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Aquel inolvidable Teatro Abierto

Resistencia cultural, en pleno centro porteño, en plena dictadura

Un frío día de fines Julio de 1981, veintiún autores, veintiuna obras, veintiún directores, unos trescientos actores y actrices, ciento ochenta funciones en casi tres meses y alrededor de veinticinco mil espectadores iniciaron con dignidad y valentía la resistencia cultural a la sangrienta dictadura argentina. Las Fuerzas Armadas no solamente habían asaltado el poder, asesinado y desparecido a miles de compatriotas, sino que habían impuesto una censura y un terror paralizante en el mundo del pensamiento y de la cultura.

Autores teatrales encabezados por Osvaldo Dragún y Roberto “Tito”Cossa, junto a actores como Luis Brandoni, “Pepe”Soriano y Alfredo Alcón, con el apoyo de personalidades como Ernesto Sabato y el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, reunidos casi clandestinamente en casas de familia y bares porteños convocaron a sus compañeros para escribir y montar pequeñas obras en un solo acto de media hora cada una, que de alguna manera expresara las ansias de libertad de la sociedad oprimida de aquellos tiempos con lo que ellos sabían hacer: pensar, escarbar en nuestro ser, emocionarnos.

Pero como bien dijera Cossa, en semejante contexto ”Teatro Abierto fue más un fenómeno político que estético”, a poco de andar las fuerzas represoras, amparadas en las sombras y en el anonimato, incendiaron el Teatro El Picadero. El objetivo: paralizar por el terror.

Por suerte, lejos de amilanarse, el resultado de este hecho de barbarie fue un mayor impulso, más solidaridad y cohesión de los participantes. El público-como diciendo en silencio con dientes apretados: ¡basta ya!-hacía largas colas para comprar ahora en las boleterías del Teatro Tabarís, esos abonos a precios populares que le permitiría participar de esa pacífica “sublevación” popular contra los dictadores.

Este inédito e inigualable hecho político cultural ya es historia. Pero nunca viene mal recordarlo. Al contrario. La memoria hace que seamos lo que somos y aspiramos a ser.

Por Rubén Américo Liggera