Al extractivismo, un puño feminista

por Carla Gago
26 de diciembre de 2019

El florecimiento del activismo ambiental fortaleció los cimientos del movimiento global por la justicia climática. Se buscan consensos, emergen voces históricamente silenciadas y las mujeres aparecen en la trinchera. ¿Cómo se disputan esos espacios mientras se lucha contra mineras y el poder concentrado internacional?

Calentamiento global. Cambio climático. Crisis climática. La palabra construye sentidos, nunca es arbitraria. La palabra como canal tiene la facultad extraordinaria de materializar subjetividades y forja las fronteras del relato discursivo. La palabra es en sí misma una poderosa herramienta de enunciación política que describe, narra y sella la identidad del momento que la convoca.
Hablar de crisis climática es habilitar un debate mucho más rico y anclado a la realidad que enfrentamos como seres en peligro latente de extinción. Hemos perdido la cuenta de cuántos años nos quedan: algunos dicen 20, otros 10, lxs menos optimistas, cinco. Lo cierto es que el futuro sigue siendo un hipotético que aún no sabemos si lograremos alcanzar. Pensar y repensar (nos) en la inmensidad del caos nos pone retos aún más desafiantes y, fundamentalmente, nos obliga a mirarnos a nosotrxs mismxs y a los sufrimientos que nos perforan. Ahora. No dentro de 20, 10 o quizás cinco años.

¿Cómo se intersecta, entonces, la posibilidad de un colapso eco sistémico acompañado de eventos climáticos aún más extremos con las tantas otras dimensiones que atraviesan la vida humana? ¿Cómo entendemos la destrucción de nuestro planeta en relación a lxs sujetxs que lo habitan y en base a las dinámicas y procesos que la retroalimentan?

Organización popular y feminista
En un contexto marcado por la inclemencia de una crisis de escala planetaria resulta imprescindible identificar y comprender cómo operan las lógicas que respaldan la constitución de nuevos liderazgos dentro de los movimientos de resistencia territorial. En este sentido, las conquistas históricas de los feminismos han resignificado la identidad y el lugar que hoy ocupan mujeres y diversidades sexuales en la batalla contra el modelo extractivista neoliberal. Ha quedado obsoleta la narrativa de la igualdad frente al recrudecimiento de las violencias por parte de sectores neoconservadores que pujan por peligrosos retrocesos en materia de derechos y reivindicaciones. La compleja trama que surca las relaciones de poder entre individuos demanda una inminente ruptura con la masculinidad hegemónica en la conformación de movimientos sociales.

En diálogo con Revista Cítrica, la activista e integrante de la Asamblea por la vida Chilecito Jenny Luján expresa: “Esta sigue siendo una lucha mayoritariamente de mujeres. No quiere decir que no haya hombres, hay compañeros muy valiosos, pero se acercaron a la lucha a partir de que nosotras fuimos y los trajimos de las casas. Nosotras tuvimos que reorganizar nuestra vida cotidiana para salir y hacer los cortes de ruta que lograron echar hasta ahora a cuatro mineras. En este tiempo hemos sufrido violencia física que ha dejado surcos y marcas visibles en nuestros cuerpos, descalificaciones por ser 'mujeres locas sin hogar, marido e hijos para cuidar, con demasiado tiempo para estar haciendo lío', 'mujeres violentas'. Nos han dicho de todo. Hemos sufrido violencia cada vez que quieren atropellarnos con los autos, violencias verbales de todo tipo, represión policial, secuestros en comisarías, persecuciones, presencia policial constante hasta cuando nos bajamos en las terminales de los colectivos. Denunciamos el espionaje. Denunciamos la prostitución sobre todo de menores en la zona límite de La Rioja con San Juan, donde hay una mina donde los obreros bajan para prostituir a las jovencitas del pueblo”.

Hablar de crisis climática es habilitar un debate mucho más rico y anclado a la realidad que enfrentamos como seres en peligro latente de extinción.

La Asamblea, devenida en símbolo identitario de su comunidad, nace en 2006 por la voluntad y determinación de los habitantes del pueblo riojano Chilecito, quienes junto a lxs vecinxs del Departamento de Famatina lograron expulsar a cuatro corporaciones mineras de sus territorios, entre ellas la Barrick Gold, Osisko Mining Corporation (ambas canadienses) Shandong Gold (China) y Midais (Argentina).

Este modelo extractivista choca con los intereses de las comunidades y trae como consecuencias altos índices de deforestación, degradación de suelos por el monocultivo sojero, expansión de agrotóxicos, destrucción de cerros por la megaminería, derrames de petróleo y demás sustancias tóxicas a ríos y arroyos como así también la ausencia de respuesta por parte del Estado ante catástrofes como el derrame de más de 1 millón de litros de solución cianurada (agua con cianuro y metales pesados) sobre las nacientes del río Jáchal perpetrado por Barrick Gold el 13 de septiembre de 2015 en la mina Veladero de la provincia de San Juan”, afirman de manera contundente en un comunicado a la prensa.

