadies que como definía Eduardo Galeano cuestan menos que la bala que los mata. Son los dueños de nada, los ningunos, los ninguneados del presente. Los que no aparecen en los diarios, los invisibilizados. Sus muertes, sus enfermedades y hasta sus vidas son “los excesos” que el genocida Monsanto necesita para imponer su negocio y llenar al mundo de veneno.
Son los que no son, aunque sean. Están ahí, en las zonas rurales, a pocos kilómetros de las grandes ciudades. Donde nadie los cuenta. Ni siquiera ellos mismos se animan a contarse porque si lo hacen pueden perder lo poco que tienen.Por eso corresponde contarlos: para que dejen de ser nadies. Eso es lo que hace Ana Zabaloy, una maestra rural, una nadie de las que luchan.
Las escuelas están rodeadas, tienen campos de soja a 4 metros de los juegos de los nenes y el problema es que la gente no denuncia. En todos los campos fumigan, menos uno en el que hay caballos que valen mucha plata.
Ana descubrió al monstruo una mañana de junio y de mucho frío en el año 2014. Mientras el seleccionado argentino de fútbol iniciaba su camino hacia la final del Mundial de Brasil, en la escuela número 11 de San Antonio de Areco no había gas. Ella realizó el reclamo al Consejo Escolar y aquella mañana esperaba un llamado de respuesta. Cuando le sonó el teléfono salió a la puerta para tener señal a pesar del frío: “Estaban fumigando con 2,4-D al lado del alambrado de la escuela. Cuando volví a entrar, a los minutos, empecé a sentir la cara rara y los nenes me decían que tenía la cara roja. Me agarró una parestesia facial y una insuficiencia respiratoria. Estuve dos meses con tos. Fue muy feo”. De eso Ana logró reponerse, pero los fumigadores le habían hecho más daño del que creía: “Yo había tenido cáncer de mama pero diez años atrás y me hacía los controles y estaba perfecta, pero ahora, un tiempo después de la fumigación se me activó otra vez el cáncer de mamá y tengo varias metástasis, una de ellas en la columna que me genera dolor y no me permite estar muy activa”.
Por suerte los chicos se salvaron. El frio les regaló la vida: “Siempre pienso que hubiese pasado si los chicos salían. En la escuela había chicos de 2 a 12 años, y los más chiquitos solían ir y venir de sus casas que están pegadas. Era muy común que fueran y vinieran. Pero ese día por el frío se quedaban adentro. Si hubiesen salido no sé qué historia estaríamos contando ahora…. si los nenes aspiran el 2,4-D, según lo que investigué y leí, lo más común es que les agarren convulsiones muy fuertes que pueden llevarlos a la muerte”.
Aquel día empezó la peregrinación de Ana. Sus denuncias a las autoridades, el descubrimiento de todos los daños que generan las fumigaciones, sus intentos por visibilizar la problemática, sus pedidos para que los chicos tengan agua potable, y la lucha contra los gigantes del poder. “Me tomé el trabajo de recorrer las escuelas, de sacar fotos, de mandar denuncias a la Defensoría del Pueblo. Empecé a hablar con los nenes, con las madres y ahí empezaron a contarme. Me enteré de cómo los fumigaban en las casas, me explicaron que las avionetas pasaban por arriba de sus casas. Y que al principio cuando recién llegaban a trabajar en los campos, les llamaba la atención el avión y salían a mirarlo pero después estaban todos con vómitos y diarreas. Encima los patrones decían que se hacían los enfermos para no ir a trabajar. O sea, encima tenían que ir a trabajar con vómitos y diarrea”.
¿Qué consecuencias en la salud están dejando las fumigaciones?
Hay mucha gente con sangrado de nariz, por ejemplo una de mis alumnas fue internada por ese tema. Yo me interné con ella y la madre y el otorrino le puso en la historia clínica que tenía una sinusitis crónica, le hizo una tomografía y puso como causa y factor de riesgo que esta nena estaba sometida constantemente a los agroquímicos. Fue un acto de valentía el del médico, es muy difícil que alguien te firme algo así, esa es la gran pelea, que te corroboren que estas enfermedades son por los agrotóxicos. La madre de la nena ya perdió dos embarazos, y uno fue muy sintomático porque fue muy poco después de mostrarme una filmación de la avioneta pasando por arriba de la casa de ellos.
