¿Hablaste con alguien en situación de calle?
por Martín EstévezFotos: Agustina Salinas
15 de julio de 2021
Miles de personas no tienen dónde vivir ni dónde dormir en la Argentina. Un periodista de Cítrica que realiza recorridas nocturnas hace cinco años aporta su perspectiva de la problemática y explica por qué considera imprescindible una tarea que muchas veces parece inútil.
¿Sirve repartir 30 bandejitas de comida en un país donde hay 19 millones de personas bajo la línea de pobreza? Ahora mismo la mitad de la población mundial tiene hambre hasta en los huesos y no tiene nada para comer. ¿Le cambia algo un vasito de té caliente a una persona que hace años está invadida de frío, que duerme en una vereda sucia y peligrosa, llena de casas habitadas por personas abrigadas, cómodas y con la panza llena? ¿Las y los que ayudan a personas en situación de calle lo hacen para lavar sus culpas, porque piensan que el asistencialismo sirve para algo, por empatía, por lástima, por conciencia de clase, por amor? ¿Saben por qué lo hacen? Mejor dicho: ¿sabemos por qué lo hacemos?
Empecé a agacharme al lado de personas que dormían en la calle y a preguntarles cómo están hace cinco años. Casi siempre, como parte de organizaciones sociales. ¿Me siento superior a alguien por eso? No. Ahora mismo, mientras tipeo con un sánguche al lado, Betty, una mujer de 81 años, duerme en una vereda a cuatro cuadras de mi casa. No sé si Betty comió, yo tengo un sánguche y no estoy llevándoselo. Escribo desde la contradicción, el dolor y la comodidad del techo propio. No soy inocente.
El capitalismo es tan perverso que naturalizó que haya una niña con hambre durmiendo al lado de un supermercado lleno de comida que será tirada cuando pase la fecha de vencimiento. Naturalizó que Betty esté en la calle y yo escribiendo en vez de llevarle comida, o invitándola a dormir en mi casa, o llorando desesperado. ¿Tengo derecho a hablar sobre personas que no tienen casa, cuando tengo una? No, pero las personas sin casa no pueden escribir 8 mil caracteres en una computadora, y alguien tiene que hablar sobre ellas.
“Muchas personas me miran como si fuera un asesino –me contó Matías, que duerme en una vereda de Lomas de Zamora–. No, como a un asesino no, porque a los asesinos no los conocen. Me miran como a un asesino famoso: como alguien que mató a alguien conocido, entonces es como si todos me conocieran. Me miran con miedo”. A Matías este año le robaron cinco veces su bolsa de ropa y él no robó: vive de cartonear y de lo que le dejan algunas personas. Tiene 25 años; se fue de su casa a los 11 porque abusaban sexualmente de él. ¿Les parece inmoral ventilar su historia? No sufran: cambiamos su nombre y la edad. Nadie va a reconocerlo, pero qué bien estaría que lo hicieran: a Matías le gustaría que supieran que no es un asesino famoso, sino un pibe que sufrió aberraciones inmensas y al que el Estado (¡tenía 11 años!) ignoró e ignora.
El capitalismo es tan perverso que naturalizó que haya una niña con hambre durmiendo al lado de un supermercado lleno de comida.
Contaré sobre Lomas de Zamora y la Ciudad de Buenos Aires porque son los dos territorios en los que hago las recorridas: uno con décadas de gobierno peronista y otro regido por nuestra ultraderecha. La situación, me parece a mí, no cambia mucho en uno y otro lugar: vivir en la calle es casi igual a la inexistencia. En Lomas, desde que empezaron las restricciones sanitarias (¡marzo de 2020!), el Estado nunca se acercó a ofrecer comida, abrigo, un barbijo, algo. Recién ahora, que se vienen las elecciones, algunos políticos están preparando sus frazaditas de campaña.
En 2019, en Lomas de Zamora y Lanús, había al menos 1.024 personas en situación de calle. El dato no se sabe gracias al Estado, sino a un censo realizado por organizaciones sociales. Seguramente son más, pero se pudo registrar esa cantidad. Y fue antes de la pandemia: el número está en aumento.
En Capital, el gobierno dibuja sus estadísticas. Afirma que hay 2.573 personas con el derecho a la vivienda vulnerado, cuando las organizaciones presentaron en 2019 un registro con al menos 7.251, y estiman que actualmente el número no baja de 9 mil. Rodríguez Larreta, además, habla con orgullo de los “paradores”: espacios tan precarios e inseguros que la mayoría prefiere dormir en la calle antes que exponerse a ese maltrato estatal.
En Lomas de Zamora trabajan varias organizaciones vinculadas a esta problemática: algunas son religiosas, otras son peronistas, otras dependen de empresas multinacionales que generan el mismo hambre que fingen combatir. Yo soy parte de una organización independiente, que también las hay. Además de las recorridas de los martes, construimos espacios de alfabetización, apoyo escolar, acompañamos a consultas psicológicas y articulamos acciones con organizaciones autogestivas como la nuestra.
