Ramón arrancó a laburar a los 12 y no paró hasta la malaria de 2001, cuando entró en crisis y solo pudo salir adelante cuando conoció al cooperativismo. La honesta historia de una persona que quiere trabajar y un país que a veces lo deja y a veces no.
Nos lo presentaron como el hombre que volvió de la muerte. Pero nosotros conocimos al hombre que vuelve del trabajo todos los días, desde que tiene doce años. A uno de esos tipos -a los que algunos llaman- “de los de antes”. Serio, comprometido, responsable, honesto. Un verdadero laburante. Ramón Sigales trabaja desde siempre. Es del 62. Nació en Montecarlo, Misiones. Pasó la infancia en Gobernador Virasoro, Corrientes, y a los 11 llegó a Buenos Aires con el padre y a los 12 ya estaba volviendo del trabajo.
“Mi tío lo llamó a mi viejo y le dijo que se venga para Buenos Aires. ‘Vení que hay mucho trabajo’, le dijo. Entonces habló con mi vieja me agarró a mi y nos vinimos”. Así era en ese entonces: las fábricas de Avellaneda producían y generaban empleo. “A la semana el viejo consigue laburo y se va a buscar a la familia, y yo me quedo con mis tíos. Cuando llegan mi vieja y mis hermanos nos quedamos un tiempo viviendo todos juntos en un conventillo”.
Nos lo presentaron como el hombre que volvió de la muerte. Pero nosotros conocimos al hombre que vuelve del trabajo todos los días, desde que tiene doce años.
El padre trabajaba en una fábrica de harinas y fideos. “Muy grande”. Ramón también entró ahí para hacer el reparto de harina. Se fueron del conventillo. Alquilaron en la villa para estar más cerca del trabajo. Pero ya estábamos en dictadura y en la villa mandaban los milicos: “Entraban y te reventaban todo, vos no eras dueño de nada, te revisaban todo. Era feo”.
Tanto se metieron en la casa de los Sigales, que dos hermanos de Ramón estuvieron presos tres años: “Mis hermanos más chicos empezaron a ir al puente a cazar pajaritos y una vuelta vieron un vagón abierto, se metieron y encontraron varias zapatillas que las trajeron para la casa. Enseguida vienen los milicos, los agarran y los mandan a un juez de menores. Ellos iban inocentemente a cazar palomas, pero les molestó. Mi viejo fue a la comisaría con las zapatillas que le habían traído los chicos. Y se las hicieron sacar y dejar ahí. Estaba muerto de verguenza, tanta que esa anécdota no la contó por muchos años. Al final le dijeron que le iban a devolver a los hijos el día que se fuera de la villa, así que compró un terreno en cuotas en otro barrio, los materiales y empezamos a construir los fines de semana. Así pasamos tres años: laburabamos para construir la casa y poder viajar para ir a ver a mis hermanos al Instituto Gambier, en La Plata. Yo me salvé porque laburaba. Mi viejo es un tipo recto, estábamos acostumbrados a cazar pajaritos en la laguna, íbamos a mojarnos los pies al arroyo”.
Mis hermanos más chicos empezaron a ir al puente a cazar pajaritos y una vuelta vieron un vagón abierto, se metieron y encontraron varias zapatillas que las trajeron para la casa. Enseguida vienen los milicos, los agarran y los mandan a un juez de menores. Ellos iban inocentemente a cazar palomas, pero les molestó.
Sin embargo la dictadura no fue la peor época para Ramón Sigales. Para Ramón el trabajo es como el agua. Si falta, no hay vida. Por eso cuando más sufrió fue a principios de este milenio."En términos económicos fue más duro que la dictadura, no había nada”.