La nena del sangrado es la que tiene cosas más alevosas y visibles. Pero no son solo las cuestiones agudas sino las afecciones crónicas, que no se ven pero afectarán a los chicos en el largo plazo.
Una cosa concreta que conozco es el caso de una mamá que va a sacar la ropa de la soga y la tiene que volver a lavar por el olor a veneno que tiene. Y en especial la ropa de su marido, que como muchos de los que viven acá, se tiene que subir al tractor y ponerse a fumigar porque es lo que le pide el patrón. Esta mamá cuenta que tiene unas reacciones en la piel, terribles. Después, a otras personas les agarra asma, o personas adultas con sangrado de nariz, que nunca antes habían tenido pero al tiempo de empezar a trabajar acá empiezan con el sangrado.
Ana, ¿existe el factor miedo a perder el trabajo, o hay alguien que amenace? ¿Por qué esto no se denuncia?
Las mamás son las que más concientes están de la problemática, pero los papás están más involucrados con el trabajo. Un día vinieron las familias a charlar con los chicos a la escuela, una mamá le decía al papá que no tenía que usar tóxicos y llevar la ropa con el veneno a la casa; y el papá decía:"Y bueno, ¿qué querés que haga, que nos muramos de hambre?" Se sintetiza en eso. La gente que se crió ahí, que no saben trabajar en otra cosa, que vive donde trabaja, saben que si abren la boca se quedan sin casa, sin trabajo, con sus chicos en la calle…. Es muy difícil.
Por eso es el Estado el que tiene que estar...
Sí, el Estado es el que tiene que protegerlos. Aparte, el mayor porcentaje de empleados en negro está en el campo. No hacés lo que ellos piden, te dan una patada y listo. Además está el compromiso con el entorno. Estos pueblos que son agrícolas, tienen esa fantasía de que todos nos juntamos y de que el campo es intocable. Pueblos chicos, en donde están pendientes del qué dirán. Tienen un primo o un amigo, o el esposo de la amiga que tiene campo, o tiene agroquímicos, o arregla tractores… Entonces, cuesta mucho. Yo, personalmente, recibí amenazas de que me iban a hacer mierda.
¿Quién te amenazó, sabés?
Sí, los productores que le fueron a hablar al director de Medioambiente, quien vino a la escuela y me dijo que me dejará de joder porque me iban a hacer mierda.
¿Eso te dijo el funcionario?
Sí, me lo dijo como contándome lo que ellos habían dicho.
¿Y ese funcionario era municipal, provincial…?
Municipal. Era el director de Medioambiente.
¿Preferís no nombrarlo?
Mirá, es el hermano de uno que está muy encumbrado ahora en este gobierno de Macri. Son todos lo mismo. Acá en Areco se ve. Esta gente, los dueños de las tierras y estos funcionarios salieron de la UCeDé o de partidos de derecha que apoyan al campo y que heredaron las tierras de sus antepasados. Acá las escuelas funcionan y se encuentran dentro de tierras que han sido donadas por los antepasados de estos grandes productores.
¿Tus denuncias tuvieron algún efecto en alguna área?
Yo pedí estudios de agua, no les quise dar esa agua a los nenes y no me dieron pelota los municipios ni el consejo escolar. Al comienzo sí pero por cuestiones políticas, para pelearse unos con otros pero después no hubo interés de ningún espacio político. El tema pasó de moda y yo seguí ahí con los chicos. Así que lo que hice fue contactarme con la universidad de La Plata, con Damián Marino (Doctor en Química e integrante del Espacio Multidisciplinario de Interacción Socioambiental de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP), me iba a los congresos donde estaba, fueron seis meses de gestión y en marzo de 2015 ellos fueron a la escuela y sacaron muestras de suelo, de agua y de agua de lluvia y eso dio que en el patio de la escuela, en el suelo, había 7 agroquímicos distintos y el agua no era potable y en el agua de lluvia era terrible la concentración que había también.
