“Solo queremos un pedacito de tierra para vivir”
por Lautaro RomeroFotos: Agustina Salinas
13 de agosto de 2021
En la villa 31, más de 100 familias podrían quedarse en la calle si se cumple el desalojo que ordenó el Gobierno de la Ciudad, en un terreno que durante años permaneció ocioso
Cae la noche, termina otra intensa jornada de diez horas en el taller textil y Leonela todavía no logra quitarse el uniforme de laburo que lleva puesto desde temprano. Su cuerpo está acá, en el rancho, con el frío que duele en los huesos, tratando de asimilar el desastre después de que la tormenta lo mojara todo: sus pertenencias, apiladas a un costado, la ropa y los colchones, las mochilas de sus hijxs que no podrán ir a la escuela. La inunda la tristeza.
Nos muestra fotos de su familia. Parecen felices. Hay niñxs jugando, divirtiéndose y compartiendo una merienda. Son su cable a tierra. Leonela le pide ayuda a Dios para no perder ese terreno en el predio conocido como “La Containera”, a un costado de la villa 31, que ocuparon el 30 de junio alrededor de 100 familias sin techo: La Toma Fuerza de Mujeres.
Gran parte son mujeres, trabajadoras independientes y precarizadas, acorraladas por la falta de ingresos que no pueden costear el alquiler de una pieza en barrio Múgica –rondan los 12 mil pesos-; ninguneadas por la falta de empatía de propietarios y especuladores que no les permiten alquilar por tener hijxs a cargo; y perseguidas por las situaciones de violencia generalizada.
Leonela, por ejemplo, sufrió violencia de género. Por eso abandonó su hogar junto a sus seis hijxs y estuvo tres meses deambulando en la calle. “No estoy robando nada. Había una tierra descuidada que nadie la usaba, era un basural y nosotros la necesitamos para vivir”, dice respecto al terreno que los últimos años permaneció ocioso porque el Gobierno de Ciudad lo utilizaba como depósito de residuos y escombros.
Y agrega: “Sabemos que para muchas personas no está bien lo que hacemos, pero deberían entender que nadie quiere ver a su familia así. Nadie quiere poner su propio cuerpo y el de sus hijos, pasando frío y hambre. Nosotros no quisiéramos irnos de acá, quisiéramos un pedacito de tierra que sea nuestro, de nuestros hijos. No queremos que nos regalen nada, solo que nos den el espacio que no usan y que nos pertenece a nosotros, porque la tierra es para vivirla”.
SIN VIVIENDA Y SIN DERECHOS
Pusieron el cuerpo cuando hubo que limpiar y preparar el baldío para poder habitarlo. Hombres y mujeres desmontaron, rellenaron, picaron y palearon, construyeron refugios precarios con la ayuda de las pocas herramientas que les dejaron ingresar a la toma.
“Los primeros días no nos dejaban entrar ni salir del predio, ni que nos hicieran llegar alimentos, frazadas, colchones, leña, nada -cuenta Rocío, una de las referentas de la toma “Fuerza de Mujeres”-. La Policía hostiga y presiona para hacernos sentir miedo. Quieren escuchar las asambleas, les piden los datos a referentes de las organizaciones que nos vienen a apoyar. Están encima nuestro todo el tiempo. Una vez por semana corren el rumor de que nos van a desalojar. Estamos en guardia toda la noche, de vigilia, cuidando que no vengan”.
En la villa sobran casos de abuso de autoridad, dice Rocío: “Un chico que trabaja con el carro nos quiso pasar una bolsa con una frazada por arriba del alambrado y la Policía lo salió a correr, y les dijimos que lo dejen, que le devolvíamos las cosas, y que él lo hacía por los chicos. Recién ahí lo dejaron ir. A otro chico que traía unos colchones para los nenes lo corrieron por adentro del predio como si estuviera traficando armas largas. No les pedimos ladrillos ni planes, sólo frazadas para tapar a los chicos de noche. También hubo comedores que responden a la Secretaría de Integración Social y Urbana que trabajan dentro del barrio y nos negaron la comida a más de 20 familias, de un día para otro, solamente por estar en la toma”.
"No estoy robando nada. Había una tierra descuidada que nadie la usaba, era un basural y nosotros la necesitamos para vivir”
A las más de 100 familias el Gobierno de la Ciudad les ofreció un subsidio habitacional insuficiente durante seis meses. Tampoco recibieron asistencia y atención acorde de parte de las camionetas del BAP (Buenos Aires Presente). “Les pedimos frazadas y viandas calientes pero nos lo negaron, nos pedían censarnos para saber quiénes éramos, y evaluar la situación particular de cada familia, con un turno y un asistente social”, denuncia Rocío.
Leonela cuenta: “Al BAP le pedimos el kit de invierno, sabemos que traen comidas en las camionetas, no nos quisieron dar: dicen que tenemos que estar en situación de calle. ¡Como si no lo estuviéramos! Se olvidaron de los derechos del niño, de los derechos humanos, del derecho a la salud, a la vivienda, a la educación”.