En la adolescencia, cuando los hermanos estaban en el Instituto, como era bien grandote cargaba los bolsones de harina. Le pagaban por viaje pero también se podía llevar a la casa pan, galletitas, fideos y harina. A los 16 comenzó a trabajar de estibador. A fines de los 80 cambió de rubro: pasó a una fábrica de bolsas de plásticos en Avellaneda, después a una de plásticos en San Martín. Hasta que su compañera quedó embarazada y se volvió para Florencio Varela. Salía el domingo a la madrugada de Varela y volvía el sábado a la noche. Ganaba bien en la fábrica pero quería estar cerca de la familia.
Así que se volvió y pasó buena parte de los 90 a changas y trabajo fijo para la Municipalidad: “zanjas y tendido de red de aguas más que nada”. Antes de la debacle tenía dos laburos: uno como chófer y otro en una fábrica de zapatos. “Así, trabajando, hasta que llegó el 2000-2001 y se pudrió todo”. Se acabó el laburo y hubo que rebuscarselas. “Vivíamos en un barrio donde hacíamos pan casero y vendíamos y con eso vivíamos más las changas”. Aún cuando no había trabajo, Ramón trabajaba. “Hacía de todo, sacaba árboles, veredas, lo que venía”. Iba a la Municipalidad con compañeros y se sentaban en la escalera a la espera de que saliera algún trabajo. Y así la peleó. Cobró el plan jefes y jefas de hogar. Y en el 2003 fue la resurrección. La del trabajo y la de Ramón, que es la misma porque Ramón es el trabajo.
“Íbamos a sentarnos a la escalera de la Municipalidad para que nos tiraran algo. Hasta que aparecieron las cooperativas. ‘Néstor Kirchner está formando cooperativas’, nos dijeron. ‘Hay que juntar 16 personas y capacitarse para hacer viviendas, ¿Se animan?’. Y cómo no nos íbamos a animar, si necesitábamos trabajo.Nos dieron un subsidio de 1000 pesos para equiparnos y nos pusieron a hacer cuatro viviendas para arrancar. Las casas eran para gente que no tenía nada, como nosotros. De los 16 asociados, solo dos sabían de construcción. Yo era chófer, había otro que era panadero y así...…con el hambre que había todos éramos todo”
Costó, pero con las cooperativas Ramón volvió a ser el hombre que vuelve del trabajo. Ahora es el presidente de la cooperativa Oscar Celentano, que forma parte de la Federación de Cooperativas de Trabajo Unidas de Florencio Varela Ltda. Y ha cumplido sueños: se convirtió en capacitador y recorrió el país. Volvió a Misiones, su provincia natal, en avión. “Volé en avión, cosa que pensé que nunca en mi vida iba a hacer”.
Trabajaron mucho los últimos años pero en el 2016 las cosas cambiaron. “La cosa está brava, estamos peleándola , mi sensación es que están queriendo sacar las cooperativas. Si nos dan trabajo…si no nos pagan…no podemos seguir…somos vulnerables…casi no bajó la plata este año, mi sensación es que si dejamos el carro nos quedamos sin nada. Tenemos muchas personas trabajando, hay muchos asociados trabajando en las obras. Hasta ahora venimos con promesas. Pero no podemos sostenernos así: los compañeros tienen que tener un mínimo de sueldo de 8000 pesos. “Nos está costando hacer nuestro trabajo. Muchas casas estaban casi terminadas pero se abandonaron. Las viviendas son para personas que no tiene bienes. Nosotros no somos una empresa, se rompe algo y volvemos a arreglarlo. Pero sin presupuesto no se puede”.
El grabador marca más de una hora y no sabemos aún cómo es eso de que Ramón volvió de la muerte, así que la pregunta se impone: “Este año estuve internado un mes con respirador, fue un ataque cardiovascular. Estábamos haciendo un puchero con la familia y me sentí mal, salí corriendo al hospital, pensé que me moría. Me pegué el cagazo de mi vida ”, dice rápido y se pone a hablar otra vez de las viviendas. Pasaron apenas unos meses de aquello. Y Ramón ya es, otra vez, el hombre que todos los días está volviendo del trabajo.
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