Después de eso, invité a las autoridades y me felicitaron por la gestión y se vieron obligadas a traer el agua envasada. Después mandaron un médico, yo al consejo escolar le había pedido el estudio exhasutivo de la salud de los chicos y del estado del agua y que mientras tanto proveyeran agua mineral y que se hicieran intervenciones con los productores de la zona: no se hizo nada. Un día mandaron enfermeras, otro dentistas, boludeces.
Ana, ¿nunca se acercó nadie desde la política, interesado realmente?
Mirá, yo mandé cartas a todo el mundo, incluso a los gremios. Pero a las cosas hay que verlas como son: si no se mueven, no se mueven. Lo que hicimos fuer armar la Red de Docentes por la Vida. Son docentes que están en la misma situación en diferentes pueblitos de la Provincia de Buenos Aires. Algunas me aplauden por eso, otras quieren ser prudentes. Y por fuera de la red docente, hay muchos a quienes no les cae simpático lo que yo digo. Pero yo esto que pasa, lo vengo diciendo hace tres años y la verdad que las reacciones no las vi. Lo que yo pongo en la carta creo que es lo que se necesita: una manifestación oficial, a nivel provincial, nacional. Es lo mínimo. Una manifestación de parte de los gremios, un comunicado, poner esto sobre la mesa junto con los pedidos y las cosas que se tratan en paritarias. A veces se hacen reuniones por el tema de salud laboral y a mí me pone loca que no incluyan esto.
¿Cómo fue lo de la Red? ¿Cómo se formó?
Yo me vinculé, a través de mi médico, con Fernando Cabaleiro que es el abogado de Soberanía de Derecho y labura muchísimo con todos los temas ambientales. Si bien no fue mi abogado porque él no se dedica a causas penales, me contactó con un montón de gente y me sugirió que armara una red con gente que estuviera en la misma situación en otros lugares. Para no estar tan solos, para comunicarnos, apoyarnos, para que cuando uno habla pueda hacerlo en nombre de todos. Es un tema muy duro, muy difícil. Yo la sensación que tuve durante los dos primeros años, y ni hablar durante los primeros seis u ocho meses, fue de una soledad y una impotencia terrible y me parece importante ayudar a otros para que no se sientan así. Por ejemplo, Judith, otra maestra de San Andrés de Giles, hizo una denuncia. Yo enseguida me fui a hablar con ella y le ofrecí los contactos que tenía en la universidad y ya la realidad de Judith fue otra. Yo creo que para eso es para lo que sirve la red.
¿Sentís que hay un poquito más de conciencia sobre el tema, que hay bastante gente por ahí interesada en esto por más que no esté en los medios y la política mire para otro lado?
Sí. En los movimientos populares de las bases, hay más conciencia, hay mucha movida. No a nivel gremial, pero a nivel de la gente creo que sí. Y algo se discute más en los medios también, sobre todo en todo lo que es medios alternativos. Políticos casi ninguno.
"Paren de enfermarnos, paren de matarnos"
Carta de Ana Zabaloy, ex directora de una escuela rural fumigada de San Antonio de Areco. "Nadie nos los contó, no lo leímos en ningún diario, nos pasó, lo vivimos, como una cotidianeidad inevitable", asegura.
¿Escuelas o agroindustria?
Los productores aseguran que las restricciones a las fumigaciones los dejan en la ruina. Las maestras sufren las aplicaciones de glifosato y otros productos. Y la agroecología aparece como una solución con fervientes defensores y fervientes opositores.
Docentes rurales, docentes fumigadas
Ellas son maestras de campo por elección, porque les gusta el piberio corriendo por el patio de tierra y enseñar cerca de la naturaleza; y desde que los agrotóxicos ganaron la pulseada, son fumigadas. El glifosato amenaza sus escuelas y el agronegocio las tiene en la mira. Ellas no se rinden y gritan: “Paren de fumigar a nuestros gurises”.