Mona Córdoba, quien forma parte de Somos Barrios de Pie y el Movimiento Marea Feminismo Popular, se puso a disposición para ver qué necesitaban las vecinas en articulación con el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Todas las noches Mónica, junto a otras personas garantizan una olla popular y un plato de comida caliente a las familias de la toma.
“El Gobierno de la Ciudad no existe más que con las fuerzas de seguridad –dice Mona-. Durante muchos días no les permitieron recibir las donaciones que llevamos con la solidaridad de muches que acercaron ropas de abrigo, juguetes y pañales. No sabemos cuándo tendremos una resolución, algo que les garantice el derecho a la vivienda digna. Tampoco tienen garantizadas sus necesidades básicas, por eso decimos que están en una situación de abandono. Acá hay infancias y niñeces comprometidas. Estas personas no tienen respuesta en relación a la situación que están viviendo”.
***
Como la mayoría de estas mujeres, Rocío vivió toda su vida en un inquilinato. Primero con sus padres, de manera “formal”, gracias a que ellos tenían garantes para acceder a un alquiler. Unos años después, cuando se fue de su casa, Rocío, madre de cinco hijxs entre 4 y 13 años; pasó a vivir en la “informalidad”: hoteles familiares, pensiones y alquileres en barrios populares: hoy hace casi un año que vive en barrio Múgica.
“Había conseguido alquilar dos piezas para poder acomodarnos mejor pero tuve que entregar una porque ya no llegaba a pagar las dos”, reconoce Rocío. Algo parecido les ocurrió a sus padres. “Mis viejos hace varios meses ya decidieron mudarse porque ya no les dan los números. A mi viejo lo echaron después de la pandemia y ahora, con dos jubilaciones, no les alcanza para mantener el alquiler y los gastos de expensas y servicios”.
"Nosotros no quisiéramos irnos de acá, quisiéramos un pedacito de tierra que sea nuestro, de nuestros hijos"
Rocío tiene secundario completo, conocimiento de inglés y computación. Requisitos que hace algunos años eran casi exclusivos a la hora de buscar empleo; pero que en esta modernidad están lejos de asegurar el éxito. Para sobrevivir Rocío sale con un carro a juntar cartón y hace trabajos de limpieza por hora. Además tiene un emprendimiento de diseño gráfico y decoración de eventos, al que no le pudo dar “vuelo” por la falta de lugar físico y estabilidad. “No tenemos recibos de sueldo ni grandes ingresos para alquilar un departamento en otro barrio. El subsidio habitacional es un parche porque el problema es que en la villa no te quieren alquilar con chicos, por más que vos tengas la plata. A esto se le suma que muchas familias no entran en una habitación, entonces nos vemos obligadas a alquilar varias habitaciones. Para los inquilinos no hay planes de vivienda, nos dejan siempre fuera”.
FUERZA DE MUJERES
En las asambleas son las mujeres quienes deciden y comunican lo que sucede en la toma. Como organización interna, hay cuatro delegadas a cargo de cada zona del terreno: “el monte”, donde prevalecen árboles y yuyos; “el llano” y “la montaña”, donde todavía quedan toneladas de basura y escombros. Pero mientras no haya asamblea ni actividades programadas, las mujeres agarran el pico y la pala y trabajan a la par de sus hermanos, padres, tíos y demás compañeros que colaboran para hacer las guardias nocturnas.
“Tienen una división de las tareas –explica Mona-. Las mujeres discuten si se negocia con el Gobierno y cómo se reparten las donaciones. Los varones cumplen con tareas de construcción, de limpieza y guardias nocturnas. Eso está muy cristalizado en la lucha de la toma, es muy legítimo”.
Para Mona, “la toma habla del clima de época, de lo que se viene discutiendo en los feminismos. Hay una potencia que se ve y se palpita. Las vecinas no necesariamente se autoperciben feministas, pero sí lo demuestran con sus acciones y sus prácticas cotidianas como el cuidado mutuo y de sus hijes de manera comunitaria. Nuestro objetivo es tejer redes utilizando los recursos de los que disponemos los movimientos feministas y sociales”.
“Somos madres que nos conocemos desde muy chicas, de los comedores, del colegio, del fútbol -explica Leonela-. Necesitamos armar algo donde no nos echen y los chicos estén bien. Es la única meta. Vamos a resistir hasta lo último porque no tenemos otro lugar adonde ir, ya no aguantamos más tanta violencia”.
Sentada en su rancho, en medio de todas las necesidades y ausencias, en medio de la ropa y los colchones mojados; Leonela no se resigna y piensa en salir a hacer al recorrido habitual que hace con sus compañeras de Jóvenes de Pie por la Ciudad más rica del país para darles de comer a personas en situación de calle, a personas que están peor que ella.
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