"La dignidad piquetera está en Darío y Maxi"

por Estefanía Santoro
Fotos: Agustina Salinas
25 de junio de 2022

El legado de Santillán y Kosteki contado por sus amigxs. Los deseos de dos jóvenes luchadores truncados por un crimen de Estado todavía impune y la reconstrucción de su vida militante hasta el trágico final en Avellaneda.

El 26 de junio de 2002, Mariana Gerardi Davico dejó a su bebé con su mamá sin saber que la concatenación de los sucesos de ese día iban a impedirle verlo por una semana. Después de la represión en las inmediaciones del Puente Pueyrredón y la confirmación de las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, el Gobierno de Eduardo Duhalde intentaba lavar sus culpas con una versión falaz: “Se mataron entre piqueteros”.

Los medios de comunicación la avalaron y comenzó a circular la posibilidad de órdenes de captura para lxs integrantes de las organizaciones. Mariana no podía volver a su casa. A eso se sumaron las recorridas por hospitales y comisarías para encontrar a sus compañerxs detenidxs o heridxs y el doloroso velatorio y entierro de Darío, su amigo y compañero de militancia.

Estamos en la estación que mantiene viva la memoria de dos jóvenes luchadores sociales que fueron acribillados a balazos en la Masacre de Avellaneda. Mariana sostiene en sus manos un libro que atesora y que sintetiza los sentires de ese momento social y político: “La pasión del piquetero”, de Vicente Zito Lema. Cuando su hijo tenía 13 años, la sorprendió un día recitando de memoria uno de las poemas del libro.

Ale conoció a Maxi cuando empezó a salir con su amiga Luciana, iban juntxs a recitales de bandas punks con otros pibes de Claypole. Ale tenía 18 años y Maxi dos más que él. No solo compartían los gustos musicales, sino también la incertidumbre de no saber en qué momento del día iban a conseguir algo para comer. Había días en que se hacía de noche y no habían comido nada. Ahí estaban, “como decían Todos Tus Muertos, ‘secando la hierba al sol’ para poder tomar unos mates”. A Ale se le hace un nudo en la garganta cuando pronuncia el nombre de su amigo.

Ambxs hacían changas, cortaban el pasto, juntaban cartones y cosas de la calle para venderlas y hacerse unos mangos. Maxi vio en el movimiento social a muchxs como él, con hambre, sin la posibilidad de proyectar un futuro y vio que había personas organizándose para salir de esa situación. “Eso a nosotros nos faltaba, estábamos estancados, necesitábamos dar un paso más y ese paso lo dio Maxi. Él tuvo mucho que ver con encontrar esas posibilidades de organizarnos con el pueblo, nos hizo dar cuenta de que podíamos ser punks organizando una olla popular, por ejemplo”.

 

Una lucha que continúa

Ese 26 de junio Mariana tenía 25 años, era integrante de la dirección de la mesa política del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Anibal Verón de Florencio Varela. “Había una disputa política con el Gobierno porque salieron a decir en los medios que no iban a permitir el corte de los accesos a la Capital y nosotros decíamos ‘tenemos derecho a reclamar nuestro derecho al laburo’. El Puente Pueyrredón fue el epicentro de la represión, pero no fue el único. Se había laburado políticamente con los MTDs de distintas localidades, el Bloque Piquetero Nacional y otras organizaciones de desocupados y desocupadas un plan de lucha que se extendía en toda la región AMBA. Estaba cortado también el Puente La Noria y en La Plata la bajada de la autopista, eran cortes simultáneos”.

“Maxi jamás hubiera querido que su cara esté en una pared, ni en una bandera, a Maxi le gustaba el anonimato, no le importaba quién hacía los cambios, lo importante era hacerlos.”

Las fuerzas reprimen para dispersar e impedir un corte, pero la intención de fondo era otra: “Fue un hecho represivo y una búsqueda de matar gente, tuvimos más de 130 compañeros y compañeras heridos de bala y los asesinatos de Darío y Maxi. Eso habla claramente de una decisión política premeditada y organizada desde el Gobierno de Eduardo Duhalde y de Felipe Solá (gobernador bonaerense) para llevar adelante ese tipo de represión”. A la distancia dice: “Hoy día, lamentablemente, las fuerzas represivas y los gobiernos han legalizado el accionar conjunto de las fuerzas represivas del Estado, pero en ese momento no era así y ese día actuó Prefectura, Gendarmería y la Policía Bonaerense. Esas tres fuerzas no se mueven por sí solas. Hubo un plan organizado desde el Gobierno que lamentablemente hasta el día de hoy no tiene responsables políticos juzgados por la masacre”.

Hace 20 años no había celulares como ahora. Mariana se enteró de la muerte de Darío casi llegando la noche del 26, estaba en Florencio Varela. “Con Darío teníamos un vínculo muy lindo, cuando él y otras compañeras y compañeros empezaron a armar el MTD de Lanús y Almirante Brown venían mucho a Varela para que le compartamos cómo veníamos construyendo nosotros, ya teníamos unos años de organización. Darío vino a mi casilla a ayudarnos hacer el pozo del baño, compartíamos muchas cosas. Recibir la noticia de su muerte fue un golpazo”. 

La noche del 26 fue larga, eran muchos lxs compañerxs heridxs y tuvieron que volver a Avellaneda para encontrarlxs. “Primero fuimos a la comisaría Primera por los detenidos y después al Hospital Fiorito para ver a los heridos y heridas, me acuerdo de un compañero de Varela que nunca más recuperó su pierna”.