Para ello fue imprescindible la organización, el trabajo de base territorial, la socialización y democratización de la información. Cuenta Luján que el acceso a los medios de comunicación masivos es difícil dado los pactos de complicidad entre éstos, los gobiernos y las mineras para silenciar las voces de lxs vecinxs. Otro pilar fundamental que sostiene las acciones que se deciden en Asamblea es la educación y la formación política: “Es ahí cuando empezamos a tener claridad quién es el enemigo, por dónde viene, cómo avanza, cómo atraviesa los territorios, nuestros cuerpos sobre todo los feminizados”, aclara.

¿Cómo derribar al monstruo que acecha con su ambición y sus máquinas? Con cortes de rutas, marchas, bicicleteadas, intervenciones urbanas, ferias, encuentros en plazas, clubes, canchas, potreros. Con movilización y resistencia, con las mujeres siempre en la primera línea de lucha. “Hemos desarrollado algunas actividades muy exitosas como cortes o bloqueos selectivos. Nos instalamos desde Famatina y Chilecito y bloqueamos los ingresos al cerro. Hubo cortes que duraron un año las 24 hs de manera constante con guardias y en momentos de mucho peligro. Luego hemos realizado cortes de 8 meses en la ruta 38 contra una mina de uranio, de 5 meses, de 15 días y el último de 4 meses en 2019. Cuando comenzamos pusimos mucha energía en actividades que tenían que ver con lo institucional, pero nada de eso resultó. Lo institucional no sirve para defender al territorio y a las comunidades, pero si funciona para defender intereses políticos y económicos”, explica Luján.

Para lxs vecinxs de Chilecito el cordón montañoso de Famatina no es una formación geológica más: desde allí reciben agua 30 localidades aledañas que desde hace más de una década se movilizan para garantizar la soberanía de sus tierras. “Para nosotrxs el cordón del Famatina significa identidad, vida, territorio. Para nosotrxs el territorio es mucho más que un pedazo de tierra: es el agua, la vida, el paisaje, nuestrxs ancestrxs, nuestras raíces, el futuro, nuestros hijxs y nietos. El cerro es nosotrxs y nosotrxs somos el cerro. Si nos quitan el cerro es como quitarnos las raíces. Si nos cortan el agua para hacer minería como pretenden es quitarnos la sangre de nuestrx cuerpx. Nos sentimos muy orgullosos de vivir acá, de que nuestrxs antepasadxs estén en las montañas y sean nuestros achachilas (“abuelos y abuelas canosas que cubren la punta de los cerros” en quechua). Para nosotrxs el agua no viene de una canilla, viene de nuestra madre, Wamatinag (“madre de metales” en quechua), del Famatina”, sostiene la asambleísta.

Nosotras tuvimos que reorganizar nuestra vida cotidiana para salir y hacer los cortes de ruta que lograron echar hasta ahora a cuatro mineras.

Violencia hacia el cuerpo es violencia hacia la tierra
La defensa del territorio extiende sus fronteras e incluye la dimensión de lxs cuerpxs feminizados en tanto ambxs son eje de explotación y saqueo por parte del sistema mercantilista patriarcal. La permanente persecución y colonización de lxs cuerpxs responde al carácter insaciable e inescrupuloso del capitalismo en su versión más moderna y voraz. El cuerpx como unidad básica de resistencia es el primer campo de batalla donde se disputan espacios de poder y desde donde se conquistan derechos y libertades.

"La lucha por el territorio y el feminismo son imposibles de separar. Para derrotar al extractivismo hay que combatir el patriarcado. Entendimos que eran múltiples las luchas que estábamos llevando. Para nosotrxs las mujeres esto implica la lucha contra la opresión, la explotación de los cuerpos y nuestra Pachamama. No eran solo las mineras: era el machismo, el patriarcado que habita en nuestras casas, en nuestros compañerxs, hijxs y en nuestros gobiernos, pero también en nosotras. No hay posibilidad de luchar contra el neocolonialismo ni el neoliberalismo si no hay feminismo, si no hay antipatriarcado. Hemos tenido una disputa del poder y del liderazgo entre mujeres, específicamente entre un grupo de mujeres terriblemente machistas y otras que transitamos la deconstrucción de ese machismo que venimos teniendo desde que nacimos. Esa disputa que se venía dando entre nosotras nos hizo mucho daño porque provocaron muchas divisiones. Empezamos a vivir en nuestros cuerpos todo el efecto de la lucha”, manifiesta Luján.

