El 24 de marzo de 1980, en El Salvador, fue asesinado el arzobispo Monseñor Romero, el hombre que enfrentó a la junta militar que gobernaba al paÃs y que denunció las violaciones a los derechos humanos. Romero decÃa que era la voz de los sin voz. Después de su muerte, los sin voz no se dejaron intimidar y lucharon por la justicia.
Algunos sacerdotes de El Salvador habÃan conseguido organizar a los campesinos pobres bajo la lectura de la Biblia. Les habÃan hecho entender que no era cierto que los pobres serÃan recompensados en el cielo, sino que Jesús habÃa sido enviado por Dios para convertir la tierra en un lugar justo. Para no darle lugar a la corriente de curas tercermundistas, el Vaticano eligió como arzobispo al moderado Monseñor Romero.
Al tiempo, el ejército asesinó a uno de esos sacerdotes. Romero, mirando su cadáver, dijo: “Si no cambiamos ahora, no cambiaremos nunca”.
El gobierno militar perseguÃa cada vez más a los pobres, a los campesinos que clamaban por dejar de ser explotados. Durante años habÃan vivido sometidos por la religiosidad que les prometÃa un paraÃso después de tanto sufrimiento. Ahora querÃan justicia en vida. La oligarquÃa estaba desilusionada: la iglesia, su eterno y fiel aliado, le daba la espalda. Monseñor Romero entendió que debÃa pronunciarse: “Estoy tratando de servir al pueblo, y el que esté en conflicto con el pueblo lo estará conmigo”, explicó.
El poder económico pidió -como siempre- ayuda del Norte. Jimmy Carter, presidente de los Estados Unidos, envió armas para reprimir a los subversivos. Igual que en el resto del continente. El gobierno ofreció plata y tierras a los campesinos pobres para formar un grupo paramilitar y asà consiguió enfrentar a los pobres contra los pobres, para que sólo los pobres pagaran con sus vidas. Monseñor Romero denunció la práctica y durante sus homilÃas divulgó la represión y las violaciones a los derechos humanos que cometÃan los militares. Y lo acusaron de comunista. “Cuando se le da pan al que tiene hambre lo llaman a uno santo, pero si se pregunta por las causas de por qué el pueblo tiene hambre, lo llaman comunista o ateÃsta. Pero hay un ateÃsmo más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateÃsmo del CAPITALISMO, cuando los bienes materiales se erigen en Ãdolos y sustituyen a Dios”, se animaba a responder Monseñor en sus homilÃas.
Mientras Monseñor Romero defendÃa a los pobres, más lo atacaban y lo amenazaban. Los militares mataron más a sacerdotes y torturaron a más campesinos, pero el miedo no detuvo al pueblo. Mientras más les pegaban, más justicia reclamaban. Muchos campesinos se transformaron en guerrilleros. Monseñor Romero no estuvo de acuerdo con la lucha armada, pero sus reclamos siguieron dirigiéndose a los popes del poder económico. Les pedÃa que escucharan los reclamos de los pobres para evitar la guerra civil.
No hubo caso. El gobierno siguió reprimiendo. Dejaba los cuerpos muertos y mutilados en medio de la calle. Ni siquiera se interesaba en ocultar los crÃmenes.
El 23 de marzo de 1980, Monseñor Romero hizo lo mismo que el escritor argentino Rodolfo Walsh exactamente tres años atrás: se suicidó con sus palabras. La única diferencia residió en que Romero, en el lugar de escribirlas, las divulgó en su homilÃa. Todo el pueblo escuchó estas palabras: “Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policÃa, de los cuarteles… Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada dÃa más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”.
Al dÃa siguiente, Romero recibió un tiro en el corazón mientras celebraba una misa. El gobierno militar pretendÃa asà callar a los sin voz. Si Romero decÃa que él era la voz de los sin voz, después de su muerte, los pobres no podrÃan volver a hablar. Sin embargo, sucedió lo contrario y el arzobispo ya lo habÃa anunciado: “No creo en la muerte sin resurrección. Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño… Como pastor estoy obligado por mandato divino a dar la vida por quienes amo… Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ya ofrezco a Dios mi sangre por la redención y resurrección de El Salvador… Si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad”.
Multitudes despidieron al arzobispo en las calles salvadoreñas y las volvieron a asustar con la explosión de una bomba. Los militares no llenaron de miedo al pueblo. Los pobres, los campesinos, los grupos de izquierda, los que habÃan visto morir a sus familiares y mucho más participaron de la guerrilla a través del Frente Farabundo Martà para la Liberación Nacional (FMLN), que posteriormente se convirtió en un partido polÃtico y hoy gobierna al paÃs.
El accionar del gobierno militar de El Salvador aquel 24 de marzo de 1980 no consiguió su objetivo. El pueblo ya habÃa entendido que Dios y Monseñor Romero le habÃan dado voz.

¿Orgánico, agroecológico o tradicional?
Investigadores del INTA, ambientalistas, productores orgánicos y productores agroecológicos comparten su mirada acerca de las formas de producción de alimentos en el paÃs. Segunda entrega del ciclo de notas: ¿Quiénes nos alimentan?

La trampa alimentaria: estómagos dañados y precios descuidados
A pesar del argumento de que en Argentina se producen alimentos para 400 millones de personas, es cada vez más costoso acceder a productos sanos y las cifras de pobreza van de la mano de datos alarmantes sobre malnutrición y obesidad. Tercera nota del ciclo “¿Quiénes nos alimentan?”.

El campo que nutre la SoberanÃa Alimentaria
Asà como hay un campo preocupado por el precio del dólar para exportar soja al exterior, hay otro conformado por familias productoras, cooperativas y organizaciones de base que deben superar diversos obstáculos para que sus alimentos lleguen a las mesas argentinas. Primera nota del ciclo "¿Quiénes nos alimentan?".