Compartir

Un mundo feliz

por Facundo F. Barrio
22 de noviembre de 2018

Como todos los años, en la foto habrá sonrisas. ¿Pero qué se puede mejorar en la Cumbre del G20? Poco y nada. Mientras Estados Unidos y China siguen con una pulseada que recién empieza, Macri tiene los desafíos de contener las protestas y disputar algo de protagonismo, al menos por su condición de anfitrión.

En la cumbre del G20 de Londres, en 2009, la reina Isabel fue invitada a sumarse a la foto de familia con los líderes mundiales en el Palacio de Buckingham. Se acomodaron en tres hileras y el fotógrafo les pidió que sonrieran a cámara. A la reina no le gustó nada. Lo cortó en seco: “Ah, ¿se supone que esto es un evento feliz?”. Fue la única que salió seria.

Isabel tenía razón. El G20 no es un evento feliz. En esa cumbre de Londres, por ejemplo, murió Ian Tomlinson, un diariero de 47 años que sufrió un infarto luego de que un policía lo golpeara cuando pasaba por la zona de manifestaciones contra el evento. 

          

Casi nada de lo que hace a la felicidad de los pueblos ocurre en una cumbre del G20. Pero el foro tampoco es un acontecimiento alegre en los términos de la reina, que no se refería a los pueblos sino a la dirigencia global. Es un momento de alta presión y exposición para los mandatarios. Porque el G20 no es bastión de la multipolaridad, como a algunos les gusta creer, sino de la diplomacia presidencial. En el G20 se ven los pingos. Y las pingas.

Si no que les pregunten a Donald Trump y Xi Jinping, que levantarán el perfil de la cumbre en Buenos Aires, el 30 de noviembre y 1° de diciembre, con una de las reuniones bilaterales del año. El conflicto comercial entre los Estados Unidos y China se pelea mano a mano. El mundo multipolar, llamado a llevarse puesto el binarismo de la Guerra Fría, no tiene nada que hacer en esa disputa. Asistimos a la primera fase de una larga pulseada por el liderazgo global entre un par de hegemones. Un par son dos: ni uno, ni tres.       

Casi nada de lo que hace a la felicidad de los pueblos ocurre en una cumbre del G20 

Habrá que ver cómo le pega el stress de la cumbre a Mauricio Macri, quien se jugó un pleno de credibilidad internacional al postular a la Argentina como sede. Hace poco un embajador argentino que trabaja en los preparativos del evento le decía a un colega uruguayo, medio en chiste medio en serio: “Tendríamos que haberla hecho en Punta del Este”.           

El operativo policial para el G20 será el mayor desafío en materia de seguridad para el macrismo en su gestión. La inminencia de la cumbre explica en parte la gimnasia represiva practicada por el Gobierno durante el último año. En la acción del Ministerio de Seguridad hubo un mensaje: “Si los cagamos a palos por la reforma jubilatoria o el presupuesto, imagínense por el G20”.           

¿Alguien puede garantizar que a las fuerzas de seguridad argentinas no se les escape un Ian Tomlinson? Las manifestaciones anti G20 han sido un incordio incluso para países con alta eficacia y despliegue represivos. Turquía 2015 y Alemania 2017 terminaron con decenas de heridos y detenidos, sólo por mencionar dos de las tres últimas cumbres.           

Las agencias de inteligencia de las potencias lo saben y por eso están desde hace meses en Buenos Aires planificando sus propios dispositivos de protección para los líderes. Sería interesante saber cuántos informes sobre conflictividad social se habrán escrito en las embajadas extranjeras en nuestro país este año. A ningún diplomático se le escapa que el G20 se celebrará en una ciudad en estado de impaciencia, con movimientos sociales, sindicatos y partidos en la trinchera.           

El operativo policial para el G20 será el mayor desafío en materia de seguridad para el macrismo en su gestión 

El Gobierno también es consciente. Decretó feriado para la fecha. Se la ve venir. Sabe que, puertas afuera de Costa Salguero, dependerá de sí mismo. La Argentina de Macri quiere venderse como socia diligente de ese capitalismo internacional que no hace concesiones. Se verá si le da el cuero para sostenerlo en la calle sin pasar un papelón en cadena televisiva mundial.           

Puertas adentro, el anfitrión debería prenderles una vela a Trump y Xi. Cuando hay una bilateral tan cargada, el éxito o fracaso de la cumbre suele medirse en función de esa reunión. En este caso no hay muchos motivos para entusiasmarse. Desde hace algunas semanas, en Washington y Beijing se trabaja con la hipótesis de que el conflicto comercial llegó a un punto de no retorno, al menos en el mediano plazo.           

El gobierno chino asumió que esta es la nueva “normalidad” de la relación. Sabe que está en desventaja y se repliega para no conceder más de lo necesario. Piensa en una política de reducción de daños y se prepara para una pelea de largo aliento.           

Trump llegará a Buenos Aires liviano de presiones domésticas. El G20 se celebrará una vez pasadas las elecciones de medio término en Estados Unidos, lo que le dará cierto margen para variar el tono de la reunión con Xi. Aún así, la Casa Blanca no tiene suficientes estímulos para ofrecer una tregua inmediata a China. Por ahora se siente en posición de fuerza.

Aunque puede haber premio consuelo para el G20 y su anfitrión. En su reunión con el dictador norcoreano Kim Jong-un en junio pasado, Trump sacó a relucir un pecular estilo de negociación exterior. Al presidente estadounidense parecen gustarle los acuerdos imprecisos, las vaguedades. Quién dice que Trump no le aprieta la mano a Xi con el Río de la Plata de fondo, mientras los dos cruzan los dedos.  

Macri la tendrá difícil para subir al podio de líderes de países en presuntas vías de desarrollo. A él ya todos lo conocen         

Los demás jefes de Estado y de Gobierno esta vez serán actores de reparto: Vladimir Putin, Theresa May, Emmanuel Macron, Justine Trudeau. También Angela Merkel, a esta altura sinónimo del G20, con asistencia perfecta a las trece cumbres del foro. Probablemente ésta sea la última vez de la canciller alemana. La dirigencia capitalista global debería darle una medalla por los servicios prestados.           

En la tercera línea, Macri la tendrá difícil para subir al podio de líderes de países en presuntas vías de desarrollo. A él ya todos lo conocen. Andrés Manuel López Obrador, en cambio, es aire fresco en México. Ni hablar si Jair Bolsonaro acompaña a Michel Temer en la comitiva brasileña. Recep Tayyip Erdogan también captará más atención que el presidente argentino, porque Macri tiene la desgracia o la dicha de no gobernar la estratégica Turquía sino la marginal Argentina.           

Precisamente por eso, y aunque tal vez el macrismo ni lo perciba, hoy no deja de tener algún mérito acoger a uno de los últimos espacios de gobernanza global con ciertos reflejos civilizatorios en tiempos de disgregación política, quiebre social, Trump, Brexit, Bolsonaro y las siete plagas. Mal que mal, el G20 sigue cumpliendo con su destino de antro del orden mundial que entró en zona de peligro a partir de la crisis de 2008.           

Aquel tampoco era un mundo feliz, pero nos odiábamos menos.