En Capital, además de organizaciones que se sostienen hace años, hay muchos grupos efímeros: personas que se envalentonan unas semanas (especialmente en invierno) y pronto abandonan la tarea. Algunas apelan a golpes bajos en redes sociales para conseguir recursos, otras trabajan con perfil mucho más bajo. Las diferencias ideológicas, a veces, son enormes.
Las 181 personas a las que acompañamos en Lomas de Zamora durante el último año (nuestras recorridas se realizan en los alrededores de la estación) están lejos de ser un número. Sus historias avanzan, nos alivian, nos golpean semana a semana. A Ramón lo cruzamos una noche pandémica deambulando con una frazada. Hace mucho no tenía casa, pero esa vez la cosa era peor: no lo dejaban dormir ni en la calle: la policía lo echaba con violencia de cada rincón. Él explicaba que no tenía dónde acostarse, y le decían “no importa, acá no podés estar”. Ramón nos miraba con ojos llorosos y preguntaba “¿dónde puedo ir?”.
El Chino trabaja tercerizado para el Municipio, de lunes a viernes de 8 a 18, pero la plata no le alcanza ni para una pensión. ¿Imaginará alguien, cuando lo ve acostado en la vereda, que trabaja diez horas diarias para el Estado? Myriam, que tampoco tiene casa, estudiaba trabajo social en una universidad pública hasta el inicio de la pandemia. Hace 15 meses pregunta: “¿Cómo puedo hacer para seguir estudiando?”. Huguito jugó en la Tercera de Argentinos Juniors con Maradona: una foto lo certifica. Hoy duerme a la intemperie y, cuando queda poca comida, prefiere que le ofrezcamos a les demás. Osvaldo tiene más de 60 años y busca cada noche un lugarcito poco peligroso: aunque suene increíble, a las personas en situación de calle les roban muy seguido.
Raúl trabajó durante más de 20 años en el trencito de una plaza, una discapacidad le dificulta caminar y en el invierno pasado salvó la vida de una persona que moría (realmente) de frío, al ir a buscar dos veces a las ambulancias del SAME, porque la primera vez se negaron a asistirlo. ¿Nos lo contó? No: lo vimos esa noche. Pero Raúl es un héroe sin casa.
“Muchas personas me miran como a un asesino famoso: como alguien que mató a alguien conocido, entonces es como si todos me conocieran. Me miran con miedo"
¿Qué hacen con sus necesidades a la noche, cuando los baños públicos están cerrados? ¿Dónde se bañan? Antes de la pandemia, en Lomas había duchas públicas. Las cerraron en marzo de 2020 y nunca las reabrieron. ¿Y las 1.024 personas en situación de calle? ¿Se pudo armar protocolo para McDonald´s pero no para abrir una ducha?
En enero de este año, la Asamblea de Personas en Situación de Calle (nuclea a personas y organizaciones sociales en Lomas) y Proyecto 7 (sostiene tres centros de integración en CABA) se unieron, cortaron la calle frente a la Municipalidad de Lomas e instalaron duchas humanas para que las personas se bañaran. La solución del Municipio fue “colaborar con insumos” para tres duchas que funcionan un par de horas por semana y son sostenidas por organizaciones. La colaboración duró menos de cuatro meses.
De las 1.024 personas que duermen en la calle en Lomas y Lanús, 477 son niñes. Multipliquen eso por todo el conurbano, por todo el país, por todo el planeta. Eso, contra 30 bandejitas de comida, es devastador. “¿Qué pondrías en la nota, si la escribieras vos?”, le pregunté recién a una compañera. “Algo que les pinche las venas a les que la lean para que se animen, se organicen, para que salgan, aun con contradicciones, a esa mezcla de culpa, egocentrismo, lucha, conciencia y empatía que es acercarse a alguien al que el sistema hizo mierda para preguntarle: ¿qué necesitás, che?”.
¿Sirve, entonces, esa empanada, ese té, esa frazada gastada, acariciar el hombro de Matías cuando llora? Eso solo, en verdad, no sirve para casi nada. Sirve solamente si, mientras tanto, nos organizamos también para cambiar la estructura que empuja a tantas personas a dormir en la calle. El problema no es una casa más o menos: el problema (ya lo dijo Lisa Simpson) es todo el maldito sistema. Pero, mientras millones de personas luchan organizadas para cambiarlo, alguien tiene que acordarse de les que no tienen tiempo para esperar. Alguien tiene que llevarle una campera a Huguito, conseguirle documentos a Lidia, charlar un rato con Raúl. Alguien tiene que agarrar el sanguchito, caminar algunas cuadras y preguntar: “¿Cómo estás, Betty? ¿Querés comer algo?”.
La frazada corta de la gestión porteña
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Gente sin techo en la ciudad más rica
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