Todo beso es político

por Laura Litvinoff
06 de septiembre de 2016

Una noche de frío, lluvia y mucho calor dentro y fuera de La Biela. Crónica del "Tortazo" en el tradicional café de Recoleta.

La noche estaba fresca, lluviosa, y el agua hacía que colores como el rojizo de la gran pared de ladrillos del cementerio de la Recoleta, y el verde del pasto de Plaza Francia brillaran con más fuerza y más intensidad que otras veces. Una vez en la zona –si no se sabía exactamente dónde quedaba La Biela, el lugar del esperado “Tortazo”– bastaba con dejarse llevar por el sonido inconfundible de las batucadas para dar enseguida con la fachada del famoso y refinado bar porteño.

Allí, además de los ritmos en vivo, ya empezaban a asomarse los primeros paraguas y banderas LGBT y distintos subgrupos de personas, en su mayoría jóvenes, que llegaron temprano y se arrimaban entre sí para hacerle frente a la lluvia y al frío. Por supuesto que desde temprano también ya estaba Belén Arena -la chica de veinticinco años que fue echada junto a su pareja de dicho bar la semana pasada por la homofobia y la intolerancia de sus dueños- que no paró de dar entrevistas a la gran cantidad de medios que tuvo la manifestación.

Mientras tanto, adentro de La Biela, todo parecía suceder con total normalidad: algunas mesas estaban ocupadas y los mozos iban y venían con sus bandejas atendiendo clientes, aunque algunos no podían evitar acercarse hasta las ventanas -que no solo separaban el adentro y el afuera del lugar- para dirigir pequeñas y tenaces miradas de desconfianza hacia la manifestación.

Cuando ya el número de personas era considerable, dos de los chicos que ayudaban con la organización colocaron unos parlantes bastante grandes y un micrófono para que Belén pudiera decir unas palabras y así arengar un poco más a los presentes. Empezó por agradecer al apoyo tanto de personas como de organizaciones, reafirmó que uno de los objetivos era poder conseguir mayor visibilidad, criticó lo que ella llamó “la heteronorma dominante”, y mientras volvía a contar en detalle cómo sucedieron los ya famosos hechos de la semana pasada, aprovechó también para pedirles a todxs lxs que estaban allí que se animen a dar cátedra de cómo se besa “bien”, ya que, en una de las contradictorias declaraciones que dieron los dueños del bar, el gerente la había acusado a ella y a su novia de estar tocándose y acariciándose “mal”.

Una vez que Belén terminó de hablar, empezó la música: el primer tema fue “Jump”, de Madonna, y con este ícono tan representativo, se animaron los primeros besos de la noche: debajo del cartel de “La Biela” y con un emblema tan pacífico como combativo, parejas de hombres y parejas de mujeres empezaron a acariciarse apasionadamente debajo de una lluvia que parecía no querer parar a propósito, como si todavía le faltara un clima más romántico a la escena. Pero todo esto no terminaba de ser suficiente. Había que acercarse un poco más, había que terminar de romper ese muro que separaba el adentro del afuera.

Las primeras manifestantes en entrar al bar fueron una pareja de señoras junto con sus amigas. Se sentaron en una de las mesas y con un estilo único y encantador se pidieron una picada con martinis. Al verlas, la muchedumbre no lo dudó ni un instante y en menos de un segundo ya estaban entrando al lugar también, con la ropa mojada y el corazón caliente. Los cantos, los bombos, y, por supuesto, los besos, se hacían presentes y copaban casi todo el espacio ante la mirada incrédula de mozos y clientes.

Los únicos en recibirlos con alegría fueron las estatuas de Borges y Bioy Casares que descansan en la primera mesa de La Biela. Para devolverles el gesto a los escritores, hubo quienes les colocaron pañuelos en el cuello y en la frente con banderas feministas, de izquierda y del movimiento LGBT, y también carteles en los brazos a favor del amor libre y en contra de la homofobia; lo que enseguida provocó la risa y las fotografías. Ahora sí se había quebrado el muro: el adentro y el afuera ya eran un solo lugar, y la propuesta de convivir sin diferencias, sin discriminaciones y sin injusticias por fin se estaba llevando a cabo. Ahora, los que no querían ver ni escuchar, estaban viendo y escuchando a quienes alegremente fueron arrebatadxs por el poder de su causa y la espontaneidad del momento, y hacían, del reclamo de sus derechos, una verdadera fiesta.

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