Desde el ejercicio de violencias como dispositivos de control hasta la búsqueda de expropiación del deseo, el cuerpx es considerado como insumo fundamental para la reproducción perpetua del patriarcado. En palabras del politologx Luciano Fabbri: “La masculinidad es un proyecto político extractivista, puesto que busca apropiarse de la capacidad de producción y reproducción de las sujetas a las que subordina. Para que dicho proyecto político sea posible la masculinidad produce varones deseosos de jerarquía, y pone a su disposición las violencias como medios legítimos para garantizar el acceso a la misma”. En esta línea, la antropóloga Rita Segato alega que el mando de masculinidad hegemónica también contamina al varón, quien se ve “obligado a comprobar, a espectacularizar, a mostrar a los otros hombres para que lo titulen como alguien merecedor de esta posición masculina”. Es justamente en la necesidad de “exhibir potencia” y en la existencia de sujetxs que representen un desacato hacia su figura masculina donde se originan las violencias, crímenes y castigos hacia las mujeres y diversidades sexuales.

No obstante la presencia insoslayable de dinámicas patriarcales, hoy la Asamblea por la vida Chilecito no reconoce líderes per se y se alejan de todo tipo de verticalismo. “Todas las mujeres intentamos ser bien horizontales no sólo por una cuestión de egos y cuestiones que destruyen a los movimientos, sino también para protegernos”, comenta la activista chilecitense. “Al principio nos miraban cuando nos tirábamos en las rutas y en las calles delante de esas máquinas enormes. En una oportunidad una mujer de 96 años se paró delante de una fila de policías armados hasta los dientes y les dijo: acá estoy, vengan. Mátenme, pero no van a pasar”, agrega Luján.

Por su parte, la realidad de las comunidades indígenas también demuestra que los liderazgos fundados por fuera de la masculinidad cis-heteronormativa son fundamentales en la lucha contra el modelo de saqueo extractivista y en la defensa del territorio y los derechos humanos. Al respecto, Relmu Ñamku, dirigentx indígena de la comunidad Winkul Newen del pueblo Mapuche e integrante de la Confederación de Pueblos y Mujeres Indígenas de la Argentina dice a Cítrica: “Los liderazgos femeninos surgen a partir de una cosmovisión y percepción del mundo que no está basada en el patriarcado, ya que los pueblos indígenas desde siempre sostuvimos la dualidad de género como base de nuestro pensamiento. Por lo tanto, no se ve como algo extraño que las mujeres sean líderes. Por supuesto hay que tener en cuenta que los pueblos indígenas hemos sido penetrados por la colonización en donde el machismo también existe. Luchamos contra esto como una forma de recuperación de nuestra propia identidad. Para nosotrxs es natural que las mujeres indígenas seamos las guardianas del planeta: cuando vemos amenazado nuestro entorno somos las primeras en defenderlo”.

Este modelo extractivista choca con los intereses de las comunidades y trae como consecuencias altos índices de deforestación, degradación de suelos por el monocultivo sojero, expansión de agrotóxicos, destrucción de cerros por la megaminería, derrames de petróleo.

Su comunidad resiste la ocupación de sus tierras por parte de proyectos petroleros y en reiteradas oportunidades han sufrido represiones, amenazas, y persecuciones. Ñamku, quien en 2012 fue acusada de tentativa de homicidio por defender a su pueblo del avance de la petrolera estadounidense Apache Corporation, resalta la impunidad con la que operan las corporaciones transnacionales en sus territorios y señala las múltiples violencias que atraviesan a la comunidad. En ocasión del juicio enuncia: “Las petroleras siempre hicieron lo que quisieron y el Estado siempre las dejó hacer. Es una relación muy desigual” y añade: “Es lamentable la situación que se vive. El nivel de agresión y discriminación al que estamos expuestxs es muy grande. Eso nos obliga a estar mejor organizadxs y coordinandxs”.

Con respecto al lugar que ocupan los liderazgos emergentes de las diversidades sexuales y el colectivo LGBTIQ Ñamku concluye: “Es cierto que profundizar sobre el colectivo LGBTIQ no ha sido una agenda global de pueblos indígenas como sí lo han sido la cuestión del territorio, el cambio climático, las industrias extractivas etc. En este sentido es una deuda pendiente. Sin embargo, en los espacios que conocemos que se ha dado debate, jamás ha ejercido discriminación u ocultamiento. Todo lo contrario, se han fortalecido incluso sus roles dentro de los pueblos indígenas.

Los aullidos del extractivismo resuenan en el cuerpo colectivo de los pueblos, pero el corazón de la resistencia bombea más sangre que nunca. Las voces del Sur emergen, recitan los versos que la Wamatinag anida en su memoria ancestral y gritan: nuestras tierras no se tocan. Nunca más.    

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