Andar en skate es también una enseñanza de vida: lo más importante es poder volver a levantarse y viajar por el aire cazando libertades. Una tribu que crece en Buenos Aires, iguala géneros y edades, y contagia felicidad.
Dicen los que saben, que andar en skate es surfear el mármol. O el asfalto. Que las olas son más duras y raspan, en lugar de acariciar y ser amables. Que los golpes duelen, pero forman parte del todo. Y que el todo es lo único que importa. Se trata de amar esas tablas dinámicas con cuatro ruedas, y amar la vida desde cada salto que busca desafiar las leyes de la gravedad. Dicen que la tabla que usan debe sentirse como una extremidad más del propio cuerpo. Que no todas se perciben bien. Que algunxs prefieren las longboard, por la velocidad y la maniobrabilidad. Otrxs buscan los skates clásicos para poder hacer trucos, ollies, y demás. Y por último, lxs más avezadxs, creen que lo mejor es hacerse de un buen skate personalizado, con buena madera, ejes, ruedas y demás. Para sentirlo verdaderamente como una parte más de la propia humanidad.
Se calzan zapatillas de huellas planas, lisas, para deslizarse mejor en la tabla. Hay quienes usan casco, hay quienes se la juegan con apenas una gorra con visera. Las rodilleras, muñequeras y coderas también son parte de un equipo de protección básico. Buscan afanosamente pisos de concreto liso sin muchos baches o grietas que obstaculicen el andar. Sobre todo cuando están en etapas de aprendizaje. Quienes tienen más experiencia persiguen superficies desniveladas, planas y uniformes.
“Y, el skate consiste básicamente en tener muchas ganas y una tabla de madera con 7 placas, una pegada con la otra, unos ejes llamados trucks, unas ruedas con rulemanes y una lija sobre la tabla. Lo esencial para poder andar es estar rodeado de amigos y buena onda”, dice Maxo, de 16 años, quien ya lleva 6 de su corta vida montando el skate.
Lo esencial para poder andar es estar rodeado de amigos y buena onda.
Subirse a la tabla es cosa seria y hay varias formas de montarse. Aseguran que no hay una forma correcta o clásica de pararse sobre el skate, es decir que la posición más cómoda para el skater será la correcta. El pie izquierdo delante del pie derecho es de lo más normal. Y desde allí, al ruedo. Al principio, lo fundamental es el equilibrio. Más adelante, el equilibrio ya forma parte de la naturalidad del andar. Después, sobrevienen los obstáculos propios de las pruebas.
“El skate en Buenos Aires está progresando un montón. La gente se mueve para hacer skateparks, las municipalidades aportan y cumplen con lo requerido para hacer un lugar en donde los skaters se sientan cómodos y tengan el espacio que se merecen”, detalla Maxo.
Comenta además que las reuniones de skaters, sea en el skatepark de Plaza Houssay o en el bowl de Plaza Haití -de Alcorta y Dorrego-, o donde ocurra la misa, “más que reuniones son convivencias. Estamos ahí desde temprano, hasta que oscurece. Y si hay luces, seguimos. Comemos algo en el kioskito de Luis, charlamos de cosas de la actualidad, y nos divertimos”.
Una de las cuestiones filosóficas más interesantes a la hora de practicar el skate es la necesidad de aprender a caerse. Imperiosa necesidad. En sí, lo que se busca es evitar lastimarse gravemente. Sin embargo, desde el punto de vista metafísico, es casi como una enseñanza de vida. Aprender a caer, para poder volver a levantarse. Sostener el equilibrio para -justamente- no desequilibrarse. Hay algo de energía zen, cuasi oriental, allí arriba. En el “durante”, en el andar. La mirada fija, el viento en la cara, la posición de acecho. Casi como un animal en posición de caza. ¿Y qué cazan? Libertades, tal vez.
El skate en Buenos Aires está progresando un montón. La gente se mueve para hacer skateparks.
En Plaza Houssay, casi en el centro del manicomio porteño, sobre el desenfreno de Córdoba y Uriburu, hay una meca skater. Cerca de las facultades de Medicina, Económicas, lindero al Hospital de Clínicas. Allí se juntan. A casi cualquier hora. Chicos y chicas de cualquier edad. El Gobierno de la Ciudad armó un skate park en ese lugar. Allí donde los y las skaters supieron aunar su tribu.
Otra de las cuestiones que destacan en el mundo skater es la gran cantidad de chicas que practican este deporte-cultura, y que lo hacen en un gran nivel. Noe Canaparo es una de ellas. “Creo que una de las cosas más interesantes que tiene el skate es la novedad y la auto superación, y eso fue lo más me atrapó desde el principio” explica Noe.
“El skate nunca es igual, siempre puede sorprenderte, siempre hay un truco nuevo que aprender o un nuevo lugar donde patinar. Además de eso, la libertad que te da el skateboarding es incomparable”, relata Noe quien tiene 20 años y patina desde los 14. “Todo lo que hagas arriba del skate depende únicamente de vos: no hay necesidad de ser mejor que nadie. Considero indispensable el hecho de compartirlo con amigxs. Las mejores sessions se dan con una buena banda, todxs haciendo lo que les gusta, expresándose y disfrutando de la expresión de lxs otrxs”, asegura.
Todo lo que hagas arriba del skate depende únicamente de vos: no hay necesidad de ser mejor que nadie.
–¿Cómo es la vida diaria dentro de una tribu skater?
–En cuanto a la convivencia, pensalo así: todas personas compartiendo la misma pasión, todas en el mismo lugar haciendo lo que más les gusta. La gente haciendo lo que le gusta es feliz, la felicidad se contagia.
–¿Y con respecto a ser mujer y andar en skate, cómo es eso?
–Hay más hombres que patinan que mujeres, eso es una realidad. Pero, a la hora de salir a andar -personalmente- no es significante. El punto es patinar y divertirse. Tu estatus social, tu género, tu orientación sexual, etc, quedan de lado. Hoy somos muchas las pibas que patinamos en Argentina.
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