La última vez que Mariana habló con Darío fue la noche del 25, en la reunión de seguridad de la movilización: “Darío era parte de ese grupo de seguridad y había un grado de preocupación colectiva, pero también de mucha decisión política. A mí me gusta quedarme con la siguiente imagen: Darío y Maxi eran dos en un montón que resistían, había decisión, compañerismo, solidaridad. Si uno piensa en el acto último de Darío acompañando a Maxi y en todo el recorrido desde que empieza la represión hasta la estación, hubieron un montón de gestos de solidaridad de compañeros sosteniendo a otros y acompañándolos porque les habían disparado. Sosteniendo físicamente los cuerpos, las voces para que no corran. Para mí ese trayecto desde abajo del Bingo de Avellaneda hasta la estación sintetiza un montón de cosas. Dario y Maxi tenían que ver con una construcción muy bella, que veníamos haciendo colectivamente, eran parte de eso”.

Pasaron veinte años y la semilla que encarnaron Darío y Maxi en la primera línea sigue dando frutos: “Darío estaba convencido de que había que construir con el pueblo, con las doñas y Maxi se estaba sumando, era un pibe que tenía mucho amor, solidaridad y una sensibilidad muy grande. Sin idealizar a nadie, para mí la dignidad piquetera está en ellos, pero está bueno pensar también que eran dos en un montón que resistíamos, que nos organizamos y que seguimos peleando hoy”.

 

El deseo de un cambio social

La amistad entre Ale y Maxi duró casi cuatro años. “Siempre digo que si no lo hubieran matado seguramente Maxi habría sido de esos amigos que siguen hasta cuando uno se hace viejo. Se quedaba a dormir en casa, salíamos juntos, nos la rebuscábamos para comer porque estábamos en una situación económica re difícil. Yo había perdido a mi vieja y Maxi siempre fue un chabón independiente de su familia, por así decirlo, casi no estaba en su casa, sino que siempre andaba visitando amigues y durmiendo en sus casas”.

Dos jóvenes sin experiencia laboral en un momento donde el nivel de desempleo escalaba por las nubes y se convertía en el más alto en la historia del país. Ale y Maxi expresaban su inconformismo y su deseo de un cambio social desde la música, el anarco punk, una militancia ligada a lo artístico y cultural, hacían fanzines y se movían en la autogestión casi sin conocer esa palabra.

Maxi fue el primero que se metió en la militancia social, algo que para ese grupo de amigxs era un universo desconocido, comenzó a participar haciendo tareas en un comedor de Guernica. La semana previa a su asesinato estuvo en la casa de Ale, eran épocas en las que el hambre hacia rugir sus estómagos. 

A una cuadra estaba la Iglesia Nuestra Señora Luján donde Ale había visto que tenían pan dulce, turrones y garrapiñadas que les habían sobrado de Navidad. Una tarde se coló en el salón de actos y llenó una mochila con lo que había. “Toda esa semana nos alimentamos con eso y mate. Era hermoso volver a casa en cualquier horario y encontrarlo a Maxi ofreciéndote un matecito y algún turrón. Eso fue lo último que recuerdo de él. Escribíamos y dibujábamos muchísimo, también participabamos de un taller literario que se daba en un centro cultural de Lomas de Zamora”. Ale atesora unas fichas con textos que escribió de puño y letra su amigo, donde se puede leer: “Hablamos por los que fueron cayendo, no buscamos venganza, exigimos justicia”.

Maxi tenía un estilo muy particular, dice, porque un día podía aparecer de negro con los ojos pintados y los pelos alborotados, y al día siguiente con unos pantalones gigantes, borcegos, chupines y las uñas pintadas. “Era muy antisistema en todos los aspectos de su vida, en lo laboral y en la forma de relacionarse con la gente”. 

“Si uno piensa en el acto último de Darío acompañando a Maxi y en todo el recorrido desde que empieza la represión hasta la estación, hubieron un montón de gestos de solidaridad de compañeros.”

Los días previos a su asesinato, Maxi les contó a sus amigxs que iba a ir a una marcha, pero no se habló mucho más del tema. Ale se enteró de la muerte de su amigo cuando vio las imágenes de la represión por televisión, en la casa de Luciana. Maxi no conocía a Darío: “Pasado el tiempo, cuando conocí a Leo y Alberto (hermano y padre de Darío), los abracé y les agradecí porque no lo pude hacer con Darío que estuvo ahí como hubiéramos querido estar mucho de nosotros”. La voz de Ale se quiebra, hace silencio unos segundos y continúa: “A Darío le costó la vida estar con Maxi ese día y quizás cualquiera de nosotros hubiéramos dado la vida por estar con él y ni siquiera estuvimos en ese plan de lucha”.

“Maxi jamás hubiera querido que su cara esté en una pared, ni en una bandera, a Maxi le gustaba el anonimato, no le importaba quién hacía los cambios, lo importante era hacerlos”, dice Ale sin idealizar ni convertirlo en mártir. Lo recuerda como lo que fue: un pibe de barrio que cuando llegaba a las marchas se quedaba jugando con las niñeces, el Maxi malabarista, punkie, amante de la música y del arte. El Maxi que junto a Darío siguen estando presentes en la estación donde les quitaron la